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domingo, 10 de septiembre de 2023

 

 

ENTREVISTA FICTICIA CON PEDRO CALDERON DE LA BARCA

 

Yo, Diego Samiento, amigo de don Pedro Calderón de la Barca, que consumo mi vida entre la defensa de mi honor mi honra, la fe y mi modesto talento innato afirmo:

Estamos viviendo una época en este siglo XVII en la que España es una colmena  de actividad artística y literaria, mientras nos sumergimos en una decadencia política y económica.

Las cosas tan relevantes que están ocurriendo dentro y fuera de nuestra Patria están alimentando la imaginación de muchos artistas y les predisponen hacia el buen camino de la creatividad universal de las artes y las letras.

Este es, en mi opinión,  el telón de fondo de nuestra nación, donde las letras nunca alcanzaron cotas tan deslumbrantes como en esta época. Los  nobles españoles ejercen de mecenas, en muchos casos, tomando bajo su patrocinio a un gran número de poetas, novelistas y pintores de la más alta calidad.

El mundo raramente ha visto tal galaxia de talento literario, con nombres como los de Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Francisco de Quevedo,  Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca dramaturgo, filósofo y teólogo.

A todos he conocido y tenido alguna amistad con ellos, en un camino de vivencias marcado por la hegemonía y la decadencia más absoluta de España, especialmente en el exterior, sostenida por una situación interna dominada por la desigualdad múltiple y extrema, con una polarización de rentas, contribuciones e impuestos que definían un ambiente de corrupción y de venalidad, sin paliativos.

 

 

El sueño del caballero o La vida es sueño, de Calderón de la Barca, cuadro del pintor barroco Antonio de Pereda expuesto en la Academia de San Fernando, Madrid.“

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

Pasan muchas cosas en nuestro País que salpican a las conciencias y a la vida de demasiadas personas, como ha sido la gran peste de este siglo, entre los años 1647 y 1652, que azotó fundamentalmente a Andalucía y la zona oriental de España, las hambrunas pertinentes, abundancia de encarcelamientos por diversos motivos, ocultamientos cercanos al derecho de pernada para no caer en la miseria  y en la indigencia de algunas familias en las zonas rurales, aumento constante de la presencia de “tusonas y cantoneras” por las calles y caminos, autos de fe , caza de brujas y calabozos inquisitoriales repletos por gentes que se pudren en ellos, así como hogueras para herejes, entre otros aspectos.

Así vivimos bastantes, entre la pobreza generalizada, la violencia enconada, las guerras que nos destrozan  y arruinan, en contraposición el éxito de unos pocos bendecidos por la vida. Algunos grandes artistas como Murillo y Velázquez,  por ejemplo, con los que he hablado en alguna ocasión,  son verdaderos notarios de esto que os apunto. A este último le di algunas ideas para su famoso cuadro  de “Las Lanzas”—como al parecer también hizo don Pedro Calderón— ya que yo luché en el  asedio de la ciudad de Breda, durante dos meses. Allí caí herido y llevo una cicatriz que me cubre la espalda en diagonal, recuerdo de aquellos días de infierno bélico y enfrentamiento con los neerlandeses.

Mi nombre es Diego Sarmiento y Pimentel. Fui Furriel Mayor de los Tercios españoles en mis tiempos  de juventud y gallardía. Combatí por toda Europa defendiendo las posesiones y el honor de mi patria, España. Sufrí heridas graves y de algunas de ellas llevo todavía conmigo sus secuelas.

Pido a todas sus señorías, que lean esta entrevista que voy a realizar a don Pedro Calderón de la Barca, que me permitan presentarme como corresponde a un caballero de mi dignidad y aprendiz del buen hacer literario, en mi condición de hidalgo y miembro de la baja nobleza castellana que aspira a ser nombrado, ya en mi vida avanzada, para el cargo de asesor de los cronistas de la Corte del Rey sumarísimo don Felipe IV al que se conoce como «el Grande» o «el Rey Planeta».

 De él se dicen muchas cosas en los mentideros donde se reúnen nobles y plebeyos y desde allí se propagaban por la Villa todos los cotilleos de la Corte, donde se expresan solapadamente en comidillas los correveidiles. En esos encuentros se difunden todos  los chismorreos que nacen en los mentideros y corrales de comedias: discordias, polémicas, iras, rencillas y enemistades en pleno Madrid del siglo XVII. Las mofas y burlas más bien en boca de poetas desafamados solían ser frecuentes, siempre con expresiones duras e hirientes.

            De ese modo, por el ir y venir  los personajes chismosos, se conocen los amoríos de la actriz María Inés Calderón “La Calderona” con el rey Felipe IV quien ha tenido un hijo con ella, al que conocemos como Juan José de Austria, de quien  que figura en su partida de nacimiento como “hijo de la tierra “por la manera que hay de nombrar a los hijos ilegítimos.

Dicen quizás las malas y viperinas lenguas que su Majestad es  “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”, desde los primeros hervores de la adolescencia, cuando cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones desbordadas. Dicen en los mentideros que el monarca, “desde el Alcázar a la mancebía, pasando por el corral de comedias, no había fronteras para sus ardores, pero su preferencia iba más a las mujeres humildes que a las linajudas”.

 ¡Líbreme Dios de que yo pueda abrazar estas sentencias populares que son sólo chismorreos verdaderos o no pero al fin chismorreos!

Un día  en tiempos ya pasados me dijo don Pedro en una taberna de la calle León de Madrid, donde repasábamos hazañas y experiencias pasadas, abriéndome la mente con la filosofía de sus Autos sacramentales y sus comedias:

 

— ¡Diego, no olvides que en boca cerrada no entran moscas! —No concurras por los mentideros si aspiras a algo en la Corte porque luego todo se sabe y nadie se hace dueño de lo que se dice. Si es malo, se lo atribuyen a cualquier mequetrefe aunque no haya asomado por allí nunca su cabeza, pero se sabe de su existencia por cualquier buscavidas, o algún desgraciado vil y de alma baja.

— ¡Así lo haré!— le dije, sepultando en mi vida esas reuniones. No podía echar a perder ese orgullo y honor personal que gané en los campos de batalla y aún conservo— optando por la muerte  antes que mi deshonra— en mi reputación como hombre y soldado.

 Pero vayamos al grano, aunque antes tengo que mencionaros algunas de las vicisitudes en la  coyuntura en la que don Pedro y yo desarrollamos nuestras vidas, en una situación que fascina por el desarrollo literario, pictórico y belicoso.

Como sabemos, en  la sociedad española actual, la nobleza y todos los poderosos están  bien alimentados, incluso en exceso; las clases más humildes solo gozan de una alimentación básica, o incluso de subsistencia, donde gran cantidad de desarrapados, holgazanes, pícaros viven de la limosna y las sopas de los conventos. Muchos de ellos son capaces de hacer lo que haga falta  por unas cuantas monedas e incluso por la comida

Voy a entrevistar en breves momentos—como os he dicho— a don Pedro Calderón de la Barca, un hombre ilustre y presea actual de las letras españolas, con el que mantengo amistad desde que combatimos juntos en Breda, en Fuenterrabía, Cataluña y Portugal y en otros lugares del Imperio, como miembros de la caballería castellana. Recuerdo que en los ratos de descanso de estas batallas, recitábamos juntos, con otros compañeros, mientras tomábamos unas jarras de vino, aquellos versos de una rima de la época que decía: “España mi natura/Italia mi ventura /y Flandes mi sepultura”.

 

En uno de sus más famosos poemas, El soldado español de los Tercios, alaba don Pedro a los soldados que formaban cada una de sus unidades.

 

El soldado español de los Tercios

 

Este ejército que ves

vago al yelo y al calor,

la república mejor

y más política es

del mundo, en que nadie espere

que ser preferido pueda

por la nobleza que hereda,

sino por la que el adquiere;

porque aquí a la sangre excede

el lugar que uno se hace

y sin mirar cómo nace

se mira como procede.

 

Aquí la necesidad

no es infamia; y si es honrado,

pobre y desnudo un soldado

tiene mejor cualidad

que el más galán y lucido;

porque aquí a lo que sospecho

no adorna el vestido el pecho

que el pecho adorna al vestido.

 

 

Y así, de modestia llenos,

a los más viejos verás

tratando de ser lo más

y de aparentar lo menos.

 

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

 

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la firmeza, la lealtad,

el honor, la bizarría,

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna

la milicia no es más que una

religión de hombres honrados.

 

 

En Madrid, en nuestros tiempos jóvenes, fuimos compañeros también en algunas granujadas, pleitos de honor y sangre, duelos con espada y cuchilladas callejeras, como cuando entré con él en el convento de las Trinitarias (una comunidad de monjas fundada por Francisca Romero, hija de un aguerrido capitán de los Tercios) donde profesaba sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, de 24 años, lo que habría de destapar todas las iras de su padre.

El caso fue que, Diego Calderón, hermano de don Pedro fue gravemente estoqueado por un actor, Pedro de Villegas, en una disputa callejera, quien, en su fuga, fue a cobijarse “en sagrado” al interior del cenobio trinitario. Una gran turba que con gran alboroto y pulsiones vengadoras, igualmente pendencieras, perseguía al malhechor, turba en la que don Pedro Calderón de la Barca, “facedor de dramas”, hermano del herido y yo  nos hallábamos con más gente de pluma y teatro. Nos adentramos abruptamente en la clausura monacal en pos de aquel espadachín, profanando así el recinto religioso según los cánones entonces vigentes. El escándalo fue mayúsculo.

Mayor reacción fue la del monje trinitario Fray Hortensio Félix Paravicino (pintado por El Greco) afamado predicador real, muy amigo de Lope de Vega y de Luis de Góngora, que arremetió airadamente contra comediantes y poetas dramáticos, a raíz del asalto de Calderón y sus acompañantes al convento. Lo hizo el 11 de enero de 1629 en una solemne oración fúnebre ante el rey Felipe IV, en honor del padre del monarca, Felipe III, el rey que en 1617 lo había nombrado Predicador Real. Tanto don Pedro como yo nos sentimos muy ofendidos por las ofensas de aquel fraile famoso.

D.- La reacción de D. Pedro Calderón fue inmediata, incluyendo unos versos satíricos contra el fraile en su obra “El Príncipe Constante”, una comedia sobre el libre albedrío de lo humano, lo que a mí me llenó de gran satisfacción.

C.-Ese fraile altivo y arrogante que se apoya en su petulancia, esconde bajo sus hábitos trinitarios, a un bellaco harto de ajos, lujurioso, lascivo y libidinoso, con los sentidos vertidos ocultamente en el sexo.

 Diego llegó al domicilio de D.Pedro situado en la calle Mayor número sesenta y uno (antes había vivido con la familia en la calle  Las Fuentes y luego en la Calle Platerías, siempre en Madrd) y golpeó una puerta alta  y repujada al estilo mudéjar, con una aldaba  de cierto tamaño formada por una mano dorada de hierro forjado de rasgos finos que agarraba una bola la cual chocaba contra una superficie metálica produciendo un ruido realmente sonoro y algo armonioso.  Todo un referente de una casa de cierta alcurnia  y un simbolismo magnánimo  y amable  que al menos teóricamente avisaba de la actitud acogedora de los moradores de la casa.

Sale presto a recibirme con esa estampa de hombre circunspecto, altanera y repleta de esa seriedad que siempre le ha caracterizado. Me da audiencia a las cinco de la tarde como habíamos quedado, con una puntualidad shakesperiana, apoyado en un bastón, rindiéndome los honores de su hospitalidad. Presentaba una imagen seria, circunspecta, enhiesta.

Sentados en su despacho, puso sobre la mesa una jarra de vino con dos vasos y me dijo:

—¡Brindemos por nosotros con una de las cosas más civilizadas del mundo!, el líquido más común del ánimo popular.

        Amigo Pedro—le dije— Gracias por acogerme en tu morada. Ya hace tiempo que no nos vemos. Nos saludamos con un abrazo afectivo. Seguí sus pasos hasta una habitación confortable pero sencilla donde tenía su despacho, sin hacer resonar demasiado las tablas del suelo del pasillo que recorrimos. Una vez allí me invitó a ponerme cómodo para hacer lance a la intención. Noté que sus ojos resplandecían de viveza y claridad.

 

        Pedro, permíteme que a lo largo de esta entrevista te llame de usted pues es posible que lo que acordemos y yo escriba, circule por la Corte y algunos mentideros de la Villa. No deseo que un tratamiento más cercano ponga en tela, y algo distante de juicio, lo que aquí digamos hoy.

        ¡Perfecto, Diego, como tú quieras!

        Noté en las miradas de su silencio introductor, teñidas de una cierta melancolía, una imagen de hombre distinguido inmerso en los abismos quizás de su soledad, que le abatían en estos momentos de reposo de su vida longeva.

Tener delante de mí a un amigo y hombre tan importante de nuestras letras, me suscitaba un gran interés, respeto y fascinación. No podía olvidar que debería tener en cuenta la necesidad de dominar el arte del silencio y la virtud de saber escuchar, cuando Calderón atendiera a mis preguntas.

Una rápida mirada a mi alrededor me permitió contemplar una habitación sobria, bien iluminada, con un suelo pavimentado de ladrillos barnizados cubiertos por alfombras que en su día le regaló el Conde de Osuna por unos favores literarios que le hizo para dedicárselos a una dama que cortejaba en el ardor del silencio nobiliario.

— ¿Diego, dónde iré de esta suerte, tropezando en la sombra de mi muerte?—me dijo.

—Larga vida tendrá usted todavía don Pedro. Su producción literaria nunca podrá ser vetusta.

Se levantó de su sillón y me pidió disculpas porque necesitaba ir al excusado.

Aproveché esos instantes para detallear sus paredes. En una de ellas colgaba un tapiz donde se percibía con nitidez la imagen de una medusa, a la manera mitológica, que parecía proteger nuestro encuentro. Cerca del sillón de don Pedro, una columna dórica de mármol soportaba el breve peso de un precioso ninfeo de madera que mandó hacer para su casa de Madrid .Al otro lado había un espejo con un marco de estilo castellano encima de un bargueño.

 

— (Diego). ).¿Cuáles fueron los segmentos cronológicos de su vida?¿Cuál es el origen de su nombre familiar? ¿Hábleme de su familia y linaje?

 

— (Calderón). Nací en Madrid, “el día de San Antón” y comenzando el siglo XVII (17 de enero de 1600, lunes)  y al parecer me vendría la muerte un 25 de mayo de  1681, domingo, día festivo para celebrarlo. Fui bautizado en la Iglesia de San Martín.

La procedencia de mi apellido Calderón, que distingue honrosamente a mi familia, viene al parecer porque uno de mis antepasados parecía haber nacido muerto. Enseguida le metieron en un caldero de agua caliente, según costumbre de la época, para verificar si era cierto que no vivía. Al entrar en contacto con el agua a elevada temperatura, prorrumpió en sus primeros gritos. Por eso algunos dicen que los Calderones parecemos menos de lo que en realidad somos.

Soy el tercero de los hijos de don Diego Calderón un secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda (testarudo y autoritario de la que hace gala. Murió en 1615 de súbita enfermedad) y de doña María Ana de Henao, la cual falleció de sobreparto, como otras mujeres de la época en 1610. Mi padre se casaría de nuevo ese mismo año con Juana de Freire.

Me bautizaron en el convento benedictino de San Martín. Me acompañaron en dos hermanos ( Diego y José) y dos hermanas (Dorotea, a la que mis padres metieron a monja, con trece años de edad en el monasterio de Santa Clara de Toledo, y Antonia, que murió en 1607, con apenas ocho años). Tuve también un hermano bastardo, Francisco, a quien  mi padre dijo que había abandonado por su mala conducta, pues andaba perdido por el mundo. Apareció después de mucho tiempo y vivió con nosotros a pesar de los reproches paternos.

A los nueve años comencé a estudiar en el Colegio Imperial de Madrid, regentado por la Compañía de Jesús, todo un lujo para la época. En estos primeros años de escuela, mis amigos y compañeros de juego me llamaban de mote “Pedrusco”, pues parecía una piedra o una roca, algo frío— decían— constantemente clavado a los libros, pues es verdad que, siempre fui un apasionado por la lectura. Continué posteriormente mis estudios en la universidades de Alcalá y Salamanca, hasta 1629

En esta última viví una vida de mocedad más bien suelta. Allí donde el broquel, la espada, la guitarra y los naipes eran el blasón estudiantil, así como el amor y la aventura, el vino, el brote de la sangre moza que alegraban o aturdían a la ciudad en el ánimo de rondas, pasacalles, motines y zalagardas, escaramuzas y demás.

Yo era huérfano, libre, dueño de mi albedrío, mozo arriesgado y valiente, aficionado a los toros, siempre dispuesto a dar y recibir cuchilladas. A llevar una vida inquieta, arriesgada y llena de placeres. Los libros eran importantes, pero lo justo.

 Mi familia, en general, es gente de linaje o como dicen algunos, somos “de aquellos que podían pasar la vida “linajudos”. La verdad es que vengo de procedencia noble, de estirpe hidalga y acomodada, especialmente si me comparo con gran parte de la población española inmersa hoy en día en la pobreza y en la mendicidad,

De mi abuela materna, doña Inés de Riaño y Peralta proviene el acomodo dinerario de la familia. Ello me permite decirle que nací en el mismo colectivo de aquellos que podían pasar la vida sin que ésta se les hiciera difícil.

 D.- Por su dilatado recorrido vital, por la estratégica situación histórica que le ha  tocado vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, considero que usted es capaz de definir el magnífico pero también contradictorio siglo XVII que estamos viviendo. ¿Es posible que ahora, a sus ochenta años sea un gran momento para definirnos qué es la vida?

 C.-Me he pronunciado varias veces sobre este concepto absoluto, que tanto me ha preocupado y me preocupa, sobre todo ahora que observo cómo se me va acabando. En mi obra El gran teatro del mundo, me parece haber dejado claro que la vida es simplemente un teatro, donde cada uno de nosotros juega un papel determinado. Una representación escénica que terminará en el despertar de la muerte. También di respuesta a esta reflexión en otra de mis obras importantes, La vida es sueño, donde di la respuesta con meridiana claridad  ¿Qué es la vida?/ Un frenesí/Qué es la vida/Una ilusión, una sombra, una ficción/ y el mejor bien es pequeño/que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son.

Intento responder a las preguntas que la gente me hace sobre la vida también en otras obras como El Alcalde de Zalamea o El médico de su honra.

En mi testamento he dejado dispuesto que mi cuerpo sea enterrado sin pompa alguna que me lleven descubierto para que ofreciese desengaño de lo perecedero de esta vida.

 

D.- ¿Cómo se ve usted a sí mismo? ¿Qué datos aportaría a un gran pintor como es Velázquez para que le  hiciera un retrato lo más cercano a su realidad? ¿Qué le diría? ¿Cuál es actualmente su relación con este gran maestro de la pintura?

 

C.- Él es el pintor del rey, capaz de captar la mirada del monarca. Una vez compuse mi retrato de forma burlesca, a petición de una dama, lo que hice a propósito de forma exagerada. Lo cito en estos versos:

 ¡Yo soy un hombre de tan/desconversable estatura/que entre los grandes es poca/y entre los chicos es mucha./Montañés soy; algo deudo/allá, por chismes de Asturias,/de dos jueces de Castilla,/Laín Calvo y Nuño Rasura;/hablen mollera y copete:/mira qué de cosas juntas/te he dicho en cuatro palabras,/pues dicen calva y alcurnia./Preñada tengo la frente/sin llegar al parto nunca,/teniendo dolores todos/los crecientes de la luna./En la sien izquierda tengo/cierta descalabradura;/que al encaje de unos celos/vino pegada esta punta./Las cejas van luego,/ a quien desaliñadas arrugas/de un capote mal doblado/suele tener cejijuntas./No me hallan los ojos todos,/si atentos no me los buscan/(que allá, en dos cuencas, si lloran//una es Huéscar y otra es Júcar);/a ellos suben los bigotes/ por el tronco hasta la altura,/cuervos que los he criado/y sacármelos procuran./ Pálido tengo el color,/la tez macilenta y mustia/desde que me aconteció/el espanto de unas bubas./En su lugar la nariz/ni bien es necia ni aguda,/mas tan callada que ya/ni con tabaco estornuda./La boca es de espuerta, rota,/que vierte por las roturas/cuanto sabe; sólo guarda/la herramienta de la gula./Mis manos son pies de puerco/con su vello y con sus uñas;/que, a comérmelas tras algo,/el algo fuera grosura./El talle, si gusta el sastre,/es largo; mas si no gusta/es corto;/ que él manda desde mi golilla a mi cintura;/de aquí a la liga no hay/cosa ni estéril ni oculta,/sino cuatro faltriqueras/que no tienen plus ni ultra./La pierna es pierna y no más,/ni jarifa ni robusta/algún tanto cuanto zamba/pero no zambacatuña./Sólo el pie de mi te alabo,/salvo que es de mala hechura,/salvo que es muy ancho, y salvo/que es largo y salvo que suda./Este soy pintiparado,/sin lisonja hacerme alguna;/y, si así soy a mi vista,/¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!.

Con Diego Rodríguez de Silva y Velázquez tuve cierta amistad. Coincidimos bastante en la Corte en tiempos pasados. Conversé con él muchas veces, pero a pesar de mi  propósito no logré que me hiciera un retrato. Nunca pretendí que pintara mi imagen “a caballo en corbeta”, pero sí me hubiera gustado un pequeño busto. Si retrató a Góngora, con el que le unió una buena amistad; también a Quevedo y a Francisco de Rioja, “un hombre de enorme influencia en los ámbitos del poder de la Corte de Felipe IV como mano derecha del gran valido, el conde-duque de Olivares”. Le  conocí de cerca y admiré su talante de severo moralista (sobre su condición de eclesiástico) y  su mérito de intelectual solvente y hombre cultivado, se añadían sus dotes artísticas, especialmente como poeta.

Velázquez parece  que como un pintor de oficio se inspiró en mi obra, El sitio de Breda, para pintar su bello cuadro del mismo nombre. Coincidimos en varios temas y costumbres que yo reflejé en mi teatro con la pluma y él en sus lienzos con el pincel. Velázquez se avenía mejor

      en su condición de aposentador del palacio que como un pintor de oficio y además asalariado.

 

D.- ¡Qué tiempos aquellos del sitio de Breda combatiendo bajo el mando de don Antonio de Spínola, genovés, capitán general de Flandes y caballero de la Orden de Santiago! Un general magnífico y gran estratega, que nos guio con gran sabiduría militar en la victoria. Yo en algún otro momento estuve también combatiendo a su lado!

 

D.-Don Pedro, usted en cierta ocasión me aconsejó que no frecuentara demasiado los mentideros, me podría traer problemas para andar por la Corte, Y así lo hice. ¿Usted los frecuentó mucho? ¿Cuál es su opinión sobre ellos?

 

P.-Cuando viví en la calle León, donde también lo hicieron Cervantes y Lope de Vega, visité algunas ves los mentideros de “los Representantes” y el de “los Comediantes”. Este último estaba situado en esta misma calle. Allí coincidíamos gente del teatro, escritores y poetas. Por aquel entonces yo disfrutaba de las inquietudes propias de la farándula. Me sentía unido a los recitantes y farsantes, aunque más tarde ya no tuve tiempo para estos menesteres, especialmente desde que me fui a vivir a Toledo. El más importante dicen que es el de Las gradas de la iglesia de San Felipe (El Convento de San Felipe el Real)  situado a la entrada de la calle Mayor; dicen que es “la voz de Madrid”, “un mercado de honras y baratillo de famas”.

Para cotillear, en suma, ese es el valor de los mentideros. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtieron en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día.

Así pues, en Madrid, existen tres mentideros muy famosos: Losas de Palacio, frente al Alcázar de Madrid, Gradas de San Felipe en la Puerta del Sol, y el célebre Mentidero de “comediantes” o “representantes” en la calle del León.

En los mentideros—te diré amigo Diego— que se fraguan los principales rumores sobre la Corte. En ellos los madrileños se reúnen para conversar e intercambiar informaciones de todo tipo. Sentados, por ejemplo, en los graderíos de las escaleras de acceso a la iglesia de San Francisco, todos aquellos que tenían tiempo de hablar de lo divino y de lo humano se intercambian noticias, rumores, calumnias, inventos, secretos y opiniones, no siempre de entera confianza. Para cotillear, en suma. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtió en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día, aunque no debemos olvidar que allí iba gente de todo tipo. Por ejemplo, uno de sus huéspedes ilustres fue Fray Luis de León.

En estos lugares de reunión se habla de todo: asuntos muy frívolos, historias reales y ficticias de militares retirados, amoríos del Rey, temas políticos nacionales e internacionales, asuntos propios y ajenos, se confeccionaban letrillas satíricas, se recitaban poemas, y no sé  cuántas cosas más.

 

D.- ¿Es verdad que su vida corrió peligro más de una vez por asuntos pendencieros y reyertas de espada? Aunque recuerdo una pelea multitudinaria de algunas de estas experiencias en las que fuimos compañeros, me gustaría oír todo esto por su propia voz?

 Así es. Por ejemplo una noche de verano de 1621, volviendo a casa, topamos mis hermanos y yo con una pelea multitudinaria en la puerta del palacio del Condestable de Castilla, quien era el máximo representante del Rey en ausencia del mismo Nos acusaron a nosotros de matar a Nicolás de Velasco, un pariente suyo, aunque realmente nunca tuvimos conciencia de ello. Lo pasamos realmente mal y sentimos sobre nosotros, muy cerca, la sombra de la justicia. Nos tuvimos que refugiar en la embajada de Austria para salvar el pellejo. Salimos libres de allí en otoño, no  sin antes haber pagado una buena suma de dinero, para lo que tuvimos que vender el oficio de escribano de mi padre.

En 1629—como tú sabes, que me acompañaste como un gran amigo en aquel despropósito—en una reyerta entre mi hermano Diego y Pedro de Villegas, importante actor, pendenciero, fanfarrón y comediante de moda, en esta época, éste apuñaló a mi hermano en el “mentidero de los representantes”. Todos estábamos con unas copas de más. Salimos en su persecución y se refugió en el convento de las Trinitarias, en la calle de las Huertas. Lo demás ya lo conoces porque salimos en su persecución y tú  lo viviste y participaste en los hechos ayudándonos a perseguir al asesino. Desde entonces te concibo como un gran amigo.

Lo que me disgustó mucho —como tú sabes—aparte del enfado lógico de Lope de Vega porque profesaba allí su hija, fue la actitud e aquel frailuco- fray Hortensio Félix- insoportable y mujeriego, hablador insaciable y gran crítico de lo ajeno, que mencionó el suceso ante el Rey.

En otra ocasión, en febrero de 1640, en el ensayo de una de mis comedias en el Buen Retiro me hirieron con saña unas cuchilladas traidoras.

D.- ¿Cuál ha sido su experiencia como soldado? ¿Qué ha buscado en el servicio de las armas?

 Aunque la carrera militar es en nuestra época una actividad esencialmente propia de la aristocracia, también los pobres, muchas veces sin desearlo se ven envueltos en ella por obligaciones o necesidades. Recuerdo que las únicas restricciones quedaban reservadas a los menores de 20 años y a los ancianos, frailes, clérigos o enfermos contagiosos. Fuera de nuestras fronteras, la principal exigencia era que fueran católicos.

Más allá de las cifras en sí, los españoles conformaban la élite dentro del ejército imperial, para quienes quedaban reservadas las posiciones más expuestas en batallas y asaltos, donde más peligro se corría pero también donde era más probable destacar.

La fe católica y la defensa del Rey de España eran importantes elementos de cohesión para los soldados de los Tercios, pero más allá del mito o la propaganda hay que insistir en que los integrantes de esta infantería lo hacían, ante todo, por dinero y por ganar reputación.

 Yo puse en boca de uno de mis personajes: «Para vencer amor, querer vencerle», que ”la milicia no es más que una religión de hombres honrados”, a lo que achacaba que fama, honor y vida «son la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia». Ser buena persona era incompatible con ser un cobarde. Y bastaba a veces para ser así, no vencer o morir en un asalto, de ahí que sean conocidos numerosos casos de capitanes españoles procesados por mostrarse tímidos a la hora de encabezar un ataque o defender una posición.

Ya me he referido a la disciplina militar de los españoles, ciertamente magnífica, bien cuidada y gentilmente observada. Pero debe reconocerse otra verdad y es que la tropa es muy fastidiosa e impertinente con la soldada y muy presta a amotinarse por ella, aunque no lo hagan por otras razones.

 

En las filas de los Tercios era posible hallar artesanos, labradores, sastres, pintores, barberos… Aunque también hidalgos venidos a menos o, en el caso de los capitanes, nobles de segundo nivel, solteros y con dos años de experiencia en los campos de batalla (requisito que no siempre se cumplía).

Todo valía para embaucar a cualquier hombre que sirviese para defender los territorios del Imperio Español o conquistar nuevos lugares. Muchos se alistaban por motivos económicos, por ascender socialmente, por las ganas de conocer mundo o escapar de la justicia cambiando de nombre. Todos los argumentos son válidos, aun así se implementaran alguna que otra medida para dar un empujón a esos ciudadanos todavía indecisos.

Hechas algunas de estas aclaraciones y yendo a tu pregunta expresamente, te diré que en 1625 comencé mis experiencias como soldado alistándome bajo las banderas del duque de Alba. Esta decisión era propia de un caballero que vivía en un imperio sometido a tantas contiendas. Fui destinado a Italia y a Flandes. Estas últimas experiencias flamencas las plasmé posteriormente en algunos de los personajes que hice brotar en mis dramas, y además motivado por las simpatías familiares, ya que mi madre, doña María Ana Henao era de origen flamenco.

Comencé mis andaduras entrando al servicio del Condestable de Castilla. Participé posteriormente en varias campañas militares a las órdenes del duque del Infantado que nunca me dieron ninguna gloria. Acompañé también a mi hermano José a auxiliar a las tropas en el cerco que los franceses de Richelieu habían puesto a Fuenterrabía donde combatí a tu lado y, por cierto, ambos lo hicimos con bravura, cuyas experiencias las plasmé en mi comedia No hay cosa como callar, donde debes saber que te menciono solapadamente.

D.-Sí la conozco.  Es una comedia oscura y enredada que tiene como eje central la violación de la protagonista Leonor en la primera jornada. Ella no conoce a su agresor y la única pista que tiene para descubrir su identidad es una venera que logró arrancar de su cuello cuando la violaba.

 

C.-Efectivamente. Veo que sigues mis obras. Participé también en la campaña para sofocar la  rebelión de Cataluña como coracero hasta1642 donde fui herido. Tomé parte en la toma de Cambrils, Salou y Villaseca donde salí herido en una mano. En este conflicto vi morir en 1645, en Camarasa (Lérida) a mi hermano José, intentando conquistar el puente de la ciudad. Fue un prestigioso militar que sirvió en el ejército durante más de treinta años, llegando a ser maestre de campo general, por méritos de guerra. Otro hermano mío, Diego, moriría dos años más tarde.

 

 

 D.-¡Por cierto! ¿díganos algo de sus aventuras amorosas ya de hombre maduro?

 

C.-Hacia 1648, cuando serví al duque de Alba surgió en mi un amor con una ignota mujer, al mismo tiempo que otros desvelos amorosos, lágrimas, hieles, en el contexto de sentimientos de intensa pena, amargura y desabrimiento. Poco más te puedo contar

D.- ¿Cómo y cuándo adquirió usted el hábito de Santiago y se hizo sacerdote?

 

C.-En 1636 recibí el hábito de la Orden de Santiago. Algunas gentes comentaron en los mentideros que el conde-duque de Olivares y el propio rey Felipe IV fueron quienes me recompensaban así por los servicios y colaboración con ellos, especialmente a partir de la apertura del palacio del Buen Retiro. Esta década fue muy importante especialmente en mi labor teatral. No fue ciertamente así.

Más tarde, en 1651, precisamente el mismo año que estrené El Acalde de Zalamea, me ordené sacerdote (antes tomé el hábito d la Tercera Orden de San Francisco), yéndome a vivir a Toledo como capellán de la capilla de los Reyes Nuevos, que ocupé desde 1653, donde obtenía mil escudos al año.

Para obtener esa capellanía tuve que probar mi limpieza de sangre, para lo que yo mismo escribí mi propia genealogía, donde revelo ciertas curiosidades, como que mi bisabuelo paterno, Francisco Ruiz, fue uno de los más importantes espaderos de Toledo. Mi estancia en esta ciudad duró hasta 1662  cuando fui nombrado capellán de honor del rey y e establecí definitivamente en Madrid. A año siguiente fui nombrado capellán honorario del rey Felipe IV, y en 1666 me hicieron superior de la Congregación de San Pedro.

 

 

D.- ¿Cómo fue su estancia en Toledo? ¿Qué destacaría  de su creación literaria mientras residió en la ciudad imperial? ¿Era ya capellán de los Reyes Nuevos cuando murió su hijo Pedro?

 

C.-Por cierto Diego llevas un gabán y una muceta muy destacados, acompañado de un fardel de cuero repujado muy elegante. Tu espada parece toledana.

 

D.-Así es, una espada toledana con “alma de hierro”. Es de puro acero y elaborada en esta ciudad. Le diré La calidad del acero toledano reside en la maestría de los artesanos y en el secreto de su temple, que se atribuía a las aguas del Tajo donde se realizaba el mismo. La alta temperatura de éste y la calidad del acero han hecho que las espadas de Toledo sean únicas en el mundo. La Tizona y la Colada de El Cid Campeador eran espadas toledanas y los musulmanes que supieron de la calidad de esta espada toledana adoptaron esta técnica avanzada para construir sus cimitarras. Tras la Reconquista, Toledo se constituyó como el centro espadero mayor del mundo. La técnica empleada era la espada toledana con «alma de hierro», que consistía en una hoja de acero duro que escondía en su interior una lámina de hierro dulce, impidiendo, de este modo, que este acero se doblase o agrietase.

 

C.-Muy interesante tu información. Estás puesto en ello. Mi relación con Toledo se remonta a mi abuelo paterno, que se casó en esta ciudad con Isabel Ruiz, miembro de una conocida familia de espaderos. Luego, dos de mis tías y mi hermana mayor Dorotea fueron monjas en el convento de Santa Clara. Dos de los más destacados dramaturgos toledanos, Francisco de Rojas Zorrilla y Agustín Moreto, fueron mis discípulos.

Toledo siempre me dejó un grato recuerdo, a pesar que durante mi estancia allí, que duró cerca de una década (1653/1662) murió en ella mi hijo Pedro José a la edad de diez años, concretamente en 1657. Entonces tuve la sensación de que me amputaban una parte de mi vida. Soporté en silencio un dolor inmenso, del que jamás me he restablecido.

Viví en esta ciudad en un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación, llena de paz, solidez y seguridad de espíritu. Siempre me impresionó la belleza de su catedral que me conmovió por su grandeza y suntuosidad, en cuya reja del coro  se escribió uno de mis más bellos poemas con la inscripción Psalle et Sile (“Canta y calla”) que me encargó el obispo Baltasar Moscoso y Sandoval.

Compuse 545 versos polirrítmicos, pretendiendo exaltar la historia religiosa de la catedral y de la Virgen del Sagrario. ¡A propósito! Te leo unos versos que hice para halagar a esa maravillosa catedral: “Al ámbito pasé, en cuyas naves la vista engolfada, sin peligro de tormenta, corrió achaques de borrasca! ¡Oh cuantos muertos, noticias vivas, memorias, cuantas ofuscando el pensamiento resolvió al verse en su estancia!

En esta ciudad— a la que yo he llamado en mis autos, plaza de armas de la fe—, también me predispuse para trabajar beneficios con pobres, mendigos y necesitados, participando de forma activa y constante en las rondas de pan y huevo, durante las crudas noche del invierno toledano, tema  que Luis Tristán, discípulo de El Greco llevó a uno de sus lienzos con gran maestría dentro de un manierismo exaltado.

            Tengo especialmente gratos recuerdos de la catedral y por ello mandé hacer una repetición de ella en madera para tenerla en mi casa. Ahí la puedes observar a la entrada junto a  un soneto con un marco de piel de ébano donde  digo en su primer cuarteto:

¡Salve primer metrópoli de España /pues hasta coronar tu frente altiva/ ni en tu dosel ciñó la paz altiva/ ni la guerra laurel en su campaña!

 

Diego lee atentamente todo el soneto y le indica:

 

D.- Don Pedro, con sabia arquitectura poética describe usted en el soneto  la grandeza de Toledo y su catedral.

 

C.-Viví feliz en Toledo, una ciudad que en este siglo pasó de palaciega a conventual. En un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación. Quizás mi estancia en esta ciudad fue mi etapa más creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Cuando llegué a ella era mecenas ese saber prohibido que emanaba de su configuración pétrea, cargada de una magia especial atesorada en sus callejones entre la luz y las tinieblas. Mantenía el recuerdo del esplendor de haber sido capital del Imperio y sede de gran importancia religiosa.

 

La obra que desarrollé en Toledo fue prolija y polifacética. Sentí y siento verdadera devoción por la Virgen del Sagrario. Para ella escribí mi comedia de devoción religiosa que publiqué en 1637, Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario, tal y como reflejo en sus últimos versos de esta obra: “Y perdonad al poeta, si sus defectos  son grandes y en esta parte  la fe y la devoción le salve. También escribí para Toledo otras muchas obras como El auto de psiquis y Cupido.

 

D.- Don Pedro usted ha conocido el reinado de tres monarcas. ¿Qué nos puede decir de cada uno de ellos?

 

C.- En el de Felipe III, de quien se decía que nunca llegó a brillar fuera de la devoción religiosa, por la que ganó el sobrenombre de “El Piadoso”, viví parte de mi juventud. Veintiún años tenía yo cuando murió. La etapa más sólida y propia de mi madurez al menos de mi trabajo, sinsabores, éxitos y otras de diversa índole las he conocido con el “Rey Planeta”, don Felipe IV, gran protector de las artes y de las letras. Le serví con todo mi empeño en múltiples facetas, con la espada y con la pluma e, incluso con los hábitos, a cuyo servicio directo cumplí siempre sus mandatos, aquellos que don Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares me dictaba. En esta época realicé mis mejores obras.

 Con el monarca actual, Carlos, llamado el Segundo por su linaje, llevo viviendo ya quince años de su reinado. Ahora, mi relación con la Corte, es prácticamente nula. A mis ochenta años sólo obligo a mi pensamiento creador y literario y poco a mis otras voluntades, máxime cuando la situación en España es patética y decadente sin paliativos en todos los ámbitos de la vida.

En estos largos años de problemas y conflictos, he conocido, pues, la España del pacifismo impulsada por el duque de Lerma de quien se contaba aquella coplilla: “para no morir ahorcado/ el mayor ladrón de España/ se vistió de colorado”. También viví la Guerra de los Treinta Años y sus secuelas,  las sublevaciones de Cataluña y de Portugal, la situación del nuevo orden internacional que se ha estado y se está configurando y que va paralelo al declinar de la monarquía española.

 

D.-Se comenta por los mentideros y otras instituciones de la crítica social y de la realeza actual que es poseedora de graves problemas de salud como el raquitismo, la esterilidad, afecciones renales e incluso la malformación física; y también enfermedades mentales como la depresión, la esquizofrenia, la paranoia o la psicosis. Estas son algunas de las severas patologías que la consanguinidad al parecer ha causado en muchos de los destacados miembros de la que fuera durante casi cinco siglos una de las familias reales más importantes de Europa, los Habsburgo, cuya dinastía en España fue conocida como los Austrias.

El caso español actual es paradigmático. El mejor ejemplo es el del rey actual Carlos II, conocido como “el Hechizado”, hijo de Felipe IV y Mariana de Austria (sus padres eran tío y sobrina), que sufre varias dolencias graves y es físicamente deforme. Al parecer no puedo tener descendencia, lo que se atribuye a uno de los efectos de la consanguinidad de sus antepasados.

 

C.-Perdona Diego que no entre en este tema tan duro y peligroso ni cercene  nuestras opiniones, pero cuando lo dice la gente, algo habrá de verdad.

 

D.- ¿Cómo ve la situación actual de España en el reinado actual de Carlos II?

 

C.- A mi entender se está produciendo un desplazamiento político general de los centros de decisión. Der la realeza, el poder ha pasado actualmente a manos de la aristocracia: de Castilla a las provincias a otras naciones europeas que han sustituido; de la península a las Américas; del imperio hispánico a otras naciones europeas que han sustituido a España en el ejercicio de la hegemonía europea y mundial.

Me dicen personas cercanas a la Corte, en la intimidad más sobresaliente, que el rey actual Carlos II es un soberano incapacitado, lo que estimula la codicia y las disputas entre las distintas rivalidades nobiliarias, ministros y miembros de la Casa Real. Su mala salud e imposibilidad para dejar un heredero, constituyen los elementos esenciales que pueden provocar continuos conflictos internacionales en un futuro cercano.

 

D.-Después del matrimonio entre el monarca Carlos II y su  sobrina María Luisa de Orleáns, el año pasado de 1679, parece ser que no da los frutos del heredero que necesita el País, lo que hace que la reina se esté acarreando entre sus súbditos una gran impopularidad. La cantan, en tabernas tertulias y mentideros, crueles coplas como ésta:” Parid, bella flor de Lis /que en aflicción tan extraña/ si parís/ parís a España/ si no parís/ a París. ¿Qué opina de esta situación?

 

C.- Mire yo sólo me debo a esta obra que estoy escribiendo actualmente, que título El cordero de Isaías,  y que presumo que será la última de mi vida. La política y los decires en los mentideros no me interesan. Si el pueblo habla, tendrá simientes para hacerlo.

 

D.- Algunos le señalan que aduló al rey Felipe IV con sus escritos, mientras que otros escritores como don Francisco de Quevedo criticaron abiertamente al Rey Planeta.

 

C.- Mire usted lo que al respecto dijimos uno y otro. Yo lo describo así:

“A caballo en las dos sillas es, en su rústica escuela, el mejor que se conoce. Si las armas señor juegan, proporciona con la blanca, las lecciones de la negra. Es tan ágil en la caza, viva imagen de la guerra que proporciona su arcabuz, cuanto corre y cuanto vuela. Con un pincel es segundo, autor y de naturaleza. Las clausulas más suaves de la música penetra. Con efectos de las artes, no hay alguna que no sepa.”:

Quevedo dijo en un principio: “Sus acciones nos prometen un nuevo Carlos V. sus palabras y decretos nos recuerdan a su abuelo y en la piedad es reflejo de su padre”. Más tarde escribió el mismo don Francisco: “Filipo que el mundo aclama Rey, de infiel tan temido. Despierta que por dormido nadie te teme ni te ama”.

 

D.- El rey Felipe IV ha pasado a la historia como un pésimo gobernante, pero también como el monarca más voluptuoso, con más amoríos. Se le atribuyen unas cincuenta amantes conocidas. Mujeres de toda condición social eran sus objetivos, las cuales acababan sus días inevitablemente en un convento ya que cualquier dama que había sido del Rey, sólo podría pertenecer a Dios.

 

C.- Tal vez sean así las cosas. Yo nunca me interesé por la vida privada del Rey. Si lo hubiera hecho refleja y desdeñosamente en alguna de mis obras, hubiera caído con seguridad en desgracia con la Corte.

D.-Dicen también que engendró treinta y siete hijos bastardos y once legítimos. Sin embargo el amor de su vida, al parecer, fue María Inés Calderón, conocida como “La Calderona”, cuyo hijo Juan José de Austria, fue el único bastardo que el rey hizo educar como príncipe de sangre.

C.- Conocí a “La Calderona”. Era una gran actriz y verdaderamente guapa. Todo el mundo sabe que el rey se quedó prendado por su belleza. También tuvo otras mujeres de gran éxito en la escena. Actrices muy bellas y famosas como Francisca Baltasara de los Reyes, comedianta madrileña, una de las actrices de más personalidad y vitalismo de la escena española quien sobresalió no sólo por su belleza y gallardía, sino por su versatilidad. Terminó profesando en un convento.

En esta época, muchos nobles, siguiendo el ejemplo del Rey y de “La Calderona”, tomaron como amantes a las cómicas, situación  que habría de dar origen a no pocos duelos y contiendas entre los hombres y las familias. Un ejemplo importante fue el del conde de Villamediana, que terminó siendo asesinado. Trató con ojeriza  a la gran actriz y autora de comedias María de Córdoba y de la Vega, “la sultana Amarilis”, dedicándola un romance satírico y a quien yo, por el contrario, elogié en mi obra La dama duende.

Respecto a don Juan de Austria, reconocido por su padre Felipe IV en 1642, ha tenido una gran influencia en nuestra política más reciente. A mi entender creo que estuvo por encima de los últimos políticos. El año pasado, tras la firma de la Paz de Nimega, su figura cayó en desgracia, falleciendo

poco después.

D.- Usted como sacerdote y haciendo un esfuerzo por dejar a un lado  los principios de Trento que debe respetar, ¿me podría decir cuál es su opinión sobre las funciones didácticas y catequéticas que ejerce la iglesia sobre la sociedad actualmente?

P.-Sabes Diego que la Iglesia pretende para estos fines contar con artífices de imágenes sacras y didácticas, de vital importancia para sus intereses evangelizadores y de Estado. Son imágenes de primacía retórica, que propician prácticas sacralizadas cotidianamente, al mismo tiempo que instituyen conductas moralizantes en los sujetos, de ahí la labor de los frailes doctrineros.

D.- ¿Considera que esta la producción de imágenes ha favorecido el asentamiento de la cultura visual barroca en la que vivimos mediante una retórica  de  prácticas sociales sacralizadas?

P.- Dar a las imágenes el efecto de cercanía produce efectos de atracción. Yo lo contemplé y observé con atención en mi capellanía de Toledo. Esa carga simbólica hace que el feligrés se sienta próximo, protegido e identificado, Parte de estas premisas me llevaron a teatralizar en mis obras los ambientes, conjugando pinturas, esculturas y relieves.

El clero, desde que comenzó a expandir su cultura  edilicia, llevó a sus monasterios e iglesias, las artes lignarias y pictóricas más sobresalientes que acercaran al pueblo a la oración, a los santos y a lo sagrado.

P.-Cambiando de tema, ¿qué sabes de tu hermano Alonso? Un hombre valiente y solidario muy amigo de sus amigos. Luchó con mucho arraigo a mi lado en Fuenterrabía contra Las tropas francesas del cardenal Richelieu?

D.-Tuvo muchos disgustos por los amores traicioneros de su esposa Francisca Josefa. Le abandonó por un músico portentoso del clavecín y la vihuela. Alonso le retó varias veces a vida o muerte pero nunca acudió a la cita el ejecutantesolista. Ella terminó mal con ese querido que la abandonó por una cíngara circense y se metió a monja profesando actualmente en las religiosas de Santa Clara cuyas monjas tienen como normas más importantes el silencio absoluto, la castidad y la obediencia.

D.-Usted que lidia tanto con la belleza figurativa y simbólica en sus obras, ¿qué opina a este respecto de la mujer?

P.-La belleza es considerada un signo visible de la bondad interior y de una condición social noble. El ideal de la belleza femenina sabe usted que se valora como” la mujer de tez pálida, cabello rubio y rizado, caderas anchas y cintura y pecho pequeño”.

Los moralistas— y con algunos importantes trato frecuentemente o me enfrento a ellos  por mis obras, como con Fray Félix Hortensio de  Paravicino, a quien usted bien conoce— valoran, no todos, a la mujer como ser poco fiable, astuta e incluso malvada. Diversos teólogos, además, han construido una imagen diabólica de la mujer por su papel bíblico: la pérdida del Paraíso que yo trato en uno de mis Autos sacramentales. 

Esto está en contraposición con autores de talla literaria, como Cervantes, que defienden claramente los derechos de las mujeres, como se pone de manifiesto en el discurso de la pastora Marcela (El Quijote) que proclamaba: “yo nací libre y para ser libre escogí la soledad de los campos”.

En la época del Quijote el papel de la mujer en la sociedad era muy restringido. Su rol se limitaba al hogar. Con esto, la mujer quedaba recluida en su casa, sin tener acceso al mundo exterior, el cual quedaba reservado exclusivamente para los hombres.

D.-¿Cómo valora el pasado y devenir de la mujer en España?

P.-Es un tema que no me gusta tratar porque hay verdaderas vejaciones morales y físicas hacia ellas que se tapan con la impostura. Fíjese en el libro “Malleus Maleficarum”, manual de los inquisidores. Fue y es un importante  instrumento de propagación de la idea de imperfección, inferioridad e impureza de la mujer. Resulta difícil aceptar por los paladines de la cultura que este manual tan famoso—le animo a que lo lea—se plantee por qué las mujeres son las principales adictasa las supersticiones malignas, y entre las numerosas respuestas que se encuentran algunas dicen:

[…] que como son más débiles de mente y cuerpo, no es de extrañar que las mujeres caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería. [Unas líneas más adelante se lee] En lo intelectual las mujeres son como niños. [Además señala que] Mujer alguna, entendió la filosofía. [O menciona que estos sentimientos de menoscabo hacia la mujer favorecieron el hecho de que muchas de ellas fueran recluidas en los conventos por sus familias o por solicitud propia al reconocerse como anómalas.

 Además, el sentimiento de inferioridad promovió las prácticas de autocastigo en los conventos, como las flagelaciones y los ayunos que se acompañaban del sentimiento

de culpabilidad promovido constantemente por los confesores.

Convento o matrimonio? Es un fin para ellas en muchos casos, y si no, sus vidas como adultas son un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo.

D.- Algunos le sitúan cerca de la Iglesia, con una imagen algo fúnebre, de rostro severo, mirada ciertamente amenazante y vestido de sacerdote con el Cruz de Santiago en el hábito.

C.-Vamos, algo así como hoy me he presentado ante usted, pero le diré que yo no he sido sólo el único escritor cura de este siglo. ¿Qué podemos decir entonces de Tirso de Molina, Gracián, Lope de Vega o Góngora? ¿Acaso no se podrían decir muchas cosas similares de ellos?

D.- ¡Avive las preguntas, por favor! —Me sugirió de forma repentina. Así lo hice.

 El cansancio aparecía en su faz concentrada y austera. Apoyado en su bastón se levanta y me pide disculpas para dar un ligero paseo por la habitación donde se desarrolla esta entrevista, mientras me miraba con la altivez de su imagen distinguida y distante, propia de un intelectual e hidalgo antiguo, hablándome al mismo tiempo con una voz cálida y segura.

 

D.- En la época de nuestro difunto rey Felipe IV se conjuga sido usted cronista e intérprete del vitalismo popular con los depurados grupos de abolengo, fieles a la corte oficial de la que para algunos ha sido usted cronista e intérprete; para otros conciencia crítica y, para los más dados a la preocupación servil de lo ajeno, colaborador del absolutismo monárquico, pluma de la  oficial e incluso de la Iglesia más retrógrada. ¿Qué nos puede decir al respecto?

 

C.-En contestación paralela a lo que me pregunta—luego le daré mi opinión más directa y acorde con lo que me ha invitado a responderle—parece que el motejar en asuntos tocantes al linaje y a la honra ha calado más hondo de lo que parece en cualquier otra sátira o decires. La literatura lo refleja. Es

 Una costumbre que ha abarcado los géneros y estilos más diversos acarreando todo tipo de implicaciones, tanto de estética y moral, como de lo que hoy se entiende por política económica y orden social. Debe usted saber que entre la afirmación y la sátira, los linajes, al igual que la honra, no sólo dependen de la virtud heredada sino de las prácticas de vida. Si en España la riqueza ha llegado  a ser hidalguía, la homologación de linaje y bienes económicos ha conformado asimismo toda una práctica literaria centrada en la identificación del honor con la hacienda que efectivamente ha tenido su lógico eco en la sátira y en la burla.

Echas estas precisiones ¡mire, hijo de Dios! Mi vida ha pasado por muchas vicisitudes. He aprendido y visto mucho de unos u otro lado Me eduqué en  los dictamines del pensamiento oficial— de ahí el aprendizaje de los axiomas anteriores— pasé luego por la carrera militar y recalé más tarde en el estado eclesiástico. En mi juventud fui estudiante, pendenciero y pujante de justas variadas, donde también fui soldado. Es cierto que serví a mi rey Felipe IV con min espada y con mi arte. Lo demás es opinión de los mentideros, desafortunados en los múltiples comentarios, sosiegos de las envidias ajenas y pendencieras de lo impropio, y miopes en su juicio.

 

D.-Ahora, don Pedro, si le parece vamos a hablar de su obra magnífica y su evolución. Su alma cristiana, caballerosa, lírica, españolísima, unido a su cerebro portentoso y quizás único, ha blasonado su obra, cuyo mayor defecto es quizás su grandeza.

 

P.-A los trece años escribí mi primera comedia que titulé El carro del cielo. Pero fue en 1622 cuando gané mi primer gran premio en unas justas poéticas en honor de San Ignacio de Loyola y de San Francisco Javier. En 1623, con motivo de la visita a España del Príncipe Carlos de Gales, representé la comedia Amor, honor y poder, hecho que me valió poder pasar a dramaturgo de los corrales de la Corte. En 1625 estrené El sitio de Breda y luego otras muchas obras más, hasta llegar en 1629, cuando puse en escena dos de mis obras que más valoro: La dama duende y el Príncipe constante. Inspirándome en la villa de Ocaña (Toledo) escribí Casa con dos puertas, mala es de guardar, en 1632.

Yo siempre fui hombre de teatro y cortesano. Hice teatro para Dios, el rey y el pueblo. Lo escribí y lo representé en corrales, palacio, coliseos y en la calle.

La inauguración del palacio del Buen retiro de Madrid, en 1635, marca un nuevo momento de mi introducción  definitiva en la Corte de Felipe IV de la mano del conde-duque de Olivares. Fui nombrado director de representaciones en Palacio. Ese año puse en escena El médico de su horna.

MI obra favorita y maestra es La vida en sueño (1636). Ese mismo año saqué también a la luz El gran teatro del mundo. Un año después aparecieron mis obras: No hay burlas con el amor y el Mágico prodigioso, esta última encargada por el ayuntamiento de la Villa de Yepes (Toledo). Les hice una comedia de santos o hagiográfica que trata de la vida de San Cipriano y Santa Ana. Posteriormente  publiqué El alcalde de Zalamea (1640) y posteriormente muchas obras más.

El cierre de teatros en 1644/45 por el luto real, coincidió con la muerte de mi hermano José, y el otro cierre de 1646/49 con la de Diego. Este luto real no me impidió, sin embrago, la representación de autos sacramentales, entre los que destaco también  “La cena del rey Baltasar” y “El gran mercado del mundo”.

Para las bodas del rey Felipe IV con Mariana de Austria redacté la segunda esposa y Triunfar muriendo.

Desde hace diez años, 1670, el Ayuntamiento de Madrid, me viene encargando multitud de autos sacramentales, de los que he escrito más de ochenta. En muchos de ellos presupongo y manifiesto

una plena confianza en las capacidades del intelecto humano para tomar decisiones en lo que concierne a la materia de salvación. En ellos ensalzo la Eucaristía e introduzco personajes bíblicos para ganar la atención del público devoto.

 

D.-Quisiera que me hablara especialmente de sus dos obras más importantes: La vida es sueño y el Alcalde de Zalamea que marcan dos etapas en su devenir creativo.

C.-La vida es sueño la realicé en la plenitud de mi vida. Me supuso ver el sol de la gloria, del éxito. Quise hacer una obra simbólica, en la que la tesis que planteo es tan vieja como el mundo. Intenté que su asunto excediera las proporciones de una obra dramática. Por ejemplo, Segismundo no es la configuración de un hombre sino que es un símbolo de la Humanidad. Desde esta obra se me despertó la vocación por el simbolismo y en ella creo que me encontré a mi mismo.

Respecto a la otra obra, El Alcalde de Zalamea, creo que es el mejor de mis dramas, la obra más real y perfecta de mi teatro, la más humana, cumbre de mi realismo. En ella introduzco muchas experiencias vividas en los campamentos militares y las luchas sociales y la hidalguía.

 

 

 

 

 

D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.- D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.-En un principio los Autos se crearon como funciones gratuitas en las plazas de los pueblos. Luego se explotaron en los corrales. Siempre fue mi intención crear un mundo teatral perfectamente organizado y estructurado de forma múltiple, poliédrica, de enredo y de pasatiempo. Siempre tuve en mis pautas de trabajo la consideración de que el goce estético es la emoción del espectador.

En su forma clásica, el auto sacramental desarrolla una auténtica psicomaquia (es una representación alegórica, en la que virtudes humanas abstractas, representadas por personas, entablan una lucha contra los vicios, también personificados), entre personajes simbólicos que encarnan conceptos abstractos o sentimientos humanos en medio de un lujoso aparato escenográfico para desarrollar una idea alegórica de carácter teológico o incluso filosófico, a veces.

 

Si, considero que junto con Lope de Vega, cada uno en su estilo, fui uno de los principales dramaturgos del Auto Sacramental. Cuando he creado mis Autos me he encontrado a mi mismo y los he hecho salir de la teología eclesiástica. En ellos creo que el símbolo diseca la emoción y la grandilocuencia.

Se trata de una obra teatral que trata un tema religioso, un drama litúrgico que solía hablar sobre episodios de la Biblia o mostrar conflictos morales que se solucionaban con las normas y los mandamientos del cristianismo.

Cerrados los corrales de comedias por la muerte de Felipe IV, en 1665 no se abrieron hasta 1667,  nos dio a los dramaturgos  un período de descanso, permitiéndoles recuperarse de la actividad febril, continua y agotadora de escribir comedias.

 

D.-Creo, como seguidor y aprendiz de su obra  que no deja usted fuera de ella ningún escenario humano, no falta en ella ningún sentimiento. Ha sido un extraordinario genio cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, la propuesta de vías alternativas siempre aceptadas por el poder

C.-Al menos lo he intentado y considero humildemente que en muchos casos lo he conseguido.

 

D.-Podríamos decir que su trayectoria artística y literaria ha sido un proceso desde la comedia de capa y espada o costumbrista, a un teatro religioso, histórico, de honor, mitológico o filosófico, que incluye los autos sacramentales, el teatro breve y la zarzuela.

 

C.-En efecto, en mayor o menor medida lo ha definido usted acertadamente. También considero que esta es mi trayectoria de autos. He escrito ciento diez comedias, ochenta  autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores.

 

D.- Dicen los críticos que el teatro se ha convertido en una especie de industria del ocio al servicio de la Iglesia, las obras pías y el esplendor de la monarquía absoluta de origen divino ¿Lo cree usted así?

 

C.- Yo he hecho también teatro con la intención de entretener  y enseñar al pueblo, planteando en él, el reflejo de sus formas de pensar e intereses, entre otros aspectos. Procuro escribir pensando en la variedad de públicos y escenarios, intentando responder a temas como la dimensión religiosa, el honor y la honra, el amor, lo trágico y lo cómico.

En estos quehaceres, siempre he pensado respetar la inteligencia de los demás y la dignidad de mis adversarios. Ahora que ha pasado mucho tiempo de mi vida, no puedo sino recordar con maduro regocijo, la ausencia de imprecaciones por mi parte hacia los demás.

 

 

D.- ¿Se define usted como un pensador y creador literario?

 

C.- Soy un sencillo poeta y dramaturgo de  mi época. Concibo en  mi obra la vida como teatro y como sueño. Defiendo la dignidad y el honor, que en España se valora por encima de todas las cosas, incluso entre los más humildes.

He cantado en mis obras a la libertad y el sentido de la existencia. Y en todo ello creo haber utilizado un lenguaje de imágenes plásticas, de metáforas visuales, para transmitir esas sensaciones que unen en una obra teatral al público con el conocimiento, el arte y la poesía.

 

D.- Si me permite, le diré que a juicio de muchos, sin duda, en  el arte de los autos sacramentales  ha sido y es usted la máxima autoridad. Se le considera el gran poeta simbolista de este género. ¿Me podría decir cómo entiende este tipo de representaciones dramáticas y alegóricas referidas a la Eucaristía?

 

C.-No sé si me puedo apuntar algo de todo esto que usted ensalza en mi persona y obra, en el hacer de los autos   sacramentales. No olvidemos que también estaba, en este oficio el gran maestro Lope de Vega, aunque quizás él y yo entendemos los autos sacramentales de forma diferente. He disfrutado muchísimo con este género teatral, por lo que no me importa que me califiquen como poeta católico, pues lo soy o intento serlo. Ya conoce usted además mi condición de sacerdote.

Definí poéticamente tiempos atrás cuál es mi concepto de auto sacramental, se lo leo: “sermones puestos en verso/ en idea representable de la Sacra Teología/ que no alcanzan mis razones/ a explicar ni comprender/ y al regocijo dispone/ en aplauso de este día” Considero que los más conocidos y admirados por el público son: El gran teatro del mundo (1636) y La Vida es sueño (1670).

 

D.- Su vinculación temprana a la Corte, de forma definitiva desde 1650, le permitió ser auxiliado por la tradición italiana en su teatro ¿Cómo fue este proceso?

 

C.-Este encuentro profesional con las maneras teatrales venidas de Italia, de la mano de Cosme Lotti, ingeniero florentino al que el rey Felipe IV trajo a su Corte para dar un mayor brillo a estas representaciones y equipararlas a las más innovadoras de Europa, ya que el monarca tenía un gran interés por todas las manifestaciones artísticas y de ocio así como por  la pintura, el ejercicio cinegético y sobre todo del teatro. Esta última actividad tuvo un lugar preponderante en su corte, en la cual, se representaban periódicamente comedias ya desde octubre de 1622.

  Te recuerdo que por aquel entonces, Florencia era la cuna del dramma in música, y también uno de los focos más importantes de creación y teorización sobre los nuevos escenarios y maquinarias teatrales. Yo aprendí mucho de ellos para realizar mis escenografías.

También vino a la Corte desde Florencia, Baccio del Bianco, ingeniero y escenógrafo. Llegó a España en 1651 para sustituir a Cosme Lotti, tras haber trabajado para los Medici y la nobleza florentina. Aunque su estancia en España fue bastante breve (la muerte le sorprendió seis años después de llegar) resultó muy intensa y dejó una huella muy importante en la historia escénica de este siglo. Era increíblemente versátil, capaz de trabajar como director, escenógrafo, coreógrafo, figurinista, grabador, comediógrafo o actor, o incluso como caricaturista y hasta compositor de música o instrumentista de cuerda y viento. Un verdadero monstruo de la representación escénica que a mí me impresionó, pero con el que también tuve  mis enfrentamientos y disputas.

Colaboré  con él en numerosas comedias para fiestas palaciegas como: La fiera, el rayo y la piedra, comedia mitológica representada en el Coliseo del Buen Retiro en 1652. Otras fueron: Andrómeda y Perseo (1653), o El golfo de las Sirenas (1657). Con motivo del estreno de la penúltima, tuve don él mis diferencias profesionales a causa de los excesos escenográficos de Bianco (caídas, mutaciones, naufragios...) en cuyo proceso de preparación tuvo que intervenir el mismísimo Felipe IV, preocupado por las noticias que le llegaban de los rifirrafes y enfrentamientos que tuvimos entre los dos.

Sin embargo ganó mi confianza y pudimos trabajar al unísono, sin enfrentamientos, aceptando uno del otro sus observaciones para la pluralidad de quehaceres, lo que dio  como fruto de enormes éxitos teatrales.

Aprendí mucho de los dos, lo que me permitió innovar técnicas con tramoyas, maquinaria, música y artificio.

Se estaba produciendo un cambio de generación en el teatro y con ello un  gusto diferente. Por ejemplo cada vez impactaban más las emociones visuales y los trucos teatrales venidos de Italia precisamente.

 

D.-Comentas los más doctos en el arte y la literatura que usted ha pasado en su quehacer, como escritor y dramaturgo, de lo trágico a lo grotesco, a la risa, a la burla para buscar lo ridículo, extravagante o absurdo. Lo que algunos conocen como “risa cruel y grotesca".

 

C.-En el conjunto de mis obras no me interesó solo por el ámbito de la tragedia o las fábulas de gran espectáculo y el auto sacramental, también por la obra cómica. Mi sentido de lo grotesco se aleja, por ejemplo, de las “crispadas y morrocotudas, alegres, crueles y macabras risotadas quevedescas.

Aprovecho el libre juego de la fantasía, la presencia de lo desmesurado, deforme y feo, que caracteriza a lo grotesco que yo selecciono, para provocar una risa descompuesta, que parece exageradamente “fea y torpe” a la manera de las “ventosidades”. Véase, en este sentido,  mi comedia burlesca, disparatada y asombrosa parodia grotesca. Céfalo y Pocris, que se representó ante Sus Majestades en el Salón Real de Palacio, para justificar mis decires.

 

D.- Se comenta en los mentideros que usted es uno de los responsables de la puesta en práctica de un nuevo movimiento artístico, la ópera barroca que algunos titulan como La Zarzuela. Otros le fijan como su creador.

 

C.- Mi obra Celos aun del aire matan (1660) es efectivamente  una ópera barroca, cuyo libreto elaboro yo y Juan Hidalgo de Polanco es el autor de la música. Sin duda, ambos convenimos en señalar que se trata del primer intento de fiesta real de ópera cantada en España.

Es evidente que el género lírico más genuinamente madrileño ha nacido de mi mano y con el tiempo fue tomando su carácter popular. Personalmente definí este género lírico con estas líneas, que puse en boca de un personaje llamado, precisamente, Zarzuela: “No es comedia, sino sólo/ una fábula pequeña/ en que, a imitación de Italia/ se canta y se representa”.

En la obra hago cantar y bailar sobre el escenario al son de la música barroca pensando siempre en entretener y divertir. Escena tras escena, se suceden  ritmos vivos y melodías pegadizas no narrando todavía temas populares y castizos, sino historias clásicas y mitológicas.

 

D.- ¿A qué escritor de su época admira  más? ¿Qué obras destacaría de todos ellos?

 

C.-He admirado y admiro a muchos de ellos, pero sobre todo el más grande para mí ha sido Lope de Vega, especialmente por el prodigio de sus rimas y sus comedias. De él he aprendido a comprender las pasiones humanas. Su gran obra, El castigo sin venganza, es la mejor tragedia de amor que   se ha escrito. ¡A propósito, observe lo que escribió sobre mí! A don Pedro Calderón/ admiran en competencias/ cuantos en la edad antigua / celebran Roma y Atenas.

El elogio correspondiente que me hizo en El Laurel de Apolo no puedo ser más lacónico. Dijo sobre mí «en estilo poético y dulzura / sube del monte a la suprema altura. “

Reconozco que era muy popular y querido.  Para decir que algo era excepcional, se decía “Es de Lope”. Un discípulo suyo me llegó a decir un día en un mentidero: “No hay casa de hombre curioso que no tenga un retrato de él”. Y corría de boca en boca una oración irreverente que empezaba así: “Creo en Lope de Vega, poeta del cielo y de la tierra…”

Pero vaya mi admiración imperecedera por la obra  más grandes escrita en prosa hasta ahora en nuestra literatura, el insuperable Don Quijote de la Mancha, el mejor de los libros posibles. De este gran autor—Don Miguel de Cervantes Saavedra— admiro mucho también su libro su Persiles y Segismunda.

Del cordobés don Luis de Góngora y Argote aprendí a decir y escribir esas pasiones referidas. De él he intentado convertir su lenguaje—especialmente el de Polifemo y Las Soledades— en imágenes y teatro.

La entrevista tomó el rumbo de su final. Don Pedro estaba realmente cansado y la dimos por terminada en consonancia, de mutuo acuerdo.

 

D.- ¡Gracias, amigo don Pedro! Para mí siempre lo fuiste. Un hombre de honor comprometido con su época, que sirvió a la monarquía y a España lo mejor que supo y pudo. Uno de los mejores escritores que ha brotado en esta bendita tierra de la que los dos nos sentimos orgullosos de pertenecer.

— ¡Gracias por su amabilidad, hospitalidad y opiniones!

—Calderón de la Barca, se levanta de su sillón y haciendo fuerza de apoyo en su bastón, me acompaña hasta la puerta, se funde conmigo en un abrazo entrañable y se despide de mí con estas palabras:

¡Adiós amigo Diego, siempre te admiré como hombre valeroso, íntegro y bueno. Te tendré presente en mis oraciones!  ¡Esta será siempre también tu casa!

 

D.- Jamás volví a ver a don Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño, un español donde los haya. Cerebro portentoso, único. Hombre de alma caballeresca y cristiana. Uno de nuestros grandes poetas y dramaturgos. Aquí queda este recuerdo del que fue el más longevo de nuestros dramaturgos.

 

El siglo XVII, España se llenó por completo de la vida y la obra de Pedro Calderón de la Barca. En sus obras, el dramaturgo reflejaba el espíritu del hombre del Barroco, al que retrató no como un ser inquieto y emocional, sino de una forma sosegada y equilibrada. Jamás dejó de escribir, día y noche, y gracias a ello han llegado hasta nosotros cientos de sonetos y comedias, así como novelas, epopeyas y novelas cortas surgidas de su intelecto privilegiado. Algunas de sus creaciones más emblemáticas  son por todos conocidas y han pasado a engrosar el elenco de grandes obras de la literatura universal.

El 25 de mayo de 1681 , un año después de esta entrevista, don Pedro dejó la vida terrenal en un momento en el que entre sus manos—ya yertas—quedaron sus autos sacramentales Amar y ser amados y La Divina Filotea. Era el final de su obra, cinco veces más extensa que la de Shakespeare e igualables quizá con la de Lope de Vega. Pero mientras haya teatro y lectores, Calderón de la Barca perdurará y sus respuestas y postulados tendrán siempre vigencia, mientras no olvidemos su obra. Su mayor defecto  era su propia grandeza.

 Fue un espíritu reflexivo, un maestro de la técnica teatral, un gran perfeccionador de invenciones ajenas, un cerebro asombroso y equilibradísimo que produjo  sin eclipse y sin cansancio durante más de sesenta años, con igual dominio y serenidad, la mecánica intelectual de sus grandes y complejas creaciones y la mecánica notoria de la escenografía de sus obras

Asimismo se distinguió por ser un gran cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, con la propuesta de vías alternativas, siempre aceptadas por el poder. Logró alcanzar el goce estético y la emoción de los espectadores.

Su entierro fue memorable. Yo asistí a él con muchos amigos más. Don Pedro fue enterrado el 27 de mayo en la iglesia de San Salvador. En esta época, las autoridades, organismos o hermandades tenían la potestad de hacerse cargo de los restos de personajes célebres y también de las reformas que iban a acometer en los distintos espacios donde se pretendía que reposaran. Más como ocurrió con otros personajes inmortales de nuestra historia como Miguel de Cervantes, el propio Lope o Velázquez, sus restos parece ser que se perdieron.

 

 

—Sepan cuantos lectores a los que les pueda llegar el alcance de estas páginas, donde vertemos los diálogos habidos, que Calderón de la Barca, fue un hombre polifacético, figura universal, admirado y conocido en su época y en otras posteriores, desde las tierras de pan llevar castellanas hasta los escenarios más exigentes de las principales ciudades.

 

Testimonio firmado de estos diálogos entre Don Pedro Calderón de la Barca y don Diego Sarmiento Pimentel:

 

 

 

 

 

 

 

 

P.D. Al final de aquella famosa entrevista y para que el diablo no se ría

de la ocultación, D. Pedro Calderón me volvió a decir:

-“Esa mujer de la que me has hablado, la quisiera tener para la representación de mis obras, Podría  ser considerada;

 

La ninfa de mis operetas,

la divinidad personificada en mis autos sacramentales,

la dama solicitada en mis comedias,

parangón de las veleidades y de los encantos terrenales,

cénit de los caprichos humanos,

……, una bendición de Dios para  mis obras.

Esta dama, rival de Afrodita en la belleza y el amor,

de Atenea en el saber y  la inteligencia,

deidad de la dulzura y la bondad.

 

Es el imaginario más completo de cualquier mente,

culta y portentosa en el saber, querer y valorar de la vida.

 

Con una dama así,

cualquier digno caballero,

que se vanaglorie de serlo,

puede ser muy deliz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          Alfredo Pastor Ugena

 

 

Te presenté así a D. Pedro Calderón de la Barca:_

“Por ser una mujer seductora me deja algo en su mirada, / por ser una mujer simpática me dejas algo con  su sonrisa/ por ser una mujer sensual me dejas algo en mi imaginación/ por ser una gran mujer, me deja su esencia en mi corazón”.

                                   ( Diego Sarmiento a su dama)

Los  versos que figuran más abajo, los hizo don Pedro para ti, a petición mía para homenajear a tus encantos, le dijo Diego a su amada Casilda.

 

Le hablé a D. Pedro de tus sentimientos,

 Propios de una dama especial,

 y presto se puso a escribir en tu honor, 

este cuarteto con  toda su devoción.

 

Conversé con él sobre tus cualidades,

de tu belleza y de tu gran corazón,

me contestó, que una dama así

es para él todo un primor.

 

 

 

“Quiso el destino, me dijo

que naciera así una mujer,

digna de merecer

de la cabeza a los pies.

 

¡Le dedicaré unos versos originales,

un cuarteto bien hecho,

como he dicho,  es lo mejor,

para que me recuerde con cariño en su alma,

como un poeta que la admira,

díselo, por favor!

Ahí van mis versos para ella:

 

 

(Estos versos son originales y están escritos por la mano de don Pedro Calderón de la Barca para ti).

 

 

                                                                                Yo, Diego Samiento, amigo de don Pedro Calderón de la Barca, que consumo mi vida entre la defensa de mi honor mi honra, la fe y mi modesto talento innato afirmo:

Estamos viviendo una época en este siglo XVII en la que España es una colmena  de actividad artística y literaria, mientras nos sumergimos en una decadencia política y económica.

Las cosas tan relevantes que están ocurriendo dentro y fuera de nuestra Patria están alimentando la imaginación de muchos artistas y les predisponen hacia el buen camino de la creatividad universal de las artes y las letras.

Este es, en mi opinión,  el telón de fondo de nuestra nación, donde las letras nunca alcanzaron cotas tan deslumbrantes como en esta época. Los  nobles españoles ejercen de mecenas, en muchos casos, tomando bajo su patrocinio a un gran número de poetas, novelistas y pintores de la más alta calidad.

El mundo raramente ha visto tal galaxia de talento literario, con nombres como los de Miguel de Cervantes, Félix Lope de Vega, Francisco de Quevedo,  Tirso de Molina y Pedro Calderón de la Barca dramaturgo, filósofo y teólogo.

A todos he conocido y tenido alguna amistad con ellos, en un camino de vivencias marcado por la hegemonía y la decadencia más absoluta de España, especialmente en el exterior, sostenida por una situación interna dominada por la desigualdad múltiple y extrema, con una polarización de rentas, contribuciones e impuestos que definían un ambiente de corrupción y de venalidad, sin paliativos.

 

 

El sueño del caballero o La vida es sueño, de Calderón de la Barca, cuadro del pintor barroco Antonio de Pereda expuesto en la Academia de San Fernando, Madrid.“

¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

 

 

                                                                                                

 

 

Pasan muchas cosas en nuestro País que salpican a las conciencias y a la vida de demasiadas personas, como ha sido la gran peste de este siglo, entre los años 1647 y 1652, que azotó fundamentalmente a Andalucía y la zona oriental de España, las hambrunas pertinentes, abundancia de encarcelamientos por diversos motivos, ocultamientos cercanos al derecho de pernada para no caer en la miseria  y en la indigencia de algunas familias en las zonas rurales, aumento constante de la presencia de “tusonas y cantoneras” por las calles y caminos, autos de fe , caza de brujas y calabozos inquisitoriales repletos por gentes que se pudren en ellos, así como hogueras para herejes, entre otros aspectos.

Así vivimos bastantes, entre la pobreza generalizada, la violencia enconada, las guerras que nos destrozan  y arruinan, en contraposición el éxito de unos pocos bendecidos por la vida. Algunos grandes artistas como Murillo y Velázquez,  por ejemplo, con los que he hablado en alguna ocasión,  son verdaderos notarios de esto que os apunto. A este último le di algunas ideas para su famoso cuadro  de “Las Lanzas”—como al parecer también hizo don Pedro Calderón— ya que yo luché en el  asedio de la ciudad de Breda, durante dos meses. Allí caí herido y llevo una cicatriz que me cubre la espalda en diagonal, recuerdo de aquellos días de infierno bélico y enfrentamiento con los neerlandeses.

Mi nombre es Diego Sarmiento y Pimentel. Fui Furriel Mayor de los Tercios españoles en mis tiempos  de juventud y gallardía. Combatí por toda Europa defendiendo las posesiones y el honor de mi patria, España. Sufrí heridas graves y de algunas de ellas llevo todavía conmigo sus secuelas.

Pido a todas sus señorías, que lean esta entrevista que voy a realizar a don Pedro Calderón de la Barca, que me permitan presentarme como corresponde a un caballero de mi dignidad y aprendiz del buen hacer literario, en mi condición de hidalgo y miembro de la baja nobleza castellana que aspira a ser nombrado, ya en mi vida avanzada, para el cargo de asesor de los cronistas de la Corte del Rey sumarísimo don Felipe IV al que se conoce como «el Grande» o «el Rey Planeta».

 De él se dicen muchas cosas en los mentideros donde se reúnen nobles y plebeyos y desde allí se propagaban por la Villa todos los cotilleos de la Corte, donde se expresan solapadamente en comidillas los correveidiles. En esos encuentros se difunden todos  los chismorreos que nacen en los mentideros y corrales de comedias: discordias, polémicas, iras, rencillas y enemistades en pleno Madrid del siglo XVII. Las mofas y burlas más bien en boca de poetas desafamados solían ser frecuentes, siempre con expresiones duras e hirientes.

            De ese modo, por el ir y venir  los personajes chismosos, se conocen los amoríos de la actriz María Inés Calderón “La Calderona” con el rey Felipe IV quien ha tenido un hijo con ella, al que conocemos como Juan José de Austria, de quien  que figura en su partida de nacimiento como “hijo de la tierra “por la manera que hay de nombrar a los hijos ilegítimos.

Dicen quizás las malas y viperinas lenguas que su Majestad es  “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”, desde los primeros hervores de la adolescencia, cuando cabalgó sin freno por todos los campos del deleite, al impulso de pasiones desbordadas. Dicen en los mentideros que el monarca, “desde el Alcázar a la mancebía, pasando por el corral de comedias, no había fronteras para sus ardores, pero su preferencia iba más a las mujeres humildes que a las linajudas”.

 ¡Líbreme Dios de que yo pueda abrazar estas sentencias populares que son sólo chismorreos verdaderos o no pero al fin chismorreos!

Un día  en tiempos ya pasados me dijo don Pedro en una taberna de la calle León de Madrid, donde repasábamos hazañas y experiencias pasadas, abriéndome la mente con la filosofía de sus Autos sacramentales y sus comedias:

 

— ¡Diego, no olvides que en boca cerrada no entran moscas! —No concurras por los mentideros si aspiras a algo en la Corte porque luego todo se sabe y nadie se hace dueño de lo que se dice. Si es malo, se lo atribuyen a cualquier mequetrefe aunque no haya asomado por allí nunca su cabeza, pero se sabe de su existencia por cualquier buscavidas, o algún desgraciado vil y de alma baja.

— ¡Así lo haré!— le dije, sepultando en mi vida esas reuniones. No podía echar a perder ese orgullo y honor personal que gané en los campos de batalla y aún conservo— optando por la muerte  antes que mi deshonra— en mi reputación como hombre y soldado.

 Pero vayamos al grano, aunque antes tengo que mencionaros algunas de las vicisitudes en la  coyuntura en la que don Pedro y yo desarrollamos nuestras vidas, en una situación que fascina por el desarrollo literario, pictórico y belicoso.

Como sabemos, en  la sociedad española actual, la nobleza y todos los poderosos están  bien alimentados, incluso en exceso; las clases más humildes solo gozan de una alimentación básica, o incluso de subsistencia, donde gran cantidad de desarrapados, holgazanes, pícaros viven de la limosna y las sopas de los conventos. Muchos de ellos son capaces de hacer lo que haga falta  por unas cuantas monedas e incluso por la comida

Voy a entrevistar en breves momentos—como os he dicho— a don Pedro Calderón de la Barca, un hombre ilustre y presea actual de las letras españolas, con el que mantengo amistad desde que combatimos juntos en Breda, en Fuenterrabía, Cataluña y Portugal y en otros lugares del Imperio, como miembros de la caballería castellana. Recuerdo que en los ratos de descanso de estas batallas, recitábamos juntos, con otros compañeros, mientras tomábamos unas jarras de vino, aquellos versos de una rima de la época que decía: “España mi natura/Italia mi ventura /y Flandes mi sepultura”.

 

En uno de sus más famosos poemas, El soldado español de los Tercios, alaba don Pedro a los soldados que formaban cada una de sus unidades.

 

 

 

 

 

El soldado español de los Tercios

 

Este ejército que ves

vago al yelo y al calor,

la república mejor

y más política es

del mundo, en que nadie espere

que ser preferido pueda

por la nobleza que hereda,

sino por la que el adquiere;

porque aquí a la sangre excede

el lugar que uno se hace

y sin mirar cómo nace

se mira como procede.

 

Aquí la necesidad

no es infamia; y si es honrado,

pobre y desnudo un soldado

tiene mejor cualidad

que el más galán y lucido;

porque aquí a lo que sospecho

no adorna el vestido el pecho

que el pecho adorna al vestido.

 

 

Y así, de modestia llenos,

a los más viejos verás

tratando de ser lo más

y de aparentar lo menos.

 

Aquí la más principal

hazaña es obedecer,

y el modo cómo ha de ser

es ni pedir ni rehusar.

 

Aquí, en fin, la cortesía,

el buen trato, la verdad,

la firmeza, la lealtad,

el honor, la bizarría,

el crédito, la opinión,

la constancia, la paciencia,

la humildad y la obediencia,

fama, honor y vida son

caudal de pobres soldados;

que en buena o mala fortuna

la milicia no es más que una

religión de hombres honrados.

 

 

En Madrid, en nuestros tiempos jóvenes, fuimos compañeros también en algunas granujadas, pleitos de honor y sangre, duelos con espada y cuchilladas callejeras, como cuando entré con él en el convento de las Trinitarias (una comunidad de monjas fundada por Francisca Romero, hija de un aguerrido capitán de los Tercios) donde profesaba sor Marcela de San Félix, hija de Lope de Vega, de 24 años, lo que habría de destapar todas las iras de su padre.

El caso fue que, Diego Calderón, hermano de don Pedro fue gravemente estoqueado por un actor, Pedro de Villegas, en una disputa callejera, quien, en su fuga, fue a cobijarse “en sagrado” al interior del cenobio trinitario. Una gran turba que con gran alboroto y pulsiones vengadoras, igualmente pendencieras, perseguía al malhechor, turba en la que don Pedro Calderón de la Barca, “facedor de dramas”, hermano del herido y yo  nos hallábamos con más gente de pluma y teatro. Nos adentramos abruptamente en la clausura monacal en pos de aquel espadachín, profanando así el recinto religioso según los cánones entonces vigentes. El escándalo fue mayúsculo.

Mayor reacción fue la del monje trinitario Fray Hortensio Félix Paravicino (pintado por El Greco) afamado predicador real, muy amigo de Lope de Vega y de Luis de Góngora, que arremetió airadamente contra comediantes y poetas dramáticos, a raíz del asalto de Calderón y sus acompañantes al convento. Lo hizo el 11 de enero de 1629 en una solemne oración fúnebre ante el rey Felipe IV, en honor del padre del monarca, Felipe III, el rey que en 1617 lo había nombrado Predicador Real. Tanto don Pedro como yo nos sentimos muy ofendidos por las ofensas de aquel fraile famoso.

D.- La reacción de D. Pedro Calderón fue inmediata, incluyendo unos versos satíricos contra el fraile en su obra “El Príncipe Constante”, una comedia sobre el libre albedrío de lo humano, lo que a mí me llenó de gran satisfacción.

C.-Ese fraile altivo y arrogante que se apoya en su petulancia, esconde bajo sus hábitos trinitarios, a un bellaco harto de ajos, lujurioso, lascivo y libidinoso, con los sentidos vertidos ocultamente en el sexo.

 Diego llegó al domicilio de D.Pedro situado en la calle Mayor número sesenta y uno (antes había vivido con la familia en la calle  Las Fuentes y luego en la Calle Platerías, siempre en Madrd) y golpeó una puerta alta  y repujada al estilo mudéjar, con una aldaba  de cierto tamaño formada por una mano dorada de hierro forjado de rasgos finos que agarraba una bola la cual chocaba contra una superficie metálica produciendo un ruido realmente sonoro y algo armonioso.  Todo un referente de una casa de cierta alcurnia  y un simbolismo magnánimo  y amable  que al menos teóricamente avisaba de la actitud acogedora de los moradores de la casa.

Sale presto a recibirme con esa estampa de hombre circunspecto, altanera y repleta de esa seriedad que siempre le ha caracterizado. Me da audiencia a las cinco de la tarde como habíamos quedado, con una puntualidad shakesperiana, apoyado en un bastón, rindiéndome los honores de su hospitalidad. Presentaba una imagen seria, circunspecta, enhiesta.

Sentados en su despacho, puso sobre la mesa una jarra de vino con dos vasos y me dijo:

—¡Brindemos por nosotros con una de las cosas más civilizadas del mundo!, el líquido más común del ánimo popular.

        Amigo Pedro—le dije— Gracias por acogerme en tu morada. Ya hace tiempo que no nos vemos. Nos saludamos con un abrazo afectivo. Seguí sus pasos hasta una habitación confortable pero sencilla donde tenía su despacho, sin hacer resonar demasiado las tablas del suelo del pasillo que recorrimos. Una vez allí me invitó a ponerme cómodo para hacer lance a la intención. Noté que sus ojos resplandecían de viveza y claridad.

 

        Pedro, permíteme que a lo largo de esta entrevista te llame de usted pues es posible que lo que acordemos y yo escriba, circule por la Corte y algunos mentideros de la Villa. No deseo que un tratamiento más cercano ponga en tela, y algo distante de juicio, lo que aquí digamos hoy.

        ¡Perfecto, Diego, como tú quieras!

        Noté en las miradas de su silencio introductor, teñidas de una cierta melancolía, una imagen de hombre distinguido inmerso en los abismos quizás de su soledad, que le abatían en estos momentos de reposo de su vida longeva.

Tener delante de mí a un amigo y hombre tan importante de nuestras letras, me suscitaba un gran interés, respeto y fascinación. No podía olvidar que debería tener en cuenta la necesidad de dominar el arte del silencio y la virtud de saber escuchar, cuando Calderón atendiera a mis preguntas.

Una rápida mirada a mi alrededor me permitió contemplar una habitación sobria, bien iluminada, con un suelo pavimentado de ladrillos barnizados cubiertos por alfombras que en su día le regaló el Conde de Osuna por unos favores literarios que le hizo para dedicárselos a una dama que cortejaba en el ardor del silencio nobiliario.

— ¿Diego, dónde iré de esta suerte, tropezando en la sombra de mi muerte?—me dijo.

—Larga vida tendrá usted todavía don Pedro. Su producción literaria nunca podrá ser vetusta.

Se levantó de su sillón y me pidió disculpas porque necesitaba ir al excusado.

Aproveché esos instantes para detallear sus paredes. En una de ellas colgaba un tapiz donde se percibía con nitidez la imagen de una medusa, a la manera mitológica, que parecía proteger nuestro encuentro. Cerca del sillón de don Pedro, una columna dórica de mármol soportaba el breve peso de un precioso ninfeo de madera que mandó hacer para su casa de Madrid .Al otro lado había un espejo con un marco de estilo castellano encima de un bargueño.

 

— (Diego). ).¿Cuáles fueron los segmentos cronológicos de su vida?¿Cuál es el origen de su nombre familiar? ¿Hábleme de su familia y linaje?

 

— (Calderón). Nací en Madrid, “el día de San Antón” y comenzando el siglo XVII (17 de enero de 1600, lunes)  y al parecer me vendría la muerte un 25 de mayo de  1681, domingo, día festivo para celebrarlo. Fui bautizado en la Iglesia de San Martín.

La procedencia de mi apellido Calderón, que distingue honrosamente a mi familia, viene al parecer porque uno de mis antepasados parecía haber nacido muerto. Enseguida le metieron en un caldero de agua caliente, según costumbre de la época, para verificar si era cierto que no vivía. Al entrar en contacto con el agua a elevada temperatura, prorrumpió en sus primeros gritos. Por eso algunos dicen que los Calderones parecemos menos de lo que en realidad somos.

Soy el tercero de los hijos de don Diego Calderón un secretario del Consejo y Contaduría Mayor de Hacienda (testarudo y autoritario de la que hace gala. Murió en 1615 de súbita enfermedad) y de doña María Ana de Henao, la cual falleció de sobreparto, como otras mujeres de la época en 1610. Mi padre se casaría de nuevo ese mismo año con Juana de Freire.

Me bautizaron en el convento benedictino de San Martín. Me acompañaron en dos hermanos ( Diego y José) y dos hermanas (Dorotea, a la que mis padres metieron a monja, con trece años de edad en el monasterio de Santa Clara de Toledo, y Antonia, que murió en 1607, con apenas ocho años). Tuve también un hermano bastardo, Francisco, a quien  mi padre dijo que había abandonado por su mala conducta, pues andaba perdido por el mundo. Apareció después de mucho tiempo y vivió con nosotros a pesar de los reproches paternos.

A los nueve años comencé a estudiar en el Colegio Imperial de Madrid, regentado por la Compañía de Jesús, todo un lujo para la época. En estos primeros años de escuela, mis amigos y compañeros de juego me llamaban de mote “Pedrusco”, pues parecía una piedra o una roca, algo frío— decían— constantemente clavado a los libros, pues es verdad que, siempre fui un apasionado por la lectura. Continué posteriormente mis estudios en la universidades de Alcalá y Salamanca, hasta 1629

En esta última viví una vida de mocedad más bien suelta. Allí donde el broquel, la espada, la guitarra y los naipes eran el blasón estudiantil, así como el amor y la aventura, el vino, el brote de la sangre moza que alegraban o aturdían a la ciudad en el ánimo de rondas, pasacalles, motines y zalagardas, escaramuzas y demás.

Yo era huérfano, libre, dueño de mi albedrío, mozo arriesgado y valiente, aficionado a los toros, siempre dispuesto a dar y recibir cuchilladas. A llevar una vida inquieta, arriesgada y llena de placeres. Los libros eran importantes, pero lo justo.

 

 

 

 

    Mi familia, en general, es gente de linaje o como dicen algunos, somos “de aquellos que podían pasar la vida “linajudos”. La verdad es que vengo de procedencia noble, de estirpe hidalga y acomodada, especialmente si me comparo con gran parte de la población española inmersa hoy en día en la pobreza y en la mendicidad,

De mi abuela materna, doña Inés de Riaño y Peralta proviene el acomodo dinerario de la familia. Ello me permite decirle que nací en el mismo colectivo de aquellos que podían pasar la vida sin que ésta se les hiciera difícil.

 

 

 

 

D.- Por su dilatado recorrido vital, por la estratégica situación histórica que le ha  tocado vivir y por la variedad de registros de su excepcional obra teatral, considero que usted es capaz de definir el magnífico pero también contradictorio siglo XVII que estamos viviendo. ¿Es posible que ahora, a sus ochenta años sea un gran momento para definirnos qué es la vida?

 

C.-Me he pronunciado varias veces sobre este concepto absoluto, que tanto me ha preocupado y me preocupa, sobre todo ahora que observo cómo se me va acabando. En mi obra El gran teatro del mundo, me parece haber dejado claro que la vida es simplemente un teatro, donde cada uno de nosotros juega un papel determinado. Una representación escénica que terminará en el despertar de la muerte. También di respuesta a esta reflexión en otra de mis obras importantes, La vida es sueño, donde di la respuesta con meridiana claridad  ¿Qué es la vida?/ Un frenesí/Qué es la vida/Una ilusión, una sombra, una ficción/ y el mejor bien es pequeño/que toda la vida es sueño/ y los sueños, sueños son.

Intento responder a las preguntas que la gente me hace sobre la vida también en otras obras como El Alcalde de Zalamea o El médico de su honra.

En mi testamento he dejado dispuesto que mi cuerpo sea enterrado sin pompa alguna que me lleven descubierto para que ofreciese desengaño de lo perecedero de esta vida.

 

D.- ¿Cómo se ve usted a sí mismo? ¿Qué datos aportaría a un gran pintor como es Velázquez para que le  hiciera un retrato lo más cercano a su realidad? ¿Qué le diría? ¿Cuál es actualmente su relación con este gran maestro de la pintura?

 

C.- Él es el pintor del rey, capaz de captar la mirada del monarca. Una vez compuse mi retrato de forma burlesca, a petición de una dama, lo que hice a propósito de forma exagerada. Lo cito en estos versos:

 ¡Yo soy un hombre de tan/desconversable estatura/que entre los grandes es poca/y entre los chicos es mucha./Montañés soy; algo deudo/allá, por chismes de Asturias,/de dos jueces de Castilla,/Laín Calvo y Nuño Rasura;/hablen mollera y copete:/mira qué de cosas juntas/te he dicho en cuatro palabras,/pues dicen calva y alcurnia./Preñada tengo la frente/sin llegar al parto nunca,/teniendo dolores todos/los crecientes de la luna./En la sien izquierda tengo/cierta descalabradura;/que al encaje de unos celos/vino pegada esta punta./Las cejas van luego,/ a quien desaliñadas arrugas/de un capote mal doblado/suele tener cejijuntas./No me hallan los ojos todos,/si atentos no me los buscan/(que allá, en dos cuencas, si lloran//una es Huéscar y otra es Júcar);/a ellos suben los bigotes/ por el tronco hasta la altura,/cuervos que los he criado/y sacármelos procuran./ Pálido tengo el color,/la tez macilenta y mustia/desde que me aconteció/el espanto de unas bubas./En su lugar la nariz/ni bien es necia ni aguda,/mas tan callada que ya/ni con tabaco estornuda./La boca es de espuerta, rota,/que vierte por las roturas/cuanto sabe; sólo guarda/la herramienta de la gula./Mis manos son pies de puerco/con su vello y con sus uñas;/que, a comérmelas tras algo,/el algo fuera grosura./El talle, si gusta el sastre,/es largo; mas si no gusta/es corto;/ que él manda desde mi golilla a mi cintura;/de aquí a la liga no hay/cosa ni estéril ni oculta,/sino cuatro faltriqueras/que no tienen plus ni ultra./La pierna es pierna y no más,/ni jarifa ni robusta/algún tanto cuanto zamba/pero no zambacatuña./Sólo el pie de mi te alabo,/salvo que es de mala hechura,/salvo que es muy ancho, y salvo/que es largo y salvo que suda./Este soy pintiparado,/sin lisonja hacerme alguna;/y, si así soy a mi vista,/¡ay, Dios, cuál seré a la tuya!.

Con Diego Rodríguez de Silva y Velázquez tuve cierta amistad. Coincidimos bastante en la Corte en tiempos pasados. Conversé con él muchas veces, pero a pesar de mi  propósito no logré que me hiciera un retrato. Nunca pretendí que pintara mi imagen “a caballo en corbeta”, pero sí me hubiera gustado un pequeño busto. Si retrató a Góngora, con el que le unió una buena amistad; también a Quevedo y a Francisco de Rioja, “un hombre de enorme influencia en los ámbitos del poder de la Corte de Felipe IV como mano derecha del gran valido, el conde-duque de Olivares”. Le  conocí de cerca y admiré su talante de severo moralista (sobre su condición de eclesiástico) y  su mérito de intelectual solvente y hombre cultivado, se añadían sus dotes artísticas, especialmente como poeta.

Velázquez parece  que como un pintor de oficio se inspiró en mi obra, El sitio de Breda, para pintar su bello cuadro del mismo nombre. Coincidimos en varios temas y costumbres que yo reflejé en mi teatro con la pluma y él en sus lienzos con el pincel. Velázquez se avenía mejor

      en su condición de aposentador del palacio que como un pintor de oficio y además asalariado.

 

D.- ¡Qué tiempos aquellos del sitio de Breda combatiendo bajo el mando de don Antonio de Spínola, genovés, capitán general de Flandes y caballero de la Orden de Santiago! Un general magnífico y gran estratega, que nos guio con gran sabiduría militar en la victoria. Yo en algún otro momento estuve también combatiendo a su lado!

 

D.-Don Pedro, usted en cierta ocasión me aconsejó que no frecuentara demasiado los mentideros, me podría traer problemas para andar por la Corte, Y así lo hice. ¿Usted los frecuentó mucho? ¿Cuál es su opinión sobre ellos?

 

P.-Cuando viví en la calle León, donde también lo hicieron Cervantes y Lope de Vega, visité algunas ves los mentideros de “los Representantes” y el de “los Comediantes”. Este último estaba situado en esta misma calle. Allí coincidíamos gente del teatro, escritores y poetas. Por aquel entonces yo disfrutaba de las inquietudes propias de la farándula. Me sentía unido a los recitantes y farsantes, aunque más tarde ya no tuve tiempo para estos menesteres, especialmente desde que me fui a vivir a Toledo. El más importante dicen que es el de Las gradas de la iglesia de San Felipe (El Convento de San Felipe el Real)  situado a la entrada de la calle Mayor; dicen que es “la voz de Madrid”, “un mercado de honras y baratillo de famas”.

Para cotillear, en suma, ese es el valor de los mentideros. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtieron en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día.

Así pues, en Madrid, existen tres mentideros muy famosos: Losas de Palacio, frente al Alcázar de Madrid, Gradas de San Felipe en la Puerta del Sol, y el célebre Mentidero de “comediantes” o “representantes” en la calle del León.

En los mentideros—te diré amigo Diego— que se fraguan los principales rumores sobre la Corte. En ellos los madrileños se reúnen para conversar e intercambiar informaciones de todo tipo. Sentados, por ejemplo, en los graderíos de las escaleras de acceso a la iglesia de San Francisco, todos aquellos que tenían tiempo de hablar de lo divino y de lo humano se intercambian noticias, rumores, calumnias, inventos, secretos y opiniones, no siempre de entera confianza. Para cotillear, en suma. Se trataba de un lugar propicio para ello ya que la calle Mayor era paso obligado, escenario donde se iba a mirar y a ser visto. Pronto San Felipe, y con él la Puerta del Sol, se convirtió en el lugar de encuentro por excelencia, característica que el lugar mantiene hoy en día, aunque no debemos olvidar que allí iba gente de todo tipo. Por ejemplo, uno de sus huéspedes ilustres fue Fray Luis de León.

En estos lugares de reunión se habla de todo: asuntos muy frívolos, historias reales y ficticias de militares retirados, amoríos del Rey, temas políticos nacionales e internacionales, asuntos propios y ajenos, se confeccionaban letrillas satíricas, se recitaban poemas, y no sé  cuántas cosas más.

 

D.- ¿Es verdad que su vida corrió peligro más de una vez por asuntos pendencieros y reyertas de espada? Aunque recuerdo una pelea multitudinaria de algunas de estas experiencias en las que fuimos compañeros, me gustaría oír todo esto por su propia voz?

 

Así es. Por ejemplo una noche de verano de 1621, volviendo a casa, topamos mis hermanos y yo con una pelea multitudinaria en la puerta del palacio del Condestable de Castilla, quien era el máximo representante del Rey en ausencia del mismo Nos acusaron a nosotros de matar a Nicolás de Velasco, un pariente suyo, aunque realmente nunca tuvimos conciencia de ello. Lo pasamos realmente mal y sentimos sobre nosotros, muy cerca, la sombra de la justicia. Nos tuvimos que refugiar en la embajada de Austria para salvar el pellejo. Salimos libres de allí en otoño, no  sin antes haber pagado una buena suma de dinero, para lo que tuvimos que vender el oficio de escribano de mi padre.

En 1629—como tú sabes, que me acompañaste como un gran amigo en aquel despropósito—en una reyerta entre mi hermano Diego y Pedro de Villegas, importante actor, pendenciero, fanfarrón y comediante de moda, en esta época, éste apuñaló a mi hermano en el “mentidero de los representantes”. Todos estábamos con unas copas de más. Salimos en su persecución y se refugió en el convento de las Trinitarias, en la calle de las Huertas. Lo demás ya lo conoces porque salimos en su persecución y tú  lo viviste y participaste en los hechos ayudándonos a perseguir al asesino. Desde entonces te concibo como un gran amigo.

Lo que me disgustó mucho —como tú sabes—aparte del enfado lógico de Lope de Vega porque profesaba allí su hija, fue la actitud e aquel frailuco- fray Hortensio Félix- insoportable y mujeriego, hablador insaciable y gran crítico de lo ajeno, que mencionó el suceso ante el Rey.

En otra ocasión, en febrero de 1640, en el ensayo de una de mis comedias en el Buen Retiro me hirieron con saña unas cuchilladas traidoras.

D.- ¿Cuál ha sido su experiencia como soldado? ¿Qué ha buscado en el servicio de las armas?

 

Aunque la carrera militar es en nuestra época una actividad esencialmente propia de la aristocracia, también los pobres, muchas veces sin desearlo se ven envueltos en ella por obligaciones o necesidades. Recuerdo que las únicas restricciones quedaban reservadas a los menores de 20 años y a los ancianos, frailes, clérigos o enfermos contagiosos. Fuera de nuestras fronteras, la principal exigencia era que fueran católicos.

Más allá de las cifras en sí, los españoles conformaban la élite dentro del ejército imperial, para quienes quedaban reservadas las posiciones más expuestas en batallas y asaltos, donde más peligro se corría pero también donde era más probable destacar.

La fe católica y la defensa del Rey de España eran importantes elementos de cohesión para los soldados de los Tercios, pero más allá del mito o la propaganda hay que insistir en que los integrantes de esta infantería lo hacían, ante todo, por dinero y por ganar reputación.

 

Yo puse en boca de uno de mis personajes: «Para vencer amor, querer vencerle», que ”la milicia no es más que una religión de hombres honrados”, a lo que achacaba que fama, honor y vida «son la cortesía, el buen trato, la verdad, la fineza, la lealtad, la bizarría, el crédito, la opinión, la constancia, la paciencia». Ser buena persona era incompatible con ser un cobarde. Y bastaba a veces para ser así, no vencer o morir en un asalto, de ahí que sean conocidos numerosos casos de capitanes españoles procesados por mostrarse tímidos a la hora de encabezar un ataque o defender una posición.

Ya me he referido a la disciplina militar de los españoles, ciertamente magnífica, bien cuidada y gentilmente observada. Pero debe reconocerse otra verdad y es que la tropa es muy fastidiosa e impertinente con la soldada y muy presta a amotinarse por ella, aunque no lo hagan por otras razones.

 

En las filas de los Tercios era posible hallar artesanos, labradores, sastres, pintores, barberos… Aunque también hidalgos venidos a menos o, en el caso de los capitanes, nobles de segundo nivel, solteros y con dos años de experiencia en los campos de batalla (requisito que no siempre se cumplía).

Todo valía para embaucar a cualquier hombre que sirviese para defender los territorios del Imperio Español o conquistar nuevos lugares. Muchos se alistaban por motivos económicos, por ascender socialmente, por las ganas de conocer mundo o escapar de la justicia cambiando de nombre. Todos los argumentos son válidos, aun así se implementaran alguna que otra medida para dar un empujón a esos ciudadanos todavía indecisos.

Hechas algunas de estas aclaraciones y yendo a tu pregunta expresamente, te diré que en 1625 comencé mis experiencias como soldado alistándome bajo las banderas del duque de Alba. Esta decisión era propia de un caballero que vivía en un imperio sometido a tantas contiendas. Fui destinado a Italia y a Flandes. Estas últimas experiencias flamencas las plasmé posteriormente en algunos de los personajes que hice brotar en mis dramas, y además motivado por las simpatías familiares, ya que mi madre, doña María Ana Henao era de origen flamenco.

Comencé mis andaduras entrando al servicio del Condestable de Castilla. Participé posteriormente en varias campañas militares a las órdenes del duque del Infantado que nunca me dieron ninguna gloria. Acompañé también a mi hermano José a auxiliar a las tropas en el cerco que los franceses de Richelieu habían puesto a Fuenterrabía donde combatí a tu lado y, por cierto, ambos lo hicimos con bravura, cuyas experiencias las plasmé en mi comedia No hay cosa como callar, donde debes saber que te menciono solapadamente.

D.-Sí la conozco.  Es una comedia oscura y enredada que tiene como eje central la violación de la protagonista Leonor en la primera jornada. Ella no conoce a su agresor y la única pista que tiene para descubrir su identidad es una venera que logró arrancar de su cuello cuando la violaba.

 

C.-Efectivamente. Veo que sigues mis obras. Participé también en la campaña para sofocar la  rebelión de Cataluña como coracero hasta1642 donde fui herido. Tomé parte en la toma de Cambrils, Salou y Villaseca donde salí herido en una mano. En este conflicto vi morir en 1645, en Camarasa (Lérida) a mi hermano José, intentando conquistar el puente de la ciudad. Fue un prestigioso militar que sirvió en el ejército durante más de treinta años, llegando a ser maestre de campo general, por méritos de guerra. Otro hermano mío, Diego, moriría dos años más tarde.

 

 

 

D.-¡Por cierto! ¿díganos algo de sus aventuras amorosas ya de hombre maduro?

 

C.-Hacia 1648, cuando serví al duque de Alba surgió en mi un amor con una ignota mujer, al mismo tiempo que otros desvelos amorosos, lágrimas, hieles, en el contexto de sentimientos de intensa pena, amargura y desabrimiento. Poco más te puedo contar

D.- ¿Cómo y cuándo adquirió usted el hábito de Santiago y se hizo sacerdote?

 

C.-En 1636 recibí el hábito de la Orden de Santiago. Algunas gentes comentaron en los mentideros que el conde-duque de Olivares y el propio rey Felipe IV fueron quienes me recompensaban así por los servicios y colaboración con ellos, especialmente a partir de la apertura del palacio del Buen Retiro. Esta década fue muy importante especialmente en mi labor teatral. No fue ciertamente así.

Más tarde, en 1651, precisamente el mismo año que estrené El Acalde de Zalamea, me ordené sacerdote (antes tomé el hábito d la Tercera Orden de San Francisco), yéndome a vivir a Toledo como capellán de la capilla de los Reyes Nuevos, que ocupé desde 1653, donde obtenía mil escudos al año.

Para obtener esa capellanía tuve que probar mi limpieza de sangre, para lo que yo mismo escribí mi propia genealogía, donde revelo ciertas curiosidades, como que mi bisabuelo paterno, Francisco Ruiz, fue uno de los más importantes espaderos de Toledo. Mi estancia en esta ciudad duró hasta 1662  cuando fui nombrado capellán de honor del rey y e establecí definitivamente en Madrid. A año siguiente fui nombrado capellán honorario del rey Felipe IV, y en 1666 me hicieron superior de la Congregación de San Pedro.

 

 

D.- ¿Cómo fue su estancia en Toledo? ¿Qué destacaría  de su creación literaria mientras residió en la ciudad imperial? ¿Era ya capellán de los Reyes Nuevos cuando murió su hijo Pedro?

 

C.-Por cierto Diego llevas un gabán y una muceta muy destacados, acompañado de un fardel de cuero repujado muy elegante. Tu espada parece toledana.

 

D.-Así es, una espada toledana con “alma de hierro”. Es de puro acero y elaborada en esta ciudad. Le diré La calidad del acero toledano reside en la maestría de los artesanos y en el secreto de su temple, que se atribuía a las aguas del Tajo donde se realizaba el mismo. La alta temperatura de éste y la calidad del acero han hecho que las espadas de Toledo sean únicas en el mundo. La Tizona y la Colada de El Cid Campeador eran espadas toledanas y los musulmanes que supieron de la calidad de esta espada toledana adoptaron esta técnica avanzada para construir sus cimitarras. Tras la Reconquista, Toledo se constituyó como el centro espadero mayor del mundo. La técnica empleada era la espada toledana con «alma de hierro», que consistía en una hoja de acero duro que escondía en su interior una lámina de hierro dulce, impidiendo, de este modo, que este acero se doblase o agrietase.

 

C.-Muy interesante tu información. Estás puesto en ello. Mi relación con Toledo se remonta a mi abuelo paterno, que se casó en esta ciudad con Isabel Ruiz, miembro de una conocida familia de espaderos. Luego, dos de mis tías y mi hermana mayor Dorotea fueron monjas en el convento de Santa Clara. Dos de los más destacados dramaturgos toledanos, Francisco de Rojas Zorrilla y Agustín Moreto, fueron mis discípulos.

Toledo siempre me dejó un grato recuerdo, a pesar que durante mi estancia allí, que duró cerca de una década (1653/1662) murió en ella mi hijo Pedro José a la edad de diez años, concretamente en 1657. Entonces tuve la sensación de que me amputaban una parte de mi vida. Soporté en silencio un dolor inmenso, del que jamás me he restablecido.

Viví en esta ciudad en un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación, llena de paz, solidez y seguridad de espíritu. Siempre me impresionó la belleza de su catedral que me conmovió por su grandeza y suntuosidad, en cuya reja del coro  se escribió uno de mis más bellos poemas con la inscripción Psalle et Sile (“Canta y calla”) que me encargó el obispo Baltasar Moscoso y Sandoval.

Compuse 545 versos polirrítmicos, pretendiendo exaltar la historia religiosa de la catedral y de la Virgen del Sagrario. ¡A propósito! Te leo unos versos que hice para halagar a esa maravillosa catedral: “Al ámbito pasé, en cuyas naves la vista engolfada, sin peligro de tormenta, corrió achaques de borrasca! ¡Oh cuantos muertos, noticias vivas, memorias, cuantas ofuscando el pensamiento resolvió al verse en su estancia!

En esta ciudad— a la que yo he llamado en mis autos, plaza de armas de la fe—, también me predispuse para trabajar beneficios con pobres, mendigos y necesitados, participando de forma activa y constante en las rondas de pan y huevo, durante las crudas noche del invierno toledano, tema  que Luis Tristán, discípulo de El Greco llevó a uno de sus lienzos con gran maestría dentro de un manierismo exaltado.

            Tengo especialmente gratos recuerdos de la catedral y por ello mandé hacer una repetición de ella en madera para tenerla en mi casa. Ahí la puedes observar a la entrada junto a  un soneto con un marco de piel de ébano donde  digo en su primer cuarteto:

¡Salve primer metrópoli de España /pues hasta coronar tu frente altiva/ ni en tu dosel ciñó la paz altiva/ ni la guerra laurel en su campaña!

 

Diego lee atentamente todo el soneto y le indica:

 

D.- Don Pedro, con sabia arquitectura poética describe usted en el soneto  la grandeza de Toledo y su catedral.

 

C.-Viví feliz en Toledo, una ciudad que en este siglo pasó de palaciega a conventual. En un ambiente de arte, de recuerdos, de retirada meditación. Quizás mi estancia en esta ciudad fue mi etapa más creativa, más concentrada, abstracta y oficialista. Cuando llegué a ella era mecenas ese saber prohibido que emanaba de su configuración pétrea, cargada de una magia especial atesorada en sus callejones entre la luz y las tinieblas. Mantenía el recuerdo del esplendor de haber sido capital del Imperio y sede de gran importancia religiosa.

 

La obra que desarrollé en Toledo fue prolija y polifacética. Sentí y siento verdadera devoción por la Virgen del Sagrario. Para ella escribí mi comedia de devoción religiosa que publiqué en 1637, Origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario, tal y como reflejo en sus últimos versos de esta obra: “Y perdonad al poeta, si sus defectos  son grandes y en esta parte  la fe y la devoción le salve. También escribí para Toledo otras muchas obras como El auto de psiquis y Cupido.

 

D.- Don Pedro usted ha conocido el reinado de tres monarcas. ¿Qué nos puede decir de cada uno de ellos?

 

C.- En el de Felipe III, de quien se decía que nunca llegó a brillar fuera de la devoción religiosa, por la que ganó el sobrenombre de “El Piadoso”, viví parte de mi juventud. Veintiún años tenía yo cuando murió. La etapa más sólida y propia de mi madurez al menos de mi trabajo, sinsabores, éxitos y otras de diversa índole las he conocido con el “Rey Planeta”, don Felipe IV, gran protector de las artes y de las letras. Le serví con todo mi empeño en múltiples facetas, con la espada y con la pluma e, incluso con los hábitos, a cuyo servicio directo cumplí siempre sus mandatos, aquellos que don Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares me dictaba. En esta época realicé mis mejores obras.

 Con el monarca actual, Carlos, llamado el Segundo por su linaje, llevo viviendo ya quince años de su reinado. Ahora, mi relación con la Corte, es prácticamente nula. A mis ochenta años sólo obligo a mi pensamiento creador y literario y poco a mis otras voluntades, máxime cuando la situación en España es patética y decadente sin paliativos en todos los ámbitos de la vida.

En estos largos años de problemas y conflictos, he conocido, pues, la España del pacifismo impulsada por el duque de Lerma de quien se contaba aquella coplilla: “para no morir ahorcado/ el mayor ladrón de España/ se vistió de colorado”. También viví la Guerra de los Treinta Años y sus secuelas,  las sublevaciones de Cataluña y de Portugal, la situación del nuevo orden internacional que se ha estado y se está configurando y que va paralelo al declinar de la monarquía española.

 

D.-Se comenta por los mentideros y otras instituciones de la crítica social y de la realeza actual que es poseedora de graves problemas de salud como el raquitismo, la esterilidad, afecciones renales e incluso la malformación física; y también enfermedades mentales como la depresión, la esquizofrenia, la paranoia o la psicosis. Estas son algunas de las severas patologías que la consanguinidad al parecer ha causado en muchos de los destacados miembros de la que fuera durante casi cinco siglos una de las familias reales más importantes de Europa, los Habsburgo, cuya dinastía en España fue conocida como los Austrias.

El caso español actual es paradigmático. El mejor ejemplo es el del rey actual Carlos II, conocido como “el Hechizado”, hijo de Felipe IV y Mariana de Austria (sus padres eran tío y sobrina), que sufre varias dolencias graves y es físicamente deforme. Al parecer no puedo tener descendencia, lo que se atribuye a uno de los efectos de la consanguinidad de sus antepasados.

 

C.-Perdona Diego que no entre en este tema tan duro y peligroso ni cercene  nuestras opiniones, pero cuando lo dice la gente, algo habrá de verdad.

 

D.- ¿Cómo ve la situación actual de España en el reinado actual de Carlos II?

 

C.- A mi entender se está produciendo un desplazamiento político general de los centros de decisión. Der la realeza, el poder ha pasado actualmente a manos de la aristocracia: de Castilla a las provincias a otras naciones europeas que han sustituido; de la península a las Américas; del imperio hispánico a otras naciones europeas que han sustituido a España en el ejercicio de la hegemonía europea y mundial.

Me dicen personas cercanas a la Corte, en la intimidad más sobresaliente, que el rey actual Carlos II es un soberano incapacitado, lo que estimula la codicia y las disputas entre las distintas rivalidades nobiliarias, ministros y miembros de la Casa Real. Su mala salud e imposibilidad para dejar un heredero, constituyen los elementos esenciales que pueden provocar continuos conflictos internacionales en un futuro cercano.

 

D.-Después del matrimonio entre el monarca Carlos II y su  sobrina María Luisa de Orleáns, el año pasado de 1679, parece ser que no da los frutos del heredero que necesita el País, lo que hace que la reina se esté acarreando entre sus súbditos una gran impopularidad. La cantan, en tabernas tertulias y mentideros, crueles coplas como ésta:” Parid, bella flor de Lis /que en aflicción tan extraña/ si parís/ parís a España/ si no parís/ a París. ¿Qué opina de esta situación?

 

C.- Mire yo sólo me debo a esta obra que estoy escribiendo actualmente, que título El cordero de Isaías,  y que presumo que será la última de mi vida. La política y los decires en los mentideros no me interesan. Si el pueblo habla, tendrá simientes para hacerlo.

 

D.- Algunos le señalan que aduló al rey Felipe IV con sus escritos, mientras que otros escritores como don Francisco de Quevedo criticaron abiertamente al Rey Planeta.

 

C.- Mire usted lo que al respecto dijimos uno y otro. Yo lo describo así:

“A caballo en las dos sillas es, en su rústica escuela, el mejor que se conoce. Si las armas señor juegan, proporciona con la blanca, las lecciones de la negra. Es tan ágil en la caza, viva imagen de la guerra que proporciona su arcabuz, cuanto corre y cuanto vuela. Con un pincel es segundo, autor y de naturaleza. Las clausulas más suaves de la música penetra. Con efectos de las artes, no hay alguna que no sepa.”:

Quevedo dijo en un principio: “Sus acciones nos prometen un nuevo Carlos V. sus palabras y decretos nos recuerdan a su abuelo y en la piedad es reflejo de su padre”. Más tarde escribió el mismo don Francisco: “Filipo que el mundo aclama Rey, de infiel tan temido. Despierta que por dormido nadie te teme ni te ama”.

 

D.- El rey Felipe IV ha pasado a la historia como un pésimo gobernante, pero también como el monarca más voluptuoso, con más amoríos. Se le atribuyen unas cincuenta amantes conocidas. Mujeres de toda condición social eran sus objetivos, las cuales acababan sus días inevitablemente en un convento ya que cualquier dama que había sido del Rey, sólo podría pertenecer a Dios.

 

C.- Tal vez sean así las cosas. Yo nunca me interesé por la vida privada del Rey. Si lo hubiera hecho refleja y desdeñosamente en alguna de mis obras, hubiera caído con seguridad en desgracia con la Corte.

D.-Dicen también que engendró treinta y siete hijos bastardos y once legítimos. Sin embargo el amor de su vida, al parecer, fue María Inés Calderón, conocida como “La Calderona”, cuyo hijo Juan José de Austria, fue el único bastardo que el rey hizo educar como príncipe de sangre.

C.- Conocí a “La Calderona”. Era una gran actriz y verdaderamente guapa. Todo el mundo sabe que el rey se quedó prendado por su belleza. También tuvo otras mujeres de gran éxito en la escena. Actrices muy bellas y famosas como Francisca Baltasara de los Reyes, comedianta madrileña, una de las actrices de más personalidad y vitalismo de la escena española quien sobresalió no sólo por su belleza y gallardía, sino por su versatilidad. Terminó profesando en un convento.

En esta época, muchos nobles, siguiendo el ejemplo del Rey y de “La Calderona”, tomaron como amantes a las cómicas, situación  que habría de dar origen a no pocos duelos y contiendas entre los hombres y las familias. Un ejemplo importante fue el del conde de Villamediana, que terminó siendo asesinado. Trató con ojeriza  a la gran actriz y autora de comedias María de Córdoba y de la Vega, “la sultana Amarilis”, dedicándola un romance satírico y a quien yo, por el contrario, elogié en mi obra La dama duende.

Respecto a don Juan de Austria, reconocido por su padre Felipe IV en 1642, ha tenido una gran influencia en nuestra política más reciente. A mi entender creo que estuvo por encima de los últimos políticos. El año pasado, tras la firma de la Paz de Nimega, su figura cayó en desgracia, falleciendo

poco después.

D.- Usted como sacerdote y haciendo un esfuerzo por dejar a un lado  los principios de Trento que debe respetar, ¿me podría decir cuál es su opinión sobre las funciones didácticas y catequéticas que ejerce la iglesia sobre la sociedad actualmente?

P.-Sabes Diego que la Iglesia pretende para estos fines contar con artífices de imágenes sacras y didácticas, de vital importancia para sus intereses evangelizadores y de Estado. Son imágenes de primacía retórica, que propician prácticas sacralizadas cotidianamente, al mismo tiempo que instituyen conductas moralizantes en los sujetos, de ahí la labor de los frailes doctrineros.

D.- ¿Considera que esta la producción de imágenes ha favorecido el asentamiento de la cultura visual barroca en la que vivimos mediante una retórica  de  prácticas sociales sacralizadas?

P.- Dar a las imágenes el efecto de cercanía produce efectos de atracción. Yo lo contemplé y observé con atención en mi capellanía de Toledo. Esa carga simbólica hace que el feligrés se sienta próximo, protegido e identificado, Parte de estas premisas me llevaron a teatralizar en mis obras los ambientes, conjugando pinturas, esculturas y relieves.

El clero, desde que comenzó a expandir su cultura  edilicia, llevó a sus monasterios e iglesias, las artes lignarias y pictóricas más sobresalientes que acercaran al pueblo a la oración, a los santos y a lo sagrado.

P.-Cambiando de tema, ¿qué sabes de tu hermano Alonso? Un hombre valiente y solidario muy amigo de sus amigos. Luchó con mucho arraigo a mi lado en Fuenterrabía contra Las tropas francesas del cardenal Richelieu?

D.-Tuvo muchos disgustos por los amores traicioneros de su esposa Francisca Josefa. Le abandonó por un músico portentoso del clavecín y la vihuela. Alonso le retó varias veces a vida o muerte pero nunca acudió a la cita el ejecutantesolista. Ella terminó mal con ese querido que la abandonó por una cíngara circense y se metió a monja profesando actualmente en las religiosas de Santa Clara cuyas monjas tienen como normas más importantes el silencio absoluto, la castidad y la obediencia.

D.-Usted que lidia tanto con la belleza figurativa y simbólica en sus obras, ¿qué opina a este respecto de la mujer?

P.-La belleza es considerada un signo visible de la bondad interior y de una condición social noble. El ideal de la belleza femenina sabe usted que se valora como” la mujer de tez pálida, cabello rubio y rizado, caderas anchas y cintura y pecho pequeño”.

Los moralistas— y con algunos importantes trato frecuentemente o me enfrento a ellos  por mis obras, como con Fray Félix Hortensio de  Paravicino, a quien usted bien conoce— valoran, no todos, a la mujer como ser poco fiable, astuta e incluso malvada. Diversos teólogos, además, han construido una imagen diabólica de la mujer por su papel bíblico: la pérdida del Paraíso que yo trato en uno de mis Autos sacramentales. 

Esto está en contraposición con autores de talla literaria, como Cervantes, que defienden claramente los derechos de las mujeres, como se pone de manifiesto en el discurso de la pastora Marcela (El Quijote) que proclamaba: “yo nací libre y para ser libre escogí la soledad de los campos”.

En la época del Quijote el papel de la mujer en la sociedad era muy restringido. Su rol se limitaba al hogar. Con esto, la mujer quedaba recluida en su casa, sin tener acceso al mundo exterior, el cual quedaba reservado exclusivamente para los hombres.

D.-¿Cómo valora el pasado y devenir de la mujer en España?

P.-Es un tema que no me gusta tratar porque hay verdaderas vejaciones morales y físicas hacia ellas que se tapan con la impostura. Fíjese en el libro “Malleus Maleficarum”, manual de los inquisidores. Fue y es un importante  instrumento de propagación de la idea de imperfección, inferioridad e impureza de la mujer. Resulta difícil aceptar por los paladines de la cultura que este manual tan famoso—le animo a que lo lea—se plantee por qué las mujeres son las principales adictasa las supersticiones malignas, y entre las numerosas respuestas que se encuentran algunas dicen:

[…] que como son más débiles de mente y cuerpo, no es de extrañar que las mujeres caigan en mayor medida bajo el hechizo de la brujería. [Unas líneas más adelante se lee] En lo intelectual las mujeres son como niños. [Además señala que] Mujer alguna, entendió la filosofía. [O menciona que estos sentimientos de menoscabo hacia la mujer favorecieron el hecho de que muchas de ellas fueran recluidas en los conventos por sus familias o por solicitud propia al reconocerse como anómalas.

 Además, el sentimiento de inferioridad promovió las prácticas de autocastigo en los conventos, como las flagelaciones y los ayunos que se acompañaban del sentimiento

de culpabilidad promovido constantemente por los confesores.

Convento o matrimonio? Es un fin para ellas en muchos casos, y si no, sus vidas como adultas son un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo.

D.- Algunos le sitúan cerca de la Iglesia, con una imagen algo fúnebre, de rostro severo, mirada ciertamente amenazante y vestido de sacerdote con el Cruz de Santiago en el hábito.

C.-Vamos, algo así como hoy me he presentado ante usted, pero le diré que yo no he sido sólo el único escritor cura de este siglo. ¿Qué podemos decir entonces de Tirso de Molina, Gracián, Lope de Vega o Góngora? ¿Acaso no se podrían decir muchas cosas similares de ellos?

D.- ¡Avive las preguntas, por favor! —Me sugirió de forma repentina. Así lo hice.

 El cansancio aparecía en su faz concentrada y austera. Apoyado en su bastón se levanta y me pide disculpas para dar un ligero paseo por la habitación donde se desarrolla esta entrevista, mientras me miraba con la altivez de su imagen distinguida y distante, propia de un intelectual e hidalgo antiguo, hablándome al mismo tiempo con una voz cálida y segura.

 

D.- En la época de nuestro difunto rey Felipe IV se conjuga sido usted cronista e intérprete del vitalismo popular con los depurados grupos de abolengo, fieles a la corte oficial de la que para algunos ha sido usted cronista e intérprete; para otros conciencia crítica y, para los más dados a la preocupación servil de lo ajeno, colaborador del absolutismo monárquico, pluma de la  oficial e incluso de la Iglesia más retrógrada. ¿Qué nos puede decir al respecto?

 

C.-En contestación paralela a lo que me pregunta—luego le daré mi opinión más directa y acorde con lo que me ha invitado a responderle—parece que el motejar en asuntos tocantes al linaje y a la honra ha calado más hondo de lo que parece en cualquier otra sátira o decires. La literatura lo refleja. Es

 Una costumbre que ha abarcado los géneros y estilos más diversos acarreando todo tipo de implicaciones, tanto de estética y moral, como de lo que hoy se entiende por política económica y orden social. Debe usted saber que entre la afirmación y la sátira, los linajes, al igual que la honra, no sólo dependen de la virtud heredada sino de las prácticas de vida. Si en España la riqueza ha llegado  a ser hidalguía, la homologación de linaje y bienes económicos ha conformado asimismo toda una práctica literaria centrada en la identificación del honor con la hacienda que efectivamente ha tenido su lógico eco en la sátira y en la burla.

Echas estas precisiones ¡mire, hijo de Dios! Mi vida ha pasado por muchas vicisitudes. He aprendido y visto mucho de unos u otro lado Me eduqué en  los dictamines del pensamiento oficial— de ahí el aprendizaje de los axiomas anteriores— pasé luego por la carrera militar y recalé más tarde en el estado eclesiástico. En mi juventud fui estudiante, pendenciero y pujante de justas variadas, donde también fui soldado. Es cierto que serví a mi rey Felipe IV con min espada y con mi arte. Lo demás es opinión de los mentideros, desafortunados en los múltiples comentarios, sosiegos de las envidias ajenas y pendencieras de lo impropio, y miopes en su juicio.

 

D.-Ahora, don Pedro, si le parece vamos a hablar de su obra magnífica y su evolución. Su alma cristiana, caballerosa, lírica, españolísima, unido a su cerebro portentoso y quizás único, ha blasonado su obra, cuyo mayor defecto es quizás su grandeza.

 

P.-A los trece años escribí mi primera comedia que titulé El carro del cielo. Pero fue en 1622 cuando gané mi primer gran premio en unas justas poéticas en honor de San Ignacio de Loyola y de San Francisco Javier. En 1623, con motivo de la visita a España del Príncipe Carlos de Gales, representé la comedia Amor, honor y poder, hecho que me valió poder pasar a dramaturgo de los corrales de la Corte. En 1625 estrené El sitio de Breda y luego otras muchas obras más, hasta llegar en 1629, cuando puse en escena dos de mis obras que más valoro: La dama duende y el Príncipe constante. Inspirándome en la villa de Ocaña (Toledo) escribí Casa con dos puertas, mala es de guardar, en 1632.

Yo siempre fui hombre de teatro y cortesano. Hice teatro para Dios, el rey y el pueblo. Lo escribí y lo representé en corrales, palacio, coliseos y en la calle.

La inauguración del palacio del Buen retiro de Madrid, en 1635, marca un nuevo momento de mi introducción  definitiva en la Corte de Felipe IV de la mano del conde-duque de Olivares. Fui nombrado director de representaciones en Palacio. Ese año puse en escena El médico de su horna.

MI obra favorita y maestra es La vida en sueño (1636). Ese mismo año saqué también a la luz El gran teatro del mundo. Un año después aparecieron mis obras: No hay burlas con el amor y el Mágico prodigioso, esta última encargada por el ayuntamiento de la Villa de Yepes (Toledo). Les hice una comedia de santos o hagiográfica que trata de la vida de San Cipriano y Santa Ana. Posteriormente  publiqué El alcalde de Zalamea (1640) y posteriormente muchas obras más.

El cierre de teatros en 1644/45 por el luto real, coincidió con la muerte de mi hermano José, y el otro cierre de 1646/49 con la de Diego. Este luto real no me impidió, sin embrago, la representación de autos sacramentales, entre los que destaco también  “La cena del rey Baltasar” y “El gran mercado del mundo”.

Para las bodas del rey Felipe IV con Mariana de Austria redacté la segunda esposa y Triunfar muriendo.

Desde hace diez años, 1670, el Ayuntamiento de Madrid, me viene encargando multitud de autos sacramentales, de los que he escrito más de ochenta. En muchos de ellos presupongo y manifiesto

una plena confianza en las capacidades del intelecto humano para tomar decisiones en lo que concierne a la materia de salvación. En ellos ensalzo la Eucaristía e introduzco personajes bíblicos para ganar la atención del público devoto.

 

D.-Quisiera que me hablara especialmente de sus dos obras más importantes: La vida es sueño y el Alcalde de Zalamea que marcan dos etapas en su devenir creativo.

C.-La vida es sueño la realicé en la plenitud de mi vida. Me supuso ver el sol de la gloria, del éxito. Quise hacer una obra simbólica, en la que la tesis que planteo es tan vieja como el mundo. Intenté que su asunto excediera las proporciones de una obra dramática. Por ejemplo, Segismundo no es la configuración de un hombre sino que es un símbolo de la Humanidad. Desde esta obra se me despertó la vocación por el simbolismo y en ella creo que me encontré a mi mismo.

Respecto a la otra obra, El Alcalde de Zalamea, creo que es el mejor de mis dramas, la obra más real y perfecta de mi teatro, la más humana, cumbre de mi realismo. En ella introduzco muchas experiencias vividas en los campamentos militares y las luchas sociales y la hidalguía.

 

 

 

 

 

D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.- D.-¿Qué me puede decir en concreto de sus autos sacramentales? ¿Ha sido el dramaturgo por excelencia del Auto Sacramental del Corpus?

 

C.-En un principio los Autos se crearon como funciones gratuitas en las plazas de los pueblos. Luego se explotaron en los corrales. Siempre fue mi intención crear un mundo teatral perfectamente organizado y estructurado de forma múltiple, poliédrica, de enredo y de pasatiempo. Siempre tuve en mis pautas de trabajo la consideración de que el goce estético es la emoción del espectador.

En su forma clásica, el auto sacramental desarrolla una auténtica psicomaquia (es una representación alegórica, en la que virtudes humanas abstractas, representadas por personas, entablan una lucha contra los vicios, también personificados), entre personajes simbólicos que encarnan conceptos abstractos o sentimientos humanos en medio de un lujoso aparato escenográfico para desarrollar una idea alegórica de carácter teológico o incluso filosófico, a veces.

 

Si, considero que junto con Lope de Vega, cada uno en su estilo, fui uno de los principales dramaturgos del Auto Sacramental. Cuando he creado mis Autos me he encontrado a mi mismo y los he hecho salir de la teología eclesiástica. En ellos creo que el símbolo diseca la emoción y la grandilocuencia.

Se trata de una obra teatral que trata un tema religioso, un drama litúrgico que solía hablar sobre episodios de la Biblia o mostrar conflictos morales que se solucionaban con las normas y los mandamientos del cristianismo.

Cerrados los corrales de comedias por la muerte de Felipe IV, en 1665 no se abrieron hasta 1667,  nos dio a los dramaturgos  un período de descanso, permitiéndoles recuperarse de la actividad febril, continua y agotadora de escribir comedias.

 

D.-Creo, como seguidor y aprendiz de su obra  que no deja usted fuera de ella ningún escenario humano, no falta en ella ningún sentimiento. Ha sido un extraordinario genio cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, la propuesta de vías alternativas siempre aceptadas por el poder

C.-Al menos lo he intentado y considero humildemente que en muchos casos lo he conseguido.

 

D.-Podríamos decir que su trayectoria artística y literaria ha sido un proceso desde la comedia de capa y espada o costumbrista, a un teatro religioso, histórico, de honor, mitológico o filosófico, que incluye los autos sacramentales, el teatro breve y la zarzuela.

 

C.-En efecto, en mayor o menor medida lo ha definido usted acertadamente. También considero que esta es mi trayectoria de autos. He escrito ciento diez comedias, ochenta  autos sacramentales, loas, entremeses y otras obras menores.

 

D.- Dicen los críticos que el teatro se ha convertido en una especie de industria del ocio al servicio de la Iglesia, las obras pías y el esplendor de la monarquía absoluta de origen divino ¿Lo cree usted así?

 

C.- Yo he hecho también teatro con la intención de entretener  y enseñar al pueblo, planteando en él, el reflejo de sus formas de pensar e intereses, entre otros aspectos. Procuro escribir pensando en la variedad de públicos y escenarios, intentando responder a temas como la dimensión religiosa, el honor y la honra, el amor, lo trágico y lo cómico.

En estos quehaceres, siempre he pensado respetar la inteligencia de los demás y la dignidad de mis adversarios. Ahora que ha pasado mucho tiempo de mi vida, no puedo sino recordar con maduro regocijo, la ausencia de imprecaciones por mi parte hacia los demás.

 

 

D.- ¿Se define usted como un pensador y creador literario?

 

C.- Soy un sencillo poeta y dramaturgo de  mi época. Concibo en  mi obra la vida como teatro y como sueño. Defiendo la dignidad y el honor, que en España se valora por encima de todas las cosas, incluso entre los más humildes.

He cantado en mis obras a la libertad y el sentido de la existencia. Y en todo ello creo haber utilizado un lenguaje de imágenes plásticas, de metáforas visuales, para transmitir esas sensaciones que unen en una obra teatral al público con el conocimiento, el arte y la poesía.

 

D.- Si me permite, le diré que a juicio de muchos, sin duda, en  el arte de los autos sacramentales  ha sido y es usted la máxima autoridad. Se le considera el gran poeta simbolista de este género. ¿Me podría decir cómo entiende este tipo de representaciones dramáticas y alegóricas referidas a la Eucaristía?

 

C.-No sé si me puedo apuntar algo de todo esto que usted ensalza en mi persona y obra, en el hacer de los autos   sacramentales. No olvidemos que también estaba, en este oficio el gran maestro Lope de Vega, aunque quizás él y yo entendemos los autos sacramentales de forma diferente. He disfrutado muchísimo con este género teatral, por lo que no me importa que me califiquen como poeta católico, pues lo soy o intento serlo. Ya conoce usted además mi condición de sacerdote.

Definí poéticamente tiempos atrás cuál es mi concepto de auto sacramental, se lo leo: “sermones puestos en verso/ en idea representable de la Sacra Teología/ que no alcanzan mis razones/ a explicar ni comprender/ y al regocijo dispone/ en aplauso de este día” Considero que los más conocidos y admirados por el público son: El gran teatro del mundo (1636) y La Vida es sueño (1670).

 

D.- Su vinculación temprana a la Corte, de forma definitiva desde 1650, le permitió ser auxiliado por la tradición italiana en su teatro ¿Cómo fue este proceso?

 

C.-Este encuentro profesional con las maneras teatrales venidas de Italia, de la mano de Cosme Lotti, ingeniero florentino al que el rey Felipe IV trajo a su Corte para dar un mayor brillo a estas representaciones y equipararlas a las más innovadoras de Europa, ya que el monarca tenía un gran interés por todas las manifestaciones artísticas y de ocio así como por  la pintura, el ejercicio cinegético y sobre todo del teatro. Esta última actividad tuvo un lugar preponderante en su corte, en la cual, se representaban periódicamente comedias ya desde octubre de 1622.

  Te recuerdo que por aquel entonces, Florencia era la cuna del dramma in música, y también uno de los focos más importantes de creación y teorización sobre los nuevos escenarios y maquinarias teatrales. Yo aprendí mucho de ellos para realizar mis escenografías.

También vino a la Corte desde Florencia, Baccio del Bianco, ingeniero y escenógrafo. Llegó a España en 1651 para sustituir a Cosme Lotti, tras haber trabajado para los Medici y la nobleza florentina. Aunque su estancia en España fue bastante breve (la muerte le sorprendió seis años después de llegar) resultó muy intensa y dejó una huella muy importante en la historia escénica de este siglo. Era increíblemente versátil, capaz de trabajar como director, escenógrafo, coreógrafo, figurinista, grabador, comediógrafo o actor, o incluso como caricaturista y hasta compositor de música o instrumentista de cuerda y viento. Un verdadero monstruo de la representación escénica que a mí me impresionó, pero con el que también tuve  mis enfrentamientos y disputas.

Colaboré  con él en numerosas comedias para fiestas palaciegas como: La fiera, el rayo y la piedra, comedia mitológica representada en el Coliseo del Buen Retiro en 1652. Otras fueron: Andrómeda y Perseo (1653), o El golfo de las Sirenas (1657). Con motivo del estreno de la penúltima, tuve don él mis diferencias profesionales a causa de los excesos escenográficos de Bianco (caídas, mutaciones, naufragios...) en cuyo proceso de preparación tuvo que intervenir el mismísimo Felipe IV, preocupado por las noticias que le llegaban de los rifirrafes y enfrentamientos que tuvimos entre los dos.

Sin embargo ganó mi confianza y pudimos trabajar al unísono, sin enfrentamientos, aceptando uno del otro sus observaciones para la pluralidad de quehaceres, lo que dio  como fruto de enormes éxitos teatrales.

Aprendí mucho de los dos, lo que me permitió innovar técnicas con tramoyas, maquinaria, música y artificio.

Se estaba produciendo un cambio de generación en el teatro y con ello un  gusto diferente. Por ejemplo cada vez impactaban más las emociones visuales y los trucos teatrales venidos de Italia precisamente.

 

D.-Comentas los más doctos en el arte y la literatura que usted ha pasado en su quehacer, como escritor y dramaturgo, de lo trágico a lo grotesco, a la risa, a la burla para buscar lo ridículo, extravagante o absurdo. Lo que algunos conocen como “risa cruel y grotesca".

 

C.-En el conjunto de mis obras no me interesó solo por el ámbito de la tragedia o las fábulas de gran espectáculo y el auto sacramental, también por la obra cómica. Mi sentido de lo grotesco se aleja, por ejemplo, de las “crispadas y morrocotudas, alegres, crueles y macabras risotadas quevedescas.

Aprovecho el libre juego de la fantasía, la presencia de lo desmesurado, deforme y feo, que caracteriza a lo grotesco que yo selecciono, para provocar una risa descompuesta, que parece exageradamente “fea y torpe” a la manera de las “ventosidades”. Véase, en este sentido,  mi comedia burlesca, disparatada y asombrosa parodia grotesca. Céfalo y Pocris, que se representó ante Sus Majestades en el Salón Real de Palacio, para justificar mis decires.

 

D.- Se comenta en los mentideros que usted es uno de los responsables de la puesta en práctica de un nuevo movimiento artístico, la ópera barroca que algunos titulan como La Zarzuela. Otros le fijan como su creador.

 

C.- Mi obra Celos aun del aire matan (1660) es efectivamente  una ópera barroca, cuyo libreto elaboro yo y Juan Hidalgo de Polanco es el autor de la música. Sin duda, ambos convenimos en señalar que se trata del primer intento de fiesta real de ópera cantada en España.

Es evidente que el género lírico más genuinamente madrileño ha nacido de mi mano y con el tiempo fue tomando su carácter popular. Personalmente definí este género lírico con estas líneas, que puse en boca de un personaje llamado, precisamente, Zarzuela: “No es comedia, sino sólo/ una fábula pequeña/ en que, a imitación de Italia/ se canta y se representa”.

En la obra hago cantar y bailar sobre el escenario al son de la música barroca pensando siempre en entretener y divertir. Escena tras escena, se suceden  ritmos vivos y melodías pegadizas no narrando todavía temas populares y castizos, sino historias clásicas y mitológicas.

 

D.- ¿A qué escritor de su época admira  más? ¿Qué obras destacaría de todos ellos?

 

C.-He admirado y admiro a muchos de ellos, pero sobre todo el más grande para mí ha sido Lope de Vega, especialmente por el prodigio de sus rimas y sus comedias. De él he aprendido a comprender las pasiones humanas. Su gran obra, El castigo sin venganza, es la mejor tragedia de amor que   se ha escrito. ¡A propósito, observe lo que escribió sobre mí! A don Pedro Calderón/ admiran en competencias/ cuantos en la edad antigua / celebran Roma y Atenas.

El elogio correspondiente que me hizo en El Laurel de Apolo no puedo ser más lacónico. Dijo sobre mí «en estilo poético y dulzura / sube del monte a la suprema altura. “

Reconozco que era muy popular y querido.  Para decir que algo era excepcional, se decía “Es de Lope”. Un discípulo suyo me llegó a decir un día en un mentidero: “No hay casa de hombre curioso que no tenga un retrato de él”. Y corría de boca en boca una oración irreverente que empezaba así: “Creo en Lope de Vega, poeta del cielo y de la tierra…”

Pero vaya mi admiración imperecedera por la obra  más grandes escrita en prosa hasta ahora en nuestra literatura, el insuperable Don Quijote de la Mancha, el mejor de los libros posibles. De este gran autor—Don Miguel de Cervantes Saavedra— admiro mucho también su libro su Persiles y Segismunda.

Del cordobés don Luis de Góngora y Argote aprendí a decir y escribir esas pasiones referidas. De él he intentado convertir su lenguaje—especialmente el de Polifemo y Las Soledades— en imágenes y teatro.

La entrevista tomó el rumbo de su final. Don Pedro estaba realmente cansado y la dimos por terminada en consonancia, de mutuo acuerdo.

 

D.- ¡Gracias, amigo don Pedro! Para mí siempre lo fuiste. Un hombre de honor comprometido con su época, que sirvió a la monarquía y a España lo mejor que supo y pudo. Uno de los mejores escritores que ha brotado en esta bendita tierra de la que los dos nos sentimos orgullosos de pertenecer.

— ¡Gracias por su amabilidad, hospitalidad y opiniones!

—Calderón de la Barca, se levanta de su sillón y haciendo fuerza de apoyo en su bastón, me acompaña hasta la puerta, se funde conmigo en un abrazo entrañable y se despide de mí con estas palabras:

¡Adiós amigo Diego, siempre te admiré como hombre valeroso, íntegro y bueno. Te tendré presente en mis oraciones!  ¡Esta será siempre también tu casa!

 

D.- Jamás volví a ver a don Pedro Calderón de la Barca y Barreda González de Henao Ruiz de Blasco y Riaño, un español donde los haya. Cerebro portentoso, único. Hombre de alma caballeresca y cristiana. Uno de nuestros grandes poetas y dramaturgos. Aquí queda este recuerdo del que fue el más longevo de nuestros dramaturgos.

 

El siglo XVII, España se llenó por completo de la vida y la obra de Pedro Calderón de la Barca. En sus obras, el dramaturgo reflejaba el espíritu del hombre del Barroco, al que retrató no como un ser inquieto y emocional, sino de una forma sosegada y equilibrada. Jamás dejó de escribir, día y noche, y gracias a ello han llegado hasta nosotros cientos de sonetos y comedias, así como novelas, epopeyas y novelas cortas surgidas de su intelecto privilegiado. Algunas de sus creaciones más emblemáticas  son por todos conocidas y han pasado a engrosar el elenco de grandes obras de la literatura universal.

El 25 de mayo de 1681 , un año después de esta entrevista, don Pedro dejó la vida terrenal en un momento en el que entre sus manos—ya yertas—quedaron sus autos sacramentales Amar y ser amados y La Divina Filotea. Era el final de su obra, cinco veces más extensa que la de Shakespeare e igualables quizá con la de Lope de Vega. Pero mientras haya teatro y lectores, Calderón de la Barca perdurará y sus respuestas y postulados tendrán siempre vigencia, mientras no olvidemos su obra. Su mayor defecto  era su propia grandeza.

 Fue un espíritu reflexivo, un maestro de la técnica teatral, un gran perfeccionador de invenciones ajenas, un cerebro asombroso y equilibradísimo que produjo  sin eclipse y sin cansancio durante más de sesenta años, con igual dominio y serenidad, la mecánica intelectual de sus grandes y complejas creaciones y la mecánica notoria de la escenografía de sus obras

Asimismo se distinguió por ser un gran cómico, además de defender la conciencia de los conflictos, la denuncia de opresiones y justicias, con la propuesta de vías alternativas, siempre aceptadas por el poder. Logró alcanzar el goce estético y la emoción de los espectadores.

Su entierro fue memorable. Yo asistí a él con muchos amigos más. Don Pedro fue enterrado el 27 de mayo en la iglesia de San Salvador. En esta época, las autoridades, organismos o hermandades tenían la potestad de hacerse cargo de los restos de personajes célebres y también de las reformas que iban a acometer en los distintos espacios donde se pretendía que reposaran. Más como ocurrió con otros personajes inmortales de nuestra historia como Miguel de Cervantes, el propio Lope o Velázquez, sus restos parece ser que se perdieron.

 

 

—Sepan cuantos lectores a los que les pueda llegar el alcance de estas páginas, donde vertemos los diálogos habidos, que Calderón de la Barca, fue un hombre polifacético, figura universal, admirado y conocido en su época y en otras posteriores, desde las tierras de pan llevar castellanas hasta los escenarios más exigentes de las principales ciudades.

 

Testimonio firmado de estos diálogos entre Don Pedro Calderón de la Barca y don Diego Sarmiento Pimentel:

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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