ARANDA DE DUERO E ISABEL LA CATÓLICA
Laura Pastor Arranz
Capital de
la Ribera burgalesa, esta localidad mantiene entre sus iglesias, muros y
calles, manifestaciones significativas de la historia de Castilla y de España,
como es el caso del Concilio de Aranda de 1473 y la estancia en ella de la
entonces princesa Isabel I de Castilla, hermana del rey Enrique IV y futura
reina.
Asimismo es
famosa, entre otros hitos históricos, por el Plano de Aranda, realizado en 1503, durante el reinado de los Reyes
Católicos. Se constituye como el mapa urbano más antiguo de España en el cual
se basaron los españoles para el desarrollo de las ciudades del Nuevo Mundo
recién descubierto por la Corona de Castilla.
De su
patrimonio arquitectónico destacan las
iglesias de Santa María la Real, y de San Juan (enfrente de ella está La Casa
de las Bolas, edificio cercano a la reina Juana, esposa de Enrique IV y a
Isabel La Católica), el Santuario de San Pedro Regalado, el de la Virgen de las
Viñas ( iglesia del siglo XVII donde se encuentra la imagen de la Virgen
que es la patrona de la ciudad) y la
Iglesia de San Nicolás de Bari. En Aranda todas las iglesias están
orientadas al sur, hacia el Duero, río que la cruza y la da su esencia
geográfica.
Citar también los 7 km. de bodegas subterráneas
construidas entre los siglos XII y XVIII, que se encuentran en el subsuelo del
casco antiguo de la ciudad , el Palacio
de los Berdugo (de tipo renacentista situado en el centro de la ciudad en
el que se hospedó Napoleón en 1808),enfrente del cual está situado el rollo
jurisdiccional, y el puente románico de
las Tenerías.
Grandes
literatos la han citado y ensalzado en sus obras como: Mariano José Larra, Pío
Baroja (al que se le ha dedicado una escultura en el centro de la ciudad), Benito Pérez Galdós Gregorio Marañón, Rafael Alberti o Camilo José Cela.
Hecha esta
introducción para acercarnos a la importancia de la ciudad, trataré de reflejar
en este trabajo la trascendencia que para esta Villa tuvo la presencia de Isabel la Católica y las vicisitudes
históricas que en torno a ella se gestaron.
Lo primero,
citar de nuevo que en Aranda el turbulento arzobispo de Toledo Alonso (o Alfonso) Carrillo de Acuña convocó
un Concilio en 1473, de gran relevancia en aquella época, para los
acontecimientos históricos de Castilla.
Se
corresponde este hecho con la celebración en el último cuarto del S. XV ,coincidiendo
con el reinado de los Reyes Católicos , en toda España y especialmente en
Castilla, de un movimiento de reforma eclesiástica que tiene un claro exponente
en la actividad sinodal, que fue en aumento hasta el famoso concilio ecuménico
de Trento (1545-1563).
Aranda de
Duero era entonces tierra de frontera y contaba con una población cercana a los
5.000 habitantes. Además vivía una época de grandes cambios económicos (Enrique
IV la concedió dos ferias francas para atraérsela a su causa), convirtiéndose la
ciudad en punto importante de la trashumancia de la Real Cañada de Segovia. Además su situación estratégica la
convirtió en el centro de los caminos de Castilla y del camino hacia Aragón.
El Concilio
aludido comenzó sus sesiones en el monasterio de San Pedro de Gumiel de Izán (
de tipo cisterciense, situado a orillas del río Gromajón, que tuvo en la ribera
del Duero una gran influencia repobladora y eclesiástica en su época, , siendo
a finales del S. XII uno de los más célebres de la comarca), con un excelente discurso del arzobispo Carrillo, donde planteó
las líneas directrices del gran evento religioso, reflejando la situación de la
Iglesia castellana y las tensiones políticas del momento. Diría el prelado es
este discurso de apertura: “(…)y ahora que tenemos ocasión y
Dios Omnipotente lo ha permitido, hagamos aquello que antes debíamos de haber
hecho (…)”.
Podemos
afirmar que Aranda de Duero, durante unos meses, fue la capital eclesiástica y
política de Castilla. Esto sucedió precisamente en este año de 1473. En el otoño e invierno de ese año,
Isabel la Católica residió en la villa, consiguiendo en el denominado Concilio
de Aranda que sus tesis se consolidaran de manera importante.
Posteriormente,
la celebración de las siguientes jornadas, tuvieron lugar en la iglesia
arandina de San Juan Bautista, situada en la zona más antigua de la ciudad,
cuya torre campanario fue la primera
torre defensiva que tuvo Aranda (hoy es también museo de Arte Sacro). El
Instituto castellanoleonés de la Lengua ha publicado el texto original en latín
del Concilio y una traducción al castellano, obra de Carlos Pérez González, que
tomo como referencia principal para este artículo.
Este sínodo marcó
un hito en la historia del reformismo de la Iglesia en Castilla, pero su
importancia no radica en este punto, sino que además fue un instrumento al
servicio de los intereses políticos y religiosos de su mentor, el Arzobispo
Carrillo quien a su vez defendía la estrategia de la princesa Isabel, ya que
en el sínodo se abordaron
asuntos de la Iglesia pero también hubo un debate político sobre la futura
reina de Castilla y sus candentes intereses políticos que la conducirían al
trono del mayor reino peninsular.
Este
concilio provincial toledano (Aranda pertenecía a la provincia eclesiástica de
Toledo) tiene como finalidad principal la reforma de las costumbres del clero y
de la Iglesia aunque también tendrá un marcado carácter político: “promulgar una ley que reprimiera con su
virtud las extraviadas inclinaciones de los mortales y los dirigiera…,para revisar
en profundidad muchas actitudes y no pocas costumbres”. A él asisten clérigos, obispos y
personalidades de gran trascendencia para la época, representando a sus
respectivas instituciones. En concreto la princesa Isabel, como señora de la
villa de Aranda asistió a una de sus sesiones invitada por el Arzobispo
Carrillo, resultando polémica su presencia por las disensiones coyunturales
existentes.
Está tocando
a su fin el reinado de Enrique IV, que morirá un año más tarde, y la nobleza y
la jerarquía eclesiástica van optando por Isabel o por Juana (conocida como
"La Beltraneja") para ocupar el trono.
Eran tiempos
en los que se había llegado poco menos que a la anarquía y desmoralización. La
monarquía castellana y la nobleza (fuerza dominante de hecho) están en continua
pugna, lo cual hace que se debilite el poder real. El rey se convierte en una
especie de juguete de las arremetidas de los nobles que son frecuentes y
desembocarán en una guerra civil.
En todas
partes están presentes, en mayor o menor grado, la inquietud social, las
intrigas cortesanas, las banderías o facciones de los linajes familiares
enemigos, el bandolerismo de los campos, las represalias de los nobles contra
las villas y el consiguiente desenfreno moral, hechos que cundían de una manera
alarmante. Existía además el peligroso de las disensiones religiosas fomentado por
los falsos conversos, judíos y mahometanos.
Por tanto
podemos hablar de dos facetas del Concilio, la que se plasmará en los cánones,
y la paralela, que se traducirá en una ocasión para juntarse los poderes más
influyentes del momento y trazar las principales estrategias de cara al futuro
más inmediato, apoyando a la princesa Isabel de Castilla por quien tomaría
parte de forma inequívoca el Arzobispo Carrillo.
El Concilio
promulgará veintinueve decretos o cánones, precedidos de un prefacio, en sesión
solemne de apertura, el 5 de diciembre de 1473, en Gumiel de Izán. En estos
cánones destacan distintas disposiciones que afectan a las costumbres del clero,
muy relajadas en ese momento: “El
amancebamiento o barraganía de los clérigos era un vicio frecuente. Se establece un detallado régimen
sancionador que afectará a aquellos clérigos que incumplan la normativa del
celibato sacerdotal. Se prohíbe ordenar sacerdotes a personas que no hablen latín
y aparecen otras normas prohibiendo los matrimonios clandestinos y se dispone
que cualquier clérigo que tenga una o varias concubinas de manera pública
deberá de ser amonestado. También se promulgan normas de conducta para la
feligresía pues sacralizaba las fiestas de guardar, censuraba las bodas
ilícitas y las cuaresmales, además de prohibir las representaciones teatrales
en las iglesias y denegar la sepultura eclesiástica a los decesos en duelo y a
los ladrones. En las constituciones conciliares se amenazaba con excomunión
además a quienes se apropiaran de los diezmos -materia verdaderamente sagrada-
o fortificaran los templos, muy seguros en caso de recibir la molesta visita de
algún colaborador de impuestos tocado con mitra. La obligatoriedad del pago de
los diezmos, la debida atención a la enseñanza de la doctrina cristiana y la revisión de la
administración correcta de los sacramentos”. Estos fueron algunos de los
principales temas y disposiciones allí tratados.
Los veintinueve
capítulos que comprenden las actas del concilio arandino constituyen un
excelente programa de reforma eclesiástica. Se deduce de ellos que existía ya
en el reino castellano un movimiento de renovación en la iglesia, un ansia de
más cultura y pureza de costumbres, que llegarían a su pleno desarrollo una vez
desaparecidos los bandos, divisiones e indisciplinas civiles del reino
castellano. A partir de este concilio se despierta en España-como ya he
señalado anteriormente- tras un largo paréntesis, la institución eclesiástica
de los sínodos. En él se manda “que
cada dos años se convoque un concilio
provincial y cada año un sínodo diocesano”. Por lo tanto, este Concilio no
sólo repercutió en la vida eclesiástica de la época sino también a loa aspectos
políticos y sociales. Su importancia es crucial para conocer el tránsito de la
Edad Media a la modernidad.
Carrillo
estableció con este concilio de Aranda el comienzo de la reforma castellana de
la institución eclesiástica que otros concilios no harán sino repetir (véanse
los de 1480 y 1481) y que culminaría posteriormente el Cardenal Cisneros a través de los cónclaves de 1487 y 1489.
Se pusieron
en marcha una serie de esfuerzos por dignificar la Iglesia española, con un
ambicioso programa reformador, basado en concilios provinciales periódicos y el
reajuste de la disciplina del clero. La importancia de Isabel de Castilla en
este tema radica en que sería la persona privilegiada de la dinastía Trastámara
para llevar a buen término la reforma que se proponía este concilio
metropolitano de Toledo.
El año 1472
es de gran significación para el reinado de Castilla. A principios de 1472 se rebeló Aranda de Duero contra la reina
Juana, esposa de Enrique IV, que la tenía en dote, y se puso bajo la obediencia
de Isabel, a quien sirvió de morada algunas veces durante ese período.
Aranda de
Duero y toda la comarca viven momentos de rivalidades anteriormente a 1472.
Tanto los partidarios de doña Isabel como los de doña Juana aspiraban por esta
plaza situada en la encrucijada de los mejores caminos de Castilla, sobre todo
de cara al reino de Aragón . Pero es a partir de 1472, fecha en que Aranda pasó
al partido de la Princesa Isabel, cuando la lucha se hace más encarnizada. El pronunciamiento
de la villa arandina por Isabel de Castilla (quien observaba a veces la vida
cotidiana de los arandinos desde una ventana que aún se conserva en La Casa de las Bolas: a la entrada del
edificio se ha colocado una placa que reproduce una cita de un documento
depositado en el Archivo de Simancas que verifica la estancia de Isabel la
Católica en Aranda durante unos años de su infancia. La Tradición sitúa su
residencia y la de Juana de Avís, esposa de Enrique IV en ésta la Casa de las
Bolas) tuvo gran resonancia en todo el reino y así lo hacen constar los
historiadores y cronistas de la época.
Aranda de
Duero vive una coyuntura de revueltas y conflictos civiles, cuyo principal
instigador era don Diego de Zúñiga, conde
de Miranda de Castañar, vecino de la villa arandina, el cual si antes había
sido partidario de Aragón, en el momento presente era de los que acabando por
reconocer por Princesa a doña Juana, “La Beltraneja”; movía en su favor la
guerra por tierras de Aranda y Sepúlveda.
A mediados de 1473 se hacen dueños de la
situación los partidarios de doña Isabel, al frente de los cuales están don Diego de Rojas, hijo del conde de
Castro y hermano de Fernando de Rojas que estaba casado con doña Juana
Manrique, que siempre fueron partidarios del bando aragonés, es decir de
Fernando el Católico.
El 6 de
octubre de 1473 Isabel toma posesión solemne de la villa de Aranda de Duero.
Llegó por la parte de Sepúlveda con gran acompañamiento de nobles castellanos,
y saliéndole a su encuentro el pueblo en masa a la otra parte del río Duero.
(Isabel compró una
finca , en 1503, al conde de Ribadeo, por más de dos millones de maravedíes,
situada entre Aranda y la Horra, muy
cerca del río Gromejón denominada “La Ventosilla”, muy apreciada por su riqueza
cinegética y su entorno boscoso, donde cazaría frecuentemente su esposo
Fernando. En ella, el duque de Lerma, su propietario en otro momento, mandaría
al arquitecto real, Francisco de Mora, construir un palacete de tipo
escurialense).
El día de
Navidad de 1473 lo celebraron Isabel y Fernando en Aranda de Duero como nos
indican las fuentes: "Tuvieron
el Rey y la Reina de Sicilia la fiesta de Navidad del año MCCCC.LXXIII en la
villa de Aranda de Duero: con el mayor contentamiento ... y el día de los
Inocentes anduvieron desde Aranda hasta entrar en el alcaçar de Segovia".
[Jerónimo ZURITA, Anales de la Corona de Aragón.Tomo IV, Zaragoza 1610, lib.
XVIII, cap. 52]. "È dia de los Inocentes andovimos desde Aranda fasta
entrar en el alcaçar,(de Segovia) donde se aposentó la Senyora Princesa è
yo". [Carta del arzobispo de Toledo don Alonso de Carrillo al rey don Juan
II de Aragón, 1474. Antonio PAZ Y MELIÁ, El Cronista Alonso de Palencia. Madrid
1914, p. 157].
Poco tiempo
quedaba para fracturar esa triunfante entente entre la princesa Isabel y el
arzobispo Carrillo de Acuña: “la ambición
soberbia del arrogante Carrillo, no permitió que Isabel le dejara aumentar su insaciable poder.
El nombramiento de Pedro González de Mendoza, como cardenal de las Españas, por
consentimiento o indicación de Isabel y Fernando, desató la indignación del
arzobispo de Toledo, que se declaró en abierta rebeldía, pasándose al bando de
La Beltraneja, abandonando la causa isabelina, luchando contra Isabel y
Fernando, en la guerra civil que se desató al año siguiente, en 1474, tras la
muerte de Enrique IV”(diciembre de 1474 en Madrid), en concreto un año
después del Concilio de Aranda.
Tras su
derrota, retirado Carrillo a Alcalá de Henares, sin ningún tipo de poder (tras
ser licenciado su ejército y desguarnecidos sus castillos), se le anunció una
visita de la ya reina Isabel I de Castilla, a lo que éste contestó: “decidle que en el momento en que entre por
una puerta en Alcalá, yo saldré por otra”.
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