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lunes, 28 de mayo de 2012


A CAMINO ENTRE LAS DOS CASTILLAS: LOS ORÍGENES DE JUAN DE YEPES, EL POETA DE LA POBREZA.
Alfredo Pastor Ugena

Voy a relatar en estas líneas cómo una historia de amor entre personas de las dos Castillas-un rico comerciante y una pobre tejedora-dio como fruto a Juan de Yepes o San Juan de la Cruz (1542-1591.
            Desde la antigüedad más remota, muchas veces las uniones matrimoniales se subordinaron a intereses de diverso tipo. Por el contrario el amor solía manifestarse como fruto de una pasión, a veces incómoda e irracional capaz de desviar la vida y los intereses de cuna de las personas.
El estudio de estas situaciones nos permite encontrar historias que parecen tomadas de las antiguas leyendas y sin embargo son estrictamente reales. Tal es el caso de Gonzalo de Yepes y Catalina Álvarez, dos jóvenes castellanos que vivieron en la primera mitad del siglo XVI.
Gonzalo es el hijo de una noble familia de judíos conversos de Toledo. Huérfano, fue criado por unos tíos ricos, dueños de un negocio de tejidos de seda, que lo iniciaron desde muy joven en el comercio. Vivió parte de su vida en el pueblo toledano de su propio apellido-situado en la denominada Mesa de Ocaña- donde todavía se recuerda la ubicación de su antigua vivienda.
Su negocio familiar de paños y telas le hacía recorrer el camino que va de Toledo a Medina del Campo, plaza comercial de primer orden, donde se celebraba anualmente quizás la feria más importante de España.
Y aquí quiero hacer una reflexión para analizar la coyuntura  de tipo histórico de la época, para recordar el florecimiento del comercio, de las ciudades y el despegue de la vida urbana, y con ella la producción de manufacturas y de las prácticas mercantiles.
.La actividad económica comercial se desarrollaba cada vez más en un radio amplio, cuyos protagonistas fueron los mercaderes viajantes que se desplazaban de un lugar a otro-como en el caso de Gonzalo de Yepes- llevando consigo sus productos en sus propias alforjas o carros. El estímulo del comercio también ocasionó el crecimiento de las acuñaciones monetarias, los préstamos, las letras de cambio, el estímulo, la acumulación y la reinversión de capital
Con la expansión de esta actividad comercial comenzó el desarrollo de las ferias: encuentros de mercaderes en fechas prefijadas y en lugares concretos. Sus inicios  europeos tuvieron lugar en la región francesa de Champagne, surgiendo también en diversas villas y ciudades de nuestra tierra hispana con conexión regional, donde debemos incluir las de Medina del Campo- objetivo del itinerario comercial que, partiendo de Toledo, hacía anualmente Gonzalo para vender sus paños y tejidos- creadas a comienzos del S. XV por Fernando de Antequera, entonces señor de Medina del Campo.
Estas ferias celebradas en la pujante localidad vallisoletano a la que aludimos, tuvieron un despegue tan espectacular que pronto florecieron entre las más importantes de la Corona de Castilla y de Europa, convirtiéndose en uno de los más importantes mercados financieros de Europa. Entre la diversidad de los productos comercializados en Medina destacaban los paños y lanas. Por su calidad y prestigio.

Este era el contexto histórico  que abrazaba la infraestructura de  la vida profesional de nuestro Gonzalo de Yepes quien en su camino de Toledo hasta Medina del Campo debe hacer alto en nueve localidades donde hay tejedores que trabajan para su familia y con ellos trata, comercia y firma acuerdos
. Una de esas villas es Fontiveros-situada en la provincia de Ávila-   cerca de  Arévalo y de Madrigal de las Altas Torres (cuna de Isabel la Católica). Gonzalo suele pasar la noche en el taller de tejidos de una rica viuda del lugar. Allí conoce a Catalina Álvarez, una tejedora de seda,  pobre y hermosa.
Catalina trabaja con tal destreza y produce tan hermosas piezas que el experto comerciante toledano no se cansa de verla tejer. Le ciega su admiración por la bella y joven dama de la que queda prendado.

"En la noche dichosa / en secreto, que nadie me veía, / ni yo miraba cosa, / sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía"

Gonzalo de Yepes se enamora de ella y Catalina le corresponde. Hermosa historia de amor, si no hubiera tenido penosas consecuencias.
"Oh llama de amor viva, / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro!"
Enterada la familia Yepes de las intenciones amorosas de su pariente- que les suponían una afrenta familiar por las diferencias sociales entre los enamorados, algo tan mal visto en la época- rechazan el matrimonio aún escuchando las  acreditadas virtudes de Catalina.
Sus tutores de linaje le recuerdan que, un casamiento sin el consentimiento familiar, implica, como poco, la pérdida de sus derechos a la herencia, la ruptura con todos sus lazos familiares, el consecuente vacío afectivo y el quedar sometido a sus propios medios. A pesar de todo, Gonzalo y Catalina se casaron en el año 1529 y su familia dio cumplida cuenta de las consecuencias. Gonzalo no pudo siquiera mantener su oficio de comerciante. Entonces, Catalina le enseña el oficio de tejedor y así tratan de vivir.
En medio del amor y la lucha por sobrevivir, el matrimonio construye su familia. Al año de casados nace Francisco, luego Luis y por último Juan, cuando ya llevaban trece años de matrimonio, en 1542.
Tenemos que recordar literariamente- en este caso- que Gonzalo y Catalina viven en el ambiente, tiempo y territorio retratados en el Lazarillo de Tormes, cuya primera edición data de 1554.
La vida por entonces en Castilla rural es costosa y esencialmente en este hogar. Comen más a menudo pan de cebada que pan de trigo, cuando no pasan hambre. Gonzalo de Yepes enferma y, después de dos años de sufrimiento, muere en 1545. Al poco tiempo muere también el pequeño Luis.
En Torrijos, sobre las tierras toledanas, viven los ricos tíos de Gonzalo. Nunca el orgulloso Gonzalo de Yepes habría aceptado pedirles ayuda, pero, Catalina, se decide a emprender a pie el camino hasta tierras toledanas  con sus dos hijos. Un largo viaje de treinta leguas -más de 160 kilómetros- para golpear las puertas del Palacio de uno de los tíos de Gonzalo. Le suplica -al menos- que se haga cargo de Francisco su hijo mayor. Recibe un no categórico.
Entonces camina otras cinco leguas hasta  Gálvez, otro pueblo toledano, donde vive Juan de Yepes, médico y tío de Gonzalo. Éste sí se conmueve ante esta mujer acosada y valiente, delante de los ojos tristes de Francisco y la delgadez asombrosa del pequeño Juan.  El médico, que no tiene hijos, se compromete a hacerse cargo de Francisco. Más tarde, lo hará incluso heredero de su fortuna.
Catalina provista de algún dinero, recorre las treinta y seis leguas a pie desde Gálvez hasta Fontiveros, con su pequeño Juan. Este será en adelante la luz de sus horas.
Mientras teje la seda con su nunca perdida habilidad, Catalina, le enseña la virtudes de las plantas y hierbas, le enseña también a rezar, le habla de su padre, que descansa en la iglesia de Fontiveros.
Cada día, van a visitar su tumba. El pequeño Juan tiene cinco años. Catalina lo envía a la escuela donde demuestra un espíritu vivo y aprende con una facilidad desconcertante.
Pero no ha pasado un año cuando Catalina se entera que las cosas no van bien para Francisco. La mujer de su tío lo mata de hambre, lo maltrata y se sirve de él como criado, en vez de enviarlo a la escuela. El joven sigue iletrado y el pobre médico carece de carácter para contradecir a su mujer.
Catalina retoma de nuevo el camino hacia Gálvez; las 36 leguas a pie, a través de montañas y colinas, y se trae a su hijo consigo.
Como antes lo hiciera su padre, Francisco aprenderá el oficio de tejedor. Pronto se hace cargo de la familia y al cumplir dieciocho años, le propone a su madre dejar Fontiveros para intentar su oportunidad en Arévalo, seis leguas hacia el noreste.  Esta localidad  muestra la elegancia de una vieja capital castellana, con sus murallas, sus iglesias y sus conventos.
Es paso obligado de los negociantes que vienen del sur hacia Medina del Campo. Allí, el tejido de la seda es una actividad floreciente. La situación mejora un poco, aunque deben trabajar agotadoras jornadas.
Juan es él único que no toma el camino de los telares. Prueba toda clase de oficios (carpintero, sastre, entallador y pintor, pero en ninguno consigue echar raíces en ningún oficio.
Por fin, Catalina logra que sea admitido en el colegio de los niños de la Doctrina, en Medina. Pronto aprendió a leer y escribir. La mínima formación recibida en el colegio le capacitó para continuar su formación en el recién creado (1551) colegio de los jesuitas, que le dieron una sólida base en Humanidades.
Un día, ni corto ni perezoso, se dirige al Convento de los Carmelitas de aquella villa de Medina y ruega al P. Prior, Ildefonso Ruiz, que lo acepte en su orden porque «quiere consagrarse a Dios en la vida religiosa en la Orden de los Hermanos de la Virgen María del Monte Carmelo». Así empieza su noviciado con el nombre de Fray Juan de Santo Matía. El 1564 el P. Provincial, Ángel de Salazar, le recibe los votos religiosos y pasa a estudiar al célebre Colegio de San Andrés de Salamanca. Aquí se entrega de lleno a la vida de oración, de observancia y de estudio. Es la admiración de todos. Si alguien habla algo menos correcto, o está faltando, al verle llegar, dicen: «Callad, que viene Fray Juan».
A sus 25 años celebra, con gran fervor, su Primera Misa. Con esta ocasión va a Medina y tiene un providencial encuentro con la santa Madre Teresa de Jesús que acaba de fundar allí su segundo palomarcito de la Virgen María. Ésta le habla de su reforma y Juan de su deseo de mayor perfección. Quedan encantados. Después la santa Madre dice a sus monjas: «Ya tengo fraile y medio para la Reforma». El entero era él, el medio, el P. Antonio de Jesús Heredia.
Aquí empieza la nueva etapa de la vida del P. Juan de la Cruz, como se llamará ya para siempre. Entra a formar parte de la Reforma Descalza. Trabaja con ahínco para que el Carmelo sea lo que debiera ser y ahora se halla un tanto alejado en algunos conventos.
Escribió obras inmortales: Cántico espiritual, Subida al Monte Carmelo, Noche Obscura, Llama de amor, Avisos, Poesías, Cautelas, Cartas... Esta es la breve forja de la vida de un gran castellano castellano: Juan de Yepes o San Juan de la Cruz quien lleno de méritos, muere en Úbeda (Jaén) el 14 de diciembre de 1591, ahora hace 420 años. Valga este pequeño recuerdo para uno de los mejores poetas, el poeta místico de la pobreza

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