LOS MUDÉJARES
Alfredo Pastor Ugena
Mudéjar es un término que deriva de la palabra árabe مدجّن [mudaÿÿan] que significa
"doméstico" o "domesticado" y que se utiliza para designar
a los musulmanes que permanecieron viviendo en
territorio conquistado por los cristianos,
y bajo su control político, durante el proceso de avance de los reinos
cristianos hacia el sur (denominado Reconquista),
que se desarrolló a lo largo de la Edad Media en la Península Ibérica.
Se les permitió seguir practicando
la religión islámica, utilizar
su lengua y mantener sus costumbres. Se organizaban en comunidades denominadas aljamas o morerías con diversos grados de autogobierno,
según las condiciones de rendición, o de subordinación: en el caso de Baleares,
la total esclavitud, en otros casos, la vinculación a la tierra en condiciones
deservidumbre feudal. En Valencia existían los
denominados moros paliers (protegidos del rey) y otros de menor
grado de protección (decimati y quintati).1
Su gran mayoría, de condición
social humilde, eran campesinos con una especial vinculación a la
agricultura de regadío (huertas y vegas, terrazas en las
laderas) o artesanosespecializados
(albañilería, oficios textiles -cordobanes, sedas-). Con el tiempo,
las condiciones de convivencia y tolerancia se fueron endureciendo,
restringiendo los contactos sociales y económicos entre comunidades; a la
tradicional separación de carnicerías(basada
en el especial método de sacrificio) se añadió la prohibición de contactos
profesionales y matrimonios mixtos.
Las revueltas mudéjares fueron numerosas a partir del siglo
XIII, y provocaron la despoblación de algunas zonas (Valle del Guadalquivir,
Norte de Alicante), aunque se mantuvieron en otras, sobre todo en el Levante,
tanto castellano (Murcia), como aragonés (resto del reino de Valencia -Denia,
Játiva, Segorbe-, e incluso en el valle del Ebro -Borja, Tarazona, Huesca,
Teruel, Zaragoza, Calatayud-). A finales de la Edad Media representaban el 11
por ciento de la población de la Corona de Aragón.
La Guerra de Granada (1482-1492)
proporcionó la definitiva ampliación del concepto de mudéjares a todos los
musulmanes peninsulares. En principio las condiciones de la rendición les
permitía su continuidad y el ejercicio de la religión islámica, sin embargo, el
incumplimiento de las condiciones pactadas por parte de los cristianos originó
los primeros conflictos. A partir de la revuelta del Albaicín y la de los
mudéjares granadinos en 1499, por el decreto de 1502 fueron
obligados a convertirse al cristianismo, pasando así a denominarse moriscos,
que a pesar de ello continuaron con sus costumbres diferenciadas y el ejercicio
clandestino de su religión. Larebelión de las Alpujarras (1568)
llevó a la dispersión de los granadinos por el interior de Castilla (no así los
de Levante), y la imposibilidad de integración y el recelo a su connivencia con
los piratas berberiscos y el Imperio turco llevó a la decisión de laexpulsión de los moriscos en
1609.
El arte mudéjar, desarrollado
particularmente en arquitectura,
consistió en la aplicación a los edificios cristianos de influencias de estilo
hispano-musulmán debidas
a la albañilería de tradición andalusí. Es un fenómeno
autóctono y exclusivamente hispánico, que se manifestó tanto en elementos arquitectónicos estructurales como decorativos (arco de herradura, artesonados)
y en la preferencia por el uso de ciertos materiales (yeso, ladrillo -simple o vitrificado en azulejos-, madera -vista en los artesonados-, etc.)
El 9 de abril de 1609, Felipe III de España decretó la
expulsión de los moriscos, descendientes de la población de religión musulmana
convertida al cristianismo por la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de
febrero de 1502.
Causas y antedecentes
La decisión de expulsar a los
moriscos vino determinada por varias causas:
La mayoría de la población
morisca, tras más de un siglo de su conversión forzada al cristianismo,
continuaba siendo un grupo social aparte, a pesar de que, excepto en Valencia,
la mayoría de las comunidades habían perdido el uso de la lengua árabe en favor
del castellano,1 y de que su conocimiento del dogma y los ritos del islam,
religión que practicaban en secreto, era en general muy pobre.
Tras la
rebelión de las Alpujarras (1568-1571), protagonizada por moriscos granadinos,
los menos aculturados, fue tomando cada vez mayor peso la opinión de que esta
minoría religiosa constituía un verdadero problema de seguridad nacional. Esta
opinión se veía reforzada por las numerosas incursiones de piratas berberiscos,
que en ocasiones eran facilitadas o festejadas por la población morisca y que
asolaban continuamente toda la costa levantina. Los moriscos empezaron a ser
considerados una quinta columna, y unos potenciales aliados de turcos y
franceses.
El temor de
una posible colaboración entre la población morisca y el Imperio turco otomano
en contra de la España cristiana. Cabe destacar que los turcos suponían la
mayor amenaza para los intereses de la Corona Española y nunca se llegaron a
conseguir grandes victorias contra los mismos, de ahí que una alianza entre
moriscos y turcos, estos primeros presionando desde la propia España y estos
últimos desde el Mediterráneo, podría haber resultado fatal para una España que
arrastraba y afrontaba una crisis económica importante.
El comienzo de una etapa de
recesión en 1604 derivada de una disminución en la llegada de recursos de
América. La reducción de los estándares de vida llevó a la población cristiana
a mirar con resentimiento a la morisca.
Una radicalización en el
pensamiento de muchos gobernantes tras el fracaso por acabar con el
protestantismo en los Países Bajos.
El intento de
acabar con el pensamiento crítico que hacía tiempo corría por Europa sobre la
discutible cristiandad de España por la permanencia de algunas minorías
religiosas. Con esta decisión se acababa con el proceso homogeneizador que
había comenzado con la expulsión de los judíos y ratificaba la cristiandad de
los reinos de España. Aunque esta no era la opinión popular, que sólo la veía
con cierto resentimiento por competencia de recursos y trabajo.
La opinión pública acerca de los
moriscos se encontraba muy dividida entre los que consideraban que se debía dar
tiempo a su cristianización, los que consideraban que se debía seguir tolerando
y los que proponían expulsarlos.
La población
morisca consistía en unas 325.000 personas en un país de unos 8,5 millones de
habitantes. Estaban concentrados en los reinos de Aragón, en el que constituían
un 20% de la población, y de Valencia, donde representaban un 33% del total de
habitantes. A esto hay que añadir que el crecimiento de la población morisca
era bastante superior al de la cristiana. Las tierras ricas y los centros
urbanos de esos reinos eran mayormente cristianos, mientras que los moriscos
ocupaban la mayor parte de las tierras pobres y se concentraban en los
suburbios de las ciudades.
En Castilla la
situación era muy distinta: de una población de 6 millones de personas, entre
moriscos y mudéjares sólo juntaban unos 100.000 habitantes. Debido a este mucho
menor porcentaje de población y a la positiva experiencia con los antiguos
mudéjares, los cuales llevaban siglos conviviendo con la población cristiana,
el resentimiento hacia los moriscos en la corona de Castilla era menor al de la
población cristiana de la corona de Aragón.
Un gran número
de eclesiásticos apoyaban la opción de dar tiempo, una opción en parte apoyada
por Roma, pues consideraban que una total conversión requería de una prolongada
asimilación en las creencias y sociedad cristianas. La nobleza aragonesa y
valenciana era partidaria de dejar las cosas como estaban, pues éstos eran los
grupos que más se beneficiaban de la mano de obra morisca en sus tierras. El
campesinado, sin embargo, los veía con resentimiento y los consideraba rivales.
Entre los
defensores de la expulsión se cuenta a Jaime Bleda, inquisidor de Valencia,
donde la población morisca era la más numerosa, quien propuso al rey la
expulsión de los moriscos. En un principio la idea no fue considerada por el
gobierno, pero la misma fue propuesta de nuevo por el arzobispo de Valencia,
Juan de Ribera, que apoyaba la expulsión al considerarlos herejes y traidores,
a lo que el arzobispo añadió una característica que hizo la proposición
bastante atractiva: el rey se podría beneficiar de la confiscación de bienes y propiedades
de la población morisca e incluso esclavizarlos.
La política
acerca de la población morisca hasta 1608 había sido la de conversión, aunque
con anterioridad Carlos I (en 1526) y Felipe II (en 1582) hubiesen insinuado y
pretendido una medida más radical. Sin embargo, fue a partir de 1608 cuando el
Consejo de Estado comenzó a considerar la opción de la expulsión y en 1609
recomendó al rey tomar dicha medida.
El 9 de abril
de 1609 se tomó la decisión de expulsar a los moriscos. Pero el proceso podía suponer
problemas debido a la importancia en factores de población de dichos
habitantes. Se decidió empezar por Valencia, donde la población morisca era
mayor y los preparativos fueron llevados en el más estricto secreto. Desde
comienzos de septiembre, tercios llegados de Italia tomaron posiciones en el
norte y sur del reino de Valencia y el 22 de ese mes el virrey ordenó la
publicación del decreto. La aristocracia valenciana se reunió con
representantes del gobierno para protestar por la expulsión, pues ésta
supondría una disminución de sus ingresos, pero la oposición al decreto fue
disminuida ante la oferta de quedarse con parte de la propiedad territorial de
los moriscos. A la población morisca se le permitió llevarse todo aquello que
pudiesen, pero sus casas y terrenos pasarían a manos de sus señores, con pena
de muerte en caso de quema o destrucción antes de la transferencia.
A partir del
30 de septiembre fueron llevados a los puertos, donde como ofensa última fueron
obligados a pagar el pasaje. Los primeros moriscos fueron transportados al
norte de África, donde en ocasiones fueron atacados por la población de los
países receptores. Esto causó temores en la población morisca restante en
Valencia, y el 20 de octubre se produjo una rebelión morisca contra la
expulsión. Los rebeldes fueron reducidos en noviembre y se terminó con la
expulsión de los últimos moriscos valencianos. A principios de 1610 se realizó
la expulsión de los moriscos aragoneses y en septiembre la de los moriscos
catalanes.
La expulsión
de los moriscos de Castilla era una tarea más ardua, puesto que estaban mucho
más dispersos tras haber sido repartidos en 1571 por el reino después de la
rebelión de las Alpujarras. Debido a esto, a la población morisca se le dio una
primera opción de salida voluntaria del país, donde podían llevarse sus
posesiones más valiosas y todo aquello que pudieran vender. Así, en Castilla la
expulsión duró tres años (de 1611 a 1614) e incluso algunos consiguieron evadir
la expulsión y permanecieron en España.
La deportación
de los moriscos granadinos se realizó en columnas de 1.500 a 2.000 personas,
escindidas en escuadras de 500 individuos. Cada columna seguía un itinerario
particular con el fin de asegurar un mejor avituallamiento. Como media, la
expedición recorría un poco más de 4 leguas al día, y para evitar que los más
fuertes escapasen, se les ataba con esposas.
El Consejo de
Castilla evaluó la expulsión en 1619 y concluyó que no había tenido efectos
económicos para el país. Esto es cierto para el reino de Castilla, ya que
algunos estudiosos del fenómeno no han encontrado consecuencias económicas en
los sectores donde la población morisca era menos importante. De hecho, el
quebranto demográfico no podía compararse, ni de lejos, al medio millón de
víctimas de la gran peste de 1598-1602, cinco veces más que el número de
moriscos expulsados en dicho reino. Sin embargo, en el Reino de Valencia supuso
un abandono de los campos y un vacío en ciertos sectores al no poder la
población cristiana ocupar el gran espacio dejado por la numerosa población
morisca. En efecto, se estima que en el momento de la expulsión un 33% de los
habitantes del Reino de Valencia eran moriscos, y algunas comarcas del norte de
Alicante perdieron a prácticamente toda su población, que tanto en esta como en
otras zonas fue necesario reponer con incentivos a la repoblación desde otros
puntos de España.
La expulsión
de un 4% de la población puede parecer de poca importancia, pero hay que
considerar que la población morisca era una parte importante de la masa
trabajadora, pues no constituían nobles, hidalgos, ni soldados . Por tanto,
esto supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más
afectadas (Valencia y Aragón) tuvo unos efectos despobladores que duraron
décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas,
comercio y trabajadores del campo. Muchos campesinos cristianos además veían
cómo las tierras dejadas por la población morisca pasaban a manos de la
nobleza, la cual pretendía que el campesinado las explotase a cambio de unos
alquileres y condiciones abusivas para recuperar sus “pérdidas” a corto plazo.
Por otra parte, la expulsión convirtió a los campesinos moriscos en aliados de
los piratas berberiscos que asaltaron las costas mediterráneas españolas durante
cerca de un siglo.
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