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miércoles, 13 de septiembre de 2023

LA CONSTITUCIÓNDE 1812, BASE DEL CONSTITUCIONALISMO ESPAÑOL.

 

A las nueve de la mañana del 24 de septiembre de 1810, un centenar de diputados, en representación de todas las ciudades y provincias de España, se congregaron en el ayuntamiento de la Isla de León (la actual ciudad de San Fernando, adyacente a Cádiz). Salieron en comitiva hasta la iglesia parroquial, donde el cardenal arzobispo de Toledo, Luis de Borbón, celebró una misa. Acto seguido, se preguntó a cada uno de los diputados: «¿Juráis la santa religión católica apostólica romana sin admitir otra alguna en estos reinos? ¿Juráis conservar en su integridad la nación española y no omitir medio alguno para libertarla de sus injustos opresores? ¿Juráis desempeñar fiel y legalmente el encargo que la nación ha puesto a vuestro cuidado, guardando las leyes de España, sin perjuicio de alterar, moderar y variar aquellas que exigiese el bien de la nación? Si así lo hiciereis, Dios os lo premie, y si no, os lo demande».

Todos los diputados presentes juraron afirmativamente, a pesar de algún tímido reparo planteado previamente a la ceremonia. Acabados los actos religiosos, los regentes y los diputados se trasladaron al salón de Cortes, situado en el teatro Cómico de la Isla de León. El presidente del Consejo de Regencia pronunció un breve discurso; así quedaban inauguradas las Cortes generales y extraordinarias, la asamblea que pasaría a la historia con el nombre de Cortes de Cádiz.

El mismo 24 de septiembre, las Cortes aprobaron su primer decreto, en el que los diputados se proclamaban representantes de la nación española y afirmaban que en ellos residía la soberanía nacional, reservándose el poder legislativo en toda su extensión. Era una decisión revolucionaria, con la que las Cortes despojaban al monarca de su poder absoluto y sentaban las bases de un régimen constitucional, el primero de la historia de España. Todo había comenzado dos años antes, en 1808, con la entrada en la Península de los ejércitos de Napoleón, emperador de Francia. La invasión inesperada provocó un verdadero colapso de las estructuras del régimen absolutista; todo el entramado político de la monarquía borbónica se vino abajo, empezando por el rey, Fernando VII, que se encontraba retenido en Francia por Bonaparte.

Aunque algunos diputados de Cádiz afirmaban que la constitución de Cádiz era un retorno a las libertades de la España medieval, aplastadas por el absolutismo desde el siglo XVI, en realidad su principal fuente de inspiración fue la Constitución francesa de 1791. Los postulados de la Constitución de 1812 fueron, por ello, muy radicales para la época, en particular el de atribuir el poder legislativo a una asamblea nacional, excluyendo todo senado aristocrático y limitando el poder real de veto.

CONSTITUCIÓN DE LA PEPA. CÁDIZ, 1812

Aunque algunos diputados de Cádiz afirmaban que la constitución de Cádiz era un retorno a las libertades de la España medieval, aplastadas por el absolutismo desde el siglo XVI, en realidad su principal fuente de inspiración fue la Constitución francesa de 1791. Los postulados de la Constitución de 1812 fueron, por ello, muy radicales para la época, en particular el de atribuir el poder legislativo a una asamblea nacional, excluyendo todo senado aristocrático y limitando el poder real de veto.

 

SE CONSTITUYEN LAS CORTES

Ante la ausencia de Fernando VII, los españoles, a través de todo este sistema de juntas, se habían dado un gobierno con la misión de coordinar la resistencia contra los franceses. Para algunos se trataba de una situación de emergencia y todas las juntas tenían carácter provisional mientras el rey no pudiera volver a España y recuperar su pleno poder. Pero otros pensaban que aquella era una oportunidad para crear un nuevo sistema de gobierno, más justo y más representativo que el régimen absolutista de los reyes borbónicos. Soñaban con aprovechar la guerra contra Napoleón para hacer en España una revolución política como la francesa de 1789. Fue así como surgió la reivindicación de convocar las Cortes.

Las Cortes aprobaban leyes y a veces se enfrentaban al poder de rey. Sin embargo, desde el siglo XVI habían entrado en franco declive como consecuencia del afianzamiento del poder absoluto de los monarcas, y en el siglo XVIII o habían desaparecido o se convocaban en ocasiones muy contadas. Ahora, muchas voces se alzaban para exigir que se restablecieran aquellas Cortes con todas sus prerrogativas. Aunque, en realidad, más que resucitar una institución medieval lo que querían era crear una asamblea nacional que asumiera toda la soberanía, como había sucedido en Francia en 1789.

La institución de las Cortes se remontaba a la Edad Media, cuando en cada uno de los reinos de la Península existían asambleas en las que estaban representados los tres estamentos de la sociedad: el clero, la nobleza y las ciudades.

En abril de 1809, un miembro de la Junta Central, Lorenzo Calvo de Rozas,propuso formalmente convocar las Cortes, con el objetivo de establecer una «Constitución bien ordenada». Los defensores del absolutismo recelaban de la iniciativa, dado que se pretendía convocar unas Cortes en ausencia del monarca, algo sin precedentes, mientras que los liberales esperaban que la asamblea sirviera para introducir las reformas que necesitaba el país y cambiar así el rumbo de la historia de España. El 22 de mayo de 1809, la Junta Central aprobó la propuesta de Calvo de Rozas y durante los meses siguientes debatió cuál debía ser el sistema de elección de los diputados.

 

LIBERALES Y ABSOLUTISTAS

En enero de 1810, los acontecimientos se precipitaron. Invadida Andalucía por los franceses y con el ejército español disperso y en retirada, la Junta Central abandonó Sevilla y se trasladó a la Isla de León, que enseguida se convertiría en baluarte de la resistencia española contra el invasor. Allí, los poderes de la Junta fueron traspasados a un Consejo de Regencia, que asumió, no sin reticencias, la convocatoria de Cortes tal y como estaba planteada. La apertura de la asamblea tuvo lugar finalmente en septiembre de 1810, en el teatro Cómico de la Isla de León. En esos momentos, Cádiz padecía una epidemia, quizá de tifus, que no fue a mayores; pasado el peligro, desde enero de 1811, las Cortes se trasladaron a Cádiz y se instalaron en la iglesia de San Felipe Neri.

El número de diputados que asistieron a las Cortes de Cádiz fue variable: en la sesión inaugural hubo unos cien, 185 firmaron la Constitución y 223 se encontraban en la sesión de clausura de las Cortes Extraordinarias. Procedían de toda España y hasta de América, pues las Cortes pretendieron dar los mismos derechos a los españoles del Nuevo Mundo; eso sí, ante las dificultades para la elección o el traslado de los elegidos a Andalucía, muchos fueron sustituidos por naturales de sus provincias que en aquellos momentos se encontraban en Cádiz. La mayoría eran eclesiásticos, abogados y funcionarios.

Fruto del Arquitecto Modesto López Otero y del escultor Aniceto Marinas, en la plaza de España de la capital gaditana se encuentra este monumento conmemorativo de la Constitución de 1812 y el sitio francés a la ciudad de Cádiz. En representación de la ausencia del monarca,  gobierna el centro de la plaza un sillón presidencial vacío, circundado por un hemiciclo jalonado de diversas inscripciones. En bronce, custodiando ambos flancos se encuentran las figuras ecuestres de la guerra y la paz. En la cúspide, sobre un pilar de 32 metros, cuatro figuras alegóricas sostienen el código de la Constitución, representada como un libro abierto. A sus pies, símbolo de la Constitución, una matrona vestida con larga túnica, en cuya diestra sostiene la ley escrita y a siniestra una espada. A sus costados, respectivamente a derecha e izquierda 2 grupos escultóricos representan a la ciudadanía y a la España agrícola, así como, con igual correspondencia los autorrelieves conmemoran La Junta de Cádiz en 1810 y la Jura de la Constitución.

Entre los diputados se formaron enseguida dos grandes grupos ideológicos: los partidarios del absolutismo y del viejo orden tradicional, llamados por sus enemigos «serviles» –diputados como Blas de Estolaza y Lázaro de Dou– y los liberales, partidarios de reformar la sociedad del Antiguo Régimen, representados por políticos brillantes como Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero, el conde de Toreno y José María Calatrava. En realidad fueron estos últimos, los liberales, quienes llevaron la voz cantante, ayudados por el ambiente que se vivía en Cádiz, que se había convertido en un auténtico hervidero de liberales. Incluso la mayoría del clero regular de Cádiz fue liberal porque estuvo próximo a planteamientos igualitaristas, de apoyo a los débiles y de lucha contra los privilegios.

La prensa jugó también a favor de los liberales. El 10 de noviembre de 1810, las Cortes decretaron la libertad de imprenta, suprimiendo la censura previa de las obras políticas. Después de años de censura y prohibición existía la posibilidad de opinar libremente. Los debates se hicieron públicos, surgieron tertulias, y se multiplicaron los periódicos y las publicaciones; entre los liberales destacaron el Conciso, el Semanario Patriótico o El Robespierre Español. La oposición absolutista, que también contaba con sus medios, se encontraba en clara desventaja frente a los defensores de la transformación liberal del Estado.

Los cafés se convirtieron en nuevos espacios de sociabilidad y debate de ideas. Los asistentes al café de Cadenas o al León de Oro, entre otros, se enzarzaban en apasionadas polémicas a partir de la lectura de las crónicas de las sesiones de Cortes que publicaba el Semanario Patriótico. Mientras, la juventud gaditana, enardecida por los discursos y las soflamas, se alistaba en los diversos batallones de voluntarios que se formaron, como el de los «lechuguinos», llamado así por emplear el color verde en su indumentaria, aunque también se atribuyó a que la mayoría pertenecían a los barrios de Puerta de Tierra y Extramuros, donde se cultivaban lechugas.

La labor legislativa de las Cortes de Cádiz fue enorme. Muchos decretos tuvieron por objetivo abolir las instituciones del Antiguo Régimen, como el régimen señorial de propiedad de la tierra (liquidado el 6 de agosto de 1811), la Inquisición o las pruebas de nobleza. También suprimieron las instituciones de control económico o social o que coartaran la libertad individual, como los gremios.

En 1813, tras apasionados debates, las Cortes acordaron suprimir el tribunal de la Inquisición, en el que se veía un enemigo de la libertad

El debate en torno a la Inquisición levantó auténticas pasiones. Los liberales, imbuidos por las ideas de ilustrados y enciclopedistas del siglo veían en el tribunal un enemigo de la tolerancia y la libertad. Se publicaron numerosos escritos para demandar la abolición del Santo Oficio, como el del liberal catalán Antonio Puigblanch, que bajo el seudónimo de Natanael Jomtob publicó La Inquisición sin máscara, o Disertación en que se prueban hasta la evidencia los vicios de este tribunal y la necesidad de que se suprima (1811). Puigblanch era partidario de acabar totalmente con la Inquisición: «Cuando trato de destruir la Inquisición por sus cimientos, entiendo cumplir con uno de los principales deberes, que imponen a todo ciudadano la humanidad y religión juntas ofendidas atrozmente, y por una serie dilatada de siglos en este tribunal».

El 22 de febrero de 1813, la Inquisición fue declarada «incompatible con la constitución política de la monarquía» y, al día siguiente, la Regencia del reino suprimía el Tribunal, que era sustituido por los tribunales de la fe. El conde de Toreno consideraría que la abolición del Santo Oficio fue uno de los grandes logros de las Cortes de Cádiz: «Inmarcesible gloria adquirieron por haber derribado a éste las Cortes extraordinarias congregadas en Cádiz. Paso previo era su abolición a toda reforma fundamental en España, resultando, si no, infructuosos cuantos esfuerzos se hiciesen para difundir las luces y adelantar en la civilización moderna». La Inquisición también tuvo sus apologistas, como el padre Francisco Alvarado, «el Filósofo Rancio». Sin embargo, fueron los liberales los que impusieron sus tesis.

TODO EL PODER PARA LAS CORTES

 

La ley de mayor trascendencia que aprobaron las Cortes de Cádiz fue la Constitución, base de la reforma de todo el entramado jurídico y político absolutista. El texto establecía un modelo liberal de Estado, basado en la división de poderes: el monarca se encargaba del gobierno y la administración; la potestad de hacer las leyes residía en las Cortes, aunque el rey debía sancionarlas y podía vetarlas durante dos años; mientras que los tribunales de justicia eran los responsables de aplicar la ley. Se trataba de un sistema muy avanzado para la época y de hecho se convertiría en modelo de otras revoluciones liberales.

Tras su regreso a España, el rey Fernando VII declaró nula la Constitución y todos los decretos promulgados por las Cortes

El texto definitivo de la Constitución fue promulgado el 19 de marzo de 1812, día de San José; de ahí el nombre popular de «la Pepa» que más tarde se le daría. A pesar de la lluvia y de la proximidad del ejército francés, ese día las muestras de júbilo fueron generales y los cronistas cuentan que se oían vítores y aplausos por toda la ciudad.

Los diputados marcharon en una comitiva, entre las aclamaciones y las canciones patrióticas de la población. Para perpetuar el recuerdo de la jornada se acuñaron medallas y se improvisaron composiciones poéticas. La noticia corrió como un reguero de pólvora por toda España y las provincias se fueron sumando a la celebración en la medida en que lo permitía la ocupación francesa.

 

EL DESQUITE DE LOS REACCIONARIOS

En 1814, la retirada de los franceses llenó de esperanzas a los patriotas de Cádiz. Los diputados se trasladaron a Madrid, con la esperanza de que el régimen que habían fraguado en Cádiz se consolidaría en un país liberado y pacificado. Pero el triunfo se convirtió para todos ellos en una pesadilla. Al volver a España, el rey Fernando VII firmó en Valencia un decreto en el que comunicaba que no solamente no juraba ni aceptaba la Constitución ni ningún decreto de las Cortes, sino que declaraba aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, «como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo». El 11 de mayo, los diputados recibieron la orden de disolución, mientras los partidarios del rey recorrían las calles de Madrid al grito de «¡Viva la Religión!, ¡abajo las Cortes!, ¡viva Fernando VII!, ¡viva la Inquisición!» Empezaba la reacción absolutista.

En esta situación de vacío de poder, mientras se producían los primeros enfrentamientos entre los soldados franceses y la gente del país, se formaron de manera casi inmediata juntas de gobierno, locales y provinciales, que se organizaron, a su vez, en juntas supremas (regionales). En septiembre de 1808 se creó la Junta Central, integrada por treinta y seis vocales de las juntas provinciales. Se instaló en Aranjuez, pero, en diciembre de aquel año, ante el avance de las tropas de Napoleón, se retiró a Sevilla.

La Constitución de Cádiz consistía en un preámbulo y diez títulos con 384 artículos.

Se trató de un hito histórico por ser la primera Constitución de la historia española y una de las más liberales de su época.La Constitución de Cádiz consistía en un preámbulo y diez títulos con 384 artículos, y estuvo en vigencia durante dos años antes de que el regreso de Fernando VII al trono de España provocara su derogación en Valencia en 1814.

Fue recuperada brevemente entre 1820 y 1823, durante el período conocido como “el trienio liberal”, y nuevamente en 1836, durante un gobierno liberal progresista que luego la reformó y redactó la Constitución española de 1837.

 

CARACTERÍSTICAS DE LA CONSTITUCIÓN DE 1812. Aprobada el 19 de marzo de 1812 y popularmente conocida como “La Pepa”, este texto legal fue la primera constitución liberal del país. La constitución de 1812 es uno de los grandes textos liberales de la historia, siendo muy célebre en su tiempo.

Los diputados liberal Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero y Pérez de Castro son las figuras más destacadas en su elaboración. Características:

-Surge en plena guerra de la independencia (1808-1814), en Cádiz, no ocupada por los franceses.

-Es la primera Constitución  española y era de carácter liberal

-Defiende la Soberanía nacional: Influencia del filósofo ilustrado Rousseau.

-Garantía de derechos: Se suprime la esclavitud y las obligaciones feudales (señoríos)

-Igualdad de todos los ciudadanos ante la ley: derechos fundamentales del individuo que la Nación debe proteger, como la libertad y la propiedad, considerada un derecho sagrado e inviolable, lo que nos indica el carácter burgués.

- La religión oficial y única será la católica, apostólica y romana. Se trata de una concesión a los absolutistas.

-La forma de Estado: una monarquía parlamentaria y no absoluta.

-Establecen la división de poderes: legislativo, ejecutivo y judicial.

-Recoge el derecho de los españoles a la educación primaria, al establecer en el Art. 366 que en cada población habrá escuelas estatales

-Sufragio universal masculino indirecto: Los electores elegían a unos compromisarios que elegían a los diputados.

-Cortes Unicamerales, según el modelo revolucionario.

-Es un texto de una extensión desmesurada, nada menos que 384 artículos.

-Abole los señoríos y la Inquisición

-Posteriormente se volvió a aplicar durante el Trienio Liberal (1820-1823)

Abarcaba la España peninsular, las islas Canarias y Baleares, Ceuta, Melilla y los territorios de ultramar.

La Constitución de Cádiz declaraba tener vigencia para todos los territorios hispanos del mundo, que en 1812 eran vastos y abarcaban a la España peninsular, junto con las islas Canarias y Baleares, Ceuta y Melilla, así como los territorios en el continente americano (en proceso de lucha independentista), las costas del tratado de El Pardo en África y las islas Filipinas, Carolinas y Marianas en Asia.

De todos modos, la formación de juntas de gobierno en América llevó generalmente a la conformación de gobiernos propios, inicialmente fieles al rey Fernando VII, que no se sometieron al Consejo de Regencia de España e Indias y dejaron abierto el camino a las guerras de independencia americanas.

Soberanía de la nación

Uno de los aspectos más importantes de la Constitución de Cádiz fue su declaración de que la soberanía residía en la nación y no en el rey y que este era monarca por la gracia de Dios pero también por la Constitución.

De este modo, se pasaba de una monarquía absoluta a una monarquía constitucional con separación de poderes, limitación de las atribuciones del rey —que seguía siendo el titular del poder ejecutivo pero sus decisiones debían ser refrendadas por secretarios— y la implementación del voto universal masculino indirecto para la elección de diputados de las Cortes (aunque las personas que podía ser electas debían tener una determinada renta).

Las Cortes constaban de una cámara única para evitar la división estamental que de otro modo podía dar prioridad a la nobleza y el clero. Este nuevo orden constitucional le otorgaba la ciudadanía española y la igualdad de derechos jurídicos a los ciudadanos tanto peninsulares como ultramarinos que pasaban a formar parte legalmente de una sola nación con presencia en los dos hemisferios.

 

LIBERTADES Y DERECHOS

Se reconocía al rey “por la gracia de Dios y la Constitución”.

La Constitución de 1812 garantizaba la libertad de imprenta y de industria, el derecho de propiedad y la abolición de los señoríos, lo que representaba un fuerte impulso liberal en una nación que hasta entonces se había caracterizado por ser sumamente conservadora.

En materia religiosa, la Constitución identificaba a España como un Estado confesional católico (por lo que no admitía la libertad de culto), pero los diputados de Cádiz abolieron la Inquisición, restaurada luego por Fernando VII al regresar al trono.

Si bien no le otorgaba derechos a las mujeres, la Constitución de Cádiz fue un importante gesto de democratización y reconocimiento de derechos individuales que buscaba dejar atrás las instituciones del Antiguo Régimen.

LA CUESTIÓN AMERICANA

El asunto de las colonias era considerado por la Constitución de Cádiz ya en su primer artículo: declaraba que la nación española era “la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”.

Las colonias pasaban a ser provincias del Estado español, decisión en la que influyeron algunos diputados americanos como el mexicano Miguel Ramos Arizpe, el chileno Joaquín Fernández de Leiva, el peruano Vicente Morales Duárez o el ecuatoriano José Mejía Lequerica. De todos modos, debido a los conflictos que tenían lugar en América en aquellos años, el artículo 11 establecía que los territorios españoles se organizarían según una división más conveniente, que quedaría a cargo de una futura ley constitucional.

En las provincias de la península y de ultramar se favorecía la creación de ayuntamientos conformados por sufragio indirecto masculino que en territorio americano otorgó poder político a algunas élites criollas, lo cual atentaba contra el dominio de la aristocracia colonial. El retorno del absolutismo intentó dar marcha atrás con estas innovaciones pero solo avivó más los impulsos independentistas que se venían desplegando en América.

IMPORTANCIA HISTÓRICA DE LA CONSTITUCIÓN DE CÁDIZ

La Constitución de Cádiz representó un hito histórico en la modernización de España por tratarse de la primera Constitución española y por convertirse en un referente importante de los procesos independentistas hispanoamericanos. No solo fue restablecida durante el trienio liberal (1820-1823) y como antecedente de la Constitución de 1837 sino que influyó en el pensamiento liberal y en otras experiencias constitucionales españolas a lo largo del siglo XIX.

Además, fue recordada con orgullo por las poblaciones de Cádiz, ya que fue promulgada en el contexto de la resistencia contra el ejército francés. Un monumento fue construido en la ciudad en 1912 para conmemorar el primer centenario de la Constitución.

En América también se construyeron plazas y monumentos en homenaje a la Constitución y esta carta magna fue influyente en las repúblicas americanas que se fueron constituyendo a lo largo del siglo XIX, así como en el Reino de las Dos Sicilias que la tomó como propia tras hacer algunos cambios y traducirla al italiano.

 

 EL CONTEXTO HISTÓRICO SOCIAL E INTELECTUAL DE LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN.

La comprensión de la Constitución de 1812, la carta magna del liberalismo español, nuestra aportación fundamental quizás con el modelo regional-autonómico de organización del estado constitucionalismo, requiere en primer lugar una atención al contexto histórico e intelectual en que tuvo lugar la aparición del texto constitucional. La referencia contextual, que sin duda es una exigencia metodológica del estudio de cualquier material intelectual.

La constitución de 1812 es no sólo el exponente más brillante del liberalismo español sino que constituye la expresión y el instrumento más consolidado -aunque no el único- del primer intento de realización de la revolución burguesa en España. La constitución gaditana aspira a la sustitución de la planta jurídico-política del antiguo régimen. La crisis del antiguo régimen se manifiesta en España sonoramente en la guerra de la Independencia. Su quiebra, podríamos decir gráficamente, coincide con la propia decadencia moral y política de sus últimos monarcas, que engañados por Napoleón renuncian en favor de un Bonaparte a sus derechos sobre el trono español. Al tiempo se produce el derrumbamiento burocrático del sistema, pues las autoridades constituidas militar, eclesiástica, judicial y administrativa, capitulan y colaboran, exhortando al pueblo a que se someta. Como señalan SOLE TURA y AJA, a pesar de los ilustrados al finalizar el siglo XVIII, el Estado existente en España responde a los de una Monarquía absoluta: todo el poder político corresponde nominalmente al Monarca1.

En realidad el cuerpo social del antiguo régimen disfrutaba de una salud precaria. Se trataba de una sociedad de estructura estamental, basada en la agricultura que se encontraba dominada por las clases privilegiadas, con una industria en régimen de producción artesanal, muy fragmentada y orientada exclusivamente a satisfacer las necesidades rurales.

El resultado, en lo social, era una especie de feudalismo tardío, en que la nobleza, poseedora juntamente con la Iglesia y el Rey del 80% de las tierras, ejercía en los lugares de señorío, más de la mitad de los existentes-funciones judiciales y administrativas y nombraba en ellos alcaldes y corregidores, jueces y escribanos2. Estos privilegios de carácter feudal permanecen hasta las Cortes de Cádiz, en contraste con Francia o Inglaterra donde, desde el siglo XVII, la aristocracia había tenido que ceder a los funcionarios de la Corona -comisarios, intendentes, etc.- sus funciones judiciales y administrativas, y toda clase de poderes feudales, no conservando más que la propiedad y la exención de impuestos.

En lo económico la explotación estamental de la tierra se caracteriza por su irracionalidad, al hallarse sustraída en buena parte al mercado libre y sometida a un régimen de explotación indirecta, de modo que el dueño recibe la renta de sus arrendatarios que no invierte en mejoras sino en el consumo y la ostentación3. Junto a ello, la armada británica impidió la mayor parte del comercio entre España y América. Las guerras como muy recoge HERR, fueron un desastre fiscal para la Corona, que perdió tanto las remesas americanas como las tasas aduaneras4.

Un tan estrecho corsé: predominio de la realidad agraria, cerrazón ideológico-religioso, estancamiento y autosuficiencia económica, no podía satisfacer a la clase mercantil, a la incipiente burguesía comercial -industrial de la periferia, ni tampoco a una burocracia que se veía impotente y sin un reconocimiento suficiente como sector social y contemplaba la pobreza general de la sociedad.

Es precisamente en estos sectores, especialmente en el de la burocracia, donde la Ilustración española encontrará sus alternativas y su público, cuya actividad consiste en la crítica, de aspiración y alcance limitados, y en la propuesta de sus correspondientes alternativas, de la sociedad de su tiempo.

La Ilustración española no puede ser explicada como un movimiento imitador de lo francés ni como un proyecto intelectual -al que se llega en un proceso de madurez exclusivo y autónomo del pensamiento. Por el contrario, se trata de una formulación ideológica, esto es, responde a determinados intereses, que pretende la racionalización dentro de ciertos límites de la sociedad del XVIII para intensificar su producción económica.

El reformismo ilustrado tiene pues unos objetivos claros: la modernización económica y social de la sociedad en torno al cual se produce un importante acuerdo entre diversas clases sociales y como consecuencia de unos fenómenos de coyuntura generados por un auge demográfico que catalizará todo el sistema económico y unos límites también claros que acaban entrando en contradicción con aquellos y que explicará el fracaso del reformismo ilustrado, que no dejará de ser una ideología "flotante", y la agravación de la situación general de la sociedad del antiguo régimen. El reformismo ilustrado, en efecto, no pretendió nunca seriamente afectar ni a los valores, ni al sistema de estratificación estamental de la sociedad del XVIII.

Las propuestas racionalizadoras de la ilustración afectan bien a la infraestructura artesanal y agraria de la sociedad procurando el incremento de la población, realizando la apología del trabajo, la promoción de los haberes útiles, la crítica de los gremios; a la constitución del mercado nacional unificado reclamando proteccionismo exterior y libertad de circulación en el interior; a la reforma del sistema fiscal en un sentido de unidad, simplicidad y proporcionalidad, concibiendo al monarca como el instrumento general de la reforma.

El carácter inducido de la reforma que se realiza para el pueblo pero sin él es debido tanto a razones de fondo: carácter conservador de la reforma y timidez de la reforma; cuanto a razones tácticas: sólo la alianza con la corona tenía visos de dominar la influencia social, económica e ideológica de la Iglesia.

La crítica de la Ilustración contribuyó poderosamente a patentizar la situación de la sociedad del antiguo régimen, contribuyendo, a pesar de su insuficiencia, a agudizar sus contradicciones.

Determinados ataques parciales y limitados, como los dirigidos a la Iglesia o a los gremios, a pesar de su acotamiento, acababan por afectar al edificio total del régimen, cuyos cimientos no se intentaban cuestionar. Algunos autores como ha mostrado la lúcida monografía de Antonio ELORZA, componente de lo que podríamos llamar la Ilustración tardía, -Larraquibar, Cañuelo, Arroyal, acabaron superando el horizonte intelectual de la propia Ilustración y defendieron la división de poderes frente al absolutismo, el individualismo, la secularización, el abstencionismo legal frente al intervencionismo y concibieron el origen contractual de la sociedad no como un pacto de sujeción sino de cesión limitada de la soberanía.

La difícil situación del antiguo régimen se acentúa en el reinado de Carlos IV en el que coincide el "despotismo ministerial de Godoy que invalida la implantación estratégica de la reforma,y los ecos destructores de la revolución francesa, añadiéndose también la depresión económica de 1804-1806 que genera desequilibrio social y profundo malestary la política exterior de Carlos IV, a la cual se achacaba, sobre todo en Cataluña, la ruina del comercio por la guerra contra Inglaterra y la bancarrota de las fortunas particulares por la inflación de los vales reales. Las medidas draconianas de Carlos IV, alentadas por Godoy, tendentes a eliminar cualquier vestigio de las incipientes reformas ilustradas, se activa la inquisición, se clausuran periódicos y se prohíben las obras del pensamiento crítico del siglo XVIII (Rousseau, Voltarie y Montesquieu); estas medidas lejos de consolidar la monarquía absoluta de Carlos IV, puso en evidencia la propia fragilidad y contradicción del sistema al tener que recurrir en política internacional a la alianza con Francia, de cuyo peligro ideológico de contaminación, precisamente se quería huir5.

Es en efecto, a nuestro juicio, en este marco de profunda crisis del sistema del antiguo régimen donde debe situarse la Guerra de la Independencia, escenario en que surge nuestra primera constitución verdadera.

  LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIAY SUS CONSECUENCIAS.

La Constitución de Cádiz, ciertamente, es el principal producto de la guerra de la Independencia, pero desde luego no es su único resultado. Son muchos los aspectos de ella que supusieron innovaciones históricas de gran interés, de modo que su transcendencia y no sólo desde el punto de vista español, difícilmente puede ignorase.

La primera cuestión afecta al propio significado global de la guerra ¿se trató exclusivamente de una experiencia bélica, de la primera gran guerra nacional, una explosión de patriotismo anti francés, o fue el marco de un intento revolucionario de cambio del modelo social y político de un país? Sin duda como ha llegado a admitir la totalidad de la doctrina histórica, bajo el lema Dios, Patria, Rey que presidió este alzamiento no es difícil desentrañar el deseo de aprovechar aquella oportunidad para dar al Estado una orientación nueva.

La sacudida popular había sido tan intensa que el reformismo político y social se convirtió necesariamente en uno de los objetivos principales de la lucha, al lado del palmario deseo de conservar la independencia de España.

El pueblo luchaba por unos ideales concretos y primarios: su casa, la religión de sus mayores; la patria y el rey destronado. Pero sería un craso error ignorar el fermento de renovación social. En los primeros tiempos del movimiento era muy fácil que se llamara "afrancesado" a los principales contribuyentes de una localidad.

Con todo las dimensiones sociales y revolucionarias de la guerra no deben exagerarse. El pueblo, superadas las primeras —-reacciones -como recuerda CARR-, acaba poniéndose detrás de sus -líderes "naturales" los prohombres de la pequeña nobleza y de la burguesía que encabezan las Juntas6.

Otro segundo aspecto importante de la Guerra de la Independencia se refiere a las innovaciones bélicas que la misma presenta y la denota de las tropas francesas, teóricamente muy superiores a los contingentes españoles, fue debida al característico modo español de conducir la guerra: la guerrilla. Se trataba, actuando con la ayuda del paisanaje, de forzar la dispersión y el desgate de la ocupación a las fuerzas francesas, debilitando así su fuerza efectiva. La guerrilla española constituyó la primera aparición histórica de lo que hoy se llama guerra revolucionaria.

La guerrilla, como ha descrito el Prof. JOVER, fue, ante todo, como la agricultura y la ganadería, un género de vida que, bajo nombres distintos, partidas nacionales contra las francesas; -partidas absolutistas durante el trienio liberal 1 820-I 823; partidas carlistas durante la guerra civil de los Siete Años 1 833 -1 840, practica una parte considerable del pueblo español durante/ casi todo el siglo XIX.

Otro aspecto importante de la guerra de la Independencia y que ha sido destacado por CARR es el de que supuso la intromisión de los militares en la política. La guerra de la Independencia legó para el futuro un ejercicio hipertrofiado, aunque democrático, que buscará en la intervención política no sólo una salida a su ocio, sino el modo de conseguir un ascenso profesional. De otro lado durante la misma, se fraguará una oposición gobernantes ejército que tampoco nos abandonará en nuestra historia contemporánea, fueron, en efecto, generales como Palafoxy Romana, los primeros de una larga serie que afirmaron que los oficiales del Ejército encarnaban la voluntad de la nación, trastocada por una camarilla egoísta de políticos impopulares. De modo que, en efecto, a lo largo de la guerra nunca cesaron los rumores de un golpe de mano militar contra los civiles ineptos.

Al realizar un balance de la significación global de la guerra de la Independencia, y junto con las consecuencias económicas, tenemos también: destrucciones masivas, emancipación americana, e interrupción de las remesas de plata, confusionismo monetario, ha llamado magistralmente la atención sobre su incidencia en la cultura política de los españoles. Produjo indudablemente una cierta habituación a la suplantación de la ciudadanía activa por las soluciones de fuerza, lo que supuso en el campo de la ética individual y social un menosprecio por la vida humana, ya fuera propia o ajena, que lo mismo conducirá a ejemplos admirables de heroísmo y sacrificio que a incalificables actos de barbarie escudados en el servicio de nobles causas. Esta familiaridad del español con la violencia como medio ideal para dirimir los conflictos que no nos abandonará ya.

 EL PRECEDENTEY SIGNIFICADO DE LA CONSTITUCIÓN DE BAYONA.

La Constitución de Bayona es considerada, un producto de la guerra de la Independencia, primera ley fundamental de nuestro constitucionalismo y que estimuló sin lugar a dudas la voluntad constituyente de la España en armas. Se trata de un estatuto otorgado por José I a pesar de que se presenta en el preámbulo con una fórmula pactada. Su autor efectivo era Napoleón, que combinó instituciones tradicionales francesas con sus propios Senados-Consultos y los estatutos de Nápoles y Holanda. Un conjunto de notables afrancesados convocados en Bayona, unos 65, el Consejo de Castilla y la Junta de Gobierno hicieron sugerencias al proyecto de Napoleón y evitaron, que en el estatuto se impusiera el Código francés o se restringiese el desarrollo de las órdenes religiosas, logrando importantes atribuciones presupuestarias para las Cortes.

La Carta fue promulgada el 6 de julio de 1 808 pero su legitimidad fue más que dudosa y su existencia estuvo cuestionada constantemente por el estado de insurrección y guerra abierta entre los bonapartistas y el pueblo español, quien no acabó de aceptar la entronización operada por el corso en su hermano José I. La estructura formal de este texto es mas bien extensa, 146 artículos pero como ha señalado entre nosotros TORRES DEL MORAL un texto cuya redacción está poco cuidado en su estilo, con alusiones constantes a la lealtad hacia Napoleón con innecesarias reiteraciones e imprecisiones10.

El objetivo del proyecto era tanto legitimar la nueva dinastía cuanto establecer un instrumento para la reforma de la gobernación del Estado. Se instituye, un sistema de tres cuerpos con intervención en la legislación. Las Cortes con tres estamentos intervendrían en la aprobación de los presupuestos y materias importantes, serían convocadas y disueltas por la Corona y habrían de tener una reunión obligada cada tres años y sus sesiones serían materia secreta. El Senado cuya función es la protección personal y de imprenta, se traba de una cámara dotada de la atribución de suspender la Constitución a petición del Rey y, en tener lugar, Consejo de Estado con una función informadora de los proyectos de ley y atribuciones en la jurisdicción contencioso-administrativa11 .

La contribución más importante que de haberse aplicado verdaderamente la Constitución hubiese supuesto una profunda transformación de la organización social y política consistía en la introducción tímida de algunos principios liberales, inéditos en España, como el habeas corpus, la inviolabilidad domiciliaria, igualdad ante la ley, y la abolición del tormento; y en la propuesta de un programa de reformas como la unidad de códigos, consolidación de la deuda pública; supresión de aduanas interiores y los privilegios de exportación e importación de las colonias; separación del tesoro público de la Corona; reducción de los mayorazgos a ciertos límites; revisión de los Fueros de las Vascongadas. La implantación del régimen constitucional se haría de manera progresiva señalándose un plazo de cuatro años largos para su realización y sólo dos años más tarde se llegaría a la libertad de imprenta, concesión que aparece como la coronación del edificio.

También como recoge el Título X del Estatuto se contempló que los reinos y provincias de América gozaban de los mismos derechos que la metrópoli, tendrían libertad de toda especie de cultivo e industria y facultades para el comercio recíproco entre los reinos y provincias entre sí y con la metrópoli.

La labor de instauración de un régimen liberal burgués fue llevada a cabo en su aspecto jurídico-institucional fundamentalmente por la Constitución de 1812, pero ésta fue precedida por una importante actividad legislativa de las Cortes de Cádiz de liquidación de los fundamentos económicos y jurídicos en que se asentaba la vieja sociedad estamental, cuya transcendencia revolucionaria no debe exagerarse, al menos en un sentido material, La ley del 6 de Agosto de 1811 viene a abolir las supervivencias del régimen señorial en el campo al suprimir los señoríos jurisdiccionales y abolirtodo privilegio señorial exclusivo, privativo o prohibitivo. Esta ley sería completada dos años más tarde por otra ley que suprimiría los mayorazgos inferiores a tres mil ducados de renta anual.

En el decreto XXXI de 9 de febrero del 1811 se produce la gran victoria de la posición americana en el transcurso de los debates sobre la libertad de imprenta, la derogación de la inquisición y del tributo indígena y la prohibición de vejaciones a los indios primitivos. En el mismo decreto, se declaró que criollos, mestizo e indios podían accedere paridad con los peninsulares a instituciones civiles, eclesiásticas y militares.

El decreto del 17 de Junio de 1812 inicia tímidamente el proceso de desamortización eclesiástica, disponiendo la enajenación de los bienes de las comunidades religiosas extinguidas o reformadas por el gobierno de José I.

El decreto del 4 de Enero de 1813 dispone la parcelación y subsiguiente reducción a la propiedad individual plena y acotada, de los terrenos propios, realengos o baldíos, con excepción de los ejidos de los pueblos; teniendo en cuenta la situación creada por la guerra, se disponía que sólo la mitad de estas tierras fuera.

 EL MARCO POLÍTICO HISTÓRICO EN ESPAÑA E IBEROAMÉRICA.

El estudio de la Constitución de 1812, tras una breve introducción que recuerde los datos fundamentales de su génesis histórica y la actuación del poder constituyente, debe abordar las innovaciones esenciales que supuso en el terreno de los principios, la descripción de sus órganos constitucionales; e intentar aclarar su significación en la historia del derecho público español, cuestión íntimamente relacionada con su originalidad y la procedencia de sus fuentes ideológicas. Algo debe decirse sobre su significado global político, esto es pronunciarse sobre su adecuación o inadecuación a las necesidades de la España política de su tiempo; y finalmente señalar la precariedad de su existencia.

Las Cortes de Cádiz -Cortes generales y extraordinarias-fueron convocadas el 29 de Enero de 1810 por la Junta Central Suprema, que se había constituido por acuerdo de las diversas juntas provinciales y locales. El propósito no fue sólo atender a las necesidades de la guerra, sino proceder a la reforma de la organización política del reino y según el primitivo plan las Cortes estarían compuestas de dos estamentos uno popular y otro de dignidades de modo que se conservase la estructura sustancial de las Cortes del Antiguo Régimen.

Las elecciones se celebraron en el verano de 1 8 10 en las provincias no ocupadas por los franceses, mediante sufragio ejercido por los mayores de 25 años avecindados en un distrito electoral y que tenían en él casa abierta.

La reunión de las Cortes tuvo lugar finalmente en una sola Cámara, a convocatoria de la Regencia, que había sustituido por inoperante y estar escindida ideológicamente, a la Junta. Las Cortes se reunieron en la Isla de León que después sería San Fernando- el día 24 de Septiembre de 1810: en ese mismo día se emite su primer Decreto en que se reconocen lo que serán los tres principios medulares de la futura Constitución: La soberanía nacional, la división de poderes y el nuevo carácter de la representación.

La obra de las Cortes se comprende mejor prestando atención al carácter cosmopolita, comercial y abierto de Cádiz,

La mayor parte de las provincias de Nueva España, incluida Centroamérica, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Perú, el reino de Quito y la Banda oriental, apostaron en esa fase por una vía intermedia como fue el liberalismo gaditano22. Querían reformas, eran Monárquicos, pero no absolutistas, por lo que desde esa perspectiva, el término realista en este periodo, pues no significaba necesariamente ser partidario del Antiguo Régimen, ni tampoco español, ya que muchos criollos estaban inmersos en esta propuesta posibilista y viable23. No obstante, las provincias del Rio de la Plata, Chile, Paraguay, gran parte de Nueva Granada y parte de Venezuela, desconocieron la vía liberal autonomista americana que se estaba planeando en Cádiz.Y aquí la lucha se volvió no sólo armada sino sobre todo ideológica y política, dado que muchos de los decretos y medidas que la insurgencia planteaba serán también propuestos, y en muchas ocasiones asumidos, por los liberales gaditanos de "ambos hemisferios" y viceversa. Lejos de ser compartimentos estancos, ambas vías estaban interrelacionadas en muchas ocasiones por los mismos actores que, según la coyuntura y circunstancias, se situaban en una u otra posición, tenían amigos y enemigos dentro y fuera, siendo partidarios de determinadas medidas y estando en contra al mismo de otras. De esta forma la censura en 1810 será doble: por una parte los territorios insurreccionados; por otra, los antiguos virreinatos -novohispano y peruano- que se mantuvieron dentro de la Monarquía, que ahora era parlamentaria y que en 1812 será también constituciona.

El proyecto de constitución fue elaborado por una Comisión y la discusión del pleno duró desde Agosto de 1811 hasta Febrero de 1 8 1 2. La discusión del texto del proyecto no se realizó en sesiones enteras y continuadas, sino alternando este tema con otros de carácter político, militar o de legislación ordinarias, lo cual explica la larga duración del debate, que, en cualquier caso, no supuso una alteración sustancial del proyecto. En sesión solemne del 19 de Marzo de 18 1 2 se procedió al juramento y promulgación en las Cortes.

Destacaron, entre otros muchos, en la discusión, ARGUELLES, MUÑOZ TORRERO, CALATRAVA, BORULL y el Conde deTORENO.

VUELVE EL ABSOLUTISMO, SE DESVANECE EL AUTONOMISMO DOCEAÑISTA

Y llegó la reacción. El 4 de mayo de 1814, triunfó el golpe de Estado de Fernando. La obra legislativa emprendida por las Cortes de Cádiz llegó a su fin. También la esperanza de los americanos autonomistas que apostaban por una vía doceañista intermedia entre el independentismo y el colonialismo absolutista. Una decena de significados diputados americanos serán encarcelados, otros podrán escapar a la reacción absolutista exiliándose en diversos países europeos o regresando a América. Quebrado el doceañismo, la vuelta al absolutismo para América representará el regreso, reforzado, de autoridades coloniales y el combate, sin tregua, contra la insurgencia. Quedaba con ello frustrada una esperanza, al menos hasta 1820. Quizá definitivamente.

El pronunciamiento de Rafael del Riego el 1° de enero de 1820 va a suponer la proclamación, finalmente, de la Constitución de 1812. Ante la presión del liberalismo urbano, el monarca se vio obligado a jurar la Constitución el 7 de marzo de 1820. Se inauguraba un segundo período constitucional doceañista. Sin embargo, la realidad política y social era diferente a la anterior década: el Deseado reinaba y juraba la Carta Magna, buena parte del territorio americano seguía o estaba insurrecto, la situación peninsular era de tensa calma pero no de guerra y habían transcurrido seis difíciles años de absolutismo para los liberales.

De inmediato se decretó una amnistía para los encarcelados por delitos políticos, la proclamación de los decretos doceañistas, la restitución de los ayuntamientos constitucionales, de las diputaciones provinciales y la formación de una Junta provisional consultiva. Volvía el doceañismo, también para y en América. Doceañistas: propuestas, ideología y políticos que ahora iban a ser superados en sus reivindicaciones por sectores más radicales del liberalismo peninsular y americano. Paradójicamente, las propuestas políticas en la península se radicalizaron hacia la democracia, mientras que en la mayor parte de las repúblicas americanas, esta radicalización será nacionalista –independentista– pero no ideológica y política, ya que la base jurídica, política y social doceañista, en general, no será superada en los nuevos Estados americanos.

La Junta convocó a elecciones, reunió a las Cortes y suprimió la Inquisición, restableció los jefes políticos, la libertad de imprenta, etcétera. La Carta Magna comportaba la concepción hispana de la revolución: la integración constitucional de los territorios americanos que no estaban bajo el poder de la insurgencia o que permanecían independientes. Las nuevas Cortes iniciaron sus sesiones el 9 de julio de 1820.

A la revolución se hacía más patente la oposición del rey al proyecto constitucional. Si la revolución devenía en una espiral imparable con el triunfo del liberalismo radical o "exaltado", la contrarrevolución también. Ésta se había desenvuelto desde el mismo día que Fernando VII fue obligado a jurar la Constitución.

La contradicción para los liberales era palpable: realizar la revolución, mantener América con un proyecto liberal y autonomista, sobrevivir en el contexto absolutista del Congreso de Viena y, todo ello, con un rey que aprovechaba el marco constitucional para frenar los avances revolucionarios liberales. Además Fernando, en secreto, estaba conspirando para que la Santa Alianza decidiera intervenir militarmente contra el Estado liberal. Reacción que tuvo en el clero, afectado por las reformas liberales y por las desamortizaciones, el sector social que difundirá consignas antiliberales entre las clases populares campesinas. El 1° de octubre Fernando VII volvía a ser un rey absoluto.

REVOLUCIÓN SIN DOCEAÑISMO, CONSTITUCIÓN SIN AMÉRICA: 1837

La proclamación, por tercera vez, de la Constitución de 1812 en el verano de 1836 supuso el regreso de las conquistas doceañistas de la revolución burguesa como el sufragio universal indirecto, los ayuntamientos constitucionales, la milicia nacional, los límites al poder real, las diputaciones provinciales, etcétera.27 Pero también, insistamos, la integración en calidad de igualdad de derechos y de representación de los ciudadanos de las provincias americanas que comportaba, necesariamente, la convocatoria a eleccio

DEROGACIÓN

La Constitución de Cádiz tuvo una vigencia breve, de apenas dos años. La derrota napoleónica en la Guerra de Independencia permitió el retorno al trono español de Fernando VII en 1814, quien derogó la Constitución y disolvió las Cortes junto con la detención de los diputados liberales, con el objetivo de volver a instaurar el absolutismo y revertir la importante cantidad de cambios modernizadores que la Constitución de Cádiz había implementado.

Esto acarreó numerosas consecuencias, como el alzamiento de las colonias americanas, que vieron frustrada su posibilidad de gozar de cierta autonomía y reconocimiento como provincias del Estado español. La Constitución de Cádiz sirvió posteriormente como modelo para algunas constituciones republicanas de Hispanoamérica una vez que las colonias se liberaron de España.

La Constitución de Cádiz volvió a entrar en vigencia en 1820 cuando Fernando VII se vio obligado a restablecerla tras el pronunciamiento de Riego que dio inicio al trienio liberal (1820-1823). Luego de la reacción absolutista que volvió a derogar la Constitución en 1823, sobrevino un nuevo período liberal que la adoptó en 1836 bajo la regencia de María Cristina de Borbón y que desembocó en la reforma que dio origen a la Constitución de 1837.

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 10 de septiembre de 2023

 

LA GENERACIÓN DEL 1914

Si la llamada generación del 98 inicia una Edad de Plata de la literatura española, el panorama intelectual y cultural español empezó sin duda a cambiar en torno al comienzo de la Primera Guerra Mundial. En ese momento había aparecido ya en el escenario público una nueva generación cuyos rasgos distintivos fueron patentes tanto para la precedente como para ella misma. La voluntad de ruptura con el mundo de la Restauración fue mucho mayor y que, además, se hizo desde la perspectiva de una dedicación profesional y con una proyección colectiva, mientras que la generación anterior estuvo formada por grandes individualistas. Si la vieja generación estuvo formada por periodistas la nueva, en cambio, fue sobre todo de profesores universitarios.

La ocasión a la que, de forma simbólica, se atribuye la condición fundacional de esta nueva generación es la Fundación de la Liga de Educación Política en octubre del año 1913 que fue seguida, meses después, por una conferencia acogida al título Vieja y nueva política

Si España era un problema, Europa -y, con ella, la modernidad o la democracia- era la solución. Esta última evidencia se convirtió en tal precisamente en estos momentos porque los miembros de esta generación, aparte de fundar nuevas instituciones, se beneficiaron de la existencia de otras que habían emergido en el período anterior, como la Junta de Ampliación de Estudios, creada en el año 1907, gracias a la cual varios millares de becarios pudieron formarse en universidades europeas.

En los intelectuales de esta generación la acción dirigida hacia la vida pública de modo colectivo constituyó una obligación ética y una tentación permanente, mientras que en el caso del 98 lo característico fue más bien la insobornable individualidad. Muchos de los miembros de la generación de 1914 actuaron en política partidista, como fue el caso de Azaña

Otros sintieron la vocación de influir en ella o tuvieron sus incursiones para abandonarla después, como fue el caso de Ortega y Gasset

Como en cualquier otro período de la Historia cultural española, cabe encontrar un paralelismo entre la posición de los intelectuales ante la vida pública y la creación literaria o estética.

. En la prosa y en la lírica de Juan Ramón Jiménez se ha apreciado una clave krausista en lo que tiene de aprecio por lo popular y por el paisaje.

La europeidad de esta generación fue perceptible en la aparición de una vanguardia literaria y plástica en un plazo relativamente corto de tiempo. La primera manifestación fue la llamada greguería de Ramón Gómez de la Serna, combinación de humor y metáfora pero caracterizada sobre todo por una voluntad subversiva respecto a cualquier categoría existente. Más adelante, gracias al movimiento conocido como ultraísmo, la poesía se impregnó de estas novedades. De todos modos, la vanguardia no llegó a consolidarse de forma definitiva sino en los años de la guerra mundial o en la inmediata posguerra para difundirse incluso de forma mayoritaria en la década de los veinte entre los medios juveniles. Sin embargo, no se puede excluir del impacto de la vanguardia a las generaciones de mayor edad. El esperpento de Ramón del Valle Inclán une la vanguardia formal a una desgarrada intervención en el terreno de la vida pública.

En cuanto a la vanguardia en artes plásticas, se da la paradoja de que habiendo sido españoles algunas de sus figuras señeras como Pablo Picasso y Juan Gris, más adelante, en la primera posguerra mundial, Joan Miró, y, al final de los veinte, Salvador Dalí, la introducción de las novedades fue un tanto tardía y edulcorada. La primera manifestación de ella fue una vuelta a un cierto clasicismo transformado por el impacto de Cézanne o los fauves. Esta plástica alcanzó una temprana difusión en Cataluña antes de la Primera Guerra Mundial y fue impulsada por Eugeni D'Ors, la figura más señera de la intelectualidad catalana de la segunda generación secular, la cual, a diferencia de lo sucedido en el resto de la Península, llegó a ejercer el poder político. A partir de los años veinte estos artistas -Sunyer, Torres García, Clará...- tuvieron un claro paralelismo en las artes plásticas madrileñas. De todos modos, el gusto español permaneció anclado durante mucho tiempo en fórmulas regionalistas o costumbristas con algunas excepciones, como la catalana o la vasca. En realidad, para hablar de una verdadera vanguardia hay que remitirse al período de la Primera Guerra Mundial, durante el cual se refugiaron en España algunos importantes artistas formados en Francia como Picabia o Delaunay.

De los años de la posguerra data no sólo el neoclasicismo cezanniano sino también el cubismo de Vázquez Díaz. De todos modos, si por algo se caracteriza la exposición que se considera fundacional en el movimiento vanguardista -la de la Sociedad de Artistas Ibéricos en 1925- es por el eclecticismo. Sólo a fines de los veinte hicieron su aparición las primeras muestras del surrealismo.

 

La generación del 19144  tuvo su líder intelectual en José Oretga y Gasset, que acertó a formular muy pronto su programa cultural y político: modernizar España, de acuerdo con el lema "España es el problema, Europa, la solución", donde Europa significa específicamente la ciencia natural y la democracia liberal.

Entre 1913 y 1914 se producen los acontecimientos que van a dar identidad pública a la generación. El 23 de noviembre de 1913 el poeta Juan ramón Jiménez y el mencionado Ortega y Gasset organizaron en Aranjuez un homenaje de desagravio a un literato de la generación del 98 - Azorín - porque a su juicio había sido rechazada injustamente su candidatura para ingresar en la Academia de la Lengua.

Era una excusa de los jóvenes intelectuales españoles para aparecer en público y mostrar ante la sociedad su voluntad de intervenir en los destinos de la nación. Un mes antes comenzó a circular el panfleto de la Liga de Educación Política Española, cuyo ideario será expuesto por Ortega en la conferencia Vieja y nueva política en marzo del año siguiente. En éste texto, el pensador contrapuso las viejas formas del caciquismo y las elecciones amañadas por el Gobierno frente a la nueva política basada en la propuesta de "liberalismo" y "nacionalización";los dos términos con que Ortega resumía su programa regenerador.

A los antes mencionados acontecimientos le sigue la afiliación en masa de sus miembros alPartido Reformista de Melquiades Álvarez (formación de oposición moderada al régimen canovista), así como la fundación de la revista España (órgano de expresión del nuevo grupo). Significativamente, esta publicación fue fundada, y dirigida en su primer año, por Ortega, al que sucedieron como directores otros miembros del grupo, como Luis Araquistáin y Manuel Azaña.

A diferencia de los modernistas y los noventayochistas, en la generacion de 14 no solo hay literatos y artistas; también hay juristas, filósofos, científicos, y varios polígrafos (intelectuales que tienen la capacidad de hacer aportaciones sobre múltiples especialidades). Los llamados novísimos se distinguieron por su potente formación intelectual, mucho más intensa e internacional que los anteriores creadores españoles; la mayoría estudiaron en el extranjero y muchos fueron catedráticos de universidad. Su voluntad de ejercer de agentes del cambio sociopolítico y generar idearios nuevos motivó que se dedicaran más al periodismo que los itelectuales que les precedieron.

Otro rasgo característico de la generación del catorce fue su importante dedicación a la política; más aún que sus predecesores de la Generación del 98. Ocuparon durante la Segunda República cargos en el gobierno, actas de diputados, embajadas y cargos en organismos internacionales.

Es sabido que los límites de una generación son borrosos. Para la generación 14 se establece el de los nacidos en la década de los ochenta, que cumplen en torno a treinta años hacia 1914.

En la generación del 14 predominaron los ensayistas con distintas formaciones y dedicaciones: los juristas Fernando de los Ríos (1879-1949) y Manuel Azaña (1880-1940); los filósofos José Ortega y Gasset (1883-1955), Eugenio D´ors (1882-1952) y Manuel García Morente(1886-1942); el historiador Américo Castro (1885 - 1972) y los polígrafos Salvador de Madariaga (1886-1978) y José Moreno Villa (1887-1955);

Un segundo colectivo fue el formado por los científicos: el médico Gregorio Marañón (1887-1958), el matematico Julio Rey Pastor (1888-1962), el físico Blas Cabrera (1878-1945), el médico o científico Gustavo Pittaluga (1876-1956).

Un tercer grupo se dedicaron intensamente al periodismo, pero tenían como orígen o dedicación principal la literatura: Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), Ramón Pérez de Ayala (1880-1962) y Luis Araquistáin (1886-1959). Singular es el caso de Juan Ramón Jiménez (1881-1958) - inciador del grupo - que se dedicó preferentemente a la poesía, participando muy poco del debate público de las ideas.

Finalmente, un cuarto orígen de su miembros eran las artes: los pintores Pablo Picasso (1881-1972), Daniel Vázquez Díaz (1882-1969),Benjamín Palencia (1894-1980), Juan Gris (1887-1927) y el dibujante Luís Bagaría (1882-1940), entre otros.

En su conjunto, formaron el grupo de creadores más importante de la historia del pensamiento español .

Lo más característico de la generación española del catorce es haber tenido un programa constructivo de cara al futuro, partiendo del convencimiento de que España se puede reformar gracias a la inteligencia, al esfuerzo y a la creación de instituciones adecuadas. Rompieron con el pesimismo nihilista de la generación del 98, aunque no con sus logros estéticos y su espíritu crítico, afianzando algunas de las instituciones que ya se habían creado como la Residencia de Estudiantes, la Junta para Ampliación de Estudios o las reformas a fondo que se llevaron a cabo en la universidad pública como el plan de estudios de las facultades de filosofía y letras de Madrid y Barcelona (Plan Morente).

A ello hay que añadir la creación de medios de comunicación: diarios Fundadores de El Sol en la redaccióncomo El Sol, Crisol, revistas (Revista de Occidente, Índice, Leviatán, La Pluma, Prometeo) y editoriales (Calpe, la editorial de Revista de Occidente). Como hombres muy pendientes de las novedades, supieron aprovechar los avances técnicos, prestando atención prestada a los nuevos medios de comunicación como la radio y el cinematógrafo.Puede decirse que tuvieron éxito en lo cultural y, en general, en llevar a cabo el proyecto demodernización del país en el orden económico, industrial, etc., aunque fracasaron en lo político al no haber sido posible su proyecto de realizar la reforma de la monarquía de Alfonso XIII.

Los intelectuales del catorce argumentaron y lideraron la lucha contra la Dictadura.

Así, la generación 14 tuvo un papel protagonista en la instauración de la Segunda República.

Manuel Menéndez Alzamora

En la primavera y el verano de 1898 España se agita en convulsión extrema: el 14 de julio los norteamericanos entran en Manila y el 17 de julio se rinde Cuba. Por vez primera los intelectuales hablan con nombre y voz propia para exhibir una trágica palabra: Desastre. Los nuevos protagonistas intelectuales convierten en emblema generacional una idea: la regeneración pasa por Europa. Ábranse las ventanas, clama Unamuno. Las pensiones de la Junta para Ampliación de Estudios llevan a las universidades europeas a una élite juvenil que de vuelta importará las vanguardias del conocimiento y el avance de los últimos saberes. La política en este nuevo escenario es entendida como pedagogía política y la prensa Sé convierte en el lugar preeminente de la acción política: Faro, Europa y España son los principales órganos de intervención periodística de la Generación entre 1907 y 1915. Este ensayo profundiza en los orígenes políticos de la Generación del 14 y explica cómo cobra vida en las páginas de la prensa una aventura intelectual, colectiva y política en los últimos momentos de la Restauración y en los albores de la Segunda República. Aunque la aventura generacional se cierra para siempre en el verano de 1936, tanto el sueño de una democratización cultural y cívica como la idea de una política en la que los valores fundamentan los actos resuenan con ecos plenos de vigencia.

Generación de 1914

 

José Ortega y Gasset.

Generación de 1914 es una etiqueta historiográfica que designa a un grupo generacional de escritores españoles intermedio entre las generaciones de 1898 y de 1927. El término fue acuñado por Lorenzo Luzuriaga, pedagogo y miembro de la Liga de Educación Política, en un artículo de 1947 donde reseña las Obras Completas de José Ortega y Gasset. Eligió ese año por ser en el que apareció el primer libro importante de Ortega (Meditaciones del Quijote) quien, también en el mismo año, se confirmó como un intelectual con gran presencia pública gracias a su conferencia sobre Vieja y nueva política.1 El indiscutible prestigio del filósofo hace que se la denomine también generación de Ortega.

 

A ella pertenecerían los nacidos en torno a 1880 y que comenzaron su actividad literaria ya en el siglo XX, alcanzando su madurez en los años próximos a 1914. Entre ellos se cuentan, además de Ortega, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Gustavo Pittaluga, Manuel Azaña y Gregorio Marañón;2 y desde planteamientos estéticos distintos, pero en ciertos puntos comparables, el poeta Juan Ramón Jiménez y el inclasificable vanguardista Ramón Gómez de la Serna. También se les conoce como novecentistas o generación del novecientos, por su coincidencia con el movimiento que Eugeni d'Ors, desde Cataluña, definió como noucentisme. Es característico en la mayor parte de ellos la elección del ensayo y del artículo periodístico como vehículo esencial de expresión y comunicación.

 

El acontecimiento más relevante de 1914, el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), fue especialmente significativo para esta generación, a pesar de no marcarla de manera tan decisiva como a las equivalentes de los países que sí intervinieron militarmente y que no suelen designarse como generación de 1914, sino con otros términos —como lost generation,3 generation du feu4 —. La neutralidad de España en este conflicto trajo consecuencias sociales, políticas y económicas (crisis de 1917) y en el plano intelectual desencadenó la división entre los partidarios de las potencias centrales (germanófilos) y los de sus enemigos (francófilos y anglófilos). Este debate vino a prolongar la anterior polémica entre españolizar Europa o europeizar España mantenida especialmente por Unamuno y Ortega y que se conoce por el lema unamuniano ¡Que inventen ellos!; y la existente entre el regeneracionismo y el casticismo, de raíces aún más antiguas.

 

En gran medida son comunes a las del grupo noucentista (véase Novecentismo#Características).

 

Racionalismo y sistematización. Frente a la generación anterior, del 98, autodidacta y anarquizante, e influida por corrientes filosóficas irracionalistas o vitalistas; los miembros de la generación del 14 se caracterizan por su sólida formación intelectual y por la sistematización de sus propuestas.

Frente al ruralismo de la generación de 1898 (que buscaba en el paisaje y el paisanaje, especialmente el de Castilla, la esencia de lo español), la atención se vuelve hacia la ciudad y los valores urbanos (civiles y civilizadores).

Europeísmo y concepto de España. Se sienten atraídos por la cultura europea y analizan los problemas de España desde esa nueva perspectiva. Su propuesta consiste en modernizar intelectualmente el país. Desde ese punto de vista, sus aportaciones al llamado debate sobre el Ser de España van en un sentido distinto al de la generación precedente (generación de 1898), aunque no hubo una postura generacional común; ni siquiera entre los que formaron parte de la Agrupación al Servicio de la República (Marañón, Pérez de Ayala y Ortega) con los que se implicaron en el gobierno de ésta (Azaña), y sobre todo después de la Guerra Civil Española, en que los debates mantedidos durante el exilio republicano caracterizaron la actividad intelectual de personalidades como Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz.

Activismo transformador y búsqueda del poder. Incorporación a la vida activa y oficial para aprovechar los resortes del poder en la transformación del país. Consideran que su propuesta de cambio no puede limitarse a quedar expuesta en sus escritos, sino que debe realizarse desde el poder. De ahí que participen activamente en la vida política y social de España.

Intelectualismo. El rechazo del sentimentalismo y de la exaltación personal les lleva al análisis racional del arte, incluso en poesía.

Esteticismo y deshumanización del arte (expresión acuñada por Ortega en el título de uno de sus ensayos, de 1925). Ese arte deshumanizado que para Ortega es el arte moderno no alude precisamente al de comienzos de siglo sino al de las vanguardias del periodo de entreguerras; un arte puro o arte por el arte que en literatura produce la denominada poesía pura. Que el arte haya de perseguir como finalidad única el placer estético no era una idea nueva, encontrándose ya en el parnasianismo francés del siglo XIX.

Clasicismo. Los modelos clásicos, griegos y latinos, se imponen de nuevo y la serenidad se convierte en factor estético dominante.

Formalismo (preocupación por la forma). Su estética tiene como principal objetivo la obra bien hecha. Ese anhelo conduce a la depuración máxima del lenguaje, a la perfección en las formas y a un arte para minorías.

Elitismo, consecuencia de lo anterior.

Concepto de vanguardia estética, intelectual y social: el cambio ha de venir desde arriba, desde una minoría (Juan Ramón Jiménez hizo famosa su dedicatoria a la minoría, siempre), lo que justifica la opción por una literatura difícil, para minorías, elitista e incluso evasiva (es decir, una separación entre vida y literatura que evada al artista de la realidad, encerrándolo en una torre de marfil5 -el mismo Juan Ramón procuraba abstraerse de toda influencia externa, incluso sensorial, encerrándose físicamente para crear-6 ); pero también produce otra opción: la de proyectar ese cambio estético en una transmutación de la sensibilidad de la mayoría, que mejore la percepción y el acceso de las masas hacia la cultura y la ciencia. La relación con las masas mantuvo por tanto una difícil dialéctica, presente en la obra de Ortega (La rebelión de las masas, su famoso No es esto, no es esto,7 ante la no coincidencia de sus proyectos ilustrados y la realidad de la Segunda República). Las ideas no eran estrictamente nuevas, y provenía del krausismo y la Institución Libre de Enseñanza; y tampoco se restringieron al noucentisme o a la generación del 14. De hecho, su realización efectiva correspondió a los jóvenes de las generaciones siguiente (la del 27, con las Misiones Pedagógicas y La Barraca, en el contexto de la Segunda República; y la generación de 1936, en el contexto trágico de la Guerra Civil y la simultánea revolución social -Miguel Hernández-). La poesía social de la posguerra invirtió el lema juanramoniano y dedicaba su obra a la inmensa mayoría (Blas de Otero, 1955). Si el modernismo había vivido, sobre todo, la crisis ideológica, los hombres de la generación del 14 vivirán la crisis socio-política.

Nómina[editar]

Forman parte de la generación de 1914 los ensayistas José Ortega y Gasset, Eugenio d'Ors, Manuel Azaña, Gregorio Marañón, Gustavo Pittaluga, Salvador de Madariaga, Claudio Sánchez Albornoz, Américo Castro, Manuel García Morente, Rafael Cansinos Assens, Ramón de Basterra, Corpus Barga y Pablo de Azcárate; los novelistas Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Benjamín Jarnés, Wenceslao Fernández Flórez y Félix Urabayen; el dramaturgo Jacinto Grau; los poetas Juan Ramón Jiménez y Josep Carner; o el polifacético Ramón Gómez de la Serna.

 

Hay una notable presencia de mujeres en la generación, que contó con las primeras que pudieron tener una formación universitaria, como María Goyri (ensombrecida por la figura de su marido, Ramón Menéndez Pidal), Zenobia Camprubí (con un destino semejante, junto a su compañero Juan Ramón), la pedagoga María de Maeztu o las feministas paradójicamente enfrentadas Clara Campoamor y Victoria Kent. Otras destacarían entre los discípulos de Ortega, especialmente María Zambrano; aunque el propio Ortega, con una expresión muy significativa, atribuía a una mujer de una generación anterior, Matilde Padrón, la condición de ser la mujer más inteligente que había conocido.8

 

Véase también: Historia de la ciencia y la tecnología en España#La incorporación de la mujer a las instituciones culturales españolas del siglo XIX

La integración de muchos autores en una u otra generación no es muy evidente. Algunos, como José Bergamín, están más cercanos generacionalmente al 27 pero a veces se clasifican dentro de la generación de los ensayistas; mientras que otros, como León Felipe, aun estando cercanos en edad al grupo del 14, a veces se clasifican dentro de la generación de los poetas.

 

Mientras que el noucentisme, tal como lo definió D'Ors, tiene una explícita manifestación en las artes plásticas (el denominado mediterraneísmo); la generación del 14 no define a un grupo de artistas con una identidad concreta, más allá de un genérico vanguardismo o un cierto eclecticismo, manifestado en la exposición fundacional en el movimiento vanguardista en España: la de la Sociedad de Artistas Ibéricos en 1925.9 Aunque por edad correspondería incluir en esta generación a Pablo Ruiz Picasso (nacido en 1881), su trayectoria artística supera con mucho cualquier encuadramiento. El panorama artístico de las dos primeras décadas del siglo estuvo presidido por pintores procedentes del siglo anterior (Ramón Casas, Anglada Camarasa, Sorolla y Zuloaga); coetáneos de los literatos del 14 fueron los pintores Juan Gris, Daniel Vázquez Díaz y José Gutiérrez Solana (unos años mayores, menos vanguardistas, pero de mucho más éxito en la época, Julio Romero de Torres y Josep Maria Sert), así como los escultores Josep Clarà, Julio González y Pablo Gargallo. Artistas de mayor proyección pertenecerán a la siguiente generación, ya influida por el surrealismo (Dalí, Miró).

 

 

 

ENTREVISTA FICTICIA CON PEDRO CALDERON DE LA BARCA

 

Yo, Diego Samiento, amigo de don Pedro Calderón de la Barca, que consumo mi vida entre la defensa de mi honor mi honra, la fe y mi modesto talento innato afirmo:

Estamos viviendo una época en este siglo XVII en la que España es una colmena  de actividad artística y literaria, mientras nos sumergimos en una decadencia política y económica.

Las cosas tan relevantes que están ocurriendo dentro y fuera de nuestra Patria están alimentando la imaginación de muchos artistas y les predisponen hacia el buen camino de la creatividad universal de las artes y las letras.

Este es, en mi opinión,  el telón de fondo de nuestra nación, donde las letras nunca alcanzaron cotas tan deslumbrantes como en esta época. Los  nobles españoles ejercen de mecenas, en muchos casos, tomando bajo su patrocinio a un gran número de poetas, novelistas y pintores de la más alta calidad.

El mundo raramente ha visto tal galaxia de talento literario, con nombres como los de Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Francisco de Quevedo,  Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca dramaturgo, filósofo y teólogo.

A todos he conocido y tenido alguna amistad con ellos, en un camino de vivencias marcado por la hegemonía y la decadencia más absoluta de España, especialmente en el exterior, sostenida por una situación interna dominada por la desigualdad múltiple y extrema, con una polarización de rentas, contribuciones e impuestos que definían un ambiente de corrupción y de venalidad, sin paliativos.

 

 

El sueño del caballero o La vida es sueño, de Calderón de la Barca, cuadro del pintor barroco Antonio de Pereda expuesto en la Academia de San Fernando, Madrid.“

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Pasan muchas cosas en nuestro País que salpican a las conciencias y a la vida de demasiadas personas, como ha sido la gran peste de este siglo, entre los años 1647 y 1652, que azotó fundamentalmente a Andalucía y la zona oriental de España, las hambrunas pertinentes, abundancia de encarcelamientos por diversos motivos, ocultamientos cercanos al derecho de pernada para no caer en la miseria  y en la indigencia de algunas familias en las zonas rurales, aumento constante de la presencia de “tusonas y cantoneras” por las calles y caminos, autos de fe , caza de brujas y calabozos inquisitoriales repletos por gentes que se pudren en ellos, así como hogueras para herejes, entre otros aspectos.

Así vivimos bastantes, entre la pobreza generalizada, la violencia enconada, las guerras que nos destrozan  y arruinan, en contraposición el éxito de unos pocos bendecidos por la vida. Algunos grandes artistas como Murillo y Velázquez,  por ejemplo, con los que he hablado en alguna ocasión,  son verdaderos notarios de esto que os apunto. A este último le di algunas ideas para su famoso cuadro  de “Las Lanzas”—como al parecer también hizo don Pedro Calderón— ya que yo luché en el  asedio de la ciudad de Breda, durante dos meses. Allí caí herido y llevo una cicatriz que me cubre la espalda en diagonal, recuerdo de aquellos días de infierno bélico y enfrentamiento con los neerlandeses.

Mi nombre es Diego Sarmiento y Pimentel. Fui Furriel Mayor de los Tercios españoles en mis tiempos  de juventud y gallardía. Combatí por toda Europa defendiendo las posesiones y el honor de mi patria, España. Sufrí heridas graves y de algunas de ellas llevo todavía conmigo sus secuelas.

Pido a todas sus señorías, que lean esta entrevista que voy a realizar a don Pedro Calderón de la Barca, que me permitan presentarme como corresponde a un caballero de mi dignidad y aprendiz del buen hacer literario, en mi condición de hidalgo y miembro de la baja nobleza castellana que aspira a ser nombrado, ya en mi vida avanzada, para el cargo de asesor de los cronistas de la Corte del Rey sumarísimo don Felipe IV al que se conoce como «el Grande» o «el Rey Planeta».

 De él se dicen muchas cosas en los mentideros donde se reúnen nobles y plebeyos y desde allí se propagaban por la Villa todos los cotilleos de la Corte, donde se expresan solapadamente en comidillas los correveidiles. En esos encuentros se difunden todos  los chismorreos que nacen en los mentideros y corrales de comedias: discordias, polémicas, iras, rencillas y enemistades en pleno Madrid del siglo XVII. Las mofas y burlas más bien en boca de poetas desafamados solían ser frecuentes, siempre con expresiones duras e hirientes.

            De ese modo, por el ir y venir  los personajes chismosos, se conocen los amoríos de la actriz María Inés Calderón “La Calderona” con el rey Felipe IV quien ha tenido un hijo con ella, al que conocemos como Juan José de Austria, de quien  que figura en su partida de nacimiento como “hijo de la tierra “por la manera que hay de nombrar a los hijos ilegítimos.

Dicen quizás las malas y viperinas lenguas que su Majestad es  “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”, desde los primeros hervores de la adolescencia, cuando cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones desbordadas. Dicen en los mentideros que el monarca, “desde el Alcázar a la mancebía, pasando por el corral de comedias, no había fronteras para sus ardores, pero su preferencia iba más a las mujeres humildes que a las linajudas”.

 ¡Líbreme Dios de que yo pueda abrazar estas sentencias populares que son sólo chismorreos verdaderos o no pero al fin chismorreos!

Un día  en tiempos ya pasados me dijo don Pedro en una taberna de la calle León de Madrid, donde repasábamos hazañas y experiencias pasadas, abriéndome la mente con la filosofía de sus Autos sacramentales y sus comedias:

 

— ¡Diego, no olvides que en boca cerrada no entran moscas! —No concurras por los mentideros si aspiras a algo en la Corte porque luego todo se sabe y nadie se hace dueño de lo que se dice. Si es malo, se lo atribuyen a cualquier mequetrefe aunque no haya asomado por allí nunca su cabeza, pero se sabe de su existencia por cualquier buscavidas, o algún desgraciado vil y de alma baja.

— ¡Así lo haré!— le dije, sepultando en mi vida esas reuniones. No podía echar a perder ese orgullo y honor personal que gané en los campos de batalla y aún conservo— optando por la muerte  antes que mi deshonra— en mi reputación como hombre y soldado.

 Pero vayamos al grano, aunque antes tengo que mencionaros algunas de las vicisitudes en la  coyuntura en la que don Pedro y yo desarrollamos nuestras vidas, en una situación que fascina por el desarrollo literario, pictórico y belicoso.

Como sabemos, en  la sociedad española actual, la nobleza y todos los poderosos están  bien alimentados, incluso en exceso; las clases más humildes solo gozan de una alimentación básica, o incluso de subsistencia, donde gran cantidad de desarrapados, holgazanes, pícaros viven de la limosna y las sopas de los conventos. Muchos de ellos son capaces de hacer lo que haga falta  por unas cuantas monedas e incluso por la comida

Voy a entrevistar en breves momentos—como os he dicho— a don Pedro Calderón de la Barca, un hombre ilustre y presea actual de las letras españolas, con el que mantengo amistad desde que combatimos juntos en Breda, en Fuenterrabía, Cataluña y Portugal y en otros lugares del Imperio, como miembros de la caballería castellana. Recuerdo que en los ratos de descanso de estas batallas, recitábamos juntos, con otros compañeros, mientras tomábamos unas jarras de vino, aquellos versos de una rima de la época que decía: “España mi natura/Italia mi ventura /y Flandes mi sepultura”.

 

En uno de sus más famosos poemas, El soldado español de los Tercios, alaba don Pedro a los soldados que formaban cada una de sus unidades.

 

El soldado español de los Tercios

 

Este ejército que ves

vago al yelo y al calor,

la república mejor

y más política es

del mundo, en que nadie espere

que ser preferido pueda

por la nobleza que hereda,

sino por la que el adquiere;

porque aquí a la sangre excede

el lugar que uno se hace

y sin mirar cómo nace

se mira como procede.

 

Aquí la necesidad

no es infamia; y si es honrado,

pobre y desnudo un soldado

tiene mejor cualidad

que el más galán y lucido;

porque aquí a lo que sospecho

no adorna el vestido el pecho

que el pecho adorna al vestido.

 

 

Y así, de modestia llenos,

a los más viejos verás

tratando de ser lo más

y de aparentar lo menos.

 

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

 

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la firmeza, la lealtad,

el honor, la bizarría,

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna

la milicia no es más que una

religión de hombres honrados.

 

 

En Madrid, en nuestros tiempos jóvenes, fuimos compañeros también en algunas granujadas, pleitos de honor y sangre, duelos con espada y cuchilladas callejeras, como cuando entré con él en el convento de las Trinitarias (una comunidad de monjas fundada por Francisca Romero, hija de un aguerrido capitán de los Tercios) donde profesaba sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, de 24 años, lo que habría de destapar todas las iras de su padre.

El caso fue que, Diego Calderón, hermano de don Pedro fue gravemente estoqueado por un actor, Pedro de Villegas, en una disputa callejera, quien, en su fuga, fue a cobijarse “en sagrado” al interior del cenobio trinitario. Una gran turba que con gran alboroto y pulsiones vengadoras, igualmente pendencieras, perseguía al malhechor, turba en la que don Pedro Calderón de la Barca, “facedor de dramas”, hermano del herido y yo  nos hallábamos con más gente de pluma y teatro. Nos adentramos abruptamente en la clausura monacal en pos de aquel espadachín, profanando así el recinto religioso según los cánones entonces vigentes. El escándalo fue mayúsculo.

Mayor reacción fue la del monje trinitario Fray Hortensio Félix Paravicino (pintado por El Greco) afamado predicador real, muy amigo de Lope de Vega y de Luis de Góngora, que arremetió airadamente contra comediantes y poetas dramáticos, a raíz del asalto de Calderón y sus acompañantes al convento. Lo hizo el 11 de enero de 1629 en una solemne oración fúnebre ante el rey Felipe IV, en honor del padre del monarca, Felipe III, el rey que en 1617 lo había nombrado Predicador Real. Tanto don Pedro como yo nos sentimos muy ofendidos por las ofensas de aquel fraile famoso.

D.- La reacción de D. Pedro Calderón fue inmediata, incluyendo unos versos satíricos contra el fraile en su obra “El Príncipe Constante”, una comedia sobre el libre albedrío de lo humano, lo que a mí me llenó de gran satisfacción.

C.-Ese fraile altivo y arrogante que se apoya en su petulancia, esconde bajo sus hábitos trinitarios, a un bellaco harto de ajos, lujurioso, lascivo y libidinoso, con los sentidos vertidos ocultamente en el sexo.

 Diego llegó al domicilio de D.Pedro situado en la calle Mayor número sesenta y uno (antes había vivido con la familia en la calle  Las Fuentes y luego en la Calle Platerías, siempre en Madrd) y golpeó una puerta alta  y repujada al estilo mudéjar, con una aldaba  de cierto tamaño formada por una mano dorada de hierro forjado de rasgos finos que agarraba una bola la cual chocaba contra una superficie metálica produciendo un ruido realmente sonoro y algo armonioso.  Todo un referente de una casa de cierta alcurnia  y un simbolismo magnánimo  y amable  que al menos teóricamente avisaba de la actitud acogedora de los moradores de la casa.

Sale presto a recibirme con esa estampa de hombre circunspecto, altanera y repleta de esa seriedad que siempre le ha caracterizado. Me da audiencia a las cinco de la tarde como habíamos quedado, con una puntualidad shakesperiana, apoyado en un bastón, rindiéndome los honores de su hospitalidad. Presentaba una imagen seria, circunspecta, enhiesta.

Sentados en su despacho, puso sobre la mesa una jarra de vino con dos vasos y me dijo:

—¡Brindemos por nosotros con una de las cosas más civilizadas del mundo!, el líquido más común del ánimo popular.

        Amigo Pedro—le dije— Gracias por acogerme en tu morada. Ya hace tiempo que no nos vemos. Nos saludamos con un abrazo afectivo. Seguí sus pasos hasta una habitación confortable pero sencilla donde tenía su despacho, sin hacer resonar demasiado las tablas del suelo del pasillo que recorrimos. Una vez allí me invitó a ponerme cómodo para hacer lance a la intención. Noté que sus ojos resplandecían de viveza y claridad.

 

        Pedro, permíteme que a lo largo de esta entrevista te llame de usted pues es posible que lo que acordemos y yo escriba, circule por la Corte y algunos mentideros de la Villa. No deseo que un tratamiento más cercano ponga en tela, y algo distante de juicio, lo que aquí digamos hoy.

        ¡Perfecto, Diego, como tú quieras!

        Noté en las miradas de su silencio introductor, teñidas de una cierta melancolía, una imagen de hombre distinguido inmerso en los abismos quizás de su soledad, que le abatían en estos momentos de reposo de su vida longeva.

Tener delante de mí a un amigo y hombre tan importante de nuestras letras, me suscitaba un gran interés, respeto y fascinación. No podía olvidar que debería tener en cuenta la necesidad de dominar el arte del silencio y la virtud de saber escuchar, cuando Calderón atendiera a mis preguntas.

Una rápida mirada a mi alrededor me permitió contemplar una habitación sobria, bien iluminada, con un suelo pavimentado de ladrillos barnizados cubiertos por alfombras que en su día le regaló el Conde de Osuna por unos favores literarios que le hizo para dedicárselos a una dama que cortejaba en el ardor del silencio nobiliario.

— ¿Diego, dónde iré de esta suerte, tropezando en la sombra de mi muerte?—me dijo.

—Larga vida tendrá usted todavía don Pedro. Su producción literaria nunca podrá ser vetusta.

Se levantó de su sillón y me pidió disculpas porque necesitaba ir al excusado.

Aproveché esos instantes para detallear sus paredes. En una de ellas colgaba un tapiz donde se percibía con nitidez la imagen de una medusa, a la manera mitológica, que parecía proteger nuestro encuentro. Cerca del sillón de don Pedro, una columna dórica de mármol soportaba el breve peso de un precioso ninfeo de madera que mandó hacer para su casa de Madrid .Al otro lado había un espejo con un marco de estilo castellano encima de un bargueño.

 

— (Diego). ).¿Cuáles fueron los segmentos cronológicos de su vida?¿Cuál es el origen de su nombre familiar? ¿Hábleme de su familia y linaje?

 

— (Calderón). Nací en Madrid, “el día de San Antón” y comenzando el siglo XVII (17 de enero de 1600, lunes)  y al parecer me vendría la muerte un 25 de mayo de  1681, domingo, día festivo para celebrarlo. Fui bautizado en la Iglesia de San Martín.

La procedencia de mi apellido Calderón, que distingue honrosamente a mi familia, viene al parecer porque uno de mis antepasados parecía haber nacido muerto. Enseguida le metieron en un caldero de agua caliente, según costumbre de la época, para verificar si era cierto que no vivía. Al entrar en contacto con el agua a elevada temperatura, prorrumpió en sus primeros gritos. Por eso algunos dicen que los Calderones parecemos menos de lo que en realidad somos.

Soy el tercero de los hijos de don Diego Calderón un secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda (testarudo y autoritario de la que hace gala. Murió en 1615 de súbita enfermedad) y de doña María Ana de Henao, la cual falleció de sobreparto, como otras mujeres de la época en 1610. Mi padre se casaría de nuevo ese mismo año con Juana de Freire.

Me bautizaron en el convento benedictino de San Martín. Me acompañaron en dos hermanos ( Diego y José) y dos hermanas (Dorotea, a la que mis padres metieron a monja, con trece años de edad en el monasterio de Santa Clara de Toledo, y Antonia, que murió en 1607, con apenas ocho años). Tuve también un hermano bastardo, Francisco, a quien  mi padre dijo que había abandonado por su mala conducta, pues andaba perdido por el mundo. Apareció después de mucho tiempo y vivió con nosotros a pesar de los reproches paternos.

A los nueve años comencé a estudiar en el Colegio Imperial de Madrid, regentado por la Compañía de Jesús, todo un lujo para la época. En estos primeros años de escuela, mis amigos y compañeros de juego me llamaban de mote “Pedrusco”, pues parecía una piedra o una roca, algo frío— decían— constantemente clavado a los libros, pues es verdad que, siempre fui un apasionado por la lectura. Continué posteriormente mis estudios en la universidades de Alcalá y Salamanca, hasta 1629

En esta última viví una vida de mocedad más bien suelta. Allí donde el broquel, la espada, la guitarra y los naipes eran el blasón estudiantil, así como el amor y la aventura, el vino, el brote de la sangre moza que alegraban o aturdían a la ciudad en el ánimo de rondas, pasacalles, motines y zalagardas, escaramuzas y demás.

Yo era huérfano, libre, dueño de mi albedrío, mozo arriesgado y valiente, aficionado a los toros, siempre dispuesto a dar y recibir cuchilladas. A llevar una vida inquieta, arriesgada y llena de placeres. Los libros eran importantes, pero lo justo.

 Mi familia, en general, es gente de linaje o como dicen algunos, somos “de aquellos que podían pasar la vida “linajudos”. La verdad es que vengo de procedencia noble, de estirpe hidalga y acomodada, especialmente si me comparo con gran parte de la población española inmersa hoy en día en la pobreza y en la mendicidad,

De mi abuela materna, doña Inés de Riaño y Peralta proviene el acomodo dinerario de la familia. Ello me permite decirle que nací en el mismo colectivo de aquellos que podían pasar la vida sin que ésta se les hiciera difícil.

 D.- Por su dilatado recorrido vital, por la estratégica situación histórica que le ha  tocado vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, considero que usted es capaz de definir el magnífico pero también contradictorio siglo XVII que estamos viviendo. ¿Es posible que ahora, a sus ochenta años sea un gran momento para definirnos qué es la vida?

 C.-Me he pronunciado varias veces sobre este concepto absoluto, que tanto me ha preocupado y me preocupa, sobre todo ahora que observo cómo se me va acabando. En mi obra El gran teatro del mundo, me parece haber dejado claro que la vida es simplemente un teatro, donde cada uno de nosotros juega un papel determinado. Una representación escénica que terminará en el despertar de la muerte. También di respuesta a esta reflexión en otra de mis obras importantes, La vida es sueño, donde di la respuesta con meridiana claridad  ¿Qué es la vida?/ Un frenesí/Qué es la vida/Una ilusión, una sombra, una ficción/ y el mejor bien es pequeño/que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son.

Intento responder a las preguntas que la gente me hace sobre la vida también en otras obras como El Alcalde de Zalamea o El médico de su honra.

En mi testamento he dejado dispuesto que mi cuerpo sea enterrado sin pompa alguna que me lleven descubierto para que ofreciese desengaño de lo perecedero de esta vida.

 

D.- ¿Cómo se ve usted a sí mismo? ¿Qué datos aportaría a un gran pintor como es Velázquez para que le  hiciera un retrato lo más cercano a su realidad? ¿Qué le diría? ¿Cuál es actualmente su relación con este gran maestro de la pintura?

 

C.- Él es el pintor del rey, capaz de captar la mirada del monarca. Una vez compuse mi retrato de forma burlesca, a petición de una dama, lo que hice a propósito de forma exagerada. Lo cito en estos versos:

 ¡Yo soy un hombre de tan/desconversable estatura/que entre los grandes es poca/y entre los chicos es mucha./Montañés soy; algo deudo/allá, por chismes de Asturias,/de dos jueces de Castilla,/Laín Calvo y Nuño Rasura;/hablen mollera y copete:/mira qué de cosas juntas/te he dicho en cuatro palabras,/pues dicen calva y alcurnia./Preñada tengo la frente/sin llegar al parto nunca,/teniendo dolores todos/los crecientes de la luna./En la sien izquierda tengo/cierta descalabradura;/que al encaje de unos celos/vino pegada esta punta./Las cejas van luego,/ a quien desaliñadas arrugas/de un capote mal doblado/suele tener cejijuntas./No me hallan los ojos todos,/si atentos no me los buscan/(que allá, en dos cuencas, si lloran//una es Huéscar y otra es Júcar);/a ellos suben los bigotes/ por el tronco hasta la altura,/cuervos que los he criado/y sacármelos procuran./ Pálido tengo el color,/la tez macilenta y mustia/desde que me aconteció/el espanto de unas bubas./En su lugar la nariz/ni bien es necia ni aguda,/mas tan callada que ya/ni con tabaco estornuda./La boca es de espuerta, rota,/que vierte por las roturas/cuanto sabe; sólo guarda/la herramienta de la gula./Mis manos son pies de puerco/con su vello y con sus uñas;/que, a comérmelas tras algo,/el algo fuera grosura./El talle, si gusta el sastre,/es largo; mas si no gusta/es corto;/ que él manda desde mi golilla a mi cintura;/de aquí a la liga no hay/cosa ni estéril ni oculta,/sino cuatro faltriqueras/que no tienen plus ni ultra./La pierna es pierna y no más,/ni jarifa ni robusta/algún tanto cuanto zamba/pero no zambacatuña./Sólo el pie de mi te alabo,/salvo que es de mala hechura,/salvo que es muy ancho, y salvo/que es largo y salvo que suda./Este soy pintiparado,/sin lisonja hacerme alguna;/y, si así soy a mi vista,/¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!.

Con Diego Rodríguez de Silva y Velázquez tuve cierta amistad. Coincidimos bastante en la Corte en tiempos pasados. Conversé con él muchas veces, pero a pesar de mi  propósito no logré que me hiciera un retrato. Nunca pretendí que pintara mi imagen “a caballo en corbeta”, pero sí me hubiera gustado un pequeño busto. Si retrató a Góngora, con el que le unió una buena amistad; también a Quevedo y a Francisco de Rioja, “un hombre de enorme influencia en los ámbitos del poder de la Corte de Felipe IV como mano derecha del gran valido, el conde-duque de Olivares”. Le  conocí de cerca y admiré su talante de severo moralista (sobre su condición de eclesiástico) y  su mérito de intelectual solvente y hombre cultivado, se añadían sus dotes artísticas, especialmente como poeta.

Velázquez parece  que como un pintor de oficio se inspiró en mi obra, El sitio de Breda, para pintar su bello cuadro del mismo nombre. Coincidimos en varios temas y costumbres que yo reflejé en mi teatro con la pluma y él en sus lienzos con el pincel. Velázquez se avenía mejor

      en su condición de aposentador del palacio que como un pintor de oficio y además asalariado.

 

D.- ¡Qué tiempos aquellos del sitio de Breda combatiendo bajo el mando de don Antonio de Spínola, genovés, capitán general de Flandes y caballero de la Orden de Santiago! Un general magnífico y gran estratega, que nos guio con gran sabiduría militar en la victoria. Yo en algún otro momento estuve también combatiendo a su lado!

 

D.-Don Pedro, usted en cierta ocasión me aconsejó que no frecuentara demasiado los mentideros, me podría traer problemas para andar por la Corte, Y así lo hice. ¿Usted los frecuentó mucho? ¿Cuál es su opinión sobre ellos?

 

P.-Cuando viví en la calle León, donde también lo hicieron Cervantes y Lope de Vega, visité algunas ves los mentideros de “los Representantes” y el de “los Comediantes”. Este último estaba situado en esta misma calle. Allí coincidíamos gente del teatro, escritores y poetas. Por aquel entonces yo disfrutaba de las inquietudes propias de la farándula. Me sentía unido a los recitantes y farsantes, aunque más tarde ya no tuve tiempo para estos menesteres, especialmente desde que me fui a vivir a Toledo. El más importante dicen que es el de Las gradas de la iglesia de San Felipe (El Convento de San Felipe el Real)  situado a la entrada de la calle Mayor; dicen que es “la voz de Madrid”, “un mercado de honras y baratillo de famas”.

Para cotillear, en suma, ese es el valor de los mentideros. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtieron en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día.

Así pues, en Madrid, existen tres mentideros muy famosos: Losas de Palacio, frente al Alcázar de Madrid, Gradas de San Felipe en la Puerta del Sol, y el célebre Mentidero de “comediantes” o “representantes” en la calle del León.

En los mentideros—te diré amigo Diego— que se fraguan los principales rumores sobre la Corte. En ellos los madrileños se reúnen para conversar e intercambiar informaciones de todo tipo. Sentados, por ejemplo, en los graderíos de las escaleras de acceso a la iglesia de San Francisco, todos aquellos que tenían tiempo de hablar de lo divino y de lo humano se intercambian noticias, rumores, calumnias, inventos, secretos y opiniones, no siempre de entera confianza. Para cotillear, en suma. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtió en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día, aunque no debemos olvidar que allí iba gente de todo tipo. Por ejemplo, uno de sus huéspedes ilustres fue Fray Luis de León.

En estos lugares de reunión se habla de todo: asuntos muy frívolos, historias reales y ficticias de militares retirados, amoríos del Rey, temas políticos nacionales e internacionales, asuntos propios y ajenos, se confeccionaban letrillas satíricas, se recitaban poemas, y no sé  cuántas cosas más.

 

D.- ¿Es verdad que su vida corrió peligro más de una vez por asuntos pendencieros y reyertas de espada? Aunque recuerdo una pelea multitudinaria de algunas de estas experiencias en las que fuimos compañeros, me gustaría oír todo esto por su propia voz?

 Así es. Por ejemplo una noche de verano de 1621, volviendo a casa, topamos mis hermanos y yo con una pelea multitudinaria en la puerta del palacio del Condestable de Castilla, quien era el máximo representante del Rey en ausencia del mismo Nos acusaron a nosotros de matar a Nicolás de Velasco, un pariente suyo, aunque realmente nunca tuvimos conciencia de ello. Lo pasamos realmente mal y sentimos sobre nosotros, muy cerca, la sombra de la justicia. Nos tuvimos que refugiar en la embajada de Austria para salvar el pellejo. Salimos libres de allí en otoño, no  sin antes haber pagado una buena suma de dinero, para lo que tuvimos que vender el oficio de escribano de mi padre.

En 1629—como tú sabes, que me acompañaste como un gran amigo en aquel despropósito—en una reyerta entre mi hermano Diego y Pedro de Villegas, importante actor, pendenciero, fanfarrón y comediante de moda, en esta época, éste apuñaló a mi hermano en el “mentidero de los representantes”. Todos estábamos con unas copas de más. Salimos en su persecución y se refugió en el convento de las Trinitarias, en la calle de las Huertas. Lo demás ya lo conoces porque salimos en su persecución y tú  lo viviste y participaste en los hechos ayudándonos a perseguir al asesino. Desde entonces te concibo como un gran amigo.

Lo que me disgustó mucho —como tú sabes—aparte del enfado lógico de Lope de Vega porque profesaba allí su hija, fue la actitud e aquel frailuco- fray Hortensio Félix- insoportable y mujeriego, hablador insaciable y gran crítico de lo ajeno, que mencionó el suceso ante el Rey.

En otra ocasión, en febrero de 1640, en el ensayo de una de mis comedias en el Buen Retiro me hirieron con saña unas cuchilladas traidoras.

D.- ¿Cuál ha sido su experiencia como soldado? ¿Qué ha buscado en el servicio de las armas?

 Aunque la carrera militar es en nuestra época una actividad esencialmente propia de la aristocracia, también los pobres, muchas veces sin desearlo se ven envueltos en ella por obligaciones o necesidades. Recuerdo que las únicas restricciones quedaban reservadas a los menores de 20 años y a los ancianos, frailes, clérigos o enfermos contagiosos. Fuera de nuestras fronteras, la principal exigencia era que fueran católicos.

Más allá de las cifras en sí, los españoles conformaban la élite dentro del ejército imperial, para quienes quedaban reservadas las posiciones más expuestas en batallas y asaltos, donde más peligro se corría pero también donde era más probable destacar.

La fe católica y la defensa del Rey de España eran importantes elementos de cohesión para los soldados de los Tercios, pero más allá del mito o la propaganda hay que insistir en que los integrantes de esta infantería lo hacían, ante todo, por dinero y por ganar reputación.

 Yo puse en boca de uno de mis personajes: «Para vencer amor, querer vencerle», que ”la milicia no es más que una religión de hombres honrados”, a lo que achacaba que fama, honor y vida «son la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia». Ser buena persona era incompatible con ser un cobarde. Y bastaba a veces para ser así, no vencer o morir en un asalto, de ahí que sean conocidos numerosos casos de capitanes españoles procesados por mostrarse tímidos a la hora de encabezar un ataque o defender una posición.

Ya me he referido a la disciplina militar de los españoles, ciertamente magnífica, bien cuidada y gentilmente observada. Pero debe reconocerse otra verdad y es que la tropa es muy fastidiosa e impertinente con la soldada y muy presta a amotinarse por ella, aunque no lo hagan por otras razones.

 

En las filas de los Tercios era posible hallar artesanos, labradores, sastres, pintores, barberos… Aunque también hidalgos venidos a menos o, en el caso de los capitanes, nobles de segundo nivel, solteros y con dos años de experiencia en los campos de batalla (requisito que no siempre se cumplía).

Todo valía para embaucar a cualquier hombre que sirviese para defender los territorios del Imperio Español o conquistar nuevos lugares. Muchos se alistaban por motivos económicos, por ascender socialmente, por las ganas de conocer mundo o escapar de la justicia cambiando de nombre. Todos los argumentos son válidos, aun así se implementaran alguna que otra medida para dar un empujón a esos ciudadanos todavía indecisos.

Hechas algunas de estas aclaraciones y yendo a tu pregunta expresamente, te diré que en 1625 comencé mis experiencias como soldado alistándome bajo las banderas del duque de Alba. Esta decisión era propia de un caballero que vivía en un imperio sometido a tantas contiendas. Fui destinado a Italia y a Flandes. Estas últimas experiencias flamencas las plasmé posteriormente en algunos de los personajes que hice brotar en mis dramas, y además motivado por las simpatías familiares, ya que mi madre, doña María Ana Henao era de origen flamenco.

Comencé mis andaduras entrando al servicio del Condestable de Castilla. Participé posteriormente en varias campañas militares a las órdenes del duque del Infantado que nunca me dieron ninguna gloria. Acompañé también a mi hermano José a auxiliar a las tropas en el cerco que los franceses de Richelieu habían puesto a Fuenterrabía donde combatí a tu lado y, por cierto, ambos lo hicimos con bravura, cuyas experiencias las plasmé en mi comedia No hay cosa como callar, donde debes saber que te menciono solapadamente.

D.-Sí la conozco.  Es una comedia oscura y enredada que tiene como eje central la violación de la protagonista Leonor en la primera jornada. Ella no conoce a su agresor y la única pista que tiene para descubrir su identidad es una venera que logró arrancar de su cuello cuando la violaba.

 

C.-Efectivamente. Veo que sigues mis obras. Participé también en la campaña para sofocar la  rebelión de Cataluña como coracero hasta1642 donde fui herido. Tomé parte en la toma de Cambrils, Salou y Villaseca donde salí herido en una mano. En este conflicto vi morir en 1645, en Camarasa (Lérida) a mi hermano José, intentando conquistar el puente de la ciudad. Fue un prestigioso militar que sirvió en el ejército durante más de treinta años, llegando a ser maestre de campo general, por méritos de guerra. Otro hermano mío, Diego, moriría dos años más tarde.

 

 

 D.-¡Por cierto! ¿díganos algo de sus aventuras amorosas ya de hombre maduro?

 

C.-Hacia 1648, cuando serví al duque de Alba surgió en mi un amor con una ignota mujer, al mismo tiempo que otros desvelos amorosos, lágrimas, hieles, en el contexto de sentimientos de intensa pena, amargura y desabrimiento. Poco más te puedo contar

D.- ¿Cómo y cuándo adquirió usted el hábito de Santiago y se hizo sacerdote?

 

C.-En 1636 recibí el hábito de la Orden de Santiago. Algunas gentes comentaron en los mentideros que el conde-duque de Olivares y el propio rey Felipe IV fueron quienes me recompensaban así por los servicios y colaboración con ellos, especialmente a partir de la apertura del palacio del Buen Retiro. Esta década fue muy importante especialmente en mi labor teatral. No fue ciertamente así.

Más tarde, en 1651, precisamente el mismo año que estrené El Acalde de Zalamea, me ordené sacerdote (antes tomé el hábito d la Tercera Orden de San Francisco), yéndome a vivir a Toledo como capellán de la capilla de los Reyes Nuevos, que ocupé desde 1653, donde obtenía mil escudos al año.

Para obtener esa capellanía tuve que probar mi limpieza de sangre, para lo que yo mismo escribí mi propia genealogía, donde revelo ciertas curiosidades, como que mi bisabuelo paterno, Francisco Ruiz, fue uno de los más importantes espaderos de Toledo. Mi estancia en esta ciudad duró hasta 1662  cuando fui nombrado capellán de honor del rey y e establecí definitivamente en Madrid. A año siguiente fui nombrado capellán honorario del rey Felipe IV, y en 1666 me hicieron superior de la Congregación de San Pedro.

 

 

D.- ¿Cómo fue su estancia en Toledo? ¿Qué destacaría  de su creación literaria mientras residió en la ciudad imperial? ¿Era ya capellán de los Reyes Nuevos cuando murió su hijo Pedro?

 

C.-Por cierto Diego llevas un gabán y una muceta muy destacados, acompañado de un fardel de cuero repujado muy elegante. Tu espada parece toledana.

 

D.-Así es, una espada toledana con “alma de hierro”. Es de puro acero y elaborada en esta ciudad. Le diré La calidad del acero toledano reside en la maestría de los artesanos y en el secreto de su temple, que se atribuía a las aguas del Tajo donde se realizaba el mismo. La alta temperatura de éste y la calidad del acero han hecho que las espadas de Toledo sean únicas en el mundo. La Tizona y la Colada de El Cid Campeador eran espadas toledanas y los musulmanes que supieron de la calidad de esta espada toledana adoptaron esta técnica avanzada para construir sus cimitarras. Tras la Reconquista, Toledo se constituyó como el centro espadero mayor del mundo. La técnica empleada era la espada toledana con «alma de hierro», que consistía en una hoja de acero duro que escondía en su interior una lámina de hierro dulce, impidiendo, de este modo, que este acero se doblase o agrietase.

 

C.-Muy interesante tu información. Estás puesto en ello. Mi relación con Toledo se remonta a mi abuelo paterno, que se casó en esta ciudad con Isabel Ruiz, miembro de una conocida familia de espaderos. Luego, dos de mis tías y mi hermana mayor Dorotea fueron monjas en el convento de Santa Clara. Dos de los más destacados dramaturgos toledanos, Francisco de Rojas Zorrilla y Agustín Moreto, fueron mis discípulos.

Toledo siempre me dejó un grato recuerdo, a pesar que durante mi estancia allí, que duró cerca de una década (1653/1662) murió en ella mi hijo Pedro José a la edad de diez años, concretamente en 1657. Entonces tuve la sensación de que me amputaban una parte de mi vida. Soporté en silencio un dolor inmenso, del que jamás me he restablecido.

Viví en esta ciudad en un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación, llena de paz, solidez y seguridad de espíritu. Siempre me impresionó la belleza de su catedral que me conmovió por su grandeza y suntuosidad, en cuya reja del coro  se escribió uno de mis más bellos poemas con la inscripción Psalle et Sile (“Canta y calla”) que me encargó el obispo Baltasar Moscoso y Sandoval.

Compuse 545 versos polirrítmicos, pretendiendo exaltar la historia religiosa de la catedral y de la Virgen del Sagrario. ¡A propósito! Te leo unos versos que hice para halagar a esa maravillosa catedral: “Al ámbito pasé, en cuyas naves la vista engolfada, sin peligro de tormenta, corrió achaques de borrasca! ¡Oh cuantos muertos, noticias vivas, memorias, cuantas ofuscando el pensamiento resolvió al verse en su estancia!

En esta ciudad— a la que yo he llamado en mis autos, plaza de armas de la fe—, también me predispuse para trabajar beneficios con pobres, mendigos y necesitados, participando de forma activa y constante en las rondas de pan y huevo, durante las crudas noche del invierno toledano, tema  que Luis Tristán, discípulo de El Greco llevó a uno de sus lienzos con gran maestría dentro de un manierismo exaltado.

            Tengo especialmente gratos recuerdos de la catedral y por ello mandé hacer una repetición de ella en madera para tenerla en mi casa. Ahí la puedes observar a la entrada junto a  un soneto con un marco de piel de ébano donde  digo en su primer cuarteto:

¡Salve primer metrópoli de España /pues hasta coronar tu frente altiva/ ni en tu dosel ciñó la paz altiva/ ni la guerra laurel en su campaña!

 

Diego lee atentamente todo el soneto y le indica:

 

D.- Don Pedro, con sabia arquitectura poética describe usted en el soneto  la grandeza de Toledo y su catedral.

 

C.-Viví feliz en Toledo, una ciudad que en este siglo pasó de palaciega a conventual. En un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación. Quizás mi estancia en esta ciudad fue mi etapa más creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Cuando llegué a ella era mecenas ese saber prohibido que emanaba de su configuración pétrea, cargada de una magia especial atesorada en sus callejones entre la luz y las tinieblas. Mantenía el recuerdo del esplendor de haber sido capital del Imperio y sede de gran importancia religiosa.

 

La obra que desarrollé en Toledo fue prolija y polifacética. Sentí y siento verdadera devoción por la Virgen del Sagrario. Para ella escribí mi comedia de devoción religiosa que publiqué en 1637, Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario, tal y como reflejo en sus últimos versos de esta obra: “Y perdonad al poeta, si sus defectos  son grandes y en esta parte  la fe y la devoción le salve. También escribí para Toledo otras muchas obras como El auto de psiquis y Cupido.

 

D.- Don Pedro usted ha conocido el reinado de tres monarcas. ¿Qué nos puede decir de cada uno de ellos?

 

C.- En el de Felipe III, de quien se decía que nunca llegó a brillar fuera de la devoción religiosa, por la que ganó el sobrenombre de “El Piadoso”, viví parte de mi juventud. Veintiún años tenía yo cuando murió. La etapa más sólida y propia de mi madurez al menos de mi trabajo, sinsabores, éxitos y otras de diversa índole las he conocido con el “Rey Planeta”, don Felipe IV, gran protector de las artes y de las letras. Le serví con todo mi empeño en múltiples facetas, con la espada y con la pluma e, incluso con los hábitos, a cuyo servicio directo cumplí siempre sus mandatos, aquellos que don Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares me dictaba. En esta época realicé mis mejores obras.

 Con el monarca actual, Carlos, llamado el Segundo por su linaje, llevo viviendo ya quince años de su reinado. Ahora, mi relación con la Corte, es prácticamente nula. A mis ochenta años sólo obligo a mi pensamiento creador y literario y poco a mis otras voluntades, máxime cuando la situación en España es patética y decadente sin paliativos en todos los ámbitos de la vida.

En estos largos años de problemas y conflictos, he conocido, pues, la España del pacifismo impulsada por el duque de Lerma de quien se contaba aquella coplilla: “para no morir ahorcado/ el mayor ladrón de España/ se vistió de colorado”. También viví la Guerra de los Treinta Años y sus secuelas,  las sublevaciones de Cataluña y de Portugal, la situación del nuevo orden internacional que se ha estado y se está configurando y que va paralelo al declinar de la monarquía española.

 

D.-Se comenta por los mentideros y otras instituciones de la crítica social y de la realeza actual que es poseedora de graves problemas de salud como el raquitismo, la esterilidad, afecciones renales e incluso la malformación física; y también enfermedades mentales como la depresión, la esquizofrenia, la paranoia o la psicosis. Estas son algunas de las severas patologías que la consanguinidad al parecer ha causado en muchos de los destacados miembros de la que fuera durante casi cinco siglos una de las familias reales más importantes de Europa, los Habsburgo, cuya dinastía en España fue conocida como los Austrias.

El caso español actual es paradigmático. El mejor ejemplo es el del rey actual Carlos II, conocido como “el Hechizado”, hijo de Felipe IV y Mariana de Austria (sus padres eran tío y sobrina), que sufre varias dolencias graves y es físicamente deforme. Al parecer no puedo tener descendencia, lo que se atribuye a uno de los efectos de la consanguinidad de sus antepasados.

 

C.-Perdona Diego que no entre en este tema tan duro y peligroso ni cercene  nuestras opiniones, pero cuando lo dice la gente, algo habrá de verdad.

 

D.- ¿Cómo ve la situación actual de España en el reinado actual de Carlos II?

 

C.- A mi entender se está produciendo un desplazamiento político general de los centros de decisión. Der la realeza, el poder ha pasado actualmente a manos de la aristocracia: de Castilla a las provincias a otras naciones europeas que han sustituido; de la península a las Américas; del imperio hispánico a otras naciones europeas que han sustituido a España en el ejercicio de la hegemonía europea y mundial.

Me dicen personas cercanas a la Corte, en la intimidad más sobresaliente, que el rey actual Carlos II es un soberano incapacitado, lo que estimula la codicia y las disputas entre las distintas rivalidades nobiliarias, ministros y miembros de la Casa Real. Su mala salud e imposibilidad para dejar un heredero, constituyen los elementos esenciales que pueden provocar continuos conflictos internacionales en un futuro cercano.

 

D.-Después del matrimonio entre el monarca Carlos II y su  sobrina María Luisa de Orleáns, el año pasado de 1679, parece ser que no da los frutos del heredero que necesita el País, lo que hace que la reina se esté acarreando entre sus súbditos una gran impopularidad. La cantan, en tabernas tertulias y mentideros, crueles coplas como ésta:” Parid, bella flor de Lis /que en aflicción tan extraña/ si parís/ parís a España/ si no parís/ a París. ¿Qué opina de esta situación?

 

C.- Mire yo sólo me debo a esta obra que estoy escribiendo actualmente, que título El cordero de Isaías,  y que presumo que será la última de mi vida. La política y los decires en los mentideros no me interesan. Si el pueblo habla, tendrá simientes para hacerlo.

 

D.- Algunos le señalan que aduló al rey Felipe IV con sus escritos, mientras que otros escritores como don Francisco de Quevedo criticaron abiertamente al Rey Planeta.

 

C.- Mire usted lo que al respecto dijimos uno y otro. Yo lo describo así:

“A caballo en las dos sillas es, en su rústica escuela, el mejor que se conoce. Si las armas señor juegan, proporciona con la blanca, las lecciones de la negra. Es tan ágil en la caza, viva imagen de la guerra que proporciona su arcabuz, cuanto corre y cuanto vuela. Con un pincel es segundo, autor y de naturaleza. Las clausulas más suaves de la música penetra. Con efectos de las artes, no hay alguna que no sepa.”:

Quevedo dijo en un principio: “Sus acciones nos prometen un nuevo Carlos V. sus palabras y decretos nos recuerdan a su abuelo y en la piedad es reflejo de su padre”. Más tarde escribió el mismo don Francisco: “Filipo que el mundo aclama Rey, de infiel tan temido. Despierta que por dormido nadie te teme ni te ama”.

 

D.- El rey Felipe IV ha pasado a la historia como un pésimo gobernante, pero también como el monarca más voluptuoso, con más amoríos. Se le atribuyen unas cincuenta amantes conocidas. Mujeres de toda condición social eran sus objetivos, las cuales acababan sus días inevitablemente en un convento ya que cualquier dama que había sido del Rey, sólo podría pertenecer a Dios.

 

C.- Tal vez sean así las cosas. Yo nunca me interesé por la vida privada del Rey. Si lo hubiera hecho refleja y desdeñosamente en alguna de mis obras, hubiera caído con seguridad en desgracia con la Corte.

D.-Dicen también que engendró treinta y siete hijos bastardos y once legítimos. Sin embargo el amor de su vida, al parecer, fue María Inés Calderón, conocida como “La Calderona”, cuyo hijo Juan José de Austria, fue el único bastardo que el rey hizo educar como príncipe de sangre.

C.- Conocí a “La Calderona”. Era una gran actriz y verdaderamente guapa. Todo el mundo sabe que el rey se quedó prendado por su belleza. También tuvo otras mujeres de gran éxito en la escena. Actrices muy bellas y famosas como Francisca Baltasara de los Reyes, comedianta madrileña, una de las actrices de más personalidad y vitalismo de la escena española quien sobresalió no sólo por su belleza y gallardía, sino por su versatilidad. Terminó profesando en un convento.

En esta época, muchos nobles, siguiendo el ejemplo del Rey y de “La Calderona”, tomaron como amantes a las cómicas, situación  que habría de dar origen a no pocos duelos y contiendas entre los hombres y las familias. Un ejemplo importante fue el del conde de Villamediana, que terminó siendo asesinado. Trató con ojeriza  a la gran actriz y autora de comedias María de Córdoba y de la Vega, “la sultana Amarilis”, dedicándola un romance satírico y a quien yo, por el contrario, elogié en mi obra La dama duende.

Respecto a don Juan de Austria, reconocido por su padre Felipe IV en 1642, ha tenido una gran influencia en nuestra política más reciente. A mi entender creo que estuvo por encima de los últimos políticos. El año pasado, tras la firma de la Paz de Nimega, su figura cayó en desgracia, falleciendo

poco después.

D.- Usted como sacerdote y haciendo un esfuerzo por dejar a un lado  los principios de Trento que debe respetar, ¿me podría decir cuál es su opinión sobre las funciones didácticas y catequéticas que ejerce la iglesia sobre la sociedad actualmente?

P.-Sabes Diego que la Iglesia pretende para estos fines contar con artífices de imágenes sacras y didácticas, de vital importancia para sus intereses evangelizadores y de Estado. Son imágenes de primacía retórica, que propician prácticas sacralizadas cotidianamente, al mismo tiempo que instituyen conductas moralizantes en los sujetos, de ahí la labor de los frailes doctrineros.

D.- ¿Considera que esta la producción de imágenes ha favorecido el asentamiento de la cultura visual barroca en la que vivimos mediante una retórica  de  prácticas sociales sacralizadas?

P.- Dar a las imágenes el efecto de cercanía produce efectos de atracción. Yo lo contemplé y observé con atención en mi capellanía de Toledo. Esa carga simbólica hace que el feligrés se sienta próximo, protegido e identificado, Parte de estas premisas me llevaron a teatralizar en mis obras los ambientes, conjugando pinturas, esculturas y relieves.

El clero, desde que comenzó a expandir su cultura  edilicia, llevó a sus monasterios e iglesias, las artes lignarias y pictóricas más sobresalientes que acercaran al pueblo a la oración, a los santos y a lo sagrado.

P.-Cambiando de tema, ¿qué sabes de tu hermano Alonso? Un hombre valiente y solidario muy amigo de sus amigos. Luchó con mucho arraigo a mi lado en Fuenterrabía contra Las tropas francesas del cardenal Richelieu?

D.-Tuvo muchos disgustos por los amores traicioneros de su esposa Francisca Josefa. Le abandonó por un músico portentoso del clavecín y la vihuela. Alonso le retó varias veces a vida o muerte pero nunca acudió a la cita el ejecutantesolista. Ella terminó mal con ese querido que la abandonó por una cíngara circense y se metió a monja profesando actualmente en las religiosas de Santa Clara cuyas monjas tienen como normas más importantes el silencio absoluto, la castidad y la obediencia.

D.-Usted que lidia tanto con la belleza figurativa y simbólica en sus obras, ¿qué opina a este respecto de la mujer?

P.-La belleza es considerada un signo visible de la bondad interior y de una condición social noble. El ideal de la belleza femenina sabe usted que se valora como” la mujer de tez pálida, cabello rubio y rizado, caderas anchas y cintura y pecho pequeño”.

Los moralistas— y con algunos importantes trato frecuentemente o me enfrento a ellos  por mis obras, como con Fray Félix Hortensio de  Paravicino, a quien usted bien conoce— valoran, no todos, a la mujer como ser poco fiable, astuta e incluso malvada. Diversos teólogos, además, han construido una imagen diabólica de la mujer por su papel bíblico: la pérdida del Paraíso que yo trato en uno de mis Autos sacramentales. 

Esto está en contraposición con autores de talla literaria, como Cervantes, que defienden claramente los derechos de las mujeres, como se pone de manifiesto en el discurso de la pastora Marcela (El Quijote) que proclamaba: “yo nací libre y para ser libre escogí la soledad de los campos”.

En la época del Quijote el papel de la mujer en la sociedad era muy restringido. Su rol se limitaba al hogar. Con esto, la mujer quedaba recluida en su casa, sin tener acceso al mundo exterior, el cual quedaba reservado exclusivamente para los hombres.

D.-¿Cómo valora el pasado y devenir de la mujer en España?

P.-Es un tema que no me gusta tratar porque hay verdaderas vejaciones morales y físicas hacia ellas que se tapan con la impostura. Fíjese en el libro “Malleus Maleficarum”, manual de los inquisidores. Fue y es un importante  instrumento de propagación de la idea de imperfección, inferioridad e impureza de la mujer. Resulta difícil aceptar por los paladines de la cultura que este manual tan famoso—le animo a que lo lea—se plantee por qué las mujeres son las principales adictasa las supersticiones malignas, y entre las numerosas respuestas que se encuentran algunas dicen:

[…] que como son más débiles de mente y cuerpo, no es de extrañar que las mujeres caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería. [Unas líneas más adelante se lee] En lo intelectual las mujeres son como niños. [Además señala que] Mujer alguna, entendió la filosofía. [O menciona que estos sentimientos de menoscabo hacia la mujer favorecieron el hecho de que muchas de ellas fueran recluidas en los conventos por sus familias o por solicitud propia al reconocerse como anómalas.

 Además, el sentimiento de inferioridad promovió las prácticas de autocastigo en los conventos, como las flagelaciones y los ayunos que se acompañaban del sentimiento

de culpabilidad promovido constantemente por los confesores.

Convento o matrimonio? Es un fin para ellas en muchos casos, y si no, sus vidas como adultas son un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo.

D.- Algunos le sitúan cerca de la Iglesia, con una imagen algo fúnebre, de rostro severo, mirada ciertamente amenazante y vestido de sacerdote con el Cruz de Santiago en el hábito.

C.-Vamos, algo así como hoy me he presentado ante usted, pero le diré que yo no he sido sólo el único escritor cura de este siglo. ¿Qué podemos decir entonces de Tirso de Molina, Gracián, Lope de Vega o Góngora? ¿Acaso no se podrían decir muchas cosas similares de ellos?

D.- ¡Avive las preguntas, por favor! —Me sugirió de forma repentina. Así lo hice.

 El cansancio aparecía en su faz concentrada y austera. Apoyado en su bastón se levanta y me pide disculpas para dar un ligero paseo por la habitación donde se desarrolla esta entrevista, mientras me miraba con la altivez de su imagen distinguida y distante, propia de un intelectual e hidalgo antiguo, hablándome al mismo tiempo con una voz cálida y segura.

 

D.- En la época de nuestro difunto rey Felipe IV se conjuga sido usted cronista e intérprete del vitalismo popular con los depurados grupos de abolengo, fieles a la corte oficial de la que para algunos ha sido usted cronista e intérprete; para otros conciencia crítica y, para los más dados a la preocupación servil de lo ajeno, colaborador del absolutismo monárquico, pluma de la  oficial e incluso de la Iglesia más retrógrada. ¿Qué nos puede decir al respecto?

 

C.-En contestación paralela a lo que me pregunta—luego le daré mi opinión más directa y acorde con lo que me ha invitado a responderle—parece que el motejar en asuntos tocantes al linaje y a la honra ha calado más hondo de lo que parece en cualquier otra sátira o decires. La literatura lo refleja. Es

 Una costumbre que ha abarcado los géneros y estilos más diversos acarreando todo tipo de implicaciones, tanto de estética y moral, como de lo que hoy se entiende por política económica y orden social. Debe usted saber que entre la afirmación y la sátira, los linajes, al igual que la honra, no sólo dependen de la virtud heredada sino de las prácticas de vida. Si en España la riqueza ha llegado  a ser hidalguía, la homologación de linaje y bienes económicos ha conformado asimismo toda una práctica literaria centrada en la identificación del honor con la hacienda que efectivamente ha tenido su lógico eco en la sátira y en la burla.

Echas estas precisiones ¡mire, hijo de Dios! Mi vida ha pasado por muchas vicisitudes. He aprendido y visto mucho de unos u otro lado Me eduqué en  los dictamines del pensamiento oficial— de ahí el aprendizaje de los axiomas anteriores— pasé luego por la carrera militar y recalé más tarde en el estado eclesiástico. En mi juventud fui estudiante, pendenciero y pujante de justas variadas, donde también fui soldado. Es cierto que serví a mi rey Felipe IV con min espada y con mi arte. Lo demás es opinión de los mentideros, desafortunados en los múltiples comentarios, sosiegos de las envidias ajenas y pendencieras de lo impropio, y miopes en su juicio.

 

D.-Ahora, don Pedro, si le parece vamos a hablar de su obra magnífica y su evolución. Su alma cristiana, caballerosa, lírica, españolísima, unido a su cerebro portentoso y quizás único, ha blasonado su obra, cuyo mayor defecto es quizás su grandeza.

 

P.-A los trece años escribí mi primera comedia que titulé El carro del cielo. Pero fue en 1622 cuando gané mi primer gran premio en unas justas poéticas en honor de San Ignacio de Loyola y de San Francisco Javier. En 1623, con motivo de la visita a España del Príncipe Carlos de Gales, representé la comedia Amor, honor y poder, hecho que me valió poder pasar a dramaturgo de los corrales de la Corte. En 1625 estrené El sitio de Breda y luego otras muchas obras más, hasta llegar en 1629, cuando puse en escena dos de mis obras que más valoro: La dama duende y el Príncipe constante. Inspirándome en la villa de Ocaña (Toledo) escribí Casa con dos puertas, mala es de guardar, en 1632.

Yo siempre fui hombre de teatro y cortesano. Hice teatro para Dios, el rey y el pueblo. Lo escribí y lo representé en corrales, palacio, coliseos y en la calle.

La inauguración del palacio del Buen retiro de Madrid, en 1635, marca un nuevo momento de mi introducción  definitiva en la Corte de Felipe IV de la mano del conde-duque de Olivares. Fui nombrado director de representaciones en Palacio. Ese año puse en escena El médico de su horna.

MI obra favorita y maestra es La vida en sueño (1636). Ese mismo año saqué también a la luz El gran teatro del mundo. Un año después aparecieron mis obras: No hay burlas con el amor y el Mágico prodigioso, esta última encargada por el ayuntamiento de la Villa de Yepes (Toledo). Les hice una comedia de santos o hagiográfica que trata de la vida de San Cipriano y Santa Ana. Posteriormente  publiqué El alcalde de Zalamea (1640) y posteriormente muchas obras más.

El cierre de teatros en 1644/45 por el luto real, coincidió con la muerte de mi hermano José, y el otro cierre de 1646/49 con la de Diego. Este luto real no me impidió, sin embrago, la representación de autos sacramentales, entre los que destaco también  “La cena del rey Baltasar” y “El gran mercado del mundo”.

Para las bodas del rey Felipe IV con Mariana de Austria redacté la segunda esposa y Triunfar muriendo.

Desde hace diez años, 1670, el Ayuntamiento de Madrid, me viene encargando multitud de autos sacramentales, de los que he escrito más de ochenta. En muchos de ellos presupongo y manifiesto

una plena confianza en las capacidades del intelecto humano para tomar decisiones en lo que concierne a la materia de salvación. En ellos ensalzo la Eucaristía e introduzco personajes bíblicos para ganar la atención del público devoto.

 

D.-Quisiera que me hablara especialmente de sus dos obras más importantes: La vida es sueño y el Alcalde de Zalamea que marcan dos etapas en su devenir creativo.

C.-La vida es sueño la realicé en la plenitud de mi vida. Me supuso ver el sol de la gloria, del éxito. Quise hacer una obra simbólica, en la que la tesis que planteo es tan vieja como el mundo. Intenté que su asunto excediera las proporciones de una obra dramática. Por ejemplo, Segismundo no es la configuración de un hombre sino que es un símbolo de la Humanidad. Desde esta obra se me despertó la vocación por el simbolismo y en ella creo que me encontré a mi mismo.

Respecto a la otra obra, El Alcalde de Zalamea, creo que es el mejor de mis dramas, la obra más real y perfecta de mi teatro, la más humana, cumbre de mi realismo. En ella introduzco muchas experiencias vividas en los campamentos militares y las luchas sociales y la hidalguía.

 

 

 

 

 

D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.- D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.-En un principio los Autos se crearon como funciones gratuitas en las plazas de los pueblos. Luego se explotaron en los corrales. Siempre fue mi intención crear un mundo teatral perfectamente organizado y estructurado de forma múltiple, poliédrica, de enredo y de pasatiempo. Siempre tuve en mis pautas de trabajo la consideración de que el goce estético es la emoción del espectador.

En su forma clásica, el auto sacramental desarrolla una auténtica psicomaquia (es una representación alegórica, en la que virtudes humanas abstractas, representadas por personas, entablan una lucha contra los vicios, también personificados), entre personajes simbólicos que encarnan conceptos abstractos o sentimientos humanos en medio de un lujoso aparato escenográfico para desarrollar una idea alegórica de carácter teológico o incluso filosófico, a veces.

 

Si, considero que junto con Lope de Vega, cada uno en su estilo, fui uno de los principales dramaturgos del Auto Sacramental. Cuando he creado mis Autos me he encontrado a mi mismo y los he hecho salir de la teología eclesiástica. En ellos creo que el símbolo diseca la emoción y la grandilocuencia.

Se trata de una obra teatral que trata un tema religioso, un drama litúrgico que solía hablar sobre episodios de la Biblia o mostrar conflictos morales que se solucionaban con las normas y los mandamientos del cristianismo.

Cerrados los corrales de comedias por la muerte de Felipe IV, en 1665 no se abrieron hasta 1667,  nos dio a los dramaturgos  un período de descanso, permitiéndoles recuperarse de la actividad febril, continua y agotadora de escribir comedias.

 

D.-Creo, como seguidor y aprendiz de su obra  que no deja usted fuera de ella ningún escenario humano, no falta en ella ningún sentimiento. Ha sido un extraordinario genio cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, la propuesta de vías alternativas siempre aceptadas por el poder

C.-Al menos lo he intentado y considero humildemente que en muchos casos lo he conseguido.

 

D.-Podríamos decir que su trayectoria artística y literaria ha sido un proceso desde la comedia de capa y espada o costumbrista, a un teatro religioso, histórico, de honor, mitológico o filosófico, que incluye los autos sacramentales, el teatro breve y la zarzuela.

 

C.-En efecto, en mayor o menor medida lo ha definido usted acertadamente. También considero que esta es mi trayectoria de autos. He escrito ciento diez comedias, ochenta  autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores.

 

D.- Dicen los críticos que el teatro se ha convertido en una especie de industria del ocio al servicio de la Iglesia, las obras pías y el esplendor de la monarquía absoluta de origen divino ¿Lo cree usted así?

 

C.- Yo he hecho también teatro con la intención de entretener  y enseñar al pueblo, planteando en él, el reflejo de sus formas de pensar e intereses, entre otros aspectos. Procuro escribir pensando en la variedad de públicos y escenarios, intentando responder a temas como la dimensión religiosa, el honor y la honra, el amor, lo trágico y lo cómico.

En estos quehaceres, siempre he pensado respetar la inteligencia de los demás y la dignidad de mis adversarios. Ahora que ha pasado mucho tiempo de mi vida, no puedo sino recordar con maduro regocijo, la ausencia de imprecaciones por mi parte hacia los demás.

 

 

D.- ¿Se define usted como un pensador y creador literario?

 

C.- Soy un sencillo poeta y dramaturgo de  mi época. Concibo en  mi obra la vida como teatro y como sueño. Defiendo la dignidad y el honor, que en España se valora por encima de todas las cosas, incluso entre los más humildes.

He cantado en mis obras a la libertad y el sentido de la existencia. Y en todo ello creo haber utilizado un lenguaje de imágenes plásticas, de metáforas visuales, para transmitir esas sensaciones que unen en una obra teatral al público con el conocimiento, el arte y la poesía.

 

D.- Si me permite, le diré que a juicio de muchos, sin duda, en  el arte de los autos sacramentales  ha sido y es usted la máxima autoridad. Se le considera el gran poeta simbolista de este género. ¿Me podría decir cómo entiende este tipo de representaciones dramáticas y alegóricas referidas a la Eucaristía?

 

C.-No sé si me puedo apuntar algo de todo esto que usted ensalza en mi persona y obra, en el hacer de los autos   sacramentales. No olvidemos que también estaba, en este oficio el gran maestro Lope de Vega, aunque quizás él y yo entendemos los autos sacramentales de forma diferente. He disfrutado muchísimo con este género teatral, por lo que no me importa que me califiquen como poeta católico, pues lo soy o intento serlo. Ya conoce usted además mi condición de sacerdote.

Definí poéticamente tiempos atrás cuál es mi concepto de auto sacramental, se lo leo: “sermones puestos en verso/ en idea representable de la Sacra Teología/ que no alcanzan mis razones/ a explicar ni comprender/ y al regocijo dispone/ en aplauso de este día” Considero que los más conocidos y admirados por el público son: El gran teatro del mundo (1636) y La Vida es sueño (1670).

 

D.- Su vinculación temprana a la Corte, de forma definitiva desde 1650, le permitió ser auxiliado por la tradición italiana en su teatro ¿Cómo fue este proceso?

 

C.-Este encuentro profesional con las maneras teatrales venidas de Italia, de la mano de Cosme Lotti, ingeniero florentino al que el rey Felipe IV trajo a su Corte para dar un mayor brillo a estas representaciones y equipararlas a las más innovadoras de Europa, ya que el monarca tenía un gran interés por todas las manifestaciones artísticas y de ocio así como por  la pintura, el ejercicio cinegético y sobre todo del teatro. Esta última actividad tuvo un lugar preponderante en su corte, en la cual, se representaban periódicamente comedias ya desde octubre de 1622.

  Te recuerdo que por aquel entonces, Florencia era la cuna del dramma in música, y también uno de los focos más importantes de creación y teorización sobre los nuevos escenarios y maquinarias teatrales. Yo aprendí mucho de ellos para realizar mis escenografías.

También vino a la Corte desde Florencia, Baccio del Bianco, ingeniero y escenógrafo. Llegó a España en 1651 para sustituir a Cosme Lotti, tras haber trabajado para los Medici y la nobleza florentina. Aunque su estancia en España fue bastante breve (la muerte le sorprendió seis años después de llegar) resultó muy intensa y dejó una huella muy importante en la historia escénica de este siglo. Era increíblemente versátil, capaz de trabajar como director, escenógrafo, coreógrafo, figurinista, grabador, comediógrafo o actor, o incluso como caricaturista y hasta compositor de música o instrumentista de cuerda y viento. Un verdadero monstruo de la representación escénica que a mí me impresionó, pero con el que también tuve  mis enfrentamientos y disputas.

Colaboré  con él en numerosas comedias para fiestas palaciegas como: La fiera, el rayo y la piedra, comedia mitológica representada en el Coliseo del Buen Retiro en 1652. Otras fueron: Andrómeda y Perseo (1653), o El golfo de las Sirenas (1657). Con motivo del estreno de la penúltima, tuve don él mis diferencias profesionales a causa de los excesos escenográficos de Bianco (caídas, mutaciones, naufragios...) en cuyo proceso de preparación tuvo que intervenir el mismísimo Felipe IV, preocupado por las noticias que le llegaban de los rifirrafes y enfrentamientos que tuvimos entre los dos.

Sin embargo ganó mi confianza y pudimos trabajar al unísono, sin enfrentamientos, aceptando uno del otro sus observaciones para la pluralidad de quehaceres, lo que dio  como fruto de enormes éxitos teatrales.

Aprendí mucho de los dos, lo que me permitió innovar técnicas con tramoyas, maquinaria, música y artificio.

Se estaba produciendo un cambio de generación en el teatro y con ello un  gusto diferente. Por ejemplo cada vez impactaban más las emociones visuales y los trucos teatrales venidos de Italia precisamente.

 

D.-Comentas los más doctos en el arte y la literatura que usted ha pasado en su quehacer, como escritor y dramaturgo, de lo trágico a lo grotesco, a la risa, a la burla para buscar lo ridículo, extravagante o absurdo. Lo que algunos conocen como “risa cruel y grotesca".

 

C.-En el conjunto de mis obras no me interesó solo por el ámbito de la tragedia o las fábulas de gran espectáculo y el auto sacramental, también por la obra cómica. Mi sentido de lo grotesco se aleja, por ejemplo, de las “crispadas y morrocotudas, alegres, crueles y macabras risotadas quevedescas.

Aprovecho el libre juego de la fantasía, la presencia de lo desmesurado, deforme y feo, que caracteriza a lo grotesco que yo selecciono, para provocar una risa descompuesta, que parece exageradamente “fea y torpe” a la manera de las “ventosidades”. Véase, en este sentido,  mi comedia burlesca, disparatada y asombrosa parodia grotesca. Céfalo y Pocris, que se representó ante Sus Majestades en el Salón Real de Palacio, para justificar mis decires.

 

D.- Se comenta en los mentideros que usted es uno de los responsables de la puesta en práctica de un nuevo movimiento artístico, la ópera barroca que algunos titulan como La Zarzuela. Otros le fijan como su creador.

 

C.- Mi obra Celos aun del aire matan (1660) es efectivamente  una ópera barroca, cuyo libreto elaboro yo y Juan Hidalgo de Polanco es el autor de la música. Sin duda, ambos convenimos en señalar que se trata del primer intento de fiesta real de ópera cantada en España.

Es evidente que el género lírico más genuinamente madrileño ha nacido de mi mano y con el tiempo fue tomando su carácter popular. Personalmente definí este género lírico con estas líneas, que puse en boca de un personaje llamado, precisamente, Zarzuela: “No es comedia, sino sólo/ una fábula pequeña/ en que, a imitación de Italia/ se canta y se representa”.

En la obra hago cantar y bailar sobre el escenario al son de la música barroca pensando siempre en entretener y divertir. Escena tras escena, se suceden  ritmos vivos y melodías pegadizas no narrando todavía temas populares y castizos, sino historias clásicas y mitológicas.

 

D.- ¿A qué escritor de su época admira  más? ¿Qué obras destacaría de todos ellos?

 

C.-He admirado y admiro a muchos de ellos, pero sobre todo el más grande para mí ha sido Lope de Vega, especialmente por el prodigio de sus rimas y sus comedias. De él he aprendido a comprender las pasiones humanas. Su gran obra, El castigo sin venganza, es la mejor tragedia de amor que   se ha escrito. ¡A propósito, observe lo que escribió sobre mí! A don Pedro Calderón/ admiran en competencias/ cuantos en la edad antigua / celebran Roma y Atenas.

El elogio correspondiente que me hizo en El Laurel de Apolo no puedo ser más lacónico. Dijo sobre mí «en estilo poético y dulzura / sube del monte a la suprema altura. “

Reconozco que era muy popular y querido.  Para decir que algo era excepcional, se decía “Es de Lope”. Un discípulo suyo me llegó a decir un día en un mentidero: “No hay casa de hombre curioso que no tenga un retrato de él”. Y corría de boca en boca una oración irreverente que empezaba así: “Creo en Lope de Vega, poeta del cielo y de la tierra…”

Pero vaya mi admiración imperecedera por la obra  más grandes escrita en prosa hasta ahora en nuestra literatura, el insuperable Don Quijote de la Mancha, el mejor de los libros posibles. De este gran autor—Don Miguel de Cervantes Saavedra— admiro mucho también su libro su Persiles y Segismunda.

Del cordobés don Luis de Góngora y Argote aprendí a decir y escribir esas pasiones referidas. De él he intentado convertir su lenguaje—especialmente el de Polifemo y Las Soledades— en imágenes y teatro.

La entrevista tomó el rumbo de su final. Don Pedro estaba realmente cansado y la dimos por terminada en consonancia, de mutuo acuerdo.

 

D.- ¡Gracias, amigo don Pedro! Para mí siempre lo fuiste. Un hombre de honor comprometido con su época, que sirvió a la monarquía y a España lo mejor que supo y pudo. Uno de los mejores escritores que ha brotado en esta bendita tierra de la que los dos nos sentimos orgullosos de pertenecer.

— ¡Gracias por su amabilidad, hospitalidad y opiniones!

—Calderón de la Barca, se levanta de su sillón y haciendo fuerza de apoyo en su bastón, me acompaña hasta la puerta, se funde conmigo en un abrazo entrañable y se despide de mí con estas palabras:

¡Adiós amigo Diego, siempre te admiré como hombre valeroso, íntegro y bueno. Te tendré presente en mis oraciones!  ¡Esta será siempre también tu casa!

 

D.- Jamás volví a ver a don Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño, un español donde los haya. Cerebro portentoso, único. Hombre de alma caballeresca y cristiana. Uno de nuestros grandes poetas y dramaturgos. Aquí queda este recuerdo del que fue el más longevo de nuestros dramaturgos.

 

El siglo XVII, España se llenó por completo de la vida y la obra de Pedro Calderón de la Barca. En sus obras, el dramaturgo reflejaba el espíritu del hombre del Barroco, al que retrató no como un ser inquieto y emocional, sino de una forma sosegada y equilibrada. Jamás dejó de escribir, día y noche, y gracias a ello han llegado hasta nosotros cientos de sonetos y comedias, así como novelas, epopeyas y novelas cortas surgidas de su intelecto privilegiado. Algunas de sus creaciones más emblemáticas  son por todos conocidas y han pasado a engrosar el elenco de grandes obras de la literatura universal.

El 25 de mayo de 1681 , un año después de esta entrevista, don Pedro dejó la vida terrenal en un momento en el que entre sus manos—ya yertas—quedaron sus autos sacramentales Amar y ser amados y La Divina Filotea. Era el final de su obra, cinco veces más extensa que la de Shakespeare e igualables quizá con la de Lope de Vega. Pero mientras haya teatro y lectores, Calderón de la Barca perdurará y sus respuestas y postulados tendrán siempre vigencia, mientras no olvidemos su obra. Su mayor defecto  era su propia grandeza.

 Fue un espíritu reflexivo, un maestro de la técnica teatral, un gran perfeccionador de invenciones ajenas, un cerebro asombroso y equilibradísimo que produjo  sin eclipse y sin cansancio durante más de sesenta años, con igual dominio y serenidad, la mecánica intelectual de sus grandes y complejas creaciones y la mecánica notoria de la escenografía de sus obras

Asimismo se distinguió por ser un gran cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, con la propuesta de vías alternativas, siempre aceptadas por el poder. Logró alcanzar el goce estético y la emoción de los espectadores.

Su entierro fue memorable. Yo asistí a él con muchos amigos más. Don Pedro fue enterrado el 27 de mayo en la iglesia de San Salvador. En esta época, las autoridades, organismos o hermandades tenían la potestad de hacerse cargo de los restos de personajes célebres y también de las reformas que iban a acometer en los distintos espacios donde se pretendía que reposaran. Más como ocurrió con otros personajes inmortales de nuestra historia como Miguel de Cervantes, el propio Lope o Velázquez, sus restos parece ser que se perdieron.

 

 

—Sepan cuantos lectores a los que les pueda llegar el alcance de estas páginas, donde vertemos los diálogos habidos, que Calderón de la Barca, fue un hombre polifacético, figura universal, admirado y conocido en su época y en otras posteriores, desde las tierras de pan llevar castellanas hasta los escenarios más exigentes de las principales ciudades.

 

Testimonio firmado de estos diálogos entre Don Pedro Calderón de la Barca y don Diego Sarmiento Pimentel:

 

 

 

 

 

 

 

 

P.D. Al final de aquella famosa entrevista y para que el diablo no se ría

de la ocultación, D. Pedro Calderón me volvió a decir:

-“Esa mujer de la que me has hablado, la quisiera tener para la representación de mis obras, Podría  ser considerada;

 

La ninfa de mis operetas,

la divinidad personificada en mis autos sacramentales,

la dama solicitada en mis comedias,

parangón de las veleidades y de los encantos terrenales,

cénit de los caprichos humanos,

……, una bendición de Dios para  mis obras.

Esta dama, rival de Afrodita en la belleza y el amor,

de Atenea en el saber y  la inteligencia,

deidad de la dulzura y la bondad.

 

Es el imaginario más completo de cualquier mente,

culta y portentosa en el saber, querer y valorar de la vida.

 

Con una dama así,

cualquier digno caballero,

que se vanaglorie de serlo,

puede ser muy deliz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          Alfredo Pastor Ugena

 

 

Te presenté así a D. Pedro Calderón de la Barca:_

“Por ser una mujer seductora me deja algo en su mirada, / por ser una mujer simpática me dejas algo con  su sonrisa/ por ser una mujer sensual me dejas algo en mi imaginación/ por ser una gran mujer, me deja su esencia en mi corazón”.

                                   ( Diego Sarmiento a su dama)

Los  versos que figuran más abajo, los hizo don Pedro para ti, a petición mía para homenajear a tus encantos, le dijo Diego a su amada Casilda.

 

Le hablé a D. Pedro de tus sentimientos,

 Propios de una dama especial,

 y presto se puso a escribir en tu honor, 

este cuarteto con  toda su devoción.

 

Conversé con él sobre tus cualidades,

de tu belleza y de tu gran corazón,

me contestó, que una dama así

es para él todo un primor.

 

 

 

“Quiso el destino, me dijo

que naciera así una mujer,

digna de merecer

de la cabeza a los pies.

 

¡Le dedicaré unos versos originales,

un cuarteto bien hecho,

como he dicho,  es lo mejor,

para que me recuerde con cariño en su alma,

como un poeta que la admira,

díselo, por favor!

Ahí van mis versos para ella:

 

 

(Estos versos son originales y están escritos por la mano de don Pedro Calderón de la Barca para ti).

 

 

                                                                                Yo, Diego Samiento, amigo de don Pedro Calderón de la Barca, que consumo mi vida entre la defensa de mi honor mi honra, la fe y mi modesto talento innato afirmo:

Estamos viviendo una época en este siglo XVII en la que España es una colmena  de actividad artística y literaria, mientras nos sumergimos en una decadencia política y económica.

Las cosas tan relevantes que están ocurriendo dentro y fuera de nuestra Patria están alimentando la imaginación de muchos artistas y les predisponen hacia el buen camino de la creatividad universal de las artes y las letras.

Este es, en mi opinión,  el telón de fondo de nuestra nación, donde las letras nunca alcanzaron cotas tan deslumbrantes como en esta época. Los  nobles españoles ejercen de mecenas, en muchos casos, tomando bajo su patrocinio a un gran número de poetas, novelistas y pintores de la más alta calidad.

El mundo raramente ha visto tal galaxia de talento literario, con nombres como los de Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Francisco de Quevedo,  Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca dramaturgo, filósofo y teólogo.

A todos he conocido y tenido alguna amistad con ellos, en un camino de vivencias marcado por la hegemonía y la decadencia más absoluta de España, especialmente en el exterior, sostenida por una situación interna dominada por la desigualdad múltiple y extrema, con una polarización de rentas, contribuciones e impuestos que definían un ambiente de corrupción y de venalidad, sin paliativos.

 

 

El sueño del caballero o La vida es sueño, de Calderón de la Barca, cuadro del pintor barroco Antonio de Pereda expuesto en la Academia de San Fernando, Madrid.“

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

 

 

                                                                                                

 

 

Pasan muchas cosas en nuestro País que salpican a las conciencias y a la vida de demasiadas personas, como ha sido la gran peste de este siglo, entre los años 1647 y 1652, que azotó fundamentalmente a Andalucía y la zona oriental de España, las hambrunas pertinentes, abundancia de encarcelamientos por diversos motivos, ocultamientos cercanos al derecho de pernada para no caer en la miseria  y en la indigencia de algunas familias en las zonas rurales, aumento constante de la presencia de “tusonas y cantoneras” por las calles y caminos, autos de fe , caza de brujas y calabozos inquisitoriales repletos por gentes que se pudren en ellos, así como hogueras para herejes, entre otros aspectos.

Así vivimos bastantes, entre la pobreza generalizada, la violencia enconada, las guerras que nos destrozan  y arruinan, en contraposición el éxito de unos pocos bendecidos por la vida. Algunos grandes artistas como Murillo y Velázquez,  por ejemplo, con los que he hablado en alguna ocasión,  son verdaderos notarios de esto que os apunto. A este último le di algunas ideas para su famoso cuadro  de “Las Lanzas”—como al parecer también hizo don Pedro Calderón— ya que yo luché en el  asedio de la ciudad de Breda, durante dos meses. Allí caí herido y llevo una cicatriz que me cubre la espalda en diagonal, recuerdo de aquellos días de infierno bélico y enfrentamiento con los neerlandeses.

Mi nombre es Diego Sarmiento y Pimentel. Fui Furriel Mayor de los Tercios españoles en mis tiempos  de juventud y gallardía. Combatí por toda Europa defendiendo las posesiones y el honor de mi patria, España. Sufrí heridas graves y de algunas de ellas llevo todavía conmigo sus secuelas.

Pido a todas sus señorías, que lean esta entrevista que voy a realizar a don Pedro Calderón de la Barca, que me permitan presentarme como corresponde a un caballero de mi dignidad y aprendiz del buen hacer literario, en mi condición de hidalgo y miembro de la baja nobleza castellana que aspira a ser nombrado, ya en mi vida avanzada, para el cargo de asesor de los cronistas de la Corte del Rey sumarísimo don Felipe IV al que se conoce como «el Grande» o «el Rey Planeta».

 De él se dicen muchas cosas en los mentideros donde se reúnen nobles y plebeyos y desde allí se propagaban por la Villa todos los cotilleos de la Corte, donde se expresan solapadamente en comidillas los correveidiles. En esos encuentros se difunden todos  los chismorreos que nacen en los mentideros y corrales de comedias: discordias, polémicas, iras, rencillas y enemistades en pleno Madrid del siglo XVII. Las mofas y burlas más bien en boca de poetas desafamados solían ser frecuentes, siempre con expresiones duras e hirientes.

            De ese modo, por el ir y venir  los personajes chismosos, se conocen los amoríos de la actriz María Inés Calderón “La Calderona” con el rey Felipe IV quien ha tenido un hijo con ella, al que conocemos como Juan José de Austria, de quien  que figura en su partida de nacimiento como “hijo de la tierra “por la manera que hay de nombrar a los hijos ilegítimos.

Dicen quizás las malas y viperinas lenguas que su Majestad es  “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”, desde los primeros hervores de la adolescencia, cuando cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones desbordadas. Dicen en los mentideros que el monarca, “desde el Alcázar a la mancebía, pasando por el corral de comedias, no había fronteras para sus ardores, pero su preferencia iba más a las mujeres humildes que a las linajudas”.

 ¡Líbreme Dios de que yo pueda abrazar estas sentencias populares que son sólo chismorreos verdaderos o no pero al fin chismorreos!

Un día  en tiempos ya pasados me dijo don Pedro en una taberna de la calle León de Madrid, donde repasábamos hazañas y experiencias pasadas, abriéndome la mente con la filosofía de sus Autos sacramentales y sus comedias:

 

— ¡Diego, no olvides que en boca cerrada no entran moscas! —No concurras por los mentideros si aspiras a algo en la Corte porque luego todo se sabe y nadie se hace dueño de lo que se dice. Si es malo, se lo atribuyen a cualquier mequetrefe aunque no haya asomado por allí nunca su cabeza, pero se sabe de su existencia por cualquier buscavidas, o algún desgraciado vil y de alma baja.

— ¡Así lo haré!— le dije, sepultando en mi vida esas reuniones. No podía echar a perder ese orgullo y honor personal que gané en los campos de batalla y aún conservo— optando por la muerte  antes que mi deshonra— en mi reputación como hombre y soldado.

 Pero vayamos al grano, aunque antes tengo que mencionaros algunas de las vicisitudes en la  coyuntura en la que don Pedro y yo desarrollamos nuestras vidas, en una situación que fascina por el desarrollo literario, pictórico y belicoso.

Como sabemos, en  la sociedad española actual, la nobleza y todos los poderosos están  bien alimentados, incluso en exceso; las clases más humildes solo gozan de una alimentación básica, o incluso de subsistencia, donde gran cantidad de desarrapados, holgazanes, pícaros viven de la limosna y las sopas de los conventos. Muchos de ellos son capaces de hacer lo que haga falta  por unas cuantas monedas e incluso por la comida

Voy a entrevistar en breves momentos—como os he dicho— a don Pedro Calderón de la Barca, un hombre ilustre y presea actual de las letras españolas, con el que mantengo amistad desde que combatimos juntos en Breda, en Fuenterrabía, Cataluña y Portugal y en otros lugares del Imperio, como miembros de la caballería castellana. Recuerdo que en los ratos de descanso de estas batallas, recitábamos juntos, con otros compañeros, mientras tomábamos unas jarras de vino, aquellos versos de una rima de la época que decía: “España mi natura/Italia mi ventura /y Flandes mi sepultura”.

 

En uno de sus más famosos poemas, El soldado español de los Tercios, alaba don Pedro a los soldados que formaban cada una de sus unidades.

 

 

 

 

 

El soldado español de los Tercios

 

Este ejército que ves

vago al yelo y al calor,

la república mejor

y más política es

del mundo, en que nadie espere

que ser preferido pueda

por la nobleza que hereda,

sino por la que el adquiere;

porque aquí a la sangre excede

el lugar que uno se hace

y sin mirar cómo nace

se mira como procede.

 

Aquí la necesidad

no es infamia; y si es honrado,

pobre y desnudo un soldado

tiene mejor cualidad

que el más galán y lucido;

porque aquí a lo que sospecho

no adorna el vestido el pecho

que el pecho adorna al vestido.

 

 

Y así, de modestia llenos,

a los más viejos verás

tratando de ser lo más

y de aparentar lo menos.

 

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

 

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la firmeza, la lealtad,

el honor, la bizarría,

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna

la milicia no es más que una

religión de hombres honrados.

 

 

En Madrid, en nuestros tiempos jóvenes, fuimos compañeros también en algunas granujadas, pleitos de honor y sangre, duelos con espada y cuchilladas callejeras, como cuando entré con él en el convento de las Trinitarias (una comunidad de monjas fundada por Francisca Romero, hija de un aguerrido capitán de los Tercios) donde profesaba sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, de 24 años, lo que habría de destapar todas las iras de su padre.

El caso fue que, Diego Calderón, hermano de don Pedro fue gravemente estoqueado por un actor, Pedro de Villegas, en una disputa callejera, quien, en su fuga, fue a cobijarse “en sagrado” al interior del cenobio trinitario. Una gran turba que con gran alboroto y pulsiones vengadoras, igualmente pendencieras, perseguía al malhechor, turba en la que don Pedro Calderón de la Barca, “facedor de dramas”, hermano del herido y yo  nos hallábamos con más gente de pluma y teatro. Nos adentramos abruptamente en la clausura monacal en pos de aquel espadachín, profanando así el recinto religioso según los cánones entonces vigentes. El escándalo fue mayúsculo.

Mayor reacción fue la del monje trinitario Fray Hortensio Félix Paravicino (pintado por El Greco) afamado predicador real, muy amigo de Lope de Vega y de Luis de Góngora, que arremetió airadamente contra comediantes y poetas dramáticos, a raíz del asalto de Calderón y sus acompañantes al convento. Lo hizo el 11 de enero de 1629 en una solemne oración fúnebre ante el rey Felipe IV, en honor del padre del monarca, Felipe III, el rey que en 1617 lo había nombrado Predicador Real. Tanto don Pedro como yo nos sentimos muy ofendidos por las ofensas de aquel fraile famoso.

D.- La reacción de D. Pedro Calderón fue inmediata, incluyendo unos versos satíricos contra el fraile en su obra “El Príncipe Constante”, una comedia sobre el libre albedrío de lo humano, lo que a mí me llenó de gran satisfacción.

C.-Ese fraile altivo y arrogante que se apoya en su petulancia, esconde bajo sus hábitos trinitarios, a un bellaco harto de ajos, lujurioso, lascivo y libidinoso, con los sentidos vertidos ocultamente en el sexo.

 Diego llegó al domicilio de D.Pedro situado en la calle Mayor número sesenta y uno (antes había vivido con la familia en la calle  Las Fuentes y luego en la Calle Platerías, siempre en Madrd) y golpeó una puerta alta  y repujada al estilo mudéjar, con una aldaba  de cierto tamaño formada por una mano dorada de hierro forjado de rasgos finos que agarraba una bola la cual chocaba contra una superficie metálica produciendo un ruido realmente sonoro y algo armonioso.  Todo un referente de una casa de cierta alcurnia  y un simbolismo magnánimo  y amable  que al menos teóricamente avisaba de la actitud acogedora de los moradores de la casa.

Sale presto a recibirme con esa estampa de hombre circunspecto, altanera y repleta de esa seriedad que siempre le ha caracterizado. Me da audiencia a las cinco de la tarde como habíamos quedado, con una puntualidad shakesperiana, apoyado en un bastón, rindiéndome los honores de su hospitalidad. Presentaba una imagen seria, circunspecta, enhiesta.

Sentados en su despacho, puso sobre la mesa una jarra de vino con dos vasos y me dijo:

—¡Brindemos por nosotros con una de las cosas más civilizadas del mundo!, el líquido más común del ánimo popular.

        Amigo Pedro—le dije— Gracias por acogerme en tu morada. Ya hace tiempo que no nos vemos. Nos saludamos con un abrazo afectivo. Seguí sus pasos hasta una habitación confortable pero sencilla donde tenía su despacho, sin hacer resonar demasiado las tablas del suelo del pasillo que recorrimos. Una vez allí me invitó a ponerme cómodo para hacer lance a la intención. Noté que sus ojos resplandecían de viveza y claridad.

 

        Pedro, permíteme que a lo largo de esta entrevista te llame de usted pues es posible que lo que acordemos y yo escriba, circule por la Corte y algunos mentideros de la Villa. No deseo que un tratamiento más cercano ponga en tela, y algo distante de juicio, lo que aquí digamos hoy.

        ¡Perfecto, Diego, como tú quieras!

        Noté en las miradas de su silencio introductor, teñidas de una cierta melancolía, una imagen de hombre distinguido inmerso en los abismos quizás de su soledad, que le abatían en estos momentos de reposo de su vida longeva.

Tener delante de mí a un amigo y hombre tan importante de nuestras letras, me suscitaba un gran interés, respeto y fascinación. No podía olvidar que debería tener en cuenta la necesidad de dominar el arte del silencio y la virtud de saber escuchar, cuando Calderón atendiera a mis preguntas.

Una rápida mirada a mi alrededor me permitió contemplar una habitación sobria, bien iluminada, con un suelo pavimentado de ladrillos barnizados cubiertos por alfombras que en su día le regaló el Conde de Osuna por unos favores literarios que le hizo para dedicárselos a una dama que cortejaba en el ardor del silencio nobiliario.

— ¿Diego, dónde iré de esta suerte, tropezando en la sombra de mi muerte?—me dijo.

—Larga vida tendrá usted todavía don Pedro. Su producción literaria nunca podrá ser vetusta.

Se levantó de su sillón y me pidió disculpas porque necesitaba ir al excusado.

Aproveché esos instantes para detallear sus paredes. En una de ellas colgaba un tapiz donde se percibía con nitidez la imagen de una medusa, a la manera mitológica, que parecía proteger nuestro encuentro. Cerca del sillón de don Pedro, una columna dórica de mármol soportaba el breve peso de un precioso ninfeo de madera que mandó hacer para su casa de Madrid .Al otro lado había un espejo con un marco de estilo castellano encima de un bargueño.

 

— (Diego). ).¿Cuáles fueron los segmentos cronológicos de su vida?¿Cuál es el origen de su nombre familiar? ¿Hábleme de su familia y linaje?

 

— (Calderón). Nací en Madrid, “el día de San Antón” y comenzando el siglo XVII (17 de enero de 1600, lunes)  y al parecer me vendría la muerte un 25 de mayo de  1681, domingo, día festivo para celebrarlo. Fui bautizado en la Iglesia de San Martín.

La procedencia de mi apellido Calderón, que distingue honrosamente a mi familia, viene al parecer porque uno de mis antepasados parecía haber nacido muerto. Enseguida le metieron en un caldero de agua caliente, según costumbre de la época, para verificar si era cierto que no vivía. Al entrar en contacto con el agua a elevada temperatura, prorrumpió en sus primeros gritos. Por eso algunos dicen que los Calderones parecemos menos de lo que en realidad somos.

Soy el tercero de los hijos de don Diego Calderón un secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda (testarudo y autoritario de la que hace gala. Murió en 1615 de súbita enfermedad) y de doña María Ana de Henao, la cual falleció de sobreparto, como otras mujeres de la época en 1610. Mi padre se casaría de nuevo ese mismo año con Juana de Freire.

Me bautizaron en el convento benedictino de San Martín. Me acompañaron en dos hermanos ( Diego y José) y dos hermanas (Dorotea, a la que mis padres metieron a monja, con trece años de edad en el monasterio de Santa Clara de Toledo, y Antonia, que murió en 1607, con apenas ocho años). Tuve también un hermano bastardo, Francisco, a quien  mi padre dijo que había abandonado por su mala conducta, pues andaba perdido por el mundo. Apareció después de mucho tiempo y vivió con nosotros a pesar de los reproches paternos.

A los nueve años comencé a estudiar en el Colegio Imperial de Madrid, regentado por la Compañía de Jesús, todo un lujo para la época. En estos primeros años de escuela, mis amigos y compañeros de juego me llamaban de mote “Pedrusco”, pues parecía una piedra o una roca, algo frío— decían— constantemente clavado a los libros, pues es verdad que, siempre fui un apasionado por la lectura. Continué posteriormente mis estudios en la universidades de Alcalá y Salamanca, hasta 1629

En esta última viví una vida de mocedad más bien suelta. Allí donde el broquel, la espada, la guitarra y los naipes eran el blasón estudiantil, así como el amor y la aventura, el vino, el brote de la sangre moza que alegraban o aturdían a la ciudad en el ánimo de rondas, pasacalles, motines y zalagardas, escaramuzas y demás.

Yo era huérfano, libre, dueño de mi albedrío, mozo arriesgado y valiente, aficionado a los toros, siempre dispuesto a dar y recibir cuchilladas. A llevar una vida inquieta, arriesgada y llena de placeres. Los libros eran importantes, pero lo justo.

 

 

 

 

    Mi familia, en general, es gente de linaje o como dicen algunos, somos “de aquellos que podían pasar la vida “linajudos”. La verdad es que vengo de procedencia noble, de estirpe hidalga y acomodada, especialmente si me comparo con gran parte de la población española inmersa hoy en día en la pobreza y en la mendicidad,

De mi abuela materna, doña Inés de Riaño y Peralta proviene el acomodo dinerario de la familia. Ello me permite decirle que nací en el mismo colectivo de aquellos que podían pasar la vida sin que ésta se les hiciera difícil.

 

 

 

 

D.- Por su dilatado recorrido vital, por la estratégica situación histórica que le ha  tocado vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, considero que usted es capaz de definir el magnífico pero también contradictorio siglo XVII que estamos viviendo. ¿Es posible que ahora, a sus ochenta años sea un gran momento para definirnos qué es la vida?

 

C.-Me he pronunciado varias veces sobre este concepto absoluto, que tanto me ha preocupado y me preocupa, sobre todo ahora que observo cómo se me va acabando. En mi obra El gran teatro del mundo, me parece haber dejado claro que la vida es simplemente un teatro, donde cada uno de nosotros juega un papel determinado. Una representación escénica que terminará en el despertar de la muerte. También di respuesta a esta reflexión en otra de mis obras importantes, La vida es sueño, donde di la respuesta con meridiana claridad  ¿Qué es la vida?/ Un frenesí/Qué es la vida/Una ilusión, una sombra, una ficción/ y el mejor bien es pequeño/que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son.

Intento responder a las preguntas que la gente me hace sobre la vida también en otras obras como El Alcalde de Zalamea o El médico de su honra.

En mi testamento he dejado dispuesto que mi cuerpo sea enterrado sin pompa alguna que me lleven descubierto para que ofreciese desengaño de lo perecedero de esta vida.

 

D.- ¿Cómo se ve usted a sí mismo? ¿Qué datos aportaría a un gran pintor como es Velázquez para que le  hiciera un retrato lo más cercano a su realidad? ¿Qué le diría? ¿Cuál es actualmente su relación con este gran maestro de la pintura?

 

C.- Él es el pintor del rey, capaz de captar la mirada del monarca. Una vez compuse mi retrato de forma burlesca, a petición de una dama, lo que hice a propósito de forma exagerada. Lo cito en estos versos:

 ¡Yo soy un hombre de tan/desconversable estatura/que entre los grandes es poca/y entre los chicos es mucha./Montañés soy; algo deudo/allá, por chismes de Asturias,/de dos jueces de Castilla,/Laín Calvo y Nuño Rasura;/hablen mollera y copete:/mira qué de cosas juntas/te he dicho en cuatro palabras,/pues dicen calva y alcurnia./Preñada tengo la frente/sin llegar al parto nunca,/teniendo dolores todos/los crecientes de la luna./En la sien izquierda tengo/cierta descalabradura;/que al encaje de unos celos/vino pegada esta punta./Las cejas van luego,/ a quien desaliñadas arrugas/de un capote mal doblado/suele tener cejijuntas./No me hallan los ojos todos,/si atentos no me los buscan/(que allá, en dos cuencas, si lloran//una es Huéscar y otra es Júcar);/a ellos suben los bigotes/ por el tronco hasta la altura,/cuervos que los he criado/y sacármelos procuran./ Pálido tengo el color,/la tez macilenta y mustia/desde que me aconteció/el espanto de unas bubas./En su lugar la nariz/ni bien es necia ni aguda,/mas tan callada que ya/ni con tabaco estornuda./La boca es de espuerta, rota,/que vierte por las roturas/cuanto sabe; sólo guarda/la herramienta de la gula./Mis manos son pies de puerco/con su vello y con sus uñas;/que, a comérmelas tras algo,/el algo fuera grosura./El talle, si gusta el sastre,/es largo; mas si no gusta/es corto;/ que él manda desde mi golilla a mi cintura;/de aquí a la liga no hay/cosa ni estéril ni oculta,/sino cuatro faltriqueras/que no tienen plus ni ultra./La pierna es pierna y no más,/ni jarifa ni robusta/algún tanto cuanto zamba/pero no zambacatuña./Sólo el pie de mi te alabo,/salvo que es de mala hechura,/salvo que es muy ancho, y salvo/que es largo y salvo que suda./Este soy pintiparado,/sin lisonja hacerme alguna;/y, si así soy a mi vista,/¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!.

Con Diego Rodríguez de Silva y Velázquez tuve cierta amistad. Coincidimos bastante en la Corte en tiempos pasados. Conversé con él muchas veces, pero a pesar de mi  propósito no logré que me hiciera un retrato. Nunca pretendí que pintara mi imagen “a caballo en corbeta”, pero sí me hubiera gustado un pequeño busto. Si retrató a Góngora, con el que le unió una buena amistad; también a Quevedo y a Francisco de Rioja, “un hombre de enorme influencia en los ámbitos del poder de la Corte de Felipe IV como mano derecha del gran valido, el conde-duque de Olivares”. Le  conocí de cerca y admiré su talante de severo moralista (sobre su condición de eclesiástico) y  su mérito de intelectual solvente y hombre cultivado, se añadían sus dotes artísticas, especialmente como poeta.

Velázquez parece  que como un pintor de oficio se inspiró en mi obra, El sitio de Breda, para pintar su bello cuadro del mismo nombre. Coincidimos en varios temas y costumbres que yo reflejé en mi teatro con la pluma y él en sus lienzos con el pincel. Velázquez se avenía mejor

      en su condición de aposentador del palacio que como un pintor de oficio y además asalariado.

 

D.- ¡Qué tiempos aquellos del sitio de Breda combatiendo bajo el mando de don Antonio de Spínola, genovés, capitán general de Flandes y caballero de la Orden de Santiago! Un general magnífico y gran estratega, que nos guio con gran sabiduría militar en la victoria. Yo en algún otro momento estuve también combatiendo a su lado!

 

D.-Don Pedro, usted en cierta ocasión me aconsejó que no frecuentara demasiado los mentideros, me podría traer problemas para andar por la Corte, Y así lo hice. ¿Usted los frecuentó mucho? ¿Cuál es su opinión sobre ellos?

 

P.-Cuando viví en la calle León, donde también lo hicieron Cervantes y Lope de Vega, visité algunas ves los mentideros de “los Representantes” y el de “los Comediantes”. Este último estaba situado en esta misma calle. Allí coincidíamos gente del teatro, escritores y poetas. Por aquel entonces yo disfrutaba de las inquietudes propias de la farándula. Me sentía unido a los recitantes y farsantes, aunque más tarde ya no tuve tiempo para estos menesteres, especialmente desde que me fui a vivir a Toledo. El más importante dicen que es el de Las gradas de la iglesia de San Felipe (El Convento de San Felipe el Real)  situado a la entrada de la calle Mayor; dicen que es “la voz de Madrid”, “un mercado de honras y baratillo de famas”.

Para cotillear, en suma, ese es el valor de los mentideros. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtieron en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día.

Así pues, en Madrid, existen tres mentideros muy famosos: Losas de Palacio, frente al Alcázar de Madrid, Gradas de San Felipe en la Puerta del Sol, y el célebre Mentidero de “comediantes” o “representantes” en la calle del León.

En los mentideros—te diré amigo Diego— que se fraguan los principales rumores sobre la Corte. En ellos los madrileños se reúnen para conversar e intercambiar informaciones de todo tipo. Sentados, por ejemplo, en los graderíos de las escaleras de acceso a la iglesia de San Francisco, todos aquellos que tenían tiempo de hablar de lo divino y de lo humano se intercambian noticias, rumores, calumnias, inventos, secretos y opiniones, no siempre de entera confianza. Para cotillear, en suma. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtió en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día, aunque no debemos olvidar que allí iba gente de todo tipo. Por ejemplo, uno de sus huéspedes ilustres fue Fray Luis de León.

En estos lugares de reunión se habla de todo: asuntos muy frívolos, historias reales y ficticias de militares retirados, amoríos del Rey, temas políticos nacionales e internacionales, asuntos propios y ajenos, se confeccionaban letrillas satíricas, se recitaban poemas, y no sé  cuántas cosas más.

 

D.- ¿Es verdad que su vida corrió peligro más de una vez por asuntos pendencieros y reyertas de espada? Aunque recuerdo una pelea multitudinaria de algunas de estas experiencias en las que fuimos compañeros, me gustaría oír todo esto por su propia voz?

 

Así es. Por ejemplo una noche de verano de 1621, volviendo a casa, topamos mis hermanos y yo con una pelea multitudinaria en la puerta del palacio del Condestable de Castilla, quien era el máximo representante del Rey en ausencia del mismo Nos acusaron a nosotros de matar a Nicolás de Velasco, un pariente suyo, aunque realmente nunca tuvimos conciencia de ello. Lo pasamos realmente mal y sentimos sobre nosotros, muy cerca, la sombra de la justicia. Nos tuvimos que refugiar en la embajada de Austria para salvar el pellejo. Salimos libres de allí en otoño, no  sin antes haber pagado una buena suma de dinero, para lo que tuvimos que vender el oficio de escribano de mi padre.

En 1629—como tú sabes, que me acompañaste como un gran amigo en aquel despropósito—en una reyerta entre mi hermano Diego y Pedro de Villegas, importante actor, pendenciero, fanfarrón y comediante de moda, en esta época, éste apuñaló a mi hermano en el “mentidero de los representantes”. Todos estábamos con unas copas de más. Salimos en su persecución y se refugió en el convento de las Trinitarias, en la calle de las Huertas. Lo demás ya lo conoces porque salimos en su persecución y tú  lo viviste y participaste en los hechos ayudándonos a perseguir al asesino. Desde entonces te concibo como un gran amigo.

Lo que me disgustó mucho —como tú sabes—aparte del enfado lógico de Lope de Vega porque profesaba allí su hija, fue la actitud e aquel frailuco- fray Hortensio Félix- insoportable y mujeriego, hablador insaciable y gran crítico de lo ajeno, que mencionó el suceso ante el Rey.

En otra ocasión, en febrero de 1640, en el ensayo de una de mis comedias en el Buen Retiro me hirieron con saña unas cuchilladas traidoras.

D.- ¿Cuál ha sido su experiencia como soldado? ¿Qué ha buscado en el servicio de las armas?

 

Aunque la carrera militar es en nuestra época una actividad esencialmente propia de la aristocracia, también los pobres, muchas veces sin desearlo se ven envueltos en ella por obligaciones o necesidades. Recuerdo que las únicas restricciones quedaban reservadas a los menores de 20 años y a los ancianos, frailes, clérigos o enfermos contagiosos. Fuera de nuestras fronteras, la principal exigencia era que fueran católicos.

Más allá de las cifras en sí, los españoles conformaban la élite dentro del ejército imperial, para quienes quedaban reservadas las posiciones más expuestas en batallas y asaltos, donde más peligro se corría pero también donde era más probable destacar.

La fe católica y la defensa del Rey de España eran importantes elementos de cohesión para los soldados de los Tercios, pero más allá del mito o la propaganda hay que insistir en que los integrantes de esta infantería lo hacían, ante todo, por dinero y por ganar reputación.

 

Yo puse en boca de uno de mis personajes: «Para vencer amor, querer vencerle», que ”la milicia no es más que una religión de hombres honrados”, a lo que achacaba que fama, honor y vida «son la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia». Ser buena persona era incompatible con ser un cobarde. Y bastaba a veces para ser así, no vencer o morir en un asalto, de ahí que sean conocidos numerosos casos de capitanes españoles procesados por mostrarse tímidos a la hora de encabezar un ataque o defender una posición.

Ya me he referido a la disciplina militar de los españoles, ciertamente magnífica, bien cuidada y gentilmente observada. Pero debe reconocerse otra verdad y es que la tropa es muy fastidiosa e impertinente con la soldada y muy presta a amotinarse por ella, aunque no lo hagan por otras razones.

 

En las filas de los Tercios era posible hallar artesanos, labradores, sastres, pintores, barberos… Aunque también hidalgos venidos a menos o, en el caso de los capitanes, nobles de segundo nivel, solteros y con dos años de experiencia en los campos de batalla (requisito que no siempre se cumplía).

Todo valía para embaucar a cualquier hombre que sirviese para defender los territorios del Imperio Español o conquistar nuevos lugares. Muchos se alistaban por motivos económicos, por ascender socialmente, por las ganas de conocer mundo o escapar de la justicia cambiando de nombre. Todos los argumentos son válidos, aun así se implementaran alguna que otra medida para dar un empujón a esos ciudadanos todavía indecisos.

Hechas algunas de estas aclaraciones y yendo a tu pregunta expresamente, te diré que en 1625 comencé mis experiencias como soldado alistándome bajo las banderas del duque de Alba. Esta decisión era propia de un caballero que vivía en un imperio sometido a tantas contiendas. Fui destinado a Italia y a Flandes. Estas últimas experiencias flamencas las plasmé posteriormente en algunos de los personajes que hice brotar en mis dramas, y además motivado por las simpatías familiares, ya que mi madre, doña María Ana Henao era de origen flamenco.

Comencé mis andaduras entrando al servicio del Condestable de Castilla. Participé posteriormente en varias campañas militares a las órdenes del duque del Infantado que nunca me dieron ninguna gloria. Acompañé también a mi hermano José a auxiliar a las tropas en el cerco que los franceses de Richelieu habían puesto a Fuenterrabía donde combatí a tu lado y, por cierto, ambos lo hicimos con bravura, cuyas experiencias las plasmé en mi comedia No hay cosa como callar, donde debes saber que te menciono solapadamente.

D.-Sí la conozco.  Es una comedia oscura y enredada que tiene como eje central la violación de la protagonista Leonor en la primera jornada. Ella no conoce a su agresor y la única pista que tiene para descubrir su identidad es una venera que logró arrancar de su cuello cuando la violaba.

 

C.-Efectivamente. Veo que sigues mis obras. Participé también en la campaña para sofocar la  rebelión de Cataluña como coracero hasta1642 donde fui herido. Tomé parte en la toma de Cambrils, Salou y Villaseca donde salí herido en una mano. En este conflicto vi morir en 1645, en Camarasa (Lérida) a mi hermano José, intentando conquistar el puente de la ciudad. Fue un prestigioso militar que sirvió en el ejército durante más de treinta años, llegando a ser maestre de campo general, por méritos de guerra. Otro hermano mío, Diego, moriría dos años más tarde.

 

 

 

D.-¡Por cierto! ¿díganos algo de sus aventuras amorosas ya de hombre maduro?

 

C.-Hacia 1648, cuando serví al duque de Alba surgió en mi un amor con una ignota mujer, al mismo tiempo que otros desvelos amorosos, lágrimas, hieles, en el contexto de sentimientos de intensa pena, amargura y desabrimiento. Poco más te puedo contar

D.- ¿Cómo y cuándo adquirió usted el hábito de Santiago y se hizo sacerdote?

 

C.-En 1636 recibí el hábito de la Orden de Santiago. Algunas gentes comentaron en los mentideros que el conde-duque de Olivares y el propio rey Felipe IV fueron quienes me recompensaban así por los servicios y colaboración con ellos, especialmente a partir de la apertura del palacio del Buen Retiro. Esta década fue muy importante especialmente en mi labor teatral. No fue ciertamente así.

Más tarde, en 1651, precisamente el mismo año que estrené El Acalde de Zalamea, me ordené sacerdote (antes tomé el hábito d la Tercera Orden de San Francisco), yéndome a vivir a Toledo como capellán de la capilla de los Reyes Nuevos, que ocupé desde 1653, donde obtenía mil escudos al año.

Para obtener esa capellanía tuve que probar mi limpieza de sangre, para lo que yo mismo escribí mi propia genealogía, donde revelo ciertas curiosidades, como que mi bisabuelo paterno, Francisco Ruiz, fue uno de los más importantes espaderos de Toledo. Mi estancia en esta ciudad duró hasta 1662  cuando fui nombrado capellán de honor del rey y e establecí definitivamente en Madrid. A año siguiente fui nombrado capellán honorario del rey Felipe IV, y en 1666 me hicieron superior de la Congregación de San Pedro.

 

 

D.- ¿Cómo fue su estancia en Toledo? ¿Qué destacaría  de su creación literaria mientras residió en la ciudad imperial? ¿Era ya capellán de los Reyes Nuevos cuando murió su hijo Pedro?

 

C.-Por cierto Diego llevas un gabán y una muceta muy destacados, acompañado de un fardel de cuero repujado muy elegante. Tu espada parece toledana.

 

D.-Así es, una espada toledana con “alma de hierro”. Es de puro acero y elaborada en esta ciudad. Le diré La calidad del acero toledano reside en la maestría de los artesanos y en el secreto de su temple, que se atribuía a las aguas del Tajo donde se realizaba el mismo. La alta temperatura de éste y la calidad del acero han hecho que las espadas de Toledo sean únicas en el mundo. La Tizona y la Colada de El Cid Campeador eran espadas toledanas y los musulmanes que supieron de la calidad de esta espada toledana adoptaron esta técnica avanzada para construir sus cimitarras. Tras la Reconquista, Toledo se constituyó como el centro espadero mayor del mundo. La técnica empleada era la espada toledana con «alma de hierro», que consistía en una hoja de acero duro que escondía en su interior una lámina de hierro dulce, impidiendo, de este modo, que este acero se doblase o agrietase.

 

C.-Muy interesante tu información. Estás puesto en ello. Mi relación con Toledo se remonta a mi abuelo paterno, que se casó en esta ciudad con Isabel Ruiz, miembro de una conocida familia de espaderos. Luego, dos de mis tías y mi hermana mayor Dorotea fueron monjas en el convento de Santa Clara. Dos de los más destacados dramaturgos toledanos, Francisco de Rojas Zorrilla y Agustín Moreto, fueron mis discípulos.

Toledo siempre me dejó un grato recuerdo, a pesar que durante mi estancia allí, que duró cerca de una década (1653/1662) murió en ella mi hijo Pedro José a la edad de diez años, concretamente en 1657. Entonces tuve la sensación de que me amputaban una parte de mi vida. Soporté en silencio un dolor inmenso, del que jamás me he restablecido.

Viví en esta ciudad en un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación, llena de paz, solidez y seguridad de espíritu. Siempre me impresionó la belleza de su catedral que me conmovió por su grandeza y suntuosidad, en cuya reja del coro  se escribió uno de mis más bellos poemas con la inscripción Psalle et Sile (“Canta y calla”) que me encargó el obispo Baltasar Moscoso y Sandoval.

Compuse 545 versos polirrítmicos, pretendiendo exaltar la historia religiosa de la catedral y de la Virgen del Sagrario. ¡A propósito! Te leo unos versos que hice para halagar a esa maravillosa catedral: “Al ámbito pasé, en cuyas naves la vista engolfada, sin peligro de tormenta, corrió achaques de borrasca! ¡Oh cuantos muertos, noticias vivas, memorias, cuantas ofuscando el pensamiento resolvió al verse en su estancia!

En esta ciudad— a la que yo he llamado en mis autos, plaza de armas de la fe—, también me predispuse para trabajar beneficios con pobres, mendigos y necesitados, participando de forma activa y constante en las rondas de pan y huevo, durante las crudas noche del invierno toledano, tema  que Luis Tristán, discípulo de El Greco llevó a uno de sus lienzos con gran maestría dentro de un manierismo exaltado.

            Tengo especialmente gratos recuerdos de la catedral y por ello mandé hacer una repetición de ella en madera para tenerla en mi casa. Ahí la puedes observar a la entrada junto a  un soneto con un marco de piel de ébano donde  digo en su primer cuarteto:

¡Salve primer metrópoli de España /pues hasta coronar tu frente altiva/ ni en tu dosel ciñó la paz altiva/ ni la guerra laurel en su campaña!

 

Diego lee atentamente todo el soneto y le indica:

 

D.- Don Pedro, con sabia arquitectura poética describe usted en el soneto  la grandeza de Toledo y su catedral.

 

C.-Viví feliz en Toledo, una ciudad que en este siglo pasó de palaciega a conventual. En un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación. Quizás mi estancia en esta ciudad fue mi etapa más creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Cuando llegué a ella era mecenas ese saber prohibido que emanaba de su configuración pétrea, cargada de una magia especial atesorada en sus callejones entre la luz y las tinieblas. Mantenía el recuerdo del esplendor de haber sido capital del Imperio y sede de gran importancia religiosa.

 

La obra que desarrollé en Toledo fue prolija y polifacética. Sentí y siento verdadera devoción por la Virgen del Sagrario. Para ella escribí mi comedia de devoción religiosa que publiqué en 1637, Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario, tal y como reflejo en sus últimos versos de esta obra: “Y perdonad al poeta, si sus defectos  son grandes y en esta parte  la fe y la devoción le salve. También escribí para Toledo otras muchas obras como El auto de psiquis y Cupido.

 

D.- Don Pedro usted ha conocido el reinado de tres monarcas. ¿Qué nos puede decir de cada uno de ellos?

 

C.- En el de Felipe III, de quien se decía que nunca llegó a brillar fuera de la devoción religiosa, por la que ganó el sobrenombre de “El Piadoso”, viví parte de mi juventud. Veintiún años tenía yo cuando murió. La etapa más sólida y propia de mi madurez al menos de mi trabajo, sinsabores, éxitos y otras de diversa índole las he conocido con el “Rey Planeta”, don Felipe IV, gran protector de las artes y de las letras. Le serví con todo mi empeño en múltiples facetas, con la espada y con la pluma e, incluso con los hábitos, a cuyo servicio directo cumplí siempre sus mandatos, aquellos que don Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares me dictaba. En esta época realicé mis mejores obras.

 Con el monarca actual, Carlos, llamado el Segundo por su linaje, llevo viviendo ya quince años de su reinado. Ahora, mi relación con la Corte, es prácticamente nula. A mis ochenta años sólo obligo a mi pensamiento creador y literario y poco a mis otras voluntades, máxime cuando la situación en España es patética y decadente sin paliativos en todos los ámbitos de la vida.

En estos largos años de problemas y conflictos, he conocido, pues, la España del pacifismo impulsada por el duque de Lerma de quien se contaba aquella coplilla: “para no morir ahorcado/ el mayor ladrón de España/ se vistió de colorado”. También viví la Guerra de los Treinta Años y sus secuelas,  las sublevaciones de Cataluña y de Portugal, la situación del nuevo orden internacional que se ha estado y se está configurando y que va paralelo al declinar de la monarquía española.

 

D.-Se comenta por los mentideros y otras instituciones de la crítica social y de la realeza actual que es poseedora de graves problemas de salud como el raquitismo, la esterilidad, afecciones renales e incluso la malformación física; y también enfermedades mentales como la depresión, la esquizofrenia, la paranoia o la psicosis. Estas son algunas de las severas patologías que la consanguinidad al parecer ha causado en muchos de los destacados miembros de la que fuera durante casi cinco siglos una de las familias reales más importantes de Europa, los Habsburgo, cuya dinastía en España fue conocida como los Austrias.

El caso español actual es paradigmático. El mejor ejemplo es el del rey actual Carlos II, conocido como “el Hechizado”, hijo de Felipe IV y Mariana de Austria (sus padres eran tío y sobrina), que sufre varias dolencias graves y es físicamente deforme. Al parecer no puedo tener descendencia, lo que se atribuye a uno de los efectos de la consanguinidad de sus antepasados.

 

C.-Perdona Diego que no entre en este tema tan duro y peligroso ni cercene  nuestras opiniones, pero cuando lo dice la gente, algo habrá de verdad.

 

D.- ¿Cómo ve la situación actual de España en el reinado actual de Carlos II?

 

C.- A mi entender se está produciendo un desplazamiento político general de los centros de decisión. Der la realeza, el poder ha pasado actualmente a manos de la aristocracia: de Castilla a las provincias a otras naciones europeas que han sustituido; de la península a las Américas; del imperio hispánico a otras naciones europeas que han sustituido a España en el ejercicio de la hegemonía europea y mundial.

Me dicen personas cercanas a la Corte, en la intimidad más sobresaliente, que el rey actual Carlos II es un soberano incapacitado, lo que estimula la codicia y las disputas entre las distintas rivalidades nobiliarias, ministros y miembros de la Casa Real. Su mala salud e imposibilidad para dejar un heredero, constituyen los elementos esenciales que pueden provocar continuos conflictos internacionales en un futuro cercano.

 

D.-Después del matrimonio entre el monarca Carlos II y su  sobrina María Luisa de Orleáns, el año pasado de 1679, parece ser que no da los frutos del heredero que necesita el País, lo que hace que la reina se esté acarreando entre sus súbditos una gran impopularidad. La cantan, en tabernas tertulias y mentideros, crueles coplas como ésta:” Parid, bella flor de Lis /que en aflicción tan extraña/ si parís/ parís a España/ si no parís/ a París. ¿Qué opina de esta situación?

 

C.- Mire yo sólo me debo a esta obra que estoy escribiendo actualmente, que título El cordero de Isaías,  y que presumo que será la última de mi vida. La política y los decires en los mentideros no me interesan. Si el pueblo habla, tendrá simientes para hacerlo.

 

D.- Algunos le señalan que aduló al rey Felipe IV con sus escritos, mientras que otros escritores como don Francisco de Quevedo criticaron abiertamente al Rey Planeta.

 

C.- Mire usted lo que al respecto dijimos uno y otro. Yo lo describo así:

“A caballo en las dos sillas es, en su rústica escuela, el mejor que se conoce. Si las armas señor juegan, proporciona con la blanca, las lecciones de la negra. Es tan ágil en la caza, viva imagen de la guerra que proporciona su arcabuz, cuanto corre y cuanto vuela. Con un pincel es segundo, autor y de naturaleza. Las clausulas más suaves de la música penetra. Con efectos de las artes, no hay alguna que no sepa.”:

Quevedo dijo en un principio: “Sus acciones nos prometen un nuevo Carlos V. sus palabras y decretos nos recuerdan a su abuelo y en la piedad es reflejo de su padre”. Más tarde escribió el mismo don Francisco: “Filipo que el mundo aclama Rey, de infiel tan temido. Despierta que por dormido nadie te teme ni te ama”.

 

D.- El rey Felipe IV ha pasado a la historia como un pésimo gobernante, pero también como el monarca más voluptuoso, con más amoríos. Se le atribuyen unas cincuenta amantes conocidas. Mujeres de toda condición social eran sus objetivos, las cuales acababan sus días inevitablemente en un convento ya que cualquier dama que había sido del Rey, sólo podría pertenecer a Dios.

 

C.- Tal vez sean así las cosas. Yo nunca me interesé por la vida privada del Rey. Si lo hubiera hecho refleja y desdeñosamente en alguna de mis obras, hubiera caído con seguridad en desgracia con la Corte.

D.-Dicen también que engendró treinta y siete hijos bastardos y once legítimos. Sin embargo el amor de su vida, al parecer, fue María Inés Calderón, conocida como “La Calderona”, cuyo hijo Juan José de Austria, fue el único bastardo que el rey hizo educar como príncipe de sangre.

C.- Conocí a “La Calderona”. Era una gran actriz y verdaderamente guapa. Todo el mundo sabe que el rey se quedó prendado por su belleza. También tuvo otras mujeres de gran éxito en la escena. Actrices muy bellas y famosas como Francisca Baltasara de los Reyes, comedianta madrileña, una de las actrices de más personalidad y vitalismo de la escena española quien sobresalió no sólo por su belleza y gallardía, sino por su versatilidad. Terminó profesando en un convento.

En esta época, muchos nobles, siguiendo el ejemplo del Rey y de “La Calderona”, tomaron como amantes a las cómicas, situación  que habría de dar origen a no pocos duelos y contiendas entre los hombres y las familias. Un ejemplo importante fue el del conde de Villamediana, que terminó siendo asesinado. Trató con ojeriza  a la gran actriz y autora de comedias María de Córdoba y de la Vega, “la sultana Amarilis”, dedicándola un romance satírico y a quien yo, por el contrario, elogié en mi obra La dama duende.

Respecto a don Juan de Austria, reconocido por su padre Felipe IV en 1642, ha tenido una gran influencia en nuestra política más reciente. A mi entender creo que estuvo por encima de los últimos políticos. El año pasado, tras la firma de la Paz de Nimega, su figura cayó en desgracia, falleciendo

poco después.

D.- Usted como sacerdote y haciendo un esfuerzo por dejar a un lado  los principios de Trento que debe respetar, ¿me podría decir cuál es su opinión sobre las funciones didácticas y catequéticas que ejerce la iglesia sobre la sociedad actualmente?

P.-Sabes Diego que la Iglesia pretende para estos fines contar con artífices de imágenes sacras y didácticas, de vital importancia para sus intereses evangelizadores y de Estado. Son imágenes de primacía retórica, que propician prácticas sacralizadas cotidianamente, al mismo tiempo que instituyen conductas moralizantes en los sujetos, de ahí la labor de los frailes doctrineros.

D.- ¿Considera que esta la producción de imágenes ha favorecido el asentamiento de la cultura visual barroca en la que vivimos mediante una retórica  de  prácticas sociales sacralizadas?

P.- Dar a las imágenes el efecto de cercanía produce efectos de atracción. Yo lo contemplé y observé con atención en mi capellanía de Toledo. Esa carga simbólica hace que el feligrés se sienta próximo, protegido e identificado, Parte de estas premisas me llevaron a teatralizar en mis obras los ambientes, conjugando pinturas, esculturas y relieves.

El clero, desde que comenzó a expandir su cultura  edilicia, llevó a sus monasterios e iglesias, las artes lignarias y pictóricas más sobresalientes que acercaran al pueblo a la oración, a los santos y a lo sagrado.

P.-Cambiando de tema, ¿qué sabes de tu hermano Alonso? Un hombre valiente y solidario muy amigo de sus amigos. Luchó con mucho arraigo a mi lado en Fuenterrabía contra Las tropas francesas del cardenal Richelieu?

D.-Tuvo muchos disgustos por los amores traicioneros de su esposa Francisca Josefa. Le abandonó por un músico portentoso del clavecín y la vihuela. Alonso le retó varias veces a vida o muerte pero nunca acudió a la cita el ejecutantesolista. Ella terminó mal con ese querido que la abandonó por una cíngara circense y se metió a monja profesando actualmente en las religiosas de Santa Clara cuyas monjas tienen como normas más importantes el silencio absoluto, la castidad y la obediencia.

D.-Usted que lidia tanto con la belleza figurativa y simbólica en sus obras, ¿qué opina a este respecto de la mujer?

P.-La belleza es considerada un signo visible de la bondad interior y de una condición social noble. El ideal de la belleza femenina sabe usted que se valora como” la mujer de tez pálida, cabello rubio y rizado, caderas anchas y cintura y pecho pequeño”.

Los moralistas— y con algunos importantes trato frecuentemente o me enfrento a ellos  por mis obras, como con Fray Félix Hortensio de  Paravicino, a quien usted bien conoce— valoran, no todos, a la mujer como ser poco fiable, astuta e incluso malvada. Diversos teólogos, además, han construido una imagen diabólica de la mujer por su papel bíblico: la pérdida del Paraíso que yo trato en uno de mis Autos sacramentales. 

Esto está en contraposición con autores de talla literaria, como Cervantes, que defienden claramente los derechos de las mujeres, como se pone de manifiesto en el discurso de la pastora Marcela (El Quijote) que proclamaba: “yo nací libre y para ser libre escogí la soledad de los campos”.

En la época del Quijote el papel de la mujer en la sociedad era muy restringido. Su rol se limitaba al hogar. Con esto, la mujer quedaba recluida en su casa, sin tener acceso al mundo exterior, el cual quedaba reservado exclusivamente para los hombres.

D.-¿Cómo valora el pasado y devenir de la mujer en España?

P.-Es un tema que no me gusta tratar porque hay verdaderas vejaciones morales y físicas hacia ellas que se tapan con la impostura. Fíjese en el libro “Malleus Maleficarum”, manual de los inquisidores. Fue y es un importante  instrumento de propagación de la idea de imperfección, inferioridad e impureza de la mujer. Resulta difícil aceptar por los paladines de la cultura que este manual tan famoso—le animo a que lo lea—se plantee por qué las mujeres son las principales adictasa las supersticiones malignas, y entre las numerosas respuestas que se encuentran algunas dicen:

[…] que como son más débiles de mente y cuerpo, no es de extrañar que las mujeres caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería. [Unas líneas más adelante se lee] En lo intelectual las mujeres son como niños. [Además señala que] Mujer alguna, entendió la filosofía. [O menciona que estos sentimientos de menoscabo hacia la mujer favorecieron el hecho de que muchas de ellas fueran recluidas en los conventos por sus familias o por solicitud propia al reconocerse como anómalas.

 Además, el sentimiento de inferioridad promovió las prácticas de autocastigo en los conventos, como las flagelaciones y los ayunos que se acompañaban del sentimiento

de culpabilidad promovido constantemente por los confesores.

Convento o matrimonio? Es un fin para ellas en muchos casos, y si no, sus vidas como adultas son un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo.

D.- Algunos le sitúan cerca de la Iglesia, con una imagen algo fúnebre, de rostro severo, mirada ciertamente amenazante y vestido de sacerdote con el Cruz de Santiago en el hábito.

C.-Vamos, algo así como hoy me he presentado ante usted, pero le diré que yo no he sido sólo el único escritor cura de este siglo. ¿Qué podemos decir entonces de Tirso de Molina, Gracián, Lope de Vega o Góngora? ¿Acaso no se podrían decir muchas cosas similares de ellos?

D.- ¡Avive las preguntas, por favor! —Me sugirió de forma repentina. Así lo hice.

 El cansancio aparecía en su faz concentrada y austera. Apoyado en su bastón se levanta y me pide disculpas para dar un ligero paseo por la habitación donde se desarrolla esta entrevista, mientras me miraba con la altivez de su imagen distinguida y distante, propia de un intelectual e hidalgo antiguo, hablándome al mismo tiempo con una voz cálida y segura.

 

D.- En la época de nuestro difunto rey Felipe IV se conjuga sido usted cronista e intérprete del vitalismo popular con los depurados grupos de abolengo, fieles a la corte oficial de la que para algunos ha sido usted cronista e intérprete; para otros conciencia crítica y, para los más dados a la preocupación servil de lo ajeno, colaborador del absolutismo monárquico, pluma de la  oficial e incluso de la Iglesia más retrógrada. ¿Qué nos puede decir al respecto?

 

C.-En contestación paralela a lo que me pregunta—luego le daré mi opinión más directa y acorde con lo que me ha invitado a responderle—parece que el motejar en asuntos tocantes al linaje y a la honra ha calado más hondo de lo que parece en cualquier otra sátira o decires. La literatura lo refleja. Es

 Una costumbre que ha abarcado los géneros y estilos más diversos acarreando todo tipo de implicaciones, tanto de estética y moral, como de lo que hoy se entiende por política económica y orden social. Debe usted saber que entre la afirmación y la sátira, los linajes, al igual que la honra, no sólo dependen de la virtud heredada sino de las prácticas de vida. Si en España la riqueza ha llegado  a ser hidalguía, la homologación de linaje y bienes económicos ha conformado asimismo toda una práctica literaria centrada en la identificación del honor con la hacienda que efectivamente ha tenido su lógico eco en la sátira y en la burla.

Echas estas precisiones ¡mire, hijo de Dios! Mi vida ha pasado por muchas vicisitudes. He aprendido y visto mucho de unos u otro lado Me eduqué en  los dictamines del pensamiento oficial— de ahí el aprendizaje de los axiomas anteriores— pasé luego por la carrera militar y recalé más tarde en el estado eclesiástico. En mi juventud fui estudiante, pendenciero y pujante de justas variadas, donde también fui soldado. Es cierto que serví a mi rey Felipe IV con min espada y con mi arte. Lo demás es opinión de los mentideros, desafortunados en los múltiples comentarios, sosiegos de las envidias ajenas y pendencieras de lo impropio, y miopes en su juicio.

 

D.-Ahora, don Pedro, si le parece vamos a hablar de su obra magnífica y su evolución. Su alma cristiana, caballerosa, lírica, españolísima, unido a su cerebro portentoso y quizás único, ha blasonado su obra, cuyo mayor defecto es quizás su grandeza.

 

P.-A los trece años escribí mi primera comedia que titulé El carro del cielo. Pero fue en 1622 cuando gané mi primer gran premio en unas justas poéticas en honor de San Ignacio de Loyola y de San Francisco Javier. En 1623, con motivo de la visita a España del Príncipe Carlos de Gales, representé la comedia Amor, honor y poder, hecho que me valió poder pasar a dramaturgo de los corrales de la Corte. En 1625 estrené El sitio de Breda y luego otras muchas obras más, hasta llegar en 1629, cuando puse en escena dos de mis obras que más valoro: La dama duende y el Príncipe constante. Inspirándome en la villa de Ocaña (Toledo) escribí Casa con dos puertas, mala es de guardar, en 1632.

Yo siempre fui hombre de teatro y cortesano. Hice teatro para Dios, el rey y el pueblo. Lo escribí y lo representé en corrales, palacio, coliseos y en la calle.

La inauguración del palacio del Buen retiro de Madrid, en 1635, marca un nuevo momento de mi introducción  definitiva en la Corte de Felipe IV de la mano del conde-duque de Olivares. Fui nombrado director de representaciones en Palacio. Ese año puse en escena El médico de su horna.

MI obra favorita y maestra es La vida en sueño (1636). Ese mismo año saqué también a la luz El gran teatro del mundo. Un año después aparecieron mis obras: No hay burlas con el amor y el Mágico prodigioso, esta última encargada por el ayuntamiento de la Villa de Yepes (Toledo). Les hice una comedia de santos o hagiográfica que trata de la vida de San Cipriano y Santa Ana. Posteriormente  publiqué El alcalde de Zalamea (1640) y posteriormente muchas obras más.

El cierre de teatros en 1644/45 por el luto real, coincidió con la muerte de mi hermano José, y el otro cierre de 1646/49 con la de Diego. Este luto real no me impidió, sin embrago, la representación de autos sacramentales, entre los que destaco también  “La cena del rey Baltasar” y “El gran mercado del mundo”.

Para las bodas del rey Felipe IV con Mariana de Austria redacté la segunda esposa y Triunfar muriendo.

Desde hace diez años, 1670, el Ayuntamiento de Madrid, me viene encargando multitud de autos sacramentales, de los que he escrito más de ochenta. En muchos de ellos presupongo y manifiesto

una plena confianza en las capacidades del intelecto humano para tomar decisiones en lo que concierne a la materia de salvación. En ellos ensalzo la Eucaristía e introduzco personajes bíblicos para ganar la atención del público devoto.

 

D.-Quisiera que me hablara especialmente de sus dos obras más importantes: La vida es sueño y el Alcalde de Zalamea que marcan dos etapas en su devenir creativo.

C.-La vida es sueño la realicé en la plenitud de mi vida. Me supuso ver el sol de la gloria, del éxito. Quise hacer una obra simbólica, en la que la tesis que planteo es tan vieja como el mundo. Intenté que su asunto excediera las proporciones de una obra dramática. Por ejemplo, Segismundo no es la configuración de un hombre sino que es un símbolo de la Humanidad. Desde esta obra se me despertó la vocación por el simbolismo y en ella creo que me encontré a mi mismo.

Respecto a la otra obra, El Alcalde de Zalamea, creo que es el mejor de mis dramas, la obra más real y perfecta de mi teatro, la más humana, cumbre de mi realismo. En ella introduzco muchas experiencias vividas en los campamentos militares y las luchas sociales y la hidalguía.

 

 

 

 

 

D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.- D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.-En un principio los Autos se crearon como funciones gratuitas en las plazas de los pueblos. Luego se explotaron en los corrales. Siempre fue mi intención crear un mundo teatral perfectamente organizado y estructurado de forma múltiple, poliédrica, de enredo y de pasatiempo. Siempre tuve en mis pautas de trabajo la consideración de que el goce estético es la emoción del espectador.

En su forma clásica, el auto sacramental desarrolla una auténtica psicomaquia (es una representación alegórica, en la que virtudes humanas abstractas, representadas por personas, entablan una lucha contra los vicios, también personificados), entre personajes simbólicos que encarnan conceptos abstractos o sentimientos humanos en medio de un lujoso aparato escenográfico para desarrollar una idea alegórica de carácter teológico o incluso filosófico, a veces.

 

Si, considero que junto con Lope de Vega, cada uno en su estilo, fui uno de los principales dramaturgos del Auto Sacramental. Cuando he creado mis Autos me he encontrado a mi mismo y los he hecho salir de la teología eclesiástica. En ellos creo que el símbolo diseca la emoción y la grandilocuencia.

Se trata de una obra teatral que trata un tema religioso, un drama litúrgico que solía hablar sobre episodios de la Biblia o mostrar conflictos morales que se solucionaban con las normas y los mandamientos del cristianismo.

Cerrados los corrales de comedias por la muerte de Felipe IV, en 1665 no se abrieron hasta 1667,  nos dio a los dramaturgos  un período de descanso, permitiéndoles recuperarse de la actividad febril, continua y agotadora de escribir comedias.

 

D.-Creo, como seguidor y aprendiz de su obra  que no deja usted fuera de ella ningún escenario humano, no falta en ella ningún sentimiento. Ha sido un extraordinario genio cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, la propuesta de vías alternativas siempre aceptadas por el poder

C.-Al menos lo he intentado y considero humildemente que en muchos casos lo he conseguido.

 

D.-Podríamos decir que su trayectoria artística y literaria ha sido un proceso desde la comedia de capa y espada o costumbrista, a un teatro religioso, histórico, de honor, mitológico o filosófico, que incluye los autos sacramentales, el teatro breve y la zarzuela.

 

C.-En efecto, en mayor o menor medida lo ha definido usted acertadamente. También considero que esta es mi trayectoria de autos. He escrito ciento diez comedias, ochenta  autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores.

 

D.- Dicen los críticos que el teatro se ha convertido en una especie de industria del ocio al servicio de la Iglesia, las obras pías y el esplendor de la monarquía absoluta de origen divino ¿Lo cree usted así?

 

C.- Yo he hecho también teatro con la intención de entretener  y enseñar al pueblo, planteando en él, el reflejo de sus formas de pensar e intereses, entre otros aspectos. Procuro escribir pensando en la variedad de públicos y escenarios, intentando responder a temas como la dimensión religiosa, el honor y la honra, el amor, lo trágico y lo cómico.

En estos quehaceres, siempre he pensado respetar la inteligencia de los demás y la dignidad de mis adversarios. Ahora que ha pasado mucho tiempo de mi vida, no puedo sino recordar con maduro regocijo, la ausencia de imprecaciones por mi parte hacia los demás.

 

 

D.- ¿Se define usted como un pensador y creador literario?

 

C.- Soy un sencillo poeta y dramaturgo de  mi época. Concibo en  mi obra la vida como teatro y como sueño. Defiendo la dignidad y el honor, que en España se valora por encima de todas las cosas, incluso entre los más humildes.

He cantado en mis obras a la libertad y el sentido de la existencia. Y en todo ello creo haber utilizado un lenguaje de imágenes plásticas, de metáforas visuales, para transmitir esas sensaciones que unen en una obra teatral al público con el conocimiento, el arte y la poesía.

 

D.- Si me permite, le diré que a juicio de muchos, sin duda, en  el arte de los autos sacramentales  ha sido y es usted la máxima autoridad. Se le considera el gran poeta simbolista de este género. ¿Me podría decir cómo entiende este tipo de representaciones dramáticas y alegóricas referidas a la Eucaristía?

 

C.-No sé si me puedo apuntar algo de todo esto que usted ensalza en mi persona y obra, en el hacer de los autos   sacramentales. No olvidemos que también estaba, en este oficio el gran maestro Lope de Vega, aunque quizás él y yo entendemos los autos sacramentales de forma diferente. He disfrutado muchísimo con este género teatral, por lo que no me importa que me califiquen como poeta católico, pues lo soy o intento serlo. Ya conoce usted además mi condición de sacerdote.

Definí poéticamente tiempos atrás cuál es mi concepto de auto sacramental, se lo leo: “sermones puestos en verso/ en idea representable de la Sacra Teología/ que no alcanzan mis razones/ a explicar ni comprender/ y al regocijo dispone/ en aplauso de este día” Considero que los más conocidos y admirados por el público son: El gran teatro del mundo (1636) y La Vida es sueño (1670).

 

D.- Su vinculación temprana a la Corte, de forma definitiva desde 1650, le permitió ser auxiliado por la tradición italiana en su teatro ¿Cómo fue este proceso?

 

C.-Este encuentro profesional con las maneras teatrales venidas de Italia, de la mano de Cosme Lotti, ingeniero florentino al que el rey Felipe IV trajo a su Corte para dar un mayor brillo a estas representaciones y equipararlas a las más innovadoras de Europa, ya que el monarca tenía un gran interés por todas las manifestaciones artísticas y de ocio así como por  la pintura, el ejercicio cinegético y sobre todo del teatro. Esta última actividad tuvo un lugar preponderante en su corte, en la cual, se representaban periódicamente comedias ya desde octubre de 1622.

  Te recuerdo que por aquel entonces, Florencia era la cuna del dramma in música, y también uno de los focos más importantes de creación y teorización sobre los nuevos escenarios y maquinarias teatrales. Yo aprendí mucho de ellos para realizar mis escenografías.

También vino a la Corte desde Florencia, Baccio del Bianco, ingeniero y escenógrafo. Llegó a España en 1651 para sustituir a Cosme Lotti, tras haber trabajado para los Medici y la nobleza florentina. Aunque su estancia en España fue bastante breve (la muerte le sorprendió seis años después de llegar) resultó muy intensa y dejó una huella muy importante en la historia escénica de este siglo. Era increíblemente versátil, capaz de trabajar como director, escenógrafo, coreógrafo, figurinista, grabador, comediógrafo o actor, o incluso como caricaturista y hasta compositor de música o instrumentista de cuerda y viento. Un verdadero monstruo de la representación escénica que a mí me impresionó, pero con el que también tuve  mis enfrentamientos y disputas.

Colaboré  con él en numerosas comedias para fiestas palaciegas como: La fiera, el rayo y la piedra, comedia mitológica representada en el Coliseo del Buen Retiro en 1652. Otras fueron: Andrómeda y Perseo (1653), o El golfo de las Sirenas (1657). Con motivo del estreno de la penúltima, tuve don él mis diferencias profesionales a causa de los excesos escenográficos de Bianco (caídas, mutaciones, naufragios...) en cuyo proceso de preparación tuvo que intervenir el mismísimo Felipe IV, preocupado por las noticias que le llegaban de los rifirrafes y enfrentamientos que tuvimos entre los dos.

Sin embargo ganó mi confianza y pudimos trabajar al unísono, sin enfrentamientos, aceptando uno del otro sus observaciones para la pluralidad de quehaceres, lo que dio  como fruto de enormes éxitos teatrales.

Aprendí mucho de los dos, lo que me permitió innovar técnicas con tramoyas, maquinaria, música y artificio.

Se estaba produciendo un cambio de generación en el teatro y con ello un  gusto diferente. Por ejemplo cada vez impactaban más las emociones visuales y los trucos teatrales venidos de Italia precisamente.

 

D.-Comentas los más doctos en el arte y la literatura que usted ha pasado en su quehacer, como escritor y dramaturgo, de lo trágico a lo grotesco, a la risa, a la burla para buscar lo ridículo, extravagante o absurdo. Lo que algunos conocen como “risa cruel y grotesca".

 

C.-En el conjunto de mis obras no me interesó solo por el ámbito de la tragedia o las fábulas de gran espectáculo y el auto sacramental, también por la obra cómica. Mi sentido de lo grotesco se aleja, por ejemplo, de las “crispadas y morrocotudas, alegres, crueles y macabras risotadas quevedescas.

Aprovecho el libre juego de la fantasía, la presencia de lo desmesurado, deforme y feo, que caracteriza a lo grotesco que yo selecciono, para provocar una risa descompuesta, que parece exageradamente “fea y torpe” a la manera de las “ventosidades”. Véase, en este sentido,  mi comedia burlesca, disparatada y asombrosa parodia grotesca. Céfalo y Pocris, que se representó ante Sus Majestades en el Salón Real de Palacio, para justificar mis decires.

 

D.- Se comenta en los mentideros que usted es uno de los responsables de la puesta en práctica de un nuevo movimiento artístico, la ópera barroca que algunos titulan como La Zarzuela. Otros le fijan como su creador.

 

C.- Mi obra Celos aun del aire matan (1660) es efectivamente  una ópera barroca, cuyo libreto elaboro yo y Juan Hidalgo de Polanco es el autor de la música. Sin duda, ambos convenimos en señalar que se trata del primer intento de fiesta real de ópera cantada en España.

Es evidente que el género lírico más genuinamente madrileño ha nacido de mi mano y con el tiempo fue tomando su carácter popular. Personalmente definí este género lírico con estas líneas, que puse en boca de un personaje llamado, precisamente, Zarzuela: “No es comedia, sino sólo/ una fábula pequeña/ en que, a imitación de Italia/ se canta y se representa”.

En la obra hago cantar y bailar sobre el escenario al son de la música barroca pensando siempre en entretener y divertir. Escena tras escena, se suceden  ritmos vivos y melodías pegadizas no narrando todavía temas populares y castizos, sino historias clásicas y mitológicas.

 

D.- ¿A qué escritor de su época admira  más? ¿Qué obras destacaría de todos ellos?

 

C.-He admirado y admiro a muchos de ellos, pero sobre todo el más grande para mí ha sido Lope de Vega, especialmente por el prodigio de sus rimas y sus comedias. De él he aprendido a comprender las pasiones humanas. Su gran obra, El castigo sin venganza, es la mejor tragedia de amor que   se ha escrito. ¡A propósito, observe lo que escribió sobre mí! A don Pedro Calderón/ admiran en competencias/ cuantos en la edad antigua / celebran Roma y Atenas.

El elogio correspondiente que me hizo en El Laurel de Apolo no puedo ser más lacónico. Dijo sobre mí «en estilo poético y dulzura / sube del monte a la suprema altura. “

Reconozco que era muy popular y querido.  Para decir que algo era excepcional, se decía “Es de Lope”. Un discípulo suyo me llegó a decir un día en un mentidero: “No hay casa de hombre curioso que no tenga un retrato de él”. Y corría de boca en boca una oración irreverente que empezaba así: “Creo en Lope de Vega, poeta del cielo y de la tierra…”

Pero vaya mi admiración imperecedera por la obra  más grandes escrita en prosa hasta ahora en nuestra literatura, el insuperable Don Quijote de la Mancha, el mejor de los libros posibles. De este gran autor—Don Miguel de Cervantes Saavedra— admiro mucho también su libro su Persiles y Segismunda.

Del cordobés don Luis de Góngora y Argote aprendí a decir y escribir esas pasiones referidas. De él he intentado convertir su lenguaje—especialmente el de Polifemo y Las Soledades— en imágenes y teatro.

La entrevista tomó el rumbo de su final. Don Pedro estaba realmente cansado y la dimos por terminada en consonancia, de mutuo acuerdo.

 

D.- ¡Gracias, amigo don Pedro! Para mí siempre lo fuiste. Un hombre de honor comprometido con su época, que sirvió a la monarquía y a España lo mejor que supo y pudo. Uno de los mejores escritores que ha brotado en esta bendita tierra de la que los dos nos sentimos orgullosos de pertenecer.

— ¡Gracias por su amabilidad, hospitalidad y opiniones!

—Calderón de la Barca, se levanta de su sillón y haciendo fuerza de apoyo en su bastón, me acompaña hasta la puerta, se funde conmigo en un abrazo entrañable y se despide de mí con estas palabras:

¡Adiós amigo Diego, siempre te admiré como hombre valeroso, íntegro y bueno. Te tendré presente en mis oraciones!  ¡Esta será siempre también tu casa!

 

D.- Jamás volví a ver a don Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño, un español donde los haya. Cerebro portentoso, único. Hombre de alma caballeresca y cristiana. Uno de nuestros grandes poetas y dramaturgos. Aquí queda este recuerdo del que fue el más longevo de nuestros dramaturgos.

 

El siglo XVII, España se llenó por completo de la vida y la obra de Pedro Calderón de la Barca. En sus obras, el dramaturgo reflejaba el espíritu del hombre del Barroco, al que retrató no como un ser inquieto y emocional, sino de una forma sosegada y equilibrada. Jamás dejó de escribir, día y noche, y gracias a ello han llegado hasta nosotros cientos de sonetos y comedias, así como novelas, epopeyas y novelas cortas surgidas de su intelecto privilegiado. Algunas de sus creaciones más emblemáticas  son por todos conocidas y han pasado a engrosar el elenco de grandes obras de la literatura universal.

El 25 de mayo de 1681 , un año después de esta entrevista, don Pedro dejó la vida terrenal en un momento en el que entre sus manos—ya yertas—quedaron sus autos sacramentales Amar y ser amados y La Divina Filotea. Era el final de su obra, cinco veces más extensa que la de Shakespeare e igualables quizá con la de Lope de Vega. Pero mientras haya teatro y lectores, Calderón de la Barca perdurará y sus respuestas y postulados tendrán siempre vigencia, mientras no olvidemos su obra. Su mayor defecto  era su propia grandeza.

 Fue un espíritu reflexivo, un maestro de la técnica teatral, un gran perfeccionador de invenciones ajenas, un cerebro asombroso y equilibradísimo que produjo  sin eclipse y sin cansancio durante más de sesenta años, con igual dominio y serenidad, la mecánica intelectual de sus grandes y complejas creaciones y la mecánica notoria de la escenografía de sus obras

Asimismo se distinguió por ser un gran cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, con la propuesta de vías alternativas, siempre aceptadas por el poder. Logró alcanzar el goce estético y la emoción de los espectadores.

Su entierro fue memorable. Yo asistí a él con muchos amigos más. Don Pedro fue enterrado el 27 de mayo en la iglesia de San Salvador. En esta época, las autoridades, organismos o hermandades tenían la potestad de hacerse cargo de los restos de personajes célebres y también de las reformas que iban a acometer en los distintos espacios donde se pretendía que reposaran. Más como ocurrió con otros personajes inmortales de nuestra historia como Miguel de Cervantes, el propio Lope o Velázquez, sus restos parece ser que se perdieron.

 

 

—Sepan cuantos lectores a los que les pueda llegar el alcance de estas páginas, donde vertemos los diálogos habidos, que Calderón de la Barca, fue un hombre polifacético, figura universal, admirado y conocido en su época y en otras posteriores, desde las tierras de pan llevar castellanas hasta los escenarios más exigentes de las principales ciudades.

 

Testimonio firmado de estos diálogos entre Don Pedro Calderón de la Barca y don Diego Sarmiento Pimentel: