LAS CORTES DE TOLEDO (1480) Y LOS REYES CATÓLICOS
Alfredo Pastor Ugena
La construcción de un aparato de gobierno
centralizado y eficaz pudo realizarse a partir de la transformación de las
estructuras feudovasalláticas existentes y de la instrumentalización de los
medios e innovaciones desarrollados durante el periodo bajomedieval (mejora de
las comunicaciones y de los conocimientos geográficos, progresos de las
técnicas económicas, transformaciones militares, evolución del pensamiento
intelectual y político, activación de los sentimientos "nacionales" y
xenófobos...). En su labor los monarcas no innovaron sino que perfeccionaron
los elementos que ya tenían a su alcance. Así, la monarquía de los Reyes
Católicos no fue más que la materialización de una herencia
doctrinal y política nacida con Alfonso X,
proseguida por Alfonso XI
y reconducida por los reyes de la dinastía Trastámara.
Durante la Baja Edad Media fueron constantes los intentos de ampliar territorios -en provecho propio o frente a otros reinos- mediante la conquista o las alianzas dinásticas. Este expansionismo desembocó en uniones exitosas (Castilla-Aragón en 1492) o frustradas (Inglaterra-Francia en 1420 o la política matrimonial portuguesa de los Reyes Católicos), y en la incorporación a las grandes monarquías de entidades "medievales" menores en el caso hispano, Granada (1492), Navarra (1512). Internamente, la consolidación territorial de los Estados se realizó por varios medios complementarios: administrativos -virreyes, lugartenientes, gobernadores, corregidores-, militares -creación de ejércitos permanentes y de la Santa Hermandad-, jurídicos -fijación de fronteras políticas y fiscales- e ideológicos. En el caso hispano, la fusión de estructuras territoriales castellanas y aragonesas permitió a la España Moderna dominar e importar su autoridad en territorios muy amplios y muy lejanos.
El fortalecimiento regio exigió el crecimiento y la transformación de los aparatos de gobierno de la monarquía, proceso caracterizado por el auge de la burocracia al servicio de los reyes. Los burócratas (letrados, juristas), extraídos de sectores sociales intermedios o menores, asumieron cada vez mayores cotas de poder en el Estado, aunque su "corporativismo" limitara la eficacia de las directrices monárquicas. Con todo, la burocratización no desplazó a la nobleza, que mantuvo su papel político en la estructura estatal de la monarquía (sobre todo en Castilla). La estabilización del lugar de decisión principal en una ciudad también fue consecuencia de la evolución hacia unos aparatos de gobierno centralizados y complejos- en Castilla no hubo una sola capital, aunque se tendió a ello al fijarse la Chancillería en Valladolid (1442)-.
El reinado de los Reyes Católicos constituyó una verdadera consolidación de las instituciones monárquicas. En las Cortes de Toledo (1480) se tomaron medidas decisivas en este sentido -reorganización del Consejo Real en beneficio de los letrados, ampliación de competencias de los corregidores y eficaces medidas financieras . Las reformas de la Audiencia y Chancilleria de Valladolid y la creación de otra en Ciudad Real (1494) -luego en Granada (1505)- fueron otros pasos importantes.
Durante la Baja Edad Media fueron constantes los intentos de ampliar territorios -en provecho propio o frente a otros reinos- mediante la conquista o las alianzas dinásticas. Este expansionismo desembocó en uniones exitosas (Castilla-Aragón en 1492) o frustradas (Inglaterra-Francia en 1420 o la política matrimonial portuguesa de los Reyes Católicos), y en la incorporación a las grandes monarquías de entidades "medievales" menores en el caso hispano, Granada (1492), Navarra (1512). Internamente, la consolidación territorial de los Estados se realizó por varios medios complementarios: administrativos -virreyes, lugartenientes, gobernadores, corregidores-, militares -creación de ejércitos permanentes y de la Santa Hermandad-, jurídicos -fijación de fronteras políticas y fiscales- e ideológicos. En el caso hispano, la fusión de estructuras territoriales castellanas y aragonesas permitió a la España Moderna dominar e importar su autoridad en territorios muy amplios y muy lejanos.
El fortalecimiento regio exigió el crecimiento y la transformación de los aparatos de gobierno de la monarquía, proceso caracterizado por el auge de la burocracia al servicio de los reyes. Los burócratas (letrados, juristas), extraídos de sectores sociales intermedios o menores, asumieron cada vez mayores cotas de poder en el Estado, aunque su "corporativismo" limitara la eficacia de las directrices monárquicas. Con todo, la burocratización no desplazó a la nobleza, que mantuvo su papel político en la estructura estatal de la monarquía (sobre todo en Castilla). La estabilización del lugar de decisión principal en una ciudad también fue consecuencia de la evolución hacia unos aparatos de gobierno centralizados y complejos- en Castilla no hubo una sola capital, aunque se tendió a ello al fijarse la Chancillería en Valladolid (1442)-.
El reinado de los Reyes Católicos constituyó una verdadera consolidación de las instituciones monárquicas. En las Cortes de Toledo (1480) se tomaron medidas decisivas en este sentido -reorganización del Consejo Real en beneficio de los letrados, ampliación de competencias de los corregidores y eficaces medidas financieras . Las reformas de la Audiencia y Chancilleria de Valladolid y la creación de otra en Ciudad Real (1494) -luego en Granada (1505)- fueron otros pasos importantes.
El perfeccionamiento de la fiscalidad real fue
paralelo a la configuración y ampliación de la organización estatal. En un
proceso de renovación de las fuentes de ingreso fiscales frente a las
tradicionales (salvo en Inglaterra), los monarcas trataron de regularizar los
impuestos indirectos (aplicados especialmente sobre la sal, la lana, las
aduanas y el consumo) e importar los impuestos directos (no pagados por nobleza
y clero, y resueltos en asambleas representativas a petición del rey), aunque
la relación entre ambas tasas varió según la época y el
reino. También se obtuvieron recursos a partir de las rentas eclesiásticas
(sobre todo en Castilla) y de primarios sistemas de crédito (arrendamiento de
impuestos y derechos, préstamos a banqueros e iniciales tipos de deuda). Esta
evolución supuso la creación de sistemas fiscales complejos y eficaces que
permitieron sostener y aumentar el proceso "estatalizador" de las
monarquías occidentales durante el Bajomedievo.
En España, los Reyes Católicos sanearon y perfeccionaron la fiscalidad castellana desde las Cortes de Toledo (1480). Además de las rentas recuperadas a la nobleza, los ingresos principales eran los siguientes: alcabala (renta ordinaria más importante), servicios de Cortes, diezmos, almojarifazgos (impuestos aduaneros), servicio y montazgo sobre la trashumancia, ingresos eclesiásticos (tercias reales, rentas de maestrazgos incorporados) y juros (deuda pública primitiva establecida desde 1489). A ello se sumó el control real de organizaciones de gran poder económico como las órdenes militares y la Mesta (1489). Sus medidas económicas culminaron con un intento de unificación monetaria de Castilla-Aragón mediante la creación del "excelente" (1497). La Hacienda regia en tiempos de Isabel y Fernando puede considerarse modesta y equilibrada, aunque con tendencia a la inestabilidad (M. A. Ladero).
En España, los Reyes Católicos sanearon y perfeccionaron la fiscalidad castellana desde las Cortes de Toledo (1480). Además de las rentas recuperadas a la nobleza, los ingresos principales eran los siguientes: alcabala (renta ordinaria más importante), servicios de Cortes, diezmos, almojarifazgos (impuestos aduaneros), servicio y montazgo sobre la trashumancia, ingresos eclesiásticos (tercias reales, rentas de maestrazgos incorporados) y juros (deuda pública primitiva establecida desde 1489). A ello se sumó el control real de organizaciones de gran poder económico como las órdenes militares y la Mesta (1489). Sus medidas económicas culminaron con un intento de unificación monetaria de Castilla-Aragón mediante la creación del "excelente" (1497). La Hacienda regia en tiempos de Isabel y Fernando puede considerarse modesta y equilibrada, aunque con tendencia a la inestabilidad (M. A. Ladero).
El aparato estatal de la España Moderna era una
mejora del configurado hacia 1400 y no fue modificado sustancialmente hasta el
siglo XVIII. Aunque existiesen dos modelos diferenciados sobre una misma base
social -el castellano, de carácter absolutista; y el catalano-aragonés-navarro,
de carácter pactista o contractual-, "fue Castilla (Consejo Real,
Audiencias, Hacienda...) quien marcó la pauta de la monarquía hispánica de los
siglos XVI y XVII por su mayor peso político y socio-económico en la Península,
y porque era mucho más eficaz, moderno y útil que el sistema pactista",
propio de un mundo medieval basicamente superado.
La guerra civil nobiliaria se extendió pronto a toda
la Península. Isabel y Fernando cuentan con el apoyo de Aragón y de Navarra, y
sus enemigos atraen al monarca portugués al que ofrecen la corona de Castilla
mediante el matrimonio con su sobrina Juana. A diferencia de Enrique IV, Isabel
y Fernando actuaron rápida y enérgicamente y aunque sufrieron algunos reveses en
los primeros momentos, a partir de septiembre de 1475 pasaron a la ofensiva;
con ayuda de refuerzos aragoneses lograron recuperar las tierras ocupadas por
Alfonso V de Portugal y lentamente los nobles partidarios del monarca portugués
abandonaron su causa y prometieron obediencia a los reyes, que mantuvieron en
todo momento su política de atracción de la nobleza: los rebeldes derrotados
perdían, como era lógico, la custodia de las plazas de interés militar pero
conservaban sus propiedades y recibían importantes compensaciones económicas.
En el mes de febrero de 1476 el ejército portugués fue vencido en Toro y con
este éxito militar de los reyes, los rebeldes del interior perdían toda
posibilidad de ayuda e iniciaban negociaciones para reintegrarse al servicio de
Isabel y Fernando. En septiembre se produjo la reconciliación del marqués de
Villena y del arzobispo toledano, con la que puede darse por terminada la
sublevación interna cuyos inicios hemos situado en los años finales del reinado
de Alfonso X. Pacificada Castilla, sus ejércitos podían intervenir en la lucha
catalano-francesa apoyando a Juan II contra Luis XI. Esto suponía un cambio
importante en la política tradicional de Castilla, pero la excesiva fuerza
adquirida por Francia había modificado la situación; los franceses habían
dejado de ser los aliados a los que Enrique II había ayudado contra Inglaterra
y se habían convertido en peligrosos rivales de Castilla en el Atlántico; por
otro lado, Fernando era, al tiempo que rey castellano, heredero de Aragón,
enemigo tradicional de Francia en los Pirineos y en Italia, y Luis XI había
llegado a un acuerdo con Alfonso V de Portugal para abrir un nuevo frente
bélico a través de Navarra.
La conjunción de intereses de Isabel y de Fernando,
de Castilla y de Aragón, llevaba a la guerra contra Francia y antes de que ésta
se declarase convenía tener bajo control a Navarra, donde la división entre
beamonteses y agramonteses podía facilitar la entrada de tropas francesas.
Fernando e Isabel estaban en una posición privilegiada para lograr un acuerdo
entre los grupos rivales: los agramonteses se habían mantenido fieles a Juan II
y los beamonteses habían figurado en todo momento al lado de Castilla por lo
que no fue difícil convencer a unos y otros de la necesidad de llegar a un
acuerdo del que sería garante el monarca castellano. La Concordia de Tudela
(1476) que ratificaba los acuerdos, significaba de hecho el establecimiento de
un protectorado castellano en Navarra, aunque el reino mantuviera su
independencia.
Aseguradas las fronteras de Castilla, los monarcas
reorganizaron la gran alianza puesta en pie por Juan II de Aragón contra Luis
XI durante la última fase de la guerra civil catalana y se unieron a
Inglaterra, Borgoña y Bretaña en el Atlántico y a Ferrante de Nápoles en el
Mediterráneo. Ante la presión militar y comercial, Luis XI se vio obligado a
aceptar la paz en 1478, pero en ella no se incluyó la devolución de los
condados de Rosellón y Cerdaña y Fernando, que necesitaba la paz para atender a
nuevas revueltas en el interior de Castilla y para prevenir una nueva
intervención portuguesa, tuvo que resignarse por el momento a perder estos
territorios.
Simultáneamente a la guerra civil y a los
enfrentamientos-negociaciones con Francia, los monarcas castellanos desarrollaron
una política de atracción del pontificado, cuya colaboración era necesaria para
asentar su poder en Castilla. Una firme alianza con Roma permitiría a los reyes
nombrar a los obispos y controlar las órdenes, verdaderas potencias militares y
económicas sin las que la paz no sería posible en Castilla. Por otra parte, la
inclinación de Sixto IV hacia los derechos de Isabel tendría considerables
efectos psicológicos en el reino mientras que su apoyo a Juana podía servir de
pretexto para encender de nuevo la guerra civil.
Las relaciones con el Pontificado eran difíciles a
causa de la alianza existente entre los reyes y Ferrante de Nápoles, hijo y
sucesor de Alfonso el Magnánimo, enfrentado a Roma por el control de la
península italiana. En 1475, aprovechando un momento de paz entre los rivales
italianos, fue enviada a Roma una embajada para pedir el reconocimiento de
Isabel como reina de Castilla, el nombramiento de uno de sus fieles, Rodrigo
Manrique, como maestre de Santiago, y la no dispensa de los vínculos de
parentesco que unían a Juana y Alfonso V de Portugal. El Pontífice accedió a la
primera petición, y para resolver los demás puntos así como algunos problemas
económicos surgidos entre el clero castellano y Roma, envió un legado a la
Península.
Algunas diferencias entre Sixto IV y los reyes Juan
II y Fernando por la provisión de la sede zaragozana inclinaron al Papa a
conceder la dispensa de parentesco solicitada por Alfonso V de Portugal (1477)
y Fernando e Isabel respondieron prohibiendo la publicación en Castilla de los
decretos pontificios y anulando las rentas percibidas por los eclesiásticos
extranjeros en el reino. El problema político planteado por la dispensa
matrimonial desapareció al carecer Juana de apoyos en el interior del reino, y las
relaciones Roma-Castilla mejoraron considerablemente poco después: Alfonso,
hijo ilegitimo de Fernando y de nueve años de edad, fue nombrado arzobispo de
Zaragoza y el Papa accedió a que se estableciera en Castilla la nueva
inquisición (1478) a través de la cual los reyes tendrían un mayor control del
reino.
Para que la paz de Castilla fuera completa sólo
faltaba llegar a un acuerdo con Alfonso de Portugal del que separaban a los
reyes no sólo cuestiones dinásticas (éstas casi nunca tienen valor en sí;
sirven de pretexto o para reforzar otras) sino también económicas. Si
Inglaterra había sido el gran rival de Castilla en el Atlántico Norte, los
intereses marítimos y comerciales del reino en el Atlántico Sur chocaban con
los de Portugal por el control de los archipiélagos de Canarias, Azores,
Madeira, de Cabo Verde y de las costas africanas. Perturbar el comercio
portugués y afianzar el dominio castellano en las Canarias con vistas a una
posterior sustitución de los portugueses en Guinea eran los proyectos de Isabel
y de Fernando y en la empresa participaron marinos y mercaderes andaluces,
vascos, valencianos y catalanes indistintamente, unas veces al servicio de la
Corona y otras de modo particular, aunque siempre con autorización de los
reyes, que se reservan el quinto de todos los beneficios obtenidos en el
comercio o en el corso.
Para poner fin a estos ataques, Alfonso V intentó
llevar de nuevo la guerra a Castilla aprovechando las rivalidades de la nobleza
gallega y extremeña y el descontento de algunos grandes nobles que no habían
visto respetados sus acuerdos con los reyes. Los problemas más graves se
plantean en el señorío de Villena, donde los campesinos inician una revuelta
social para librarse del señorío y volver a la jurisdicción real: si los reyes
apoyan a los vasallos, se enajenan el apoyo de la nobleza, y si permiten al
marqués sofocar la revuelta y recuperar sus dominios, crecerá excesivamente el
poder de uno de sus mayores enemigos, que en todo momento puede contar con el
auxilio portugués. Sólo una victoria militar rápida sobre Portugal reducirá el
conflicto del señorío de Villena a sus verdaderas dimensiones: enfrentamiento
entre un señor feudal y sus campesinos.
La victoria obtenida en las proximidades de Badajoz
(1479) permitió iniciar conversaciones de paz con Portugal, con el que se
firmarán cuatro tratados en los que se ofrece solución a todos los problemas
pendientes: situación de Juana, perdón de los castellanos aliados al monarca
portugués, relaciones entre ambos países y navegaciones africanas. Los tratados
se firmaron en Alcaçobas (1479) y fueron ratificados en Toledo (1480). Juana
ingresó en un monasterio; los aliados de Alfonso fueron perdonados; se
restablecieron las relaciones amistosas entre los reinos, y en el Atlántico se
acordó reservar para Portugal la costa africana y para Castilla el archipiélago
canario. Solucionado el problema portugués, pronto se llegó a un acuerdo con el
señor de Villena: numerosos lugares pasaron a la Corona y Diego López Pacheco
conservará Escalona, Belmonte, Cadalso, Garcimuñoz, Alarcón... cuyas rentas,
según Luis Suárez, ascendían a la no desdeñable cantidad de dos millones y
medio de maravedís anuales.
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